La celebración de la semana mayor se acercaba. Danny comentó con sus compañeros de trabajo el deseo de salir fuera de Bogotá a pasar unos días de descanso a alguno de los tantos hermosos y tranquilos pueblos de Boyacá.
_Danny –dijo una de las compañeras- mi papá tiene una casa tal como usted la quiere en una vereda ubicada antes de llegar a Villa de Leyva.
Está totalmente equipada y sola, pues él vive en Tunja. Si usted desea, yo le pregunto si se la puede arrendar. Para cuántos días la necesita?
_Para cuatro días. Lógicamente yo llevaría todo lo relacionado con cobijas, sábanas, etc.
_Y cuántas personas irían?
_Tres: Mi esposa, mi perro y yo. Hay que aclarar que mi perro tiene cama propia.
_Ja ja ja. Yo le pregunto y le aviso mañana.
_De acuerdo.
Todo estuvo arreglado y el siguiente jueves salieron muy temprano en su camioneta rumbo a aquella vereda. En la casa estaba el padre de la compañera esperándolos. Se saludaron y se presentaron muy cordialmente. Luego, el anfitrión les indicó la habitación en donde se acomodarían, les entregó las llaves, le alargó un papel con la dirección de su casa de Tunja, para que, al regresar las entregaran allí, y se despidió. Tan pronto salió, los huéspedes se instalaron y, luego, pasaron a la cocina para prepararse unas onces. Después de calmar el estómago, salieron a caminar por el pequeño pueblo.
Al pasar, la gente los saludaba atenta. Los habitantes estaban emperifollados con sus mejores galas debido a que era “Día Santo” para los practicantes de la religión católica. Salieron del poblado. Danny caminaba orgulloso llevando a su lado izquierdo a su hermosa esposa y al derecho el imponente Pastor Alemán. Caminaron por largo rato, almorzaron en uno de los restaurantes de la vía y regresaron ya al atardecer cuando comenzó a caer una pertinaz llovizna.
Se sentaron bajo un alero en el huerto de la casa mirando cómo el viento mecía los árboles y escuchando el sonido de la lluvia. Poco después, el frío empezó a penetrar en las piernas hasta meterse en los huesos y subir hacia las rodillas. El perro se adormecía recostado a un lado de Danny, apoyando el hocico sobre una de las manos. Un ruido indefinible se escuchó dentro de la casa y el fiel compañero levantó la cabeza mirando hacia el zaguán que daba al huerto. Al comienzo emitió un gruñido y luego se paró y empezó a ladrar mirando fijamente a un punto como si hubiera alguna persona frente a él. Danny lo llamó y le preguntó:
_¿A quién ladras? Mira que no hay nadie. –El Pastor miró una vez más hacia el mismo punto y se sentó. En eso, Karen, la esposa de Danny, dijo:
_¿Qué fue eso?
_No sé. Se dice que la madera suena cuando hay cambio de temperatura.
_Está haciendo mucho frío. Vamos a preparar un café caliente. Entraron. Ella tomó una jarra, la lavó a pesar de que lucía limpia y la llenó de agua. Encendió la estufa y colocó aquella jarra. Unos minutos después, el agua producía el sonido característico al hervir. Después de dejarla reposar un poco sobre el mesón, añadió café en polvo y azúcar. El delicioso aroma se esparció por el lugar. Todavía estaba muy caliente. El, buscó dos pocillos y los colocó cerca de la jarra; sin embargo, ésta se corrió algo así como unos treinta centímetros ante los incrédulos ojos de la pareja y sin levantarse. No encontraron ninguna explicación a lo sucedido. Ella se abrazó a su esposo con miedo.
_ Tranquila. No te asustes. No sabría decirte qué, pero algo debió hacer que la jarra se mueva.
Para completar la escena, algo o alguien cruzó el zaguán por el frente de la puerta de la cocina. Inmediatamente se asomaron, pero no había nada. Nuevamente el perro comenzó a ladrar en esa dirección.
_Bueno, no desperdiciemos el café. –Dijo Danny sirviendo en los pocillos. Tomaron la bebida entre soplidos y sorbos. Karen, dijo:
_Esta casa me produce miedo.
_No hay que pararle bolas a eso. Ya estamos aquí y vamos a disfrutar de la mejor manera.
Se sentaron a tomar su café. El frío era cada vez más intenso. A Karen le temblaban las quijadas haciendo que sus dientes chocaran entre sí.
_Mi amor, estás temblando. Este frío ya se está tornando exagerado. Creo que debemos irnos a la cama. Ven! –dijo Danny estirándole los brazos. Ella se apoyó en ellos y se levantó. Salieron a asegurar la puerta que daba al huerto-
Una vez en la espaciosa alcoba, se colocaron sus piyamas y se metieron en la cama. La puerta la habían dejado abierta y en el pasillo, frente a ella, habían colocado la cama de su mascota. Apagaron la luz. La oscuridad era total. Al poco rato se durmieron.
Serían las tres de la mañana cuando los gruñidos del perro los despertó. Los sorprendió el hecho de que la alcoba estaba un tanto iluminada. El resplandor venía del fondo y parecía que, en medio de él, había una persona.
_¿Quién está ahí? –Preguntó Danny. Seguramente era a eso a quien gruñía el animal. Sin embargo parecía que lo hacía con temor, puesto que ni ladraba duro ni hacía el intento de atacar-.
El nerviosismo se apoderó de ellos, ya que no sabían de qué se trataba. Inesperadamente, la figura se volvió más visible. Lo primero que pudieron distinguir fue el sombrero que cubría su cabeza. Luego, el bulto de su cuerpo. Era una mujer. Se podía apreciar sus facciones. Tenía una expresión de enojo. Karen se prendió con fuerza del brazo de Danny.
_¿Quién… es… usted? –Preguntó Danny con temor-
En lugar de responder a la pregunta, la aparición dijo con voz tenebrosa:
_¿Qué hacen en mi casa? ¡No tienen que estar aquí! ¡Váyanseee!
El espectro se fue desapareciendo lentamente. Los esposos encendieron la luz mirándose con miedo.
_Vayámonos! –Pidió Karen casi llorando.
_Mi amor, cálmate. Recuerda que tenemos que pasar por Tunja entregándole las llaves al propietario y no podríamos. Llegarle tan temprano. Dejemos la luz encendida hasta que amanezca, recogemos nuestras cosas y nos vamos.
_Pero, por favor no te vayas a dormir.
_Te lo prometo.
Tan pronto fueron las seis de la mañana, la pareja se levantó y comenzó a recoger sus cosas y a subirlas a la camioneta.
Al llegar a Tunja, ubicaron la dirección del dueño de la casa y llamaron a la puerta.
_¡Don Danny! Y ese milagro?
_Señor, venimos a agradecerle por su hospitalidad y a entregarle las llaves.
_Pero… habíamos quedado en que se quedarían hasta el domingo!
_La verdad… el sitio es muy frío.
_Entonces, tendría que devolverles…
_No se preocupe, dejemos así. Eh… a propósito… en la casa murió alguien?
_Si señor, mi esposa. Por qué me lo pregunta?
_No… creí habérselo escuchado a su hija. –Se despidieron-
Ya en camino a Bogotá…
_¿Por qué no me contaste que esa señora había muerto allí?
_No lo sabía.
FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos de autor reservados.