UNA SERENATA TRAGICA
(Nota: Por voluntad de los protagonistas, sus nombres son los originales.)

“Despierta niña hechicera
dulce niña encantadora
el bosque y la cordillera
los valles y la pradera
copian celajes de aurora…”

Los acordes de las guitarras y las voces del trío a esa hora de la noche se escuchaban nítidos. Fabiola estaba de cumpleaños al día siguiente y Armando, su novio, había querido llevarle serenata. Para tal fin les había pedido el favor de acompañarlo a tres de sus alumnos quienes habían conformado aquel trío: Elbert, John y Nicolás. Cursaban el grado 11º de bachillerato y estaban próximos a graduarse en unos quince días. Habían ensayado hasta las 11 p.m. tomándose unos aguardientes y ahora estaban allí, frente a la reja. Al concluir la serenata, las luces de la ventana correspondiente a la alcoba de la novia, se encendieron y posteriormente se abrió la puerta de la casa. La niña salió enfundada en una vaporosa levantadora que, dicho sea de paso, intensificaba sus encantos y, después de agradecer la atención y besar al novio, los invitó a seguir. Cantaron otro rato y Elbert, dijo:
_Bueno, yo me marcho; mañana sábado tengo que madrugar a cumplir con un compromiso. Muchas gracias y que tengan feliz noche.

Todos los presentes le insistieron en que se quedara un rato más, pero fue inútil; únicamente accedió a dejar la guitarra y salió. Sería la una de la madrugada. Las calles de aquella nueva urbanización se encontraban desiertas. Levantó la mano a uno que otro taxi que pasaba por el lugar, pero todos estaban ya ocupados. Iba para Fontibón, uno de los municipios anexados a Bogotá y convertido en barrio. Al fin decidió atravesar la parte que lo separaba de la Calle Trece, un sector casi despoblado, pensando que allá quizás conseguiría más fácilmente transporte. Comenzó a caminar. Al rato, al doblar una esquina, observó a media cuadra, a una hermosa joven quien balanceaba elegantemente su esbelto cuerpo enfundado en un ceñido vestido rojo, y moviendo su rubia cabellera. Iba a paso normal, y parecía que tarareaba una canción. Elbert, un seductor empedernido, dijo para sus adentros:
_“¡Menos mal que tengo compañía! ¡y se dirige al puente! Parece que llevamos la misma dirección; voy a tratar de alcanzarla”. -Y apresuró el paso.-
Cuando él llegó al comienzo del largo puente peatonal sobre el río, ella casi alcanzaba la mitad. Sin embargo, le dijo:
_¡Oiga muñeca, espéreme y nos acompañamos, ¿si?
Mas la hermosa mujer pretendió no escucharlo. Siguió hacia adelante como si “ni tal cosa”. El insistió:
_¡Mire nena, andar solita a estas horas puede ser muy peligroso. Déjeme que la acompañe!
Estaba cada vez más cerca, aunque ella ya casi alcanzaba el final. La gran luna llena se reflejaba en el río dándole a la noche un aspecto fantasmagórico. Se apresuró mucho más. Cuando le faltaban solamente unos pasos, insistió:
_¡Oye, mamita, pero ¿por qué tan esquiva? Si yo no como gente!
La dama se detuvo firme sin mirarlo. Elbert llegó hasta ella. Con excepción de una humilde mujer que a la distancia venía tomando de la mano a un pequeño y cargando a otro, el sector estaba solo.
_¡Buenas noches, preciosa! –saludó educado-
_¡Buenas noches, guapo! –respondió la de rojo, mas su voz sonó demasiado gruesa para ser la de una delicada mujer. Giró su rostro. Fue cuando se alcanzó a escuchar el tenebroso alarido que profirió Elbert.

El lunes siguiente Armando, como era su costumbre, llegó puntual al establecimiento educativo. Todavía emocionado por la serenata buscó a los alumnos del trío para, nuevamente, expresarles su agradecimiento. Encontró a John y a Nicolás y se acercó a ellos.
_¡Qué tal muchachos! ¿Cómo les acabó de ir?
_Muy bien, profesor. Y a usted?
_De maravilla. ¡Fabiola quedó encantada! ¿Y Elbert?
_En el hospital.
_¡¿Cómo así?!
_Lo encontró la policía en un potrero cerca de la Calle Trece más allá de la Avenida Boyacá. Estaba desmayado y parece que había vomitado sangre. No se sabe todavía qué fue lo que le ocurrió.
_Cómo así! En qué hospital dicen que está? Me encantaría ir a visitarlo. ¿Qué tal si vamos al finalizar clases?
_De acuerdo.

Ya en el hospital se dirigieron a la caseta de “Información” con el fin de averiguar sobre la alcoba en dónde se encontraba Elbert. Una vez enterados, subieron las escaleras afanosamente. Al entrar en la alcoba se dieron cuenta de su estado cadavérico. Una bolsa de suero vaciaba gota a gota su contenido conectada en el antebrazo del estudiante.
_¡Elbert!
El muchacho giró la cabeza lentamente y al descubrir quienes eran los visitantes, respondió con voz débil y apagada:
_Profesor… Qué gusto verlo… Hola, compañeros –los saludó levantando levemente su mano.-
_Cómo te sientes? Cuéntanos qué fue lo que sucedió. –Preguntó Armando.-
_A veces nos ocurren cosas increíbles… Que ni uno mismo sabe si son realidad o imaginaciones… Pues bien, cuando me despedí de ustedes traté de salir a la calle 13 con el fin de conseguir un taxi… Unas dos cuadras antes de llegar a un puente que hay sobre el Río Fucha, traté de alcanzar a una linda mujer que iba delante de mí, y que parecía llevar el mismo camino, pero… (“estos no me lo van a creer -se dijo- y pensarán que estoy perdiendo la cabeza”)… en ese momento escuché el llanto de un bebé y… me caí… tal vez me golpeé y… no sé qué ocurrió. Lo único que vi fue a una mujer con dos niños. Tal vez ella llamó a la policía.
_Pero, según tu mami, lo que le contó el policía, fue que te encontraron en la madrugada y que habías vomitado sangre.
_Seguramente por el golpe –mintió.-
_¿Cuando te darán de alta ?
_En horas de la tarde.
Después de conversar un rato los dos amigos y el profesor se despidieron de Elbert y salieron. Una vez fuera, Armando pidió a los estudiantes que lo esperaran un momento y se acercó a la oficina de información en donde solicitó hablar con el médico que atendía a Elbert. Un momento después el médico respondía a las inquietudes del profesor:
_Realmente me parece muy extraño el caso del estudiante, puesto que no tiene ninguna contusión. Si, es cierto que vomitó sangre, sin embargo al practicarle los exámenes correspondientes, no presenta ninguna ulcera ni herida interna. En resumen: esta situación sólo la he visto en pacientes que hayan tenido un susto muy grande provocado por situaciones que no corresponden a… las situaciones ordinarias de la vida. No sé cómo explicarle… Para hablarle claramente tiene que ver con apariciones, demonios, etc.

El profesor se reunió con los dos jóvenes un poco preocupado. Salieron. Los tres caminaban pensativos. De pronto Armando comentó:
_No sé si estoy equivocado, pero me dio la impresión de que Elbert no nos contó todo lo ocurrido. Creo que algo nos ocultó.
_Pues yo también tengo la misma sensación -Manifestó Nicolás.
_De igual modo pienso yo. –agregó John; es más: al llegar a la parte en que dijo que trató de alcanzar a la muchacha me di cuenta de que se sintió muy nervioso y como que desvió el relato.
_Bueno sus razones tendrá.
_Me gustaría ir a darme una vuelta por aquel puente. De todas maneras queda muy cerca de mi apartamento.

Esa noche Armando fue a visitar a su linda novia. Como de costumbre salieron a caminar por el parque del sector disfrutando de la brisa, el susurro de los árboles y de su inmenso amor. Sin darse cuenta el tiempo había pasado volando: eran ya las diez de la noche. La acompañó hasta su casa y después de un momento se despidió. Caminó sin prisa hacia su apartamento, aunque desvió su trayecto obedeciendo a la curiosidad de caminar hasta el puente del cual había hablado Elbert. Así lo hizo. Cruzó las solitarias calles de aquel barrio cercano al suyo. Y allí estaba el puente. El río se miraba tranquilo y profundo; despedía mal olor. La noche era clara como todas las noches de luna. Al acercarse, el canto de una mujer se escuchaba no muy nítido. Buscó con la mirada a la protagonista y al subir el último de los cinco peldaños del puente, la descubrió reclinada contra la baranda casi al otro extremo. Resaltaba su hermoso cuerpo aquel vestido rojo y el viento agitaba su rubia cabellera. El joven maestro se acercó despacio paso a paso escuchando aquel canto que más parecía un lamento. Ella parecía no haberse dado cuenta de su presencia. Su hermoso perfil se dibujaba en contraste con el cielo. Cuando Armando casi estaba a su lado, le pareció como si el dulce canto fuera haciéndose cada vez más ronco (como aquellos discos de gramófono cuando se acaba la cuerda), hasta el punto de transformarse en un rugido bestial. El profesor quedó petrificado del susto, pero sus fuerzas casi le abandonan cuando la hermosa mujer volteó a mirarlo, sólo que sus hermosos rasgos se habían transformado de forma macabra. Lo miraba fijamente y girando hacia él se fue acercando amenazadora. Armando sacando fuerzas de donde no las tenía corrió sin darse cuenta que lo hacía hacia el lado del inmenso potrero; no había alcanzado a correr gran trecho cuando la mujer lo rodeaba con sus enormes brazos y lo levantó en vilo. Cargó con él y se internó en la orilla del río caminando corriente abajo mientras soltaba una carcajada. El miedo se había apoderado del pobre maestro sin que pudiera evitarlo, haciéndole caer en un estado semi- inconciente. Al fin se sintió lanzado por los aires para caer en el húmedo pasto. La infernal mujer se inclinó sobre él rugiendo como animal rabioso, abrió sus enormes fauces en la que se destacaban sus dientes bien afilados frente a los desorbitados ojos del docente; le rasgó la camisa, mas, al hacerlo, lanzó un alarido y esquivó la mirada de su desnudo pecho al tiempo en que se incorporaba. Inmediatamente Armando comprendió el motivo de tal actitud: el crucifijo de plata que siempre llevaba en su cuello. Así que se levantó y se lo desprendió de un tirón. Luego, colocándolo como escudo, dirigió sus pasos hacia la mujer que retrocedía temerosa aullando.
_¡En el nombre de Dios apártate de mí engendro del demonio!
Desafortunadamente, por mirar a la maligna mujer, no se dio cuenta de una raíz que sobresalía del piso y tropezó. El crucifijo se desprendió de su mano para ir a parar a las aguas del río. Aquella criatura, que ya se había alejado varios metros, lanzó una estrepitosa y horripilante carcajada y recuperando sus fuerzas, se lanzó al ataque. Pero gracias al reflejo de los rayos de la luna, Armando pudo descubrir el crucifijo casi en la orilla sumergido entre las aguas, y se lanzó sin pensarlo, tomándolo nuevamente y haciendo frente al demoníaco enemigo. Salió del río y persiguió a la bruja, quien, lanzando un alarido, retrocedió asustada mientras sus facciones nuevamente se transformaban convirtiéndose en una hermosa mujer.
_¡No me hagas daño! -suplicó tratando en vano de convencer a Armando-
_¡Vete a los infiernos!
Al ver que el joven se acercaba, la mujer se envolvió en una nube de humo que se desvaneció en el aire dejando un olor hediondo que obligó al maestro a cubrirse la nariz. Cruzó el puente sabiendo que ya nada le podía pasar. Ahora ya tenía más o menos una idea de lo que le había ocurrido a su alumno.

FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.