Ante-la-TumbaQué delicia tan grande es poder escaparse del ajetreo de las grandes ciudades a la tranquilidad, el aire limpio, el cielo azul y el hermoso verde de los bosques y montañas de un pueblo y el sonido de la lluvia. Sin embargo, las grandes empresas constructoras, están trasladando hacia allá, las urbanizaciones y centros comerciales. Con ésto, esa belleza puede llegar a disminuirse, pues lo que antes era una extensión de prados ganaderos y siembras, se está transformando en conjuntos residenciales.

Esta es una de tantas historias de personas que emigran de las ciudades a los pueblos cercanos. De esta manera, viven en un lugar y laboran en otro:

Ya cansados de pagar arriendo y, después de haber hojeado varias revistas de finca raíz, Azucena y Gustavo encontraron un conjunto de apartamentos totalmente construidos, que parecían acomodarse a sus expectativas. Tomaron la dirección del lugar en donde se encontraba el “apartamento modelo” y hasta allí llegaron. Quedaron realmente encantados.

El siguiente paso era mirar la maqueta. Tenía bastante zona verde. El agente de ventas les indicó las dos últimas torres recién terminadas cuyos apartamentos estaban aún sin vender, con excepción de uno. Y, desde luego, eran los más alejados de la avenida principal. Se podía decir que era el único pequeño inconveniente. La pareja conversó, analizó las ventajas y desventajas y, como la necesidad tiene “cara de perro” decidieron que en vista de que las torres no tenían ascensor por tener cinco pisos y que del tercero para arriba aumentaban progresivamente de precio, escogerían uno ubicado en el segundo. De acuerdo con sus posibilidades económicas era: ese o ese.

_¿Podemos mirarlo? –Preguntaron-

_No. Ustedes deben comprender que en este momento no está presentable. Lo que si les aseguro es que, quitando los muebles y adornos, es ni más ni menos que el apartamento modelo.

Asintieron resignados. Al día siguiente, consignaron la cuota de separación, firmaron los papeles correspondientes, pidieron prestado lo que les faltaba para completar la cuota inicial y, por último, solicitaron el préstamo a uno de tantos “generosos” bancos que, durante los quince largos años, obtienen exageradamente multiplicado el costo de la vivienda.

Dos meses después, llegaron con su trasteo a lo que ellos estaban seguros iba a ser su hogar definitivo. La cita era a las ocho de la mañana. Ya allí, estaba el empleado encargado de hacer la entrega. Subieron al segundo piso. En la puerta de acceso habían colocado dos globos pegados con cinta transparente, y un letrero en donde se leía: “Felicitaciones. Bienvenidos a su nuevo apartamento”.

Los nuevos propietarios no cabían de la dicha. Entraron y comenzó la entrega. Quince minutos más tarde, firmaban el “Recibido de conformidad” y el encargado se despidió. La pareja aprovechó para darse un abrazo y un amoroso beso.

_Ahora si, a subir nuestras pertenencias. –Dijo el padre bajando las escaleras seguido por su esposa. En eso, el mayor de los tres niños, llamó:

_¡Mamá, papá! –Ellos subieron de prisa-

_¿Qué pasó?

_¡Miren! –El muchacho señalaba por un de las ventanas- Es el cementerio!

Efectivamente, al otro lado del muro que limitaba el conjunto, estaba el cementerio municipal con sus tumbas y bóvedas blancas, adornado con árboles de ciprés.

Azucena y Gustavo se miraron uno a otro. Por unos segundos permanecieron en silencio. Al fin, el hombre dijo:

_Bueno, eso no tiene nada. Mi padre decía algo muy cierto: “A quienes hay que temerles es a los vivos. No a los muertos”. Y yo creo que los muertos, muertos están, y no van a hacernos nada. ¡Sigamos!

Gustavo había solicitado permiso ese viernes para aprovechar todo el fin de semana en el ordenamiento de su nuevo hogar. El domingo, al medio día, estaba ya todo en su sitio. Esa tarde, salieron a disfrutar del hermoso sol que bañaba las extensas zonas verdes. Al día siguiente tendría que levantarse más temprano para irse a trabajar.

Serían las siete y media de una noche de luna, cuando se bajó del bus. Con la felicidad de llegar a su nuevo hogar, empezó a caminar. Las calles estaban solas y hacía un poco de frío. Unos metros delante de él, caminaba un hombre. Le llamó mucho la atención el estilo de sombrero de copa alta que llevaba. Pensando en que debía comenzar a tratar con los vecinos, aligeró el paso. Sin embargo, su “vecino” no parecía caminar sino volar. Aligeró un poco más. Ya se veían las últimas torres. Estaba cerca de su apartamento. Con el fin de lograr que aquel hombre disminuyera su paso, saludó en voz alta:

_Buenas noches.

Pero, en lugar de contestar, aquel transeúnte aceleró un poco más y, ante los asombrados ojos de Gustavo, despareció.

_¿Eh?

Paró en seco buscando con la mirada en la distancia.  Sintió un intenso frío recorrerle todo el cuerpo. Reanudó la marcha hasta llegar a su apartamento. Allí estaban su esposa y sus hijos mirando una película. No tenían aún parabólica.

_Hola, todos. –Saludó-

_Hola, papi. –Corearon los niños-

_Hola mi amor. –Dijo su esposa levantándose para darle un beso.- ¡Estás pálido y helado! Ven te preparo un café bien caliente.

Mientras saboreaba su taza de café acompañado de unas deliciosas arepas, ella le dijo:

_Cómo te parece que fui a la primaria del colegio oficial que queda cerca a solicitar cupo para los niños y me lo concedieron. Empiezan desde mañana. No tenemos que pagar ni matrícula ni pensión. Sólo tenemos que comprarles los uniformes. Nos dan quince días de plazo. Me dijo el rector que la disciplina es excelente.

_¡Magnífico!

 

Era un poco más de la media noche, cuando Azucena se despertó al escuchar las risas de unos niños que jugaban. Esperó unos instantes. No eran sus hijos, puesto que la risa venía de fuera. Se sentó en la cama y se calzó unas chancletas. No quería despertar a su esposo, así que no corrió las cortinas sino que se metió bajo ellas por un lado. Miró hacia el prado al pie de la torre. No había nadie. Nuevamente, las risas rompieron el silencio. Descubrió que venían del… cementerio! Dirigió la vista hacia allí para encontrarse con el espectáculo de un niño y una niña que corrían uno detrás de la otra por entre las tumbas.

_”Cómo es posible que a esta hora y en ese lugar estén jugando?” –Se preguntó-

Como si le hubieran escuchado sus pensamientos, dejaron de correr, levantaron la cabeza, la miraron y desaparecieron detrás de dos tumbas gemelas.  La mujer se quedó sin habla y sin poderse mover mientras pensaba:

_”¡Son fantasmas!”

Esperó un momento mientras se recuperaba y luego salió de las cortinas. No pudo evitar lanzar un grito al mirar en medio de la penumbra de la alcoba, a un hombre con un sombrero de copa, que la miraba como si estuviera furioso. Afortunadamente, su esposo, se despertó inmediatamente al escuchar el grito y saltó de la cama preguntando:

_¿Qué pasa, mi amor! Y qué haces ahí? –Ella sólo miraba hacia el sitio en que hasta hace unos escasos segundos estaba el hombre del sombrero. Gustavo se acercó y la tomó de los hombros.

_Ven, amor mío. Vamos a la cama. –Encendió la luz- ¿Por qué te levantaste? Y ¿Por qué gritaste?

Ella le narró lo ocurrido entre sollozos. Al instante asoció la descripción que hizo su esposa del hombre, con el que él vio antes de llegar a su apartamento y que desapareció en el aire. Se quedó pensativo en silencio.

_¿No tienes nada qué opinar? No me crees, ¿verdad? ¿Piensas que estoy loca?

_Nada de eso, mi amor; quiero contarte algo que me sucedió antes de entrar al apartamento. No estaba helado por el frío sino por el susto; Y creo que se trata del mismo hombre que dices que viste dentro de la alcoba. Yo también lo vi, pero por fuera. Caminaba delante de mí y traté de llamar su atención creyendo que era algún vecino. El caso es que desapareció ante mis ojos.

_¡Oh Dios! … ¿Y qué me dices de los niños del cementerio?

_No veo qué relación pueda tener una cosa con la otra.

_¿Y Qué vamos a hacer?

_No lo sé. Si fuera un apartamento de arriendo, te diría que nos vayamos inmediatamente. Pero no se puede hacer eso. Aquí invertimos más de lo que teníamos. Por ahora debemos guardar ésto para los dos. No podemos dejar que los niños le cojan miedo.

_No sé si podré soportarlo.

_Mira, de día no creo que ocurra nada. Voy a tratar de llegar lo más pronto del trabajo para que no estés sola.

_Yo creo que el problema es por estar cerca del cementerio.

_No sé qué decir.

 

En la mañana, Gustavo salió para su trabajo y ella, llevó a sus hijos al colegio. Se despidieron y prometió ir a recogerlos para que conocieran el camino. Llegó a su apartamento. Al introducir la llave sintió cierto recelo. Miró hacia todos los rincones de la sala y la cocina, entró a las alcobas. Todo estaba en orden. Antes de empezar con su labor habitual, fue a la sala y encendió el equipo de sonido en una emisora de música bailable.  Dispuso lo necesario para el almuerzo y, mientras tanto, pasó a las alcobas a colocar en orden las camas. En la alcoba principal, en primer lugar corrió las cortinas pesadas. Se detuvo a contemplar el cementerio.  Aunque algunas de las tumbas y bóvedas estaban descuidadas, la mayoría de ellas lucían arreglos florales muy hermosos.  Varias personas se hallaban visitando a sus seres queridos. Le entró el deseo de ir alguna tarde a mirar el lugar en donde aquellos niños estaban corriendo.

_”Y por qué no ir ya? –Se dijo- No, mejor espero a que esté el almuerzo”

Poco después, salía con dirección al panteón. Las puertas estaban abiertas. Entró caminando despacio mirando a su alrededor. Soplaba una brisa muy agradable. Inspiraba una paz que contagiaba. Llegó al lugar: Allí estaban las dos tumbas gemelas  que debían ser de los niños. Allí estaban sus nombres: Adrián José Monsalve Ochoa. A su lado, Rosa Inés Monsalve Ochoa. Y, justo al frente, otra tumba más grande. Su nombre decía: Rosa Inés Ochoa Malaver. Pensó en el acto:

_”Por el nombre ella debió ser la mamá”

Salió pensativa y volvió a su apartamento.

Haciendo su labor, se olvidó de lo acontecido en la noche anterior. La embargó un sentimiento de placer, dicha y orgullo al mirar su hermoso apartamento. Ojalá y no volviera a ocurrir nada como lo que había visto. Ya cerca de la hora de salida de los niños, cerró el apartamento y caminó hacia el colegio.

Sus hijos ya estaban por fuera del plantel conversando con algunos nuevos amigos. Al verla llegar, se despidieron y corrieron a recibirla.

Regresaron despacio. Al llegar, Azucena levantó la mirada a las ventanas de la torre, y cosa rara, con excepción de su apartamento, en ninguno había cortinas. Parecía que estaban deshabitados. Sin embargo, algo se movió en la ventana del apartamento encima del suyo; fijó la mirada. Distinguió el sombrero. No cabía duda. Era el mismo hombre que viera en su alcoba. Ahora todo tenía explicación. Se metió a su apartamento a asustarla… Pero… cómo si estaba trancado por dentro?   Subieron. Después de almorzar, les concedió una hora para descansar antes de hacer sus tareas escolares. Después, podrían jugar.

Ya por la noche, después de las ocho, los esposos acostaron a sus hijos en las dos alcobas respectivas y se retiraron a la suya. Cuando ya se habían metido entre las cobijas, escucharon el ruido característico de los niños cuando juegan. Esta vez si venía de su alcoba.

_Voy a ver a los niños. Parece que no están durmiendo.

Se acercó a la habitación de los dos más pequeños, y efectivamente había bulla. Tocó en la puerta y enseguida la abrió. Estaban fuera de sus camas.

_Niños, hace rato que se acostaron. No veo por qué están ahora levantados.

_Mami –dijo el menor- es que vinieron dos amigos a jugar con nosotros.

_¿Y Dónde están?

_Se fueron cuando tú golpeaste.

_Pero yo no los vi salir.

_Pasaron junto a ti. No los viste. –Al escuchar ésto, se imaginó lo que ocurría. Se sintió nerviosa-

_Cuéntenme ¿Quiénes son ellos?

_Dicen que viven en el cementerio. –Ella se llevó las manos a la boca, para no gritar-

_Hijos míos, no quiero que jueguen con ellos. Si llegan, me avisan a mi o a su padre!

_Está bien, mamá.

Nuevamente los arropó, les dio un beso y salió cerrando la alcoba con el seguro por dentro y se dirigió a comentarle lo sucedido a su esposo.

_Mi amor, creo que nos va a tocar ir a hablar con el párroco de la iglesia cercana.

Se durmieron ya bien avanzada la noche, por un corto rato, pues nuevamente, las risas y la bulla producto del juego de los niños, los despertaron.

_Ven, vayamos a ver qué pasa.

Corrieron las cortinas para mirar hacia el panteón.  La noche era muy clara. Lo primero que descubrieron fue a una mujer joven sentada sobre una tumba.

_¿Qué crees que haga esa mujer a estas horas de la noche? –Preguntó Azucena- ¿No sentirá miedo?

_No creo que sea una mujer común y corriente.

_¿Qué quieres decir?

_Obsérvala bien. Su figura es algo transparente. Creo que no pertenece a este mundo.

_¡Ah! Debe ser…

Antes de que pudiera responder, escuchó el grupo de niños que se acercaba corriendo y gritando entre las tumbas. Azucena ya había tenido la oportunidad de ver a los que venían delante, pero no pudo evitar el grito y se sintió desmayar, cuando descubrió que detrás de ellos venían… ¡Sus hijos!

Gustavo, al caer en la cuenta del hecho, le dijo a su mujer:

_¡Vamos por ellos!

Más, al girar para buscar la salida, alguien en la puerta los frenó en seco. Era el hombre del sombrero de copa alta. No tuvo necesidad de hablar. Desde la allí los miraba amenazador. De pronto, levantó el brazo y lo lanzó hacia los dos quienes, sin ser tocados, cayeron hacia atrás golpeándose contra la pared y, luego, contra el piso. Ambos quedaron atontados.  Gustavo fue el primero en reaccionar. Sacudió la cabeza. Fue en ese momento cuando escuchó la escabrosa voz que les decía:

_ “Esta finca es mía! ¡Váyanse! ¡Fuera!” –El mayor de sus hijos salió de su alcoba. Aterrorizado al ver la escena, gritó lanzándose hacia su madre que estaba en el piso. Esta lo abrazó. El endemoniado hombre se les acercó y les volvió a gritar:

_¡Fuera!

Ellos salieron de allí lo más rápido que pudieron. Lo único que se le ocurrió a Gustavo fue dirigirse hacia la entrada del conjunto en busca del vigilante. Este, al verlos llegar, salió a su encuentro con el revólver en mano.

_¿Qué les ocurre?

_Nos acaban de echar de nuestro apartamento.

_Con ustedes, ya son dos familias.

_¡Mire, por favor, ayúdenos para pasar al cementerio. Allá están nuestros hijos menores!

_¿Cómo así? Y ¿qué hacen allá?

_¡No sabemos cómo, pero los vimos jugando con otros niños dentro del cementerio!

_Ah! Son los hijos del brujo. Dicen que él los mató y mató a su esposa. En ese caso tendrían que ir por el otro lado, es decir, por la puerta del cementerio y pedirle el favor al celador de allá que los deje pasar. Mejor, voy a ver si mi compañero “me cubre” y  los acompaño. El niño debe quedarse aquí.

Unos minutos después, estaban por dentro del camposanto buscando a sus hijos y acompañados por los dos celadores. Lo primero que escucharon fue el llanto y los gritos llamando a sus padres. Llegaron hasta ellos y los levantaron en brazos. Ya en la sala de espera de la entrada, acomodados en las sillas, Azucena les preguntó:

_¿Por qué me desobedecieron?

_Mami, ellos llegaron cuando tú cerraste la puerta y nos obligaron a ir a jugar con ellos.

_¿Y, por dónde se bajaron?

_Ellos nos bajaron por la pared.

 

Al amanecer, un poco antes de la misa de las 6:00 a.m., fueron a hablar con el sacerdote a quien le rogaron que los atendiera. Le contaron lo ocurrido y le pidieron el favor de ir a su apartamento a bendecirlo. El hombre de la iglesia les dijo:

_Hijos míos, tengo que decirles que me temo que no hay nada que yo pueda hacer. A los compradores que llegaron a vivir a esa torre antes que ustedes, les ocurrió algo muy parecido. Desafortunadamente, conocí de boca de los los campesinos que vivían cerca de ese lugar antes de ser urbanizado, de la existencia de un hombre que, según ellos, era brujo y tenía pacto con el diablo. Era el propietario del lugar en donde se levantan las dos últimas torres y la parte de atrás, hacia la montaña. Celaba a su esposa con todo el mundo; la maltrataba y la amenazaba con matarla si la veía hablar con cualquier hombre. Un mal día uno pasaba por allí y se acercó a preguntarle algo. En eso el brujo llegó y, sacando una pistola les disparó a los dos y a sus hijos; luego se disparó él. El párroco de ese entonces, permitió que la esposa, sus hijos y el desconocido fueran enterrados en el cementerio, pero al brujo se lo enterró por fuera, al otro lado del muro, es decir, cerca de la última torre. Cuando los habitantes del único apartamento vendido y habitado de esa torre vinieron a pedirme ayuda, hablé con el Señor Obispo y envió a dos curas a colaborarme con la bendición. No logramos nada. Lo que nos ocurrió fue como de esas películas de ultratumba. Nos sacó dando tumbos escaleras abajo y, por último, casi que por los aires. Los propietarios no pudieron hacer nada más que irse por donde vinieron, y creo que lo mismo les va a tocar hacer a ustedes.

 

Volvieron a hablar con el dueño de la casa en donde vivían a pedirle que les vuelva a arrendar. La empresa constructora no les reconoció ni un centavo. Les tocó firmar una escritura con el banco como “dación en pago” de la deuda que habían adquirido. Perdieron toda su cuota inicial y quedaron endeudados con quienes les prestaron para completarla. Con esto nos damos cuenta que no siempre el bien triunfa sobre el mal.

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.