moto-3-KawasakiUna noche salí, por encargo de mi esposa, a comprar algunas cosas que necesitaba para el desayuno del día siguiente.  Al cruzar una esquina, estuve a punto de tropezar con una hermosa mujer que caminaba en sentido contrario. Sin querer, ambos nos corrimos dos veces para el mismo lado queriendo ceder el paso. Al momento, me quedé quieto y dije en son de chiste:

_¿Bailamos?

Para mi sorpresa, me quedó mirando como si escudriñara mi cara, y me dijo:

_Profe Hugo?

_Si, así es.

_¡Mi profe! –Respondió al tiempo que me pegaba un estrecho abrazo y me propinaba un beso en cada mejilla. Por supuesto yo, también la estreche cariñosamente.- ¡Qué sorpresa! ¿Usted se acuerda de mi?

_Bueno, esa carita si se me hace conocida, pero no recuerdo tu nombre.

_Usted me dictó Inglés en el Colegio … Yo soy Imelda Sanclemente.

_Ah! Si! Ahora te recuerdo! Pero tú usabas gafas! (Tengo que aclarar, dejando la modestia a un lado, que me precio de tener una muy buena memoria).

_Ahora si le creo que me recuerde. Me mandé hacer una cirugía y ya no las necesito.

_Me alegro. Tienes tiempo? ¿Quieres que nos tomemos un café?

_En este momento, no, pero le propongo que nos encontremos el jueves  a esta hora y nos tomemos ese café. Vivo a unas cinco cuadras de aquí.

_De acuerdo. Entonces, te espero en la cafetería “Tinto y algo más”, por aquí derecho, cuadra y media.

_Listo. Si por alguna razón no puedo llegar puntual, me espera.

_No te preocupes. Nos dimos un beso en la mejilla y nos despedimos.

El día acordado y, a la hora señalada, ya estaba sentado en un discreto lugar de la cafetería. Estaba por pedir un tinto, cuando Imelda entró buscándome con la mirada. Nos saludamos, nos sentamos y le pregunté qué deseaba tomar, delante de la niña que se acercó a atendernos.

_Un café, solo.

_Que sean dos. –Y volviéndome a ella- Permíteme decirte que estás muy linda. El tiempo ha hecho muy bien su trabajo.

_Usted no se queda atrás. Está muy bien conservado. Va a tener que decirme cuál es su secreto.

_Jajaja. Eres muy caritativa. Mira, creo que el estar un poco conservado se debe a que yo no bebo licor, no fumo y hago mucho ejercicio tanto físico como mental. Bueno, y tú, te has encontrado con tus compañeros?

_¡Claro! Tenemos un buen “combo”. Cómo le parece que, después de despedirnos, llamé a varios de ellos. Queremos tener un encuentro con usted. Es decir, reunirnos a charlar y, por supuesto, el tema principal será sobre sus escritos.

_¡Me encanta la idea! ¿Y cuándo y dónde sería el encuentro?

_Bueno, todavía no lo decidimos.

_Mejor. En ese caso, ¿por qué no vienen a mi casa? Nos tomamos unas onces y unos buenos “hervidos”.  Esa es una bebida nariñense.

_Y ¿qué tal si preparamos esos “hervidos” en la casa mía? De paso me enseña la receta.

_Si así lo prefieres, no tengo problema.

Unos días después, a media tarde, me encontraba llamando a la puerta de su casa. Mi sorpresa y mi alegría fueron muy grandes al recibir los besos y los abrazos de exalumnas y exalumnos. Recordamos varias anécdotas del tiempo en que fui su maestro. De pronto uno de ellos, me preguntó:

_Cuál fue su primera experiencia de carácter paranormal?

_Sucedió el 20 de julio de 1969 unos minutos antes de que el “Apolo XI” alunizara.

“Mi mamá y mis hermanos estaban en la sala con la vista clavada en el televisor blanco y negro, con la luz apagada, no solamente la de la sala sino la de toda la casa, con excepción de la de mi alcoba.Yo estaba realizando un trabajo urgente y les había pedido que me llamaran tan pronto estuviera a punto de alunizar. Cuando uno de  mis hermanos me llamó, yo salí inmediatamente después de apagar la luz para que no se filtrara hasta la sala. La casa era grande. Al quedar completamente a oscuras, pude ver en la puerta cerrada de la alcoba de mi hermano mayor, una figura blanca de unos ochenta centímetros, con el aspecto de una imagen parecida a las estatuas de la virgen de Fátima. Estaba de frente a la puerta como si hubiera estado llamando. Me quedé parado. Más que nervioso, me sentí intrigado. De pronto, giró su cabeza y me “miró” por unos segundos. No le alcancé a ver facciones. Toda ella era blanca. Me pareció que dudaba si venirse hacia mí o retirarse. Se dirigió hacia mí sin caminar, como si flotara a unos diez centímetros del piso. Antes de llegar, giró a la izquierda y se metió por la puerta entreabierta del baño volviendo a “mirarme” antes de desaparecer. En ese instante pegué el trote hacia la sala y sentí miedo. No podía hablar. Creí que ninguno de los presentes se había dado cuenta de mi nerviosismo. Pero mi mamá se levantó y me preguntó:

_Qué le pasa?

No pude contestarle nada. Mi respiración era bastante agitada. Al fin le hice señas con la mano de esperar un poco. Luego me acerqué hasta su oído y le dije en un susurro cortado por la falta de aire:

_Vi… una… figura… blanca parada… frente a la alcoba de mi… hermano mayor. Se metió al baño.

_Está seguro?

_Si.

Cuando terminó la transmisión del alunizaje, encendimos las luces y mi mamá contó a los demás lo ocurrido. Fuimos a ver al baño, pero no había nada. Hasta ahora no sé qué pudo haber sido. Mi mamá dijo que era un alma en pena”.

Todos los presentes guardaron silencio. Unos segundos después, Saúl, dijo:
_Yo quiero contarles algo que me sucedió y de lo que tengo las pruebas en mis brazos y en mi espalda. En primer lugar les cuento que yo nunca creí en fantasmas, brujas, apariciones ni tenía miedo de muertos y hasta me reía cuando alguien comentaba sobre estas “tonterías”.  Esta es la historia:

“Ustedes saben que me casé con Alba Lucy, la mona, sin tener trabajo, sin haber terminado mi universidad, sólo esperanzado en las promesas de ella y en la plata de mi suegra. Me dejé convencer, y nos casamos callado. Cuando mi suegra se enteró, fue cuando Alba Lucy le dijo:

_Mamá, te presento a mi esposo, Saúl.

_¿“Mi esposo”? ¿Se volvió loca?

_Mamá, es en serio. Saúl y yo nos casamos y ahora venimos a pedirle que nos deje vivir aquí.

Ella clavó en mí una mirada llena de odio, y dijo:

_¡Y usted qué pensó, jovencito! ¿Me voy a que mi suegra me mantenga? Pues se equivocó. Mijita, vaya recoja sus chiros y se me van los dos de aquí ahora mismo!

Nos sacó. Nos fuimos a pedir posada donde Ramón, un amigo, quien nos tuvo en su casa por diez días. Esa mañana, cuando estábamos desayunando, Ramón dijo:

_Muchachos, tengo que decirles algo: ustedes saben que si yo tuviera plata, seguiría ayudándolos, pero… desafortunadamente no es así; por favor, compréndanme, no quiero que se enojen, pero tengo que pedirles que se vayan.

Nosotros entendimos la situación y le agradecimos. Salimos. Nos sentamos en la banca de un parque y desde allí, mi esposa llamó a su hermana para preguntarle cómo estaban las cosas por allá. Le contó lo que nos estaba ocurriendo pidiéndole que no le cuente a mi suegra. Tengo entendido que mi cuñadita le contó, porque unos minutos después, Alba Lucy recibió la llamada de ella. Le pidió que vuelva a la casa, pero sola. Mi esposa le respondió que entonces se quedaba conmigo, aunque tuviera que pasar hambre. Entonces aceptó que volviéramos los dos. Me empleó en  su empresa como Control de Calidad pagándome el mínimo, pero algo es algo. Cada que podía me echaba sátiras. Se le notaba que me odiaba. El hecho es que un año después falleció de cáncer.

Un día me tomé unos tragos y llegué tarde. La mona me recibió furiosa y me dijo que ni crea que con ese olor a aguardiente me iba a dejar que durmiera con ella. Así que me tocó ir a acostarme a la alcoba que pertenecía a mi suegra. Me metí entre las cobijas tranquilo y me dormí. Un rato después, me desperté al escuchar que alguien empujaba la puerta. Yo estaba convencido de que era mi esposa que venía a acostarse conmigo.  Entre sombras la vi entrar, caminar hacia la cama y  meterse entre las cobijas. Yo, en agradecimiento y con todo mi amor la arropé muy bien y la abracé. Al hacerlo,  me di cuenta de lo flaca que estaba. Esto me causó impresión y retiré mi brazo. La luz exterior que se filtraba por la ventana me permitió  mirarla. Entonces comprendí que no era mi esposa. Era… mi suegra! Inmediatamente se lanzó sobre mí rasguñándome los brazos y el pecho. Intentando protegerme, me volteé y me clavó sus uñas en la espalda. No pude evitar lanzar un grito de dolor. Al momento llegaron mi esposa y mi cuñada y encendieron la luz. Mi esposa se tapó la boca con las manos ahogando un grito al verme lleno de sangre. Mi cuñada me preguntó qué había sucedido. Yo le contesté: “Fue una visita de mi suegra”.

_¿Cómo así?

_Así como lo oyen”.

_Dices que tienes las pruebas?–dijo Imelda-

Saúl se quitó la camisa. Todos quedamos aterrados de ver aquellas cicatrices.

_¿Bueno y aún vives en la misma casa?

_No. A los pocos días nos mudamos a un apartamento. Mi cuñada se fue a vivir con su novio y la casa se vendió. Ahora ya estoy trabajando en lo mío y tuve la oportunidad de comprar mi propio techo.

_Felicitaciones. Eso merece otro hervido.

_Yo también era de la misma opinión de Saúl. –Comentó Erick- hasta que me sucedió algo que casi me hace morir del susto.

Todos se dispusieron a escuchar la narración.

“Unos tres años atrás, un tío hermano de mi mamá, compró una finca pequeña en tierra caliente en el departamento del Tolima.  Lo primero que quería era acondicionarla a su gusto, así que nos invitó a mi mamá, a mi hermana y a mí, para que le ayudáramos a planear el arreglo. Llegamos allá el sábado  y nos pusimos manos a la obra.  Cuando terminamos, conversamos un rato y, más o menos a las nueve de la noche, nos despedimos para irnos a acostar. La cabaña tenía tres alcobas: en la principal se acostaron mi mamá y mi hermana, en la segunda, mi tío y, la que quedaba al fondo junto a la extensa zona verde, me la dejaron a mí.  Tan rápido como me dormí, me desperté con la sensación de no estar solo. Abrí los ojos. La oscuridad no era tan marcada. Miré alrededor sin sentir ni tan sólo un poquitín de miedo. Mas, al descubrir en una de las esquinas una figura, me impresioné un poco. Traté de esforzar la vista para averiguar de qué se trataba; la figura se fue aclarando hasta transformarse en una mujer que me miraba fijamente. Estaba rodeada de cierto resplandor. Me incorporé un poco sobre el espaldar de la cama sin dejar de mirarla, hasta que escuché una voz que me decía:

_“Ayúdame”.

En el mismo instante,  sonó una risa malévola como de hombre en otro lado de la habitación. Al comienzo no pude precisar de dónde venía. La risa terminó y una voz macabra dijo:

_¡“Abajo”!

Giré la cabeza  al lugar de donde venía la orden. Descubrí otra presencia totalmente negra con un brazo estirado señalando a los pies de la mujer. El miedo se apoderó de mí tanto, que no pude ni moverme ni articular palabra. La imagen de la mujer fue perdiendo su resplandor y, para explicarlo mejor, empezó a enterrarse en el piso hasta desaparecer por completo. La macabra risa se volvió a escuchar produciendo un eco aterrador. No supe más. Creo que me desmayé. Volví a despertar cuando ya la luz del día se adentraba en mi alcoba pasando por la cortina. Salté de la cama inmediatamente y fui a golpearle la puerta a mi tío.

_¡Siga! Dijo con voz soñolienta.

Entré y le conté lo sucedido.

_Bueno, puede ser que la suerte me socorra con algún entierro de monedas de oro, jejeje. Hay que examinar el terreno.

_¿Qué sucede? –Preguntó mi mamá quien ya estaba en la cocina preparando el desayuno-.

Le conté lo ocurrido.

Más tarde, mi tío entró armado de un barretón.

_Bueno, este piso hay que cambiarlo. Pero antes de eso, vamos a hacer una pequeña inspección. Quiero que me señales el sitio donde dices que viste a la mujer.

_Aquí.

Mi tío tacó suavemente.

_Comparemos. –Dijo golpeando en otro sitio-.

_Sientes la diferencia? Aquí suena hueco. ¡Miremos! –Exclamó golpeando duro-

El pavimento comenzó a ceder y ceder hasta permitir que se abra un agujero de unos diez centímetros de diámetro. Al golpear en el centro se escuchaba un sonido como de madera. El todo fue que descubrimos un cuadrado de madera de unos sesenta por sesenta centímetros. Le hizo palanca con la pica y se levantó de un lado dejando salir un olor raro.

_Esto parece un sótano. –Dijo. El olor no indica nada bueno. Será mejor dar parte a la policía-.

Con nosotros regresaron dos policías, quienes se encargaron de levantar la tapa. Debajo había unas escaleras. Ellos bajaron con linternas. Lo que encontraron fue un esqueleto estirado en el piso. Subieron sin tocar nada. Sólo tomaron fotos con sus celulares, nos explicaron que necesitaban una orden para que se haga el levantamiento del cadáver; clausuraron la alcoba y se fueron.Después de unos días tuvimos conocimiento de que el cadáver era de una mujer que desapareció hacía mucho tiempo. Seguro la mataron o la dejaron en el sótano hasta que murió. La finca fue devuelta”.

_¡Uyy! No hubiera querido estar en tu pellejo. De sólo pensarlo se me pone la piel de gallina. ¿Quién sigue?

_Yo también quiero contarles algo que me sucedió en un bus. –Dijo Leonor- Claro que no es así que digamos, “¡qué terror!”, pero a mí me impresionó mucho.

_Cuéntanos.

“Como siempre, salí a las diez de la noche de la universidad y caminé dos cuadras para tomar mi bus.  Pasó tan lleno, que pensé: “Voy a esperar el otro”. No pasaron ni cinco minutos, cuando llegó. Lo tomé. En ese tiempo no existían los del SITP. Después de pagarle al conductor, miré dónde sentarme. Con excepción de la banca que queda antes de la puerta de atrás, todas estaban llenas. Me senté en el lado de la ventana. En la siguiente esquina, el bus paró y se subió una mujer vieja, mal vestida y con un ojo dañado. Su presencia de por sí, inspiraba miedo. Sabía que se sentaría junto a mí, porque no había más en dónde hacerlo. Yo volteé a mirar hacia la calle. Había empezado a llover. La mujer se sentó bruscamente, casi sobre mí. Yo me corrí lo que más pude sin mirarla, pero ella volvió a empujarme contra la ventana. Nuevamente me corrí haciéndome lo más delgada que podía, pero no contenta con eso, volvió a apretar mi cuerpo con el suyo. Sentí que me asfixiaba. Entonces, con mucha rabia, giré mi cabeza para pedirle que deje de empujarme. Mas cuál sería mi sorpresa al darme cuenta de que a mi lado no había nadie. Busqué en el resto de asientos para ver en dónde se había sentado, pero no había ni señas de aquella mujer”.

Todos los presentes estábamos mudos. Alguien preguntó:

_Y quién… o, mejor, qué crees que sucedió?

_Al igual que ustedes, no lo sé. Lo único que se me ocurre pensar es que fue un fantasma.

Arnold, otro de los presentes, dijo:

_Ahora si viene el mío:

“Hace un tiempo compré una moto muy hermosa. La conseguí por el periódico. Me extrañó el bajo precio, para ser de modelo reciente, de buena marca y de estar casi nueva. Tenía traspaso abierto y quien la vendía era el hermano del que figuraba en la tarjeta de propiedad. El me aseguró que era el dueño, puesto que el hermano se la había entregado en pago de una deuda. No le vi problema y realizamos todos los trámites sin ninguna dificultad. Después de ésto, me fui feliz a mostrársela a mi familia. La estacioné en el garaje de mi casa en frente de la puerta de entrada. Todos la admiraron, me felicitaron y me recomendaron que tenga cuidado al manejarla. Mientras almorzábamos, quedó en el lugar en donde la dejé. Mi padre, terminó y le dijo a mi mamá: “Vieja, siéntate acá que yo ya terminé”.Y se levantó para ubicarse en una de las butacas. De pronto, me llamó haciéndome señas con la cabeza. Yo me acerqué a ver qué deseaba, y me dijo al oído: “¿Por qué no haces seguir al joven que te está esperando? Debe estar cansado de estar arrimado a la moto esperándote”. Yo le respondí: No, no hay nadie esperándome. “Y entonces, ¿quién es ese joven que está afuera?” Yo volteé a mirar intrigado y le respondí: No hay nadie afuera. Mi padre se levantó y salió. Cuando regresó, me dijo. “Qué cosa tan rara. Vi con toda claridad a un muchacho de bluejeans y camisa azul a cuadros sentado sobre la moto”.

Dos horas más tarde, llegó la novia de mi hermano. El salió a abrir y la hizo pasar. Nos saludamos como de costumbre y me dijo: “¿Vas a comprar moto?” Le respondí que si. Ella siguió: “Y el que está allí era el antiguo dueño?” “¿Cómo así?”  “¿Quién?”  Le pregunté. Ella no respondió sino que señaló con el dedo pulgar hacia la moto.  Por supuesto yo me sentí intranquilo. Ven, salgamos y verás que no hay nadie. Así lo hicimos. Ella dijo: “No puede ser! ¡Estaba arrimado contra la moto! Era un muchacho de jeans y camisa azul a cuadros.

Que dos personas describieran  al supuesto muchacho exactamente igual, era para preocuparse. Pero la cosa se puso más extraña, cuando entrando la noche alisté mi casco, mi chaqueta y mis guantes y le dije a mi madre que iba a dar una vuelta. Salí a buscar a mis amigos. Iba muy tranquilo cuando al mirar por el espejo antes de cruzar una esquina, vi a un muchacho sentado justo detrás de mí en el puesto del pato. Estaba vestido tal como lo indicaran mi padre y mi cuñada. No me sentí con ánimos de seguir. Regresé a mi casa y fui en busca de mi padre para contarle lo sucedido con la novia de mi hermano y en la reciente salida. El me aconsejó que comentara el hecho con quien me la había vendido para ver qué explicación me daba. Me dirigí a mi alcoba a dormir muy preocupado. Inesperadamente, escuché que alguien prendía la moto en el garaje. Me levanté de inmediato, encontrándome con mi padre y mi hermano quienes salían a preguntarme qué sucedía. Bajamos los tres hasta el garaje. La moto estaba prendida. Cerré el contacto para apagarla. Nos miramos los tres y fue mi padre quien dijo: “Lo mejor en este caso es contarle todo lo sucedido  al vendedor y pedirle que le devuelva la plata. Creo que aquí hay muerto encerrado”.

Efectivamente, al día siguiente fui a su casa. Me atendió la mamá. Al contarle lo sucedido, soltó el llanto y me contó que su hijo se había estrellado en esa moto y que había fallecido. Llamó a su otro hijo y le exigió que me devuelva el dinero. No sé qué ocurriría después”.

_¡Tremendas historias! –Comenté- Están muy buenas para escribirlas, si ustedes lo autorizan.

_¡Claro! –corearon-

_Muy bien. Y creo que ya es hora de marcharnos. Me gustaría que nos encontráramos nuevamente.

_Profesor, para nosotros fue un placer volver a estar con usted. Pasamos una velada muy sabrosa. Espero que todos podamos dormir.

_ ¡Jajajaja!

FIN

Autor: HUGO HERNAN GALEANO REALPE. Derechos reservados.

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