Inesperadamente, Mireya se levantó del comedor y corrió hacia el baño agachada cubriéndose la boca con una mano.
_ ¿Qué pasa, mi cielo? –Preguntó su padre, dejando a un lado los cubiertos-
No obtuvo respuesta. Entonces corrió su silla hacia atrás y se levantó despacio, para acercarse hacia el lugar donde su hija hacía esfuerzos por vomitar. Se quedó esperando junto a la puerta. En eso, escuchó que Mireya soltaba el agua de la cisterna y abría la del lavamanos.
_ ¡Ya salgo, papi! ¡Sigue comiendo!
Ella era la luz de sus ojos y de su vida entera. No podría concebirla sin ella. Desde que su esposa falleció, cuando la niña tenía apenas doce años, había sido, a la vez, padre y madre. Nunca pensó en colocarle madrastra. Ahora ya había cumplido los 18, y comenzaba su segundo semestre de estudios universitarios.
La puerta del baño se abrió y su hija salió pálida y temblorosa.
_Parece que algo te hizo daño. Creo que, mañana, tendremos que visitar al médico.
_No, papi. Creo que exageré comiendo unos chocolates que me regaló un amigo en la universidad. –Mintió-. Ya estaré mejor. Disculpa que te deje solo en la mesa. Voy a recostarme un rato.
_Está bien. –Caminó hacia el comedor y siguió comiendo su cena.
Dos días después…
_Papi, quiero presentarte a un amigo de la universidad y me tomé el atrevimiento de invitarlo a cenar mañana viernes. ¿Tienes algún problema?
_No, hija. Ni más faltaba. Tú sabes que ésta es tu casa.
La chica se acercó muy cariñosa colgándose del cuello de su padre para darle un beso en la mejilla.
_ ¡Gracias, papi! ¡Eres el mejor padre del mundo!
_ ¡Ah, picarona! Lo dices para que te complazca en todos tus caprichos.
Al día siguiente encargó a su empleada preparar una deliciosa cena. El mismo seleccionó el vino.
Esa noche, Mireya esperaba muy elegante y muy nerviosa, la llegada del invitado. Cuando el timbre sonó, ella pegó un salto en la silla de la sala y salió a abrir.
_Buenas noches.
_ ¡Hola! –dijo y colocó su mejilla para recibir el beso de saludo-. Bienvenido. Pasa.
_ ¡Estás muy linda! –Exclamó mientras le entregaba un ramo de flores; luego, dirigiéndose a Elías, el padre de Mireya, saludó-. ¡Buenas noches!
Elías, el padre, se había puesto de pies, y respondió al saludo.
_Buenas noches.
_Papi, te presento a Norman.
_Mucho gusto. Elías.
_El gusto es mío, señor.
Pasaron a la sala, e iniciaron una conversación informal como para romper el hielo.
_Entonces, usted es compañero de mi hija en la universidad.
_Bueno… compañero, no. Yo soy profesor.
_ ¡Oh! Pues para ser profesor universitario, está bastante joven.
_Jajaja.
La conversación siguió de manera poco trascendental. En un momento, pasaron a la mesa y, después de deleitarse con la cena, regresaron a la sala a degustar un tinto. Fue la hora en que Norman se dirigió al padre de Mireya:
_Don Elías, quiero aprovechar esta oportunidad para comentarle que Mireya y yo estamos enamorados y queremos su autorización para seguir con nuestro noviazgo.
_Si, papi, no te había comentado claramente, pero Norman y yo nos amamos, y no deseamos ocultar nuestro amor.
_ Bueno… qué puedo decir yo… La noticia me toma por sorpresa. Quiere decir que hace sólo unos meses que se conocen. Pero me encanta que me lo hayan hecho saber. Como usted debe comprender, Mireya es mi única hija y, para mí, sigue siendo una niña, aunque ya sea mayor de edad. De todas maneras, Cuenten con mi consentimiento.
El tiempo seguía su curso. Los refranes de los mayores nunca fallan. Uno de ellos dice: “Nada queda oculto sobre la faz de la tierra.” Cierto día, cuando Elías buscaba a su hija para despedirse, encontró la puerta de su alcoba semi-abierta y, sin quererlo, vio cuando ésta se colocaba una faja sobre su vientre. Se quedó perplejo, sin poder articular palabra. Al darse cuenta, su hija abrió sus ojos y se tapó la boca. Su padre preguntó con tono de afirmación:
_ ¿Estás… embarazada!
_ Si… papi. Así es. –El hombre dio media vuelta y salió de casa sin despedirse-.
En la noche, llegó muy tarde y pasó directamente a su alcoba. Se sentía decepcionado, colérico, triste… Mireya tocó la puerta, mientras decía:
_Papi, por favor, quiero que me escuches. –No obtuvo respuesta-
A la mañana siguiente, su hija lo esperó desde muy temprano, para evitar que saliera sin mirarla. El, caminó de su alcoba directo hacia la puerta de salida, pero ella estaba allí impidiéndole el paso.
_Papá, por favor, escúchame. –Dijo con los ojos llenos de lágrimas-.
_Creo que no tengo nada qué escucharte. Lo único que entiendo es que perdí mi tiempo inculcándote valores. ¿Dónde está tu dignidad? ¿Cuántos meses tienes de embarazo? Cuatro? Cinco? Eso quiere decir que se conocieron y dos o tres días ya estuvieron acostándose? ¿Cómo se sintiera tu madre si estuviera viva? Me defraudaste. ¡Ni se te ocurra pensar que voy a aceptar como mi nieto al ser que llevas en tus entrañas! ¡Eso no es fruto del amor sino únicamente del deseo! ¡Y yo nunca podré quererlo! ¡Eso, te lo juro! Es más: ¡vete a vivir con tu amante!
La joven se soltó en lágrimas y se apartó de la puerta. Su padre salió. Ella lo hizo un poco después y fue a buscar a su novio. No volvió a la casa. Ella sabía lo radical que era Elías. Días más tarde, supo por su empleada que su hija se había casado con Norman.
Lo ocurrido le afectó mucho. No volvió a ser el hombre dinámico y alegre que era. Una mañana, la empleada se extrañó al ver que las horas avanzaban y él no se levantaba como siempre para desayunar. Así que, tomo la decisión de ir a llamar a su puerta. No obtuvo respuesta. Buscó la llave y abrió. Le extrañó el color blanco amarillento de su piel. Se acercó para despertarlo poniéndole una mano sobre el hombro. Notó un frío exagerado. El señor había fallecido.
El llanto y el arrepentimiento de Mireya, llegaron muy tarde. Su padre se había ido sin despedirse.
Unos meses después, llegó a este mundo lo que podría llamarse el “motivo de la discordia”: Una hermosa niña.
Cuando Mireya regresó a casa, con su retoño, recordó las palabras de su padre: “¡Ni se te ocurra pensar que voy a aceptar como mi nieto al que llevas en tus entrañas! ¡Eso no es fruto del amor sino únicamente del deseo! ¡Y yo nunca podré quererlo! ¡Eso, te lo juro!” Entonces, en cuanto tuvo ánimos de salir, fue a su antiguo hogar y tomó cuanta foto, en donde apareciera su padre, encontró, con el fin de esconderlas . A pesar de que ella lo había adorado con todas sus fuerzas, no quería que su hija lo conociera. No le hablaría de un ser que ya la odiaba desde antes de nacer.
_ “Al fin y al cabo, mi hija no necesita de un abuelo para vivir. Conmigo y su padre, le basta” –Pensó sin saber cuán equivocada estaba-
La bebita seguía creciendo. Inesperadamente, las campanillas del móvil que le habían colocado sobre la cuna, comenzaron a tintinear. Mireya, dedicada a planchar ropa de su hija, volteó a mirar: éste, se movía en círculos como si una persona lo hubiera hecho girar; la nena emitía ciertos sonidos de risa, sin embargo, no miraba hacia el móvil; miraba a otro punto fijo, como si alguien le estuviera haciendo gestos de consentimiento. Mireya se sintió preocupada: ninguna ráfaga de viento hubiera hecho que el móvil girara como lo estaba haciendo; eso, por una parte y, por otra, ¿cuál era el motivo de su alegría? ¿A dónde o hacia qué miraba?
Desconectó la plancha y se acercó a la cuna para tomar a su hija en brazos. En ese instante, la puerta se cerró. La joven madre, nuevamente quiso culpar al viento; pero, ¿viento desde adentro hacia afuera? Los nervios quisieron apoderarse de ella, mas, se armó de valor y evitó ahondar sobre el tema.
Varios días después, cuando las sombras de la noche envolvían la ciudad, madre e hija esperaban a Norman. En eso, la energía eléctrica dejó de funcionar. Quedaron en completa oscuridad. Con su hija en brazos, fue hasta la cocina con el fin de tomar un encendedor y un candelabro. Ayudada con la escasa luz, se sentó en la sala. En ese instante, la pequeña comenzó a mover sus bracitos expresando alegría. Su madre, le preguntó:
_ ¿Por qué tan contenta, mi amor?
La niña estiró su brazo señalando a la penumbra, mientras decía:
_ ¡Papá!
_No, mi amor, papá no está, aunque no demora en llegar.
_ ¡Papá! –exclamó la nena volviendo a señalar-.
La joven se sintió nerviosa y, levantándose del sofá, caminó con dirección a la puerta del antejardín, mas, la niña volteándose en sus brazos, volvió a señalar hacia el mismo lugar, diciendo nuevamente:
_ ¡Papa!
No pudo más y apresuró el paso hacia la entrada y abrió. No pudo evitar lanzar un grito al escuchar:
_ ¡Hola!
_ ¡Ayy!
Mas, al reconocer a su esposo, inmediatamente se apretó a él con el brazo libre.
_ ¿Qué pasa, mi amor? ¿Ese nerviosismo es por la falta de luz?
_ ¡No, mi amor! Es que han estado ocurriendo cosas que no había querido poner importancia y no te he contado. Parece como si hubiera otra persona que le hace juegos a Linda. –Le narró lo ocurrido-.
_ ¿No has escuchado decir que los niños ven a los ángeles? ¿Por qué no pensar que eso es lo que le está ocurriendo? –Le dijo sin que de verdad estuviera muy convencido-.
Llegó el día de asistir al “Jardín escolar”. Fue un sufrimiento, especialmente para Mireya, el dejar a su pequeña “sola”, mas, tuvo que ir acostumbrándose.
En aquella ocasión, la profesora había dividido a los niños de acuerdo con la edad, en las diferentes mesas, en grupos de cuatro. El trabajo consistía en colorear los dibujos de animalitos y flores. Pero nunca falta el o la dominante del grupo: Un muchachito estiró su mano para quitarle el color que Linda estaba utilizando. La niña gritó. La maestra, al escuchar el grito, volteó a mirar. Fue cuando reparó en el hombre mayor que estaba en actitud de regañar al muchacho, mientras le quitaba el lápiz. Se levantó en el acto para dirigirse al lugar y llamarle la atención a aquel señor. Para ello, tuvo que retirar su silla hacia atrás y rodear el escritorio. Cuando se encaminó al sitio, ya el señor no estaba. Les preguntó a los niños, pero parecía que ninguno lo había visto. Sólo Daniel lloraba en silencio.
_ ¿Qué pasó, Danny? ¿El señor te hizo algo?
_No. Sólo me dijo que no le quitara las cosas a Linda. Pero yo únicamente quería pintar con ese color que ella tiene.
_En ese caso, debiste pedirle que te lo preste. No quitárselo a la fuerza. Tienes que decirle que lo sientes.
La profesora se quedó muy confundida preguntándose en qué momento entró y salió aquel hombre viejo del salón.
Una tarde, Linda se hallaba desarrollando sus deberes escolares en su alcoba. Su madre se acercaba de vez en cuando hasta la puerta. En una de esas veces, escuchó que Linda se reía y hablaba en voz alta con alguien.
_ “Seguramente tiene algún amigo imaginario, como algunos niños” –Pensó-.
Cuando la llamó para cenar, le preguntó:
_ ¿Con quién hablabas y reías mientras hacías tus tareas?
_Con mi amigo.
_ ¿Ese amigo es un niño o una niña?
_No es ni niño ni niña.
_¿Entonces, es un animal?
_ ¿No, mami! Ja ja ja ja. Es un hombre!
_ ¿Un hombre? ¿Y puedo saber cómo se llama?
_El no quiere que te cuente, pero yo te lo voy a decir: Se llama Elías.
Mireya sintió que la cabeza se le encogía, que la espina dorsal se le llenaba de frío. Fue en ese momento cuando se le ocurrió una idea.
_Mi amor, y si yo te muestro unas fotos, lo reconocieras?
_ ¡Si él está en las fotos, pues claro!
Se levantó y fue hasta su alcoba, sacó las fotos que tiempo atrás las había guardado y las combinó con otras de su esposo en la empresa.
_Díme si está en una de éstas.
La niña las miró todas y, sin dudarlo por un momento, señaló:
_Es este, el de aquí y el que está en esta otra foto. Ah! Aquí también está!
Sintió una punzada en medio del pecho. Cuando Norman llegó, le narró lo ocurrido.
_ ¿Estás segura? ¿No estás exagerando?
_ ¡Te juro que no! Tú mismo puedes comprobarlo!
Al día siguiente, Norman le preguntó:
_Mi amor, ¿en dónde conociste a Elías?
_Aquí. El siempre viene a jugar conmigo. Y el otro día, cuando Danny me quitó un color en el colegio, él le dijo que me lo devolviera y que no me quite mis cosas.
Cuando el bus escolar pasó por Linda, Mireya dijo a Norman:
_Creo que debemos llevarla donde el Psicólogo.
_ ¿Y para qué? ¿Para que nos quiera meter en la cabeza que está trastornada? No, mi amor. De esos hay muchísimos casos y puedes buscar en internet. A veces los fallecidos se comunican especialmente con los niños. Cuando van creciendo, el fenómeno disminuye.
Y, efectivamente, así fue. Ya la bebita contaba con 16 años de edad. Sus padres le habían concedido permiso para ir a una fiesta de cumpleaños de una compañera. El permiso iba hasta las once y media de la noche, hora en que ellos habían quedado en ir a recogerla. Muchos de los asistentes habían bebido más de la cuenta. Esto conllevó a que uno de los muchachos tratara de sobrepasarse con ella. Lo mejor que linda hizo, fue salir de la casa, pues ya era hora de que sus padres llegaran. Sin embargo, había varios jóvenes no invitados, por fuera de la casa. Se notaba que estaban muy tomados y empezaron a lanzarle piropos muy pasados de tono mientras se acercaban hacia ella. En ese momento, se escuchó la voy de un hombre:
_ “Déjenla”
Todos voltearon a mirar al hombre.
_ ¡Abuelo, usted ya debería estar durmiendo! -Dijo uno de ellos-
_ ¡Si, puede resfriarse! -Comentó otro-
_Ja ja ja ja ja. –Corearon el chiste, mientras el más abusivo trataba de abrazarla-
Fue cuando el hombre mayor tomó un palo que estaba caído y se lanzó contra aquel muchacho propinándole un golpe en las posaderas. Los otros entraron en su defensa, pero el viejo repartió garrote a diestra y siniestra. Fue en ese momento en que los faros de un automóvil alumbraron la escena. De él descendieron Mireya y Norman, cuando ya el mayor los había sacado corriendo a todos.
_ “Nada como un buen garrote” –Dijo, lanzando el palo a un lado.
_ ¡Elías! –Gritó Linda-
_ ¡Papá! –Exclamó Mireya-
El viejo se detuvo, levantó la mano moviéndola y llevándola a su boca, lanzó un beso a las dos mujeres. Luego siguió caminando hasta desaparecer en las sombras. Linda miró a su madre, preguntándole:
_ ¿Cómo le llamaste?
_ ¡Es mi padre! ¡Tu abuelo!
FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.