La sorpresa que se llevó Patrick esa noche, al abrir el Facebook, fue 

sobremanera impactante: Imelda Ramírez quiere ser tu amiga en Facebook, leyó. Por un segundo el aire se le entrecortó.

_ ”Será posible?” –Pensó- “Lo más seguro es que sea una coincidencia. Veamos”

Escribió el nombre en  la sección correspondiente. Al instante apareció una lista de nombres similares. Patrick se dio a la tarea de pulsar en cada uno. Ante sus ansiosos ojos se desplegaba la página principal de cada nombre con algunas fotografías; ninguna de ellas era conocida. Llegó hasta la última, aunque no tenía foto; en su lugar estaba sólo la silueta. De todas maneras, dio un “click” sobre aquella silueta. Apareció la página correspondiente. No había fotos. Solamente un escrito con letra tipoEdwardian Script que decía:

Nunca te Olvidé. Seguido a eso, había un poema que reconoció al instante, a pesar del paso de los años. En segundos regresó al momento cuando desdoblaba la hoja de papel. Los versos le decían lo mucho que aquella mujer lo amaba y la promesa de nunca dejar de amarlo. Al final, firmaba con su nombre completo: Laura Imelda Hernández Ramírez. La emoción que lo embargó fue muy intensa. Inmediatamente regresó a su sección de notificaciones y le dio click en “Confirmar”. Acto seguido escribió unas palabras en la biografía de la mujer, manifestando la alegría que sentía al volver a tener noticias de alguien que en su momento fuera el centro de sus pensamientos.

La respuesta no se hizo esperar y comenzaron a dialogar por el “chat”. Recordaron momentos vividos: alegrías, tristezas, disgustos, como también se enteró del matrimonio de ella y de su estado de salud un tanto preocupante.

_ ¡No te imaginas el deseo que tengo de verte!–Esccribió ella-

_ ¡Díme cuándo y dónde y allí estaré. –Respondió Patrick-

_No será pronto, por cuestiones de trabajo y familia, pero yo te lo haré saber. Mientras tanto, nos estaremos comunicando por este medio. Comprenderás la razón de haber utilizado en mi cuenta mi segundo nombre y mi segundo apellido. Es mejor que guardemos absoluta reserva.

_De acuerdo. De igual manera es mejor no intercambiar teléfonos celulares. Te agradezco mucho que me hayas contactado. Me has dado una inmensa alegría y será mayor cuando nos encontremos.

El tiempo seguía su marcha. Aunque la posibilidad de encontrarse no llegaba, la comunicación por este medio se convirtió en una ilusión. Sin embargo, había lapsos en que la disposición de tiempo no coincidía. Aun así, los dos ponían empeño en contestar sus conversaciones. Mas llegó un día en que Patrick no encontró respuesta a una pregunta que, en su último escrito, le había planteado a Imelda:

_ “Te acuerdas de una promesa que me hiciste y que juraste cumplirla a pesar de lo que pase entre nosotros?”

Mas, cuando habría su cuenta, la pregunta seguía allí, colgada.

_ “Seguramente no tendría tiempo de contestarme” –Pensó- “No creo que se haya disgustado”

Trató en vano de comunicarse con ella. Seguía sin aparecer respuesta. Varios pensamientos llegaban a su mente: “¿Se agravaría su estado de salud?” o “¿Sería que sus conversaciones fueron descubiertas?” o “¿Se cansó de seguir con este cuento?”.

De todas maneras no tenía caso seguir escribiendo si ella no leía los escritos, sea por lo que fuere. Lo mejor era dejar de escribir y esperar a que ella se comunique.

Los ancianos dicen  que “El tiempo se encarga de cicatrizar todas las heridas” y en su caso, dejó de pensar en el asunto.

Un día, como sin querer queriendo, abrió el chat. Su corazón se inundó de gozo al encontrar un escrito de ella muy directo, como si tuviera afán de enviarlo:

_ “Hola, Patrick. Si tienes a bien, podremos encontrarnos pasado mañana. Tengo disponibilidad desde las dos a las cinco p.m. ¿Recuerdas aquel sitio en donde nos encontramos la primera vez? Te espero allí. Por favor no faltes.”

_ ¡Cómo olvidarlo! Allí estaré. –Respondió-

Llegó puntualmente. El sitio era una zona verde muy discreta. Cerca había una cancha vacía de “basketball”.  Se ubicó en un sitio muy apropiado para poder verla llegar. Muchas preguntas se amontonaban en su mente:

_“¿Cómo estará? ¿Seguirá tan bella como aquel entonces? ¿La madurez le habrá afectado su belleza?

Estaba tan emocionado como un jovenzuelo y ya rondaba los 46 años. De vez en cuando miraba a uno y otro lugar, mas, no aparecía. Ya sus pensamientos empezaban a hacerlo dudar. Una película comenzó a adueñarse de sí. Tal vez su esposo se enteró y le estará tendiendo una trampa.

 Siguió mirando en todas las direcciones por donde pudiera llegar. De pronto sintió cómo una mano se posaba con delicadeza en su espalda. Respiró profundamente y entrecerró los ojos. Una sonrisa distendió sus labios. Lentamente giró su cuerpo mientras abría los brazos dispuesto a estrecharla contra su pecho. Mas su sonrisa se congeló al descubrir que, detrás de él, no había nadie en absoluto. ¿Entonces… aquella mano en su espalda…? Buscó con la mirada en uno y otro lado: Nada. Solamente una joven que tendría la edad de Imelda, cuando fueron novios, estaba parada a lo lejos, como si esperara a su novio. Tal era el deseo de encontrarla, que hasta le halló cierto parecido con ella.

Un vacío intenso le llenó su espíritu. Miró el reloj: ya había pasado un poco más de la hora. Decidió irse y comenzó a caminar en la dirección donde se encontraba aquella joven. Ella lo miró y caminó hasta la esquina. El, aligeró el paso y llegó hasta allí: Ya la joven no estaba.

Cuando llegó a su apartamento, buscó una memoria usb en la que tenía recopiladas las canciones románticas que más le gustaban. Encendió el equipo y la colocó. No acostumbraba tomar licor, sin embargo decidió que aquella noche si le hacía falta un trago. Tomó una botella de vino seco y llenó una copa. Se acomodó en un sofá y siguió escuchando su música.

_ “Imelda tendrá que darme una buena explicación.”  -Pensó- “No puede jugar así conmigo. Tal sería el deseo de verla, que hasta creí sentir su mano acariciándome la espalda.”

Escuchó buena parte del contenido de la usb. Luego, se levantó y se fue a la cama. Miró un poco de televisión mientras “Morfeo”, el Dios del sueño, lo acogía entre sus brazos. Apagó tanto el receptor como la lámpara de noche y se dispuso dormir, dejando que la luz del alumbrado público entrara disminuida por las persianas a medio cerrar. Se acomodó de tal manera, que se durmió casi al instante, mas no por mucho tiempo. Unos lastimeros sollozos hicieron que sus ojos quedaran totalmente abiertos buscando el lugar de su procedencia. La vaga silueta de una mujer en medio de las sombras lo dejó paralizado tratando de descubrir quién era. Al momento dijo con dificultad:

_ ¿…Imelda…?

_ “La vida no me alcanzó para llegar a ti.” –Dijo, y la figura se perdió entre las sombras.-

El hombre se incorporó y encendió la luz. No había nadie. Permaneció despierto durante casi toda la noche. Al día siguiente a la hora acostumbrada, abrió su Facebook con el fin de hallar algún escrito de Imelda. Allí estaba la misma nota en la que lo invitaba a encontrarse. Entonces, una idea llegó a su cabeza: Buscaría el nombre del hermano de ella en el Facebook. Comenzó la tarea. Efectivamente allí estaba. Dio “click” sobre el nombre y apareció la página. Una cinta negra entrecruzada, aparecía en ella. Debajo unas palabras haciendo alusión al fallecimiento de su hermana.

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.