Steven y Vanessa llevaban dos meses de casados. Ellos habían concursado para acceder a un empleo del estado y, justamente esa mañana, fueron llamados para comunicarles que habían sido seleccionados para trabajar en un municipio que distaba unas seis horas de Bogotá. Se les advirtió que el pueblo, por ahora, no tenía luz eléctrica, aunque se estaba trabajando en ello. De todas maneras, el sueldo era muy bueno.
Salieron en el bus de las tres p.m. llevando consigo lo necesario para instalarse un tiempo en ese municipio, y una cantidad combinada de sueños y temores. La carretera era una completa trocha en la que el conductor tenía que maniobrar el volante con mucha habilidad, para poder sortear la cantidad de huecos y baches que se presentaban.
Faltaría una hora para llegar, cuando comenzó a caer un aguacero acompañado de truenos y rayos. En esas condiciones, cerca de las diez de la noche, hicieron su entrada al pueblo. Los pasajeros fueron bajándose del bus, y cuando éste llegó al sitio en donde funcionaba la agencia, los únicos eran Steven y Vanessa. Por supuesto, la agencia estaba cerrada.
_Hasta aquí llegamos. Ustedes son forasteros, cierto?
_Así es. Usted podría indicarnos un hotel?
_Tendrían que cruzar la plaza hasta el otro lado. Allí hay uno que me parece el mejor de los únicos dos que hay en el pueblo. Tienen que llamar a la puerta porque debe estar cerrado.
_Muchas gracias.
Recibieron su equipaje y comenzaron a caminar bajo el torrencial aguacero y en medio de la oscuridad. Sin embargo, el corazón del conductor se ablandó y, haciendo sonar el pito, les gritó: _Vuelvan! Yo los llevo!
Encendió el carro y esperó que la pareja volviera a subirse. Claro que ya estaban totalmente empapados.
_Gracias!
_Excúsenme. Debí haberlo hecho desde antes.
_No se preocupe. Es un gran favor el que nos hace.
Llegaron al hotel, tomaron café con un buen trozo de pan e inmediatamente pasaron a la alcoba a instalarse. El cansancio del viaje hizo que se durmieran al instante. Al día siguiente, muy temprano, se despertaron con el canto de los gallos y el trinar de los pájaros.
_Hola, mi amor, cómo amaneciste?
_Nunca había tenido un despertar tan hermoso.
_Esa es la diferencia de vivir en un pueblo. Y, desde hoy, aquí formaremos nuestro hogar por lo menos, por un buen tiempo
_Por mí, dichosa!
_Bueno, después de tomar un baño y desayunar, iremos a presentarnos a nuestro sitio de trabajo. Pero antes, le pediremos al dueño del hotel que nos ayude a encontrar una casa en arriendo.
Unos días después, ya se encontraban muy bien instalados en una hermosa casa con un gran patio seguido por un huerto con varios árboles. Tenían que soportar incomodidades ocasionadas por la carencia de energía eléctrica, pero eso se compensaba con la tranquilidad, la pureza del ambiente, el no tener que tomar bus para ir a trabajar, y otras cosas.
Un domingo salieron a disfrutar de la naturaleza por las afueras del pueblo. Disfrutaron tanto metiéndose a un río de frescas y limpias aguas, cogiendo frutas de los árboles, corriendo por los prados, etc., que el tiempo se les fue volando. Regresaron cuando ya la tarde se iba apagando. Alcanzaron las primeras casas cuando ya casi oscurecía. Por las ventanas y las abiertas puertas, se alcanzaba a ver las velas y lámparas encendidas. Luego seguía un lote sin ninguna vivienda, y después de éste, una casa totalmente cerrada y sin una luz que indicara que estaba habitada. Además, en la fachada se notaba los estragos del tiempo. La pintura se levantaba en varias partes.
_Mira, mi amor, -Dijo Steven- esta casa parece que está deshabitada. Podría estar en venta. Sería bueno preguntar a los vecinos.
En ese momento, la cortina de una de las ventanas se movió y la cara de una mujer se asomó por escasos segundos, para volver a su estado anterior.
_Si está habitada. Y la expresión pálida y seca de esa mujer me causó escalofrío. Mejor, vámonos.
_No, debe ser alguien encargada de cuidarla. Preguntemos.
Llamaron varias veces a la puerta sin que les abrieran; y cuando ya se iban, detrás de ellos, alguien preguntó:
_Se les ofrece algo?
_Buenas tardes, señor. Estábamos comentando sobre esta casa. Creímos que estaba desocupada y que podría estar en venta, pero…
_Esta casa está deshabitada desde hace cinco años.
_Pero hay alguien que la cuida.
_Serán los fantasmas. Ja ja ja. Pueden averiguar en la alcaldía. La casa no tiene dueño. –Y comenzó a alejarse de ellos.
_Pero…
_No tiene dueño. Y creo que nadie se atrevería a vivir allí.
_Entonces la mujer que vimos, qué? –Preguntó Vanessa-
_Lo dicho: alguna cuidadora.
Cuando a Steven se le metía una idea entre las cejas, no descansaba hasta realizarla. Al día siguiente, lunes, en un momento dejó su trabajo para ir a averiguar a la alcaldía sobre la mencionada casa. Habló con la secretaria del alcalde. Ella le contestó:
_Esa casa perteneció a una pareja de extranjeros sin hijos que la construyeron y vivieron allí el resto de sus vidas. Primero falleció él y se creía que la esposa, doña Eugeene, se marcharía a su tierra natal. Sin embargo, se quedó. Después de la muerte de su esposo, salía a recibir su mesada y a comprar lo necesario; no tenía amistad con nadie. Ni siquiera una muchacha para el servicio. Dicen que muchas personas que pasaban por allí en horas en que caía la noche, la escuchaban llorar. El caso es que, cuando ella murió, pasó a manos del estado. Nadie ha ofrecido compra por ella. El único interesado es usted. Le sugiero que hable con el alcalde. Hace unos días se hablaba de subastarla. Usted podría acceder a ella y creo que ganaría porque nadie más está interesado. La gente de aquí no se le mide porque hasta dicen que está encantada.
_Pero hay alguien que cuida la casa, verdad? La vimos en la ventana.
_A nadie se ha contratado para cuidarla.
Unos días después, el encargado de realizar los “oficios varios” de la alcaldía, pegaba unos avisos en las esquinas anunciando la subasta de aquella casa. Había un plazo de quince días para consignar el valor correspondiente a la base, más pasaron los quince días y sólo había en el banco una consignación. Así que fue entregada a Steven y Vanessa por una cantidad con la que en Bogotá no se compraría ni un minúsculo lote.
Al día siguiente buscaron al cerrajero del pueblo para que abriera las cerraduras existentes y colocara otras. Su asombro fue muy grande cuando encontraron que, por dentro, estaba muy conservada y con todo lo necesario para habitarse. Incluso, en los dos armarios, aún estaba la ropa de los antiguos propietarios, y algunas cosas también de su pertenencia. En las paredes todavía estaban los cuadros. Uno de ellos era una pintura de los dos ancianos en sus tiempos mejores. Vanessa se quedó mirándola y dijo a Steven:
_Mira, no te parece que la mujer que vimos tras la ventana tiene un gran parecido con la de aquella pintura? Claro que aquí no está tan vieja.
_ Ya te conté que esa señora murió después de su esposo. No puede ser la de la ventana.
Los dos acordaron esperar hasta el fin de semana para hacer aseo, sacar lo que no les servía, incluida la ropa, y trasladarse. Para el efecto contrataron el servicio de dos mujeres jóvenes.
El sábado comenzaron temprano y trabajaron hasta mediada la tarde, tiempo en que la pareja salió
A traer algo de comer. Mientras tanto, las dos ayudantes se distribuyeron los lugares para trapear y secar. Una de ellas estaba pasando el trapero, cuando sintió los pasos, según creyó ella, de Steven. Volteó a mirar y se encontró con la presencia de un hombre viejo, alto, canoso, que la miraba con el ceño fruncido. La muchacha sintió un frío que le invadía la espina dorsal. Quiso preguntarle quién era, mas no pudo articular palabra. El pánico aumentó cuando, ante sus ojos, la figura se desvaneció como si fuera de humo. Tardó unos segundos en lanzar un desesperado grito. Su compañera acudió de inmediato en su ayuda. La encontró pálida a punto de caerse. Le tomó los hombros.
_¿Qué pasó?
Le contó lo ocurrido.
_Ese hombre tiene que ser el antiguo dueño. Entonces es cierto lo que dicen. Que esta casa está encantada y que varias veces se ha visto a los viejos.
_Yo me voy!
_No! Acabemos juntas el trabajo para que nos paguen. Y es mejor que no les comentemos nada. Pobrecitos. Ellos están muy felices con la compra de esta casa. No les quitemos la ilusión! Nosotros nos vamos y ya.
Cuando la noche comenzó a caer, ya solos en su propiedad, encendieron las velas en varias partes de la casa y juntos la recorrieron. Faltaba por arreglar el huerto. Eso lo dejarían para después. A las ocho de la noche ya estaba completamente oscuro. Cerraron la puerta de entrada, encendieron la linterna y apagaron las velas, con excepción de las de su alcoba. Se encerraron en ella y se dispusieron a dormir.
Serían las dos de la mañana cuando Vanessa se despertó sobresaltada. No sabía qué la había despertado, hasta que escuchó el desconsolado llanto de una mujer. Agudizó el oído… No cabía duda. Alguien lloraba. Pero… quién? Con suaves toques comenzó a despertar a su esposo.
_¡Steven, despierta!
_¿Qué sucede?
_Escucha!… alguien llora. Parece el llanto de una mujer.
_Es verdad. Voy a mirar. Espérame aquí.
_Noo! Papacito! Voy contigo!
Steven tomó la linterna y los dos salieron guiados por el llanto. Parecía que venía de la sala, y hacia allí se dirigieron; mas cuando se disponían a empujar la puerta, les pareció que provenía de otra de las alcobas. Vanessa, sin hablar, hizo señas a su esposo de ir hacia ese sitio. Llegaron hasta la puerta, la abrieron, pero allí no había nadie. Parecía que el llanto venía… de la alcoba principal! Se devolvieron hasta llegar a la puerta. En efecto, el llanto venía de allí. Sus corazones palpitaban muy aprisa. Empujaron la puerta y dirigieron la luz de la linterna a varias partes. En ese momento el llanto dejó de escucharse. Se miraron sin saber qué hacer. Vanessa se abrazó a Steven con fuerza.
_Ven, encendamos la lámpara. –Caminaron hacia la mesita de noche de su cama y encendieron la lámpara de alcohol industrial. La alcoba se iluminó un poco. Se acostaron muy bien abrazados.
_Tal vez debió ser en la calle o en alguna de las casas cercanas. De noche el sonido se esparce con mayor facilidad. –Explicó el esposo. Poco a poco el sueño se apiadó de ellos-
Una tarde, al llegar del trabajo, Vanessa decidió preparar la cena mientras Steven hacía algunas cosas en el estudio. Estaba concentrado en el escritorio cuando algo se cayó de un estante. Giró la cabeza. Un hombre de edad lo miraba de tal manera que parecía enojado. El joven se quedó quieto sintiendo cómo un frío intenso se metía por su espalda. Miró al hombre de arriba abajo. Curiosamente no podía mirarle los pies. Parecía como si no estuviera parado en el piso; como si flotara. El miedo no le permitió preguntarle quién era. En ese instante le habló o, mejor, sintió las palabras dentro de su cabeza:
_ “Váyanse. Mi esposa no quiere que estén aquí. Nada de esto les pertenece. Es de mi esposa”.
Steven trató de dominar su miedo aunque no pudo expresar con palabras lo que hubiera deseado decirle. Solamente lo pensó:
_ “Señor, no estamos haciendo ningún daño. Por favor, permítanos estar aquí. Déjenos que le cuidemos su casa”. –Inexplicablemente, el hombre viejo adivinó sus pensamientos-
_ “Ella no quiere”.
Inesperadamente el miedo que sentía Steven desapareció. Al fin pudo moverse. Se levantó y le dijo en voz alta:
_Ayúdeme! –A pesar del semblante borroso que presentaba el hombre, creyó ver que su cara cambiaba de actitud. No contestó nada y la imagen se fue perdiendo hasta desaparecer. En ese momento entró corriendo su esposa.
_¿Con quién hablas?
_Este… No… con nadie… Pensaba en voz alta.
_¿Me estás ocultando algo?
_No… de ninguna manera. Vamos a la cocina; ¡me muero de hambre!
No habían salido del estudio, cuando en la cocina se escuchó el ruido de platos al caerse. Aligeraron el paso para encontrarse con el cuadro de los platos, en su totalidad, rotos en el piso. Vanessa se cogió la cabeza con ambas manos. Steven, como para apaciguar los ánimos, dijo:
_Voy por la escoba y el recogedor.
Después de limpiar el desorden y acompañado con el silencio de su esposa, él siguió:
_No vamos a desperdiciar la comida. Vamos a comer en los pocillos, aunque nos toque repetir cien veces. Yo sirvo.
Ella rompió su silencio para decir:
_Creo que fue mala idea comprar esta casa.
_Mi amor, no digas eso. No fue más que un incidente.
_Tú bien sabes que no es así. Aquí hay algo que no nos va a dejar vivir en paz.
En efecto, parecía que doña Eugeene estaba decidida a declararles la guerra. Poco después de la media noche, la pareja dormía, cuando la puerta de la alcoba se abrió con estrépito. Aunque Steven no se despertó, Vanessa quedó despierta en el acto. En medio de la oscuridad alcanzó a ver la figura de una persona que entraba lentamente. Ella se incorporó a medias en la cama. Colocó su mano en el hombro de su esposo llamándolo por su nombre. El ni se inmutó. La figura se acercó hasta el filo de su cama mirándola. Vanessa la reconoció inmediatamente: era la mujer que habían visto en la ventana cuando curioseaban la casa. Su cara era cadavérica y extremadamente pálida.
_¿Quién es usted? –preguntó sin obtener respuesta. En seguida le dijo con una voz chillona:
_ “¡Váyanse!” ¡No voy a permitirles vivir en mi casa! – Se acercó tanto a Vanessa, que ella no aguantó más. Lanzó un alarido antes de desmayarse. El grito despertó a Steven.
_¡Mi amor! ¿Qué ocurre? –El ruido de la puerta al cerrarse con fuerza, lo hizo saltar. Quiso ir a ver quién lo había hecho, pero prefirió quedarse al lado de su esposa. Encendió la lámpara y comenzó a golpearle suavemente las mejillas para hacerla entrar en calor. Ella poco a poco fue despertando. Ya totalmente consciente, se abrazó a él llorando desconsolada.
_Tranquila, mi amor. Aquí estoy para protegerte.
_¡Me quiero ir de esta casa! ¡No quiero quedarme aquí! –Steven empezó a llenarse de coraje-
_Mira, mi amor, no permitiré que nada ni nadie te haga daño. Voy a defenderte y a defender lo que es mío. Te lo prometo. Mañana vamos a volver al hotel.
_Gracias, mi amor. Te agradezco en nombre mío y del hijo que estamos esperando.
_¿Cómo así? ¿Por qué no me lo habías dicho?
_Quería darte la sorpresa este sábado que es tu cumpleaños.
_Gracias, mi amor. –La abrazó muy fuerte- Con mayor razón voy a luchar por los tres.
Al día siguiente, fueron al hotel y pidieron al propietario que les alquile una habitación. Almorzaron allí y, al finalizar el día, volvieron para comer y pasar la noche. Lo que no comentó a su esposa, fue la visita que le hizo al cura párroco y el acuerdo que hicieron los dos. A eso de las nueve, le pidió a su esposa que lo esperara, que tenía que hacer una diligencia personal, y salió, prometiendo no demorarse.
Se dirigió a su casa armándose de valor y entró dejando la puerta abierta. Por supuesto estaba completamente en tinieblas; sin embargo, se dirigió hasta la cocina. Tomó una silla y se sentó. Solamente esperó. Al fin, sintió unos pasos en el pasillo de fuera. El pánico quiso hacer presa de él, más logró dominarlo. Ya con los ojos acostumbrados a la oscuridad, percibió la figura que entraba. Sintió un intenso frío invadiendo su cuerpo. Se paró delante de él y le clavó su vacía mirada. Fue cuando él comenzó a hablar:
_Doña Eugeene, no vengo a pelear con usted. Vengo a decirle que sé que esta casa es suya. No pretendemos quitársela. Mi esposa y yo queremos cuidarla como usted la cuidaba. Por favor! Permítanos quedarnos. Necesitamos estar aquí especialmente ahora que vamos a tener nuestro hijo. Sé que usted es buena. El párroco dijo que usted era una gran mujer. Ayúdenos! Sé que puede hacerlo. Ya no la necesita. Puede irse tranquila. Con el padre Emiliano queremos ayudarla como también a su esposo, a seguir su camino en el más allá. El viene en un momento para acá.
En ese instante, el padre Emiliano entraba con sus acólitos, haciendo sonar una campanilla y entonando unos cantos religiosos. Llegó hasta la cocina y dirigió unas palabras pidiendo al Padre Eterno su ayuda para que guíe a los antiguos propietarios a continuar su viaje y exhortándolos para que abandonen la casa y puedan hacerlo. En ese momento se sintió una suave brisa la que trajo una sensación de tranquilidad que se expandió por todo el lugar. Encendieron las velas, hicieron una especie de procesión por el lugar y, después de agradecer al sacerdote, Steven salió para el hotel radiante de felicidad.
Al llegar a la habitación, su esposa lo recibió con una pequeña recriminación:
_Te estabas demorando. –Mas al ver la cara de felicidad que traía, cambió de actitud- Qué te pasa?
_Mi amor, mañana podremos volver a nuestra casa. –Y en pocas palabras le explicó lo sucedido. Ella, aunque al comienzo se postró reacia, al ver la seguridad de su adorado esposo, accedió. Afortunadamente, nunca volvieron a sentir ninguna extraña presencia.
FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados