Vine por ti amor mío

Gonzalo había enviudado hacía ya ocho años. Desde ese tiempo vivía en compañía de su hijo Lukas, un hombre soltero de aquellos que le huyen al matrimonio. Los dos eran atendidos en los quehaceres del hogar, por una mujer que rayaba los cincuenta años y que estaba con ellos desde antes del fallecimiento de Isabel, esposa de Gonzalo.

 Una mañana, después de que Lukas saliera a trabajar, Gonzalo sintió una punzada en el pecho, acompañada de dolor y adormecimiento del brazo izquierdo.  Tomó del nochero una caja que contenía unas pastillas  de las que se aconseja tener a mano en caso de un infarto. Fue hasta la cocina y le solicitó un poco de agua a la empleada doméstica.

_ ¿Se siente mal, don Gonzalo?

_Tengo una molestia en el pecho y adormecido el brazo izquierdo.

_Creo que voy a llamar a su hijo.

 Lukas llegó tan pronto como le permitió el tráfico. Entró a la alcoba de su padre apresurado.

_Padre, ¿cómo te encuentras?

_Muy regular. -Respondió en voz baja-

_Tenemos que ir a la clínica ya. Ven, yo te ayudo.

 Condujo a toda velocidad, pero con todo el cuidado. Llegaron a la clínica por la puerta de urgencias.

_Por favor, mi padre presenta un infarto.

 Inmediatamente fue ingresado en una camilla. Un enfermero le dijo:

_Le ruego esperar en la sala. Nosotros le informaremos del estado de su padre oportunamente.

 Lukas se dirigió a una de las sillas desocupadas del fondo. Se sentó embargado por la preocupación. Hacía esfuerzo por desechar los pensamientos que le insinuaban que podría ser el fin de los días de su viejo quien, durante toda su vida fue su consejero, su confidente y su amigo incondicional. No podría imaginar la vida sin él. Miraba a la puerta esperando que en cualquier momento apareciera el doctor a comentarle algo.

El tiempo se le hacía eterno. De pronto, un celador de uniforme entró a la sala de espera y dijo, mirando a todos los presentes:

_Por favor, ¿el dueño del vehículo de placas AHB 197?

Lukas se levantó.

_Soy yo.

_Señor, usted estacionó en un sitio inadecuado. Tenga la amabilidad de llevarlo a los aparcaderos.

_Disculpe. La preocupación por el estado de mi padre me hizo olvidar por completo del carro. Permiso.

 Salió apresurado de la sala deseando que no lo llamen mientras iba a guardar su vehículo. En el pasillo casi tropezó con una anciana mujer que, al parecer, se dirigía a la sala de espera. Esta agachó la cabeza como evitando ser vista o reconocida. Sin embargo, ambos siguieron su camino. La mujer, casualmente, se sentó en la silla en donde estaba Lukas hasta hacía unos escasos minutos. Este, por su parte, hacía la fila para ingresar su vehículo en el congestionado aparcadero.

 Unos minutos después de su salida, el médico salió y preguntó:

_El familiar del señor Gonzalo Quiroga?

_Yo! –Dijo la señora que acababa de entrar, y se dirigió pausadamente hacia el doctor.

La mujer se paró delante del médico sin dirigirle la mirada. Pareciera que le interesaba más mirar hacia el interior de la sala. Este comentó:

_Señora, desafortunadamente no pudimos hacer nada por don Gonzalo. Lamento comunicarle que acaba de fallecer.

 Contrario a lo que cualquier persona manifiesta en un caso similar, ella presentaba en su cara un aspecto de felicidad y una radiante sonrisa que ni los presentes ni el médico, podían entender. Su mirada seguía dirigida a un lado de él. De pronto dijo con una voz llena de cariño:

_Vine por ti, mi amor.

El doctor volvió la mirada hacia el lugar donde miraba la dama y no pudo evitar el sobresalto al ver al hombre que había muerto hacía tan solo unos minutos, parado detrás suyo y mirando amorosamente a la mujer. Caminó como si se deslizara por el piso hacia los brazos estirados de ella.

_“No es posible”. –Pensó-.

 Miró hacia la camilla. El bulto bajo la sábana aún estaba  allí. Se acercó, la levantó y palideció al mirar al anciano fallecido. Dos toques en la puerta, lo hicieron reaccionar.

_¿Si, a la orden? –Era Lukas-.

_Doctor, quiero saber sobre el estado de mi padre Gonzalo Quiroga. –El cirujano caminó hasta él-.

_Eh… Precisamente hace un momento salí a dar la información. Desafortunadamente, su padre falleció. Fue imposible hacer algo por él.

Lukas recibió la noticia como si le hubieran vaciado un baldado de agua fría. Los ojos se le inundaron de lágrimas, y preguntó:

_¿Puedo entrar a despedirme?

_Por supuesto. Sígame. Y quiero decirle que lo siento mucho.

Esperó a su lado mientras el hombre sollozaba sobre el cadáver de su viejo. Un momento después le preguntó:

_¿Su madre era de tez trigueña, ojos verdes, alta y tenía el pelo blanco?

_Si doctor. ¿La conocía?

_La acabo de conocer. Ella vino por él.

_No le entiendo.

El galeno le narró lo sucedido.

_Ahora están juntos.

 El relato de alguna forma reconfortó al hombre. Sus padres se habían reencontrado.

 FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados