Lápida BCarlos y Francisco eran dos hermanos que, por aquellas cosas de la vida, tenían una diferencia abismal en su forma de ser y actuar. Carlos, solterón de unos 42 años y bebedor empedernido,  galán y mujeriego, acostumbrado a la vida sin reglas, horarios ni restricciones. Francisco, un hombre de 36 años de edad, correcto en toda la extensión de la palabra, había dedicado su vida a su preparación intelectual; de allí que siempre había ocupado muy buenos cargos logrados exclusivamente por sus méritos personales. En ese entonces fue escogido para dirigir aquel Centro de Reeducación para jóvenes que, por diversas razones, no encajaban en la sociedad.

El mencionado centro estaba ubicado en las afueras de la ciudad. Por su lejanía, disponía de un conductor particular que lo transportaba de su casa al sitio de trabajo y viceversa.

Cierto día, el conductor se enfermó gravemente. Por tal motivo, se hizo necesario buscar con urgencia los servicios de una persona que lo remplazara. Francisco acudió a su hermano Carlos con el fin de pedirle que le ayude a encontrar dicho remplazo. Su sorpresa fue grande al escuchar la respuesta:

_En este momento estoy sin trabajo y pudiera utilizar mi carro para desempeñar ese puesto.

_Habla en serio?

_Por supuesto.

_Hermano, conociéndolo como lo conozco, quiero recordarle que hay que cumplir un horario supremamente estricto. El trabajo, además de los días ordinarios, incluye dos viajes los días domingo, puesto que hay que llevar y devolver al capellán que celebra la misa.

_No le veo problema.

_Me alegro mucho. Le aclaro que el puesto tiene nombramiento oficial.

_¡Quién iba a creer que yo sería el conductor de mi hermano menor! Pero, como dice el dicho, por la plata baila el perro.

 

El tiempo siguió su curso. Un sábado, Carlos se fue de juerga con sus amigos y se emborrachó. Llegó a su apartamento pasada la medianoche. Como consecuencia, además de levantarse tarde, llegó retrasado a recoger al sacerdote, y con un tufo a flor de labios. Lógicamente el hombre de la iglesia lo recibió muy disgustado:

_¿Cómo es posible que llegue a estas horas y en ese estado? ¡Yo no me voy a subir en el carro de un borracho!

_En ese caso, pídale que lo lleve en la espalda a la persona que use la bata más larga en su casa! –Y diciendo esto, se alejó en su carro-.

Ese domingo no hubo Eucaristía. El sacerdote llamó por teléfono al Rector de la Institución para explicarle lo ocurrido. Esto dio lugar a un llamado de atención a Carlos por parte de Francisco .

_Parece que nunca ha podido entender que todo trabajo debe hacerse con responsabilidad. Pero no sé para qué le nombro esa palabra si se que nunca ha conocido su significado!

Este se indignó mucho y respondió:

_¡A mí no me vienes a llamar la atención! ¡Yo no soy el sirviente de ningún cura y menos de mi hermano menor! ¡Bien puedes hacer lo que te dé la gana con tu puesto! ¡Espero no volverte a ver!

-Y se alejó arrancando en su carro con tal brusquedad, que las llantas chirriaron dejando atrás una nube de humo-

 

Esa noche, Carlos se acostó como de costumbre. Sin embargo, sin motivo aparente se despertó con la sensación de que alguien lo miraba. La habitación estaba completamente a oscuras. De pronto, en la esquina diagonalmente opuesta, surgió una luz pequeña que fue aumentando de tamaño. Carlos no podía desprender la mirada. En el centro se fue formando una imagen oscura. A medida que la luz aumentaba, la imagen oscura fue tomando la forma de una cabeza humana. Al alcanzar el tamaño normal, se sintió paralizado al reconocer en ella a su hermano Francisco. Lo invadió un miedo tan intenso que le produjo un deseo inmenso de llorar. La cabeza se fue acercando más y más, hasta que sintió cómo la frente se arrimaba a la suya. No pudo moverse. Hubiera querido desmayarse. No podía apartar sus ojos de los de su hermano. Se dio cuenta de que una especie de rayo blanco  pasaba de aquella cabeza a la suya. De pronto, el miedo desapareció. En ese instante, escuchó con toda claridad la voz que le decía:

_ “Por favor, Carlos, cuide de mis hijos”.

_Pero, ¿Por qué me pides eso?

_ “Prométame que los Cuidará.”

_¡Por supuesto!

_ “Gracias”

Al decir ésto, la cabeza se apartó desapareciendo poco a poco. Carlos encendió la luz y miró el reloj en su mesa de noche: las 2:00 a.m. No pudo volver a conciliar el sueño. Dos horas después, unos tremendos golpes en la puerta, lo hicieron saltar en su cama. Se levantó inmediatamente.

_Quién es?

_¡Soy yo, Tobías, Don Carlos! –Este abrió inmediatamente-.

_¿Qué pasa?

_¡Algo terrible! –Dijo con la voz cortada por el llanto- El señor Francisco falleció a las dos de la mañana! Se presentó un “corto circuito” de alta tensión y lo electrocutó!

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados