Los pescadores (1) Reinaldo y Oscar, dos amigos incondicionales, habían planeado irse de pesca el próximo fin de semana, a un embalse cerca de la capital. Para estar cómodos  alquilaron una cabaña situada entre árboles, arbustos y algunos cultivos, para descansar y pasar la noche. Prepararon las provisiones necesarias y, tan pronto como estuvieron listos, partieron ya entrada la noche del viernes. El viaje no era muy largo que digamos y, en unas dos horas y un poco más, las farolas del vehículo alumbraban la pequeña casa. A uno de los costados de la misma, estaba el garaje y hasta allí se dirigieron. Los dos maduros hombres se bajaron para seguir las indicaciones del sitio en donde encontrarían las llaves. No fue nada difícil encontrarlas. Después de abrir y encender las luces, se dedicaron a entrar los equipajes y el material que habían llevado. Unos instantes más tarde ya estaban sentados en la pequeña sala haciéndole los honores a un par de vasos de whisky.  Cuando ya dichos vasos estaban completamente vacíos, Reynaldo, levantándose, dijo:

_Creo que es hora de acostarnos. La noche ya está muy avanzada.

_Estoy de acuerdo. Vamos.

Escogieron una de las dos alcobas que tenía camas gemelas y procedieron a empiyamarse. Apagaron las luces y, poco a poco, fueron quedándose en silencio.  Cuando estaban a punto de dormirse, el sonido de algo parecido a la carrera de unos pequeños zapatos, se dejó escuchar por en medio de las dos camas y a lo largo de la alcoba. Los dos amigos quedaron totalmente despiertos en medio de la total oscuridad.

_¿Escuchaste? –Preguntó Oscar con cierto temor-

_Desde luego que escuché. Lo que estoy tratando de adivinar es qué pudo haber sido, puesto que no parecían patas de animal.

_Yo creo que lo mejor es encender las lámparas y buscar. Lo que haya sido, debe estar aún dentro de la alcoba, ya que la puerta está cerrada.

Así lo hicieron. El caso fue que no encontraron nada, ni agujero alguno por donde se hubiera podido escapar el animal, si es que fue alguno. No tuvieron más remedio que volverse a meter entre las mantas. Para completar, al apagar las luces de sus mesas de noche, la risa burlona de un hombre viejo, les llegó hasta sus oídos.

_Creo que aquí hay algo raro. –Añadió Oscar-

_Pienso lo mismo, pero, por mi parte, no creo ni en apariciones, ni fantasmas, ni nada por el estilo.

_En cambio yo he escuchado tantas cosas que no sé si creer o no. Lo cierto es que la risa que escuchamos debe haber sido de alguien.

_Es posible que algún habitante de la región quiera hacernos asustar. Los ruidos en la noche, son difíciles de ubicar.

_Mejor así. Tratemos de dormir.

 

El día amaneció soleado cubierto por un cielo azul con una que otra nube blanca semejando a un algodón.

_Bueno, ¿te bañas o me baño? –Preguntó Reynaldo-

_Hazlo tú primero, mientras yo voy alistando la estufa.

Oscar salió de la cabaña a buscar algunas astillas secas para colocarlas luego dentro del hueco de la estufa de carbón vegetal; las encendió y tendió encima unos trozos pequeños de carbón. El fuego comenzó a encender bajo la parrilla. Mientras cogía fuerza, llenó una olla de agua. En eso, ya Reynaldo salía de la ducha.

_Es mi turno. Puedes continuar preparando el café. Ahí hay otra olla para que coloques unos huevos cuando ya el agua del café haya hervido.

_Correcto.

Entró a darse un delicioso baño. Cuando estaba quitándose el jabón, Reynaldo dijo:

_Oye, ¿en dónde están las provisiones?

_Recuerda que las colocamos en la alacena.

_Pues aquí no hay nada.

_¡Imposible! Tú y yo las colocamos allí.

_Voy a ver si están en el carro.

Cuando  Oscar salía de la ducha, Reynaldo entraba con el maletín lleno de las provisiones.

_No sé cómo, pero volvieron al carro. Lo cierto es que allí las encontré.

_Eso está muy raro. Tal vez eres sonámbulo y no nos hemos dado cuenta. Ja ja ja.

_O tal vez lo seas tú.

 

Después de terminar de preparar el desayuno y de dar buena cuenta de él, salieron hacia la represa con el maletín en donde se guardaba el bote inflable, tomándolo por las dos orejas; las cañas de pescar al hombro y los elementos correspondientes a la espalda, así como también con la bolsa en donde habían colocado el termo de café y los emparedados para las onces, colgando del otro hombro. Entraron en el bosque  y después de un tramo, apareció ante ellos la hermosa y extensa represa.

 

Dos horas más tarde, con el bote a merced del viento, ya tenían varias truchas dentro de la bolsa, listas para llevarlas a la nevera de icopor con hielo polar.

_Creo que es hora de tomarnos el refrigerio. –Sugirió Reynaldo-

Recogieron las cañas para dejarlas junto a los remos, en el piso del bote y procedieron a llenar los vasos con humeante café para acompañarlo con los emparedados de jamón y queso. En ese momento, Oscar, señalando con la mano, dijo a Reynaldo:

_Mira, ¿Qué es eso? ¿Es un pato?

Mas, en ese instante, la figura, ubicada a unos 25 metros, sobresalió un poco más del agua.

_Es un sombrero.

_No, parece un muñeco.

_¡Es un niño con un sombrero enorme! ¡Pero está caminando, no, corriendo sobre el agua!

_¡Mira, ahora se sumergió!

_Eso ya me parece muy extraño. Yo creo que lo mejor es irnos hacia la orilla.

_ Si. Tienes razón. Vamos.

_¿Y los remos?

_No… están.

Miraron en todo el piso del bote y los remos no aparecieron por ningún lado; además…

_¡Tampoco están las cañas de pescar!

_¡No puede ser! ¿Qué está pasando?

_No lo sé. Creo que lo mejor será remar con las manos.

Empezaron a mover las manos y brazos sumergiéndolos en la fría agua, cuando en el aire se escuchó una carcajada similar a la de la noche anterior. Al mismo tiempo los dos levantaron la cara buscando el origen de la misma, asustados, sin hallar nada.

Remaron con todo el ánimo sentados en el piso del bote, el uno en el lado izquierdo y el otro en el derecho. Cuando ya el frío casi les congelaba las manos, cambiaban de lado y, por lo tanto, de brazo. Así, lentamente fueron avanzando. A veces, el movimiento del agua por causa del viento, los hacía retroceder o estancarse. Les faltaba las fuerzas y en el sector no se aparecía ningún otro bote. La tarde avanzaba. Por instantes, los dos hombres descansaban, pero el temor de que les toque quedarse en el bote durante el resto del día y la noche, les hacía sacar fuerzas. Muy despacio fueron acercándose a la orilla. Al fin sintieron cómo la pequeña embarcación tocaba fondo. Reynaldo tomó la cuerda y metió los pies hasta media pierna en las aguas para arrastrar su bote. Oscar hizo lo mismo y salieron.

Se dieron a la tarea de limpiar y secar el bote; luego, quitar las tapas de las válvulas  para extraer el aire.  Posteriormente, lo doblaron y lo introdujeron en  el maletín correspondiente. Volvieron a cargar sus cosas y a tomar dicho maletín por las dos orejas y emprendieron el camino hacia la cabaña.  Llegaron al bosque.

_Te das cuenta de algo bien raro? –Preguntó Reynaldo-

_Iba a comentarte lo mismo, si no estoy mal. El silencio y la quietud que hay en el bosque.

_Exactamente.

No había terminado de decir eso, cuando entre las copas de los árboles se escuchó un movimiento como si alguien saltara de una rama a otra.

_¡Salgamos de aquí! –Gritó Oscar con miedo-

Caminaron lo más de prisa que podían. Ya estaban llegando a los últimos árboles cuando nuevamente escucharon aquella risa, mientras, frente a ellos  cayeron los dos remos y las dos cañas de pescar. Al levantar la cabeza, vieron cómo una figura pequeña como la de un enano con un sombrero grande, saltaba de rama en rama. Sin duda, era la misma que hace unas horas corría sobre las aguas del lago. Ellos se apresuraron a recoger sus objetos y siguieron su camino. Llegaron hasta el carro, lo abrieron y metieron sus cosas.

_¡Ven! –Dijo Reynaldo- ¡Vamos a la cabaña por el resto y larguémonos de aquí cuanto antes!

Así lo hicieron, empacaron lo más rápido las cosas que quedaban y las llevaron al carro. Colocaron las llaves de la cabaña en donde las habían encontrado y se instalaron en el vehículo. Sin embargo, por más que su propietario le hiciera el intento de encenderlo, no lo logró. Se bajaron, levantaron el capot, comprobaron que llegaba gasolina al carburador, y también corriente al distribuidor, mas, a pesar de esto, no iniciaba. Para colmo, la tarde se cubrió de nubes cada vez más espesas y una lluvia pertinaz comenzó a desgranarse.

_Creo que nos tocó pasar otra noche aquí. –Se quejó Oscar-

_Tienes razón. Volvamos y preparemos algo de comer. Estoy que ladro a causa del hambre. Mientras yo alisto algunas provisiones, ¿qué tal si tomas la bolsa de las truchas y las llaves y vas encendiendo la estufa?

_Perfecto.

Tomó la bolsa y se acercó hasta el sitio en donde habían dejado las llaves, sólo que éstas no estaban. Regresó hasta donde Reynaldo y le comentó el hecho.

_Pero si las acabé de colocar allí. Espera, vamos.

Efectivamente, no estaban allí.

_Ven, vamos hasta la puerta y si es del caso, rompemos un vidrio.

_Antes de romperlo, miremos si hay alguna ventana que se pueda abrir.

En efecto, una ventana no estaba completamente cerrada y se metieron por allí. Una vez adentro, Oscar llamó la atención de Reynaldo señalándole hacia la puerta:

_¿Ves lo que yo veo?

_¡Las llaves! Pero, ¿cómo van a estar por dentro?

_Ahora, ¿qué me decías de no creer en nada extraño? ¿Cómo crees que llegaron las llaves allí?

_¿?

El hecho los dejó sin palabras. A pesar de todo, se dispusieron a preparar la comida. Mas, al tomar la bolsa de las truchas, un olor fétido invadió el ambiente: estaban llenas de gusanos. Con mucho asco, salieron y las lanzaron a lo lejos. Nuevamente la destemplada risa, se escuchó en el ambiente. Los dos hombres se miraron buscando apoyo uno en otro. Reynaldo afirmó:

_¡Esta casa está embrujada!

Oscar se quedó un poco pensativo analizando la situación y al fin dijo:

_Creo saber qué es lo que pasa y cómo ponerle remedio. No vamos a dejarnos amedrentar por esa entidad. Vamos a enfrentarlo. De casualidad tienes música grabada en tu celular?

_Qué clase de música?

_Cualquiera.

_Si.

_Y trajiste el cargador?

_Por supuesto.

_Entonces conectémoslo y a escuchar música se dijo.

_Explícame la razón.

_Mira, según la forma de actuar de esa entidad que nos está atormentando, se trata de un “duende”. Se dice que ellos detestan la música y la mejor manera de espantarlos es colocándola en volumen más o menos alto. Y si tienes música en el celular…

_Para esa gracia, en el carro tengo una grabadora que también recibe memoria usb. No sé por qué se me olvidó bajarla, si era para tomarnos unos tragos.

_¡Vamos por ella!

_¡Llevemos las llaves!

La música se esparció por todo el ambiente. Cocinaron tranquilos y comieron totalmente en paz.

_Bueno, mi estimado Oscar, pero no creo que podamos dormir con la música a todo volumen. Así que si el carro prende, nos vamos.

_Y, ¿qué tal si ensayamos?

_Manos a la obra.

El carro prendió normalmente. Así que, nuevamente metieron todo, encendieron el radio del vehículo y se marcharon.

_¡Te juro que nunca más vuelvo por acá!

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.