_¡Mi amor!
_¡Dime. Estoy acá, en el estudio!
Hasta allí llegó Argenis, su aún hermosa mujer.
_Mira que a unas seis cuadras abrieron una venta de garaje, y hay una mesa-silla para teléfono como la que yo quiero. Vamos a verla, ¿si? Antes de que se la lleven.
_Tú sabes que no soy partidario de comprar cosas de segunda, mi amor.
_Pero, ¡es que ésta es muy fina y está bien conservada!
_Está bien, con una condición: si, como se dice, “me llena el ojo”, la compro. Y si no…
_Sé que te va a encantar.
Unos minutos más tarde, se encontraban entre los compradores y curiosos. La mesa estaba situada al fondo del local junto a un espejo muy fino. Al instante se acercó una mujer muy madura, sin llegar a ser vieja.
_Veo que les gustó el conjunto de la mesa y el espejo.
_Ah! No se venden por separado?
_No. Los dos elementos forman un conjunto. Como pueden darse cuenta, el tallado y el diseño son similares.
_Ah!
_¡Pero el precio es muy cómodo!
Entre regateos, acordaron el valor justo y fueron llegando a su hogar con los dos artículos. Por supuesto, se ubicaron juntos en la sala.
_Ahora si, se podrá llamar y contestar con comodidad, tomar notas, etc. -Dijo Argenis-
En la mañana del día siguiente, Alcides se despedía de su esposa. Estaría ausente por tres días en viaje de negocios.
_Cúidate mi amor, no olvides asegurar la entrada. Esta noche, en cuanto tenga oportunidad, te llamo.
_Que tengas buen viaje. Espero tu llamada.
Aprovechó su estadía sola para salir a hacer unas compras. Invitó a su mejor amiga, Elisa, para que la acompañara. Almorzaron por fuera, compartieron un rato en su casa y, a media tarde, se despidió.
_De verdad no se te dá nada quedarte sola?
_No, de ninguna manera. Además, tengo que esperar la llamada de Alcides.
_Entonces, nos estamos hablando. Cualquier cosa que necesites, me avisas.
_Gracias. –Juntaron sus mejillas, mientras hacían chasquear los labios en sendos besos al aire.
Un poco después, estaba entre las cobijas mirando televisión. Cuando estaba a punto de dormirse, el agudo timbre del teléfono la sobresaltó. Levantó el auricular de la mesita de noche y dijo:
_Aló –Sin embargo lo que escuchó no fue a su esposo, como esperaba, sino a una anciana que le decía, con una voz que le crispó los nervios:
_ “Puedes colgar. Ya contesté yo”.
Se quedó callada esperando. Ahora si escuchó la voz de su esposo que preguntaba:
_Aló. ¿De dónde contestan?
_¡Hola, mi amor!
_¿Con quién estás?
_¡Sola!
_Entonces, ¿quién fue la mujer que contestó?
_Creo que se cruzaron las líneas. Yo también la escuché.
_No, mi amor. Me pareció como si hubiera contestado desde la sala. Eso del cruce de líneas, con fibra óptica, ya no se dá.
En ese instante, se escuchó el típico sonido de alguien que cuelga un teléfono conectado a la misma línea y, de hecho, la conversación se volvió más nítida.
_Escuchaste?
_Si.
_Estás segura de que no hay nadie más en la casa?
_¡Por supuesto! ¡Me estás haciendo asustar! Estás llamando de alguna cabina?
_No. De mi celular. Pero lo que quería era preguntarte cómo estás.
_Bien. Hoy salí con Elisa a comprar una blusa. Y a ti, cómo te fue?
_Muy bien. Mañana concretamos detalles y, con suerte, pasado mañana viajaré temprano. Te estaré llamando. Descansa, mi amor. Un beso.
_Chao. Que duermas. Te quiero. Creo que voy a dormir con la luz encendida.
En la mañana siguiente se levantó con la alegría de medirse su nueva y costosa blusa. Lo haría en frente del espejo que habían comprado. Después de darse una deliciosa y reconfortante ducha, se colocó sus prendas íntimas, un pantalón, tomó la bolsa en donde reposaba su compra y bajó las escaleras. Se situó en frente al espejo colocándose su blusa. Mientras se apuntaba los botones, no ponía atención a la imagen del rostro que reflejaba el espejo, sino sólo a su blusa. Así que no se percató de que el espejo mostraba: ésta, su color, sus pantalones y sus zapatos, pero la figura y la cara, no eran las suyas. Argenis se notó un poco gorda. Fue en ese instante cuando se dio cuenta de la cara arrugada y la cabeza canosa en un cuerpo desproporcionado que le reflejaba el espejo. En resumen, eran los de una mujer diferente a ella! Se retiró un poco, asustada, sin dejar de mirar al espejo. La imagen reflejada hacía los mismos movimientos. Sin poderlo evitar, lanzó un grito y corrió hacia las escaleras. Llegó jadeante a su alcoba a llamar a su esposo; mas, al levantar el teléfono, la línea estaba ocupada. Para colmo, la mujer que estaba hablando le dijo con tono enérgico:
_ “¡Cuelga que estoy ocupando el teléfono!”
Se quedó de una sola pieza. Con todo el nerviosismo, tomó su celular esperando tener minutos suficientes y marcó el número de Alcides .
_Hola, mi vida. Te llamo en un momento. Estoy un poco ocupado. Chao. –Y colgó-
Entonces, pensó en Elisa.
_¡Elisa por favor, ven pronto!
_¿Qué te pasa?
_¡Perdóname, pero te cuento en cuanto llegues! ¡Vente ya! ¡Ayúdame!
En media hora, el timbre de la entrada sonó haciendo que Argenis pegara un salto. Bajó las escaleras y giró hacia la puerta sin mirar hacia el espejo. Salió hasta el antejardín y abrió. La incondicional Elisa estaba al frente de la puerta. Se lanzó a abrazarla.
_Gracias por venir. Sigue. –Entraron- Mira, vamos a la cocina. No me he tomado ni un tinto. De paso me acompañas mientras preparo algo para las dos. Perdona, coloqué aquí esta basura de la que dejan por debajo de la puerta de la calle. Espérame, voy a botarla.
Argenis salió al patio. Elisa se quedó en la cocina. Estaba parada de tal manera que el espejo de la sala le quedaba casi al frente. De pronto una mujer ya de edad, salió por allí como si éste fuera una puerta. El susto que pegó la dejó quieta solamente mirando. La mujer se sentó en la mesa del teléfono y, con toda naturalidad, lo tomó y comenzó a marcar. En el momento que su amiga entraba por la cocina, aquella visión se fue tornando borrosa y desapareció.
_Bueno, ahora si te… ¿Qué te sucede? Estás pálida.
_Ayúdame a sentarme, por favor. –Pidió Elisa-
Después de dejarla cómodamente sentada, Argenis le alcanzó un vaso de agua. Poco a poco, el color le fue retornando a las mejillas.
_Ya me pasó.
_Estás segura de que te encuentras bien?
_Si. No te preocupes. Es más, ahora creo saber la causa de tu nerviosismo. Pero es mejor que me lo cuentes tú.
Le contó detalladamente lo ocurrido la noche anterior y lo de un momento antes. Su amiga, le escuchó con atención.
_Bueno. Ahora, escúchame tú: Tienes que deshacerte de esa mesa y ese espejo que compraste. Dicen que los espejos, a menudo sirven de portales a otras dimensiones. En este instante acabo de ver a una mujer vieja salir de allí como si fuera una puerta común y corriente y sentarse en la mesa, tomar el teléfono y marcar. Ese fue el motivo por el cual me asusté y se me bajó la tensión.
_Pero si los acabamos de comprar. A Alcides no le va a gustar nada.
_Espéralo y le consultas.
_Yo, otra noche sola aquí, no me quedo ni loca!
_Toma lo que necesites y nos vamos para mi casa. Pero, antes, cubre el espejo con una sábana. Yo te ayudo. Lo importante es no dejar el portal abierto.
Así lo hicieron. Le escribió un mensaje a su esposo y salieron.
Al día siguiente, Alcides llegó temprano al apartamento y, creyendo que su esposa ya estaría allí, entró saludando:
_Mi amor, ya llegué. –Su voz se perdió en el silencio de la casa-. Pasó al estudio para dejar sobre su escritorio el maletín, y luego pasó a la sala; se sentó en un diván estirando las piernas y tomando una bocanada de aire. Al momento, reparó en el espejo cubierto. Se levantó y caminó hacia él. Levantó la sábana para retirarla y, por poco lanza un grito al encontrar allí el reflejo de una mujer canosa y vieja, aunque muy bien trajeada, que lo miraba como si estuviera furiosa. El hombre giró la cabeza buscando a la mujer que se reflejaba en el espejo, sin que encontrara nada. Al volver la vista, la mujer salió de allí tan tranquila como si se tratara de una puerta común y corriente. Lo miró y le dijo:
_¡Qué hace usted aquí! –Al instante reconoció esa voz como la que había escuchado por teléfono-
_¡Eso le pregunto yo. Esta es mi casa! Usted no tiene nada que hacer aquí. Usted está muerta. Debe irse. Debe continuar su camino.
En el espejo empezó a formarse un círculo de luz que salió hasta muy cerca de donde estaba la mujer. Esta, retrocedió hasta meterse por él y desaparecer. Alcides descargó un puntapié al cristal, partiéndolo en muchos pedazos, los cuales seguía pisoteando hasta casi convertirlos en polvo. Fue por el recogedor y, después de colocarlos en una bolsa negra de las de basura, la amarró de manera por demás segura. En unos momentos, llegaron Argenis y Elisa. Se saludaron:
_Hola, Elisa, ¿Cómo estás? –Dijo mientras le estampaba un cariñoso beso en la mejilla.
_Bien, gracias.
_Hola mi amor. –Se dieron un beso-.
Ella, al voltear a mirar el espejo, preguntó:
_Qué pasó aquí?
_Simplemente que antes de que ustedes llegaran, tuve una visita; pero la regresé por donde vino, y le sellé la puerta de entrada. Ah! Y te cuento que lo desbarataré a golpes de la misma manera que haré con esa mesa.
_¡Mi amor! Cuánto te agradezco. Yo estaba preocupada porque creí que te ibas a enojar.
_La tranquilidad de nuestro hogar está por encima de cualquier cosa. Ahora, dime: ¿Qué me ibas a contar cuando me llamaste?
_Ya no hay para qué.
FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados