LOS CUATRO VIEJOS (Parte II)

Los cuatro viejos II

Se completaban ocho días del fallecimiento de Nicolás. Pablo, Santiago y Jaime, cada uno por su lado, caminaba hacia la cafetería para cumplir con su encuentro de los viernes. Minutos después, una vez reunidos en la misma mesa de costumbre, se acercó, como siempre el mesero.

_Buenas noches, caballeros. ¿Qué desean? Lo mismo de siempre?

_Si! Lo mismo de siempre.

En un instante, el empleado regresó con el pedido. Al disponerse a colocar la bandeja con el licor y las copas, dijo:

_ ¡Excúsenme! Ya por la costumbre traje cuatro copas. –Y tomó una de ellas para retirarla-.

_ ¡Déjela! De esa manera sentiremos la compañía de Nicolás.

Pablo, después de servir a sus dos amigos, dijo:

_Que la primera sea por el descanso de nuestro amigo, quien, aunque haya partido, siempre estará con nosotros.

La conversación siguió recordando momentos vividos con Nicolás y las ocurrencias de éste. De pronto, Santiago dijo:

_Oigan, hay una idea que me está rondando por la cabeza; pero para decidir llevarla o no a  la práctica, debemos hacer lo que sería un “Estudio de campo”.

_Lo mejor –dijo Jaime- sería que nos expusieras de qué se trata.

_Está bien. Nosotros cuatro nos convertimos en amigos entrañables. Siempre estuvimos apoyándonos mutuamente. Hemos sido inseparables y deseo que sigamos siéndolo, a pesar de lo que tenga que ocurrir, inclusive la muerte. La idea que tengo es proponerles que compremos tres lotes. En el caso de Jaime, podría ser doble, en el mismo parque cementerio en donde fue sepultado Nicolás y, de ser posible, junto a su sitio de descanso. Digo “doble” para que incluyas a tu esposa.   En el caso mío y de Pablo, creo que habría que esperar, porque la juventud prefiere la cremación. No sé qué opinen ustedes. -Pablo y Santiago habían quedado viudos-

_Me parece muy buena idea. –Comentó Pablo- ¿Qué opinas, Jaime?

_Estoy con ustedes.

En ese preciso momento, la copa vacía se movió como si fuera a voltearse, y cuando los tres la miraron, se detuvo.

_Bueno, -comentó Pablo- yo nunca he creído en fantasmas ni cosas por ese estilo, pero en este momento siento que Nicolás está con nosotros.

_Debe ser que está de acuerdo con la idea. –Manifestó Jaime-

Permanecieron callados por un momento.

_En ese caso, ¿qué les parece si vamos al cementerio mañana y visitamos a Nicolás? –Preguntó Santiago como para disimular la tensión-

_Tengo entendido que el horario de atención es hasta las cinco. –Añadió Pablo- Por mi parte, tengo un compromiso a las 2:00 p.m. Llegaría a la portada del parque a las cuatro. Creo que una hora es suficiente para visitarlo y analizar la propuesta.

Aquella tarde del sábado, el primero en llegar fue Santiago, portando un hermoso ramo de flores. Sacó un papel de uno de sus bolsillos en el que tenía la ubicación del lugar. El parque le pareció mucho más inmenso, teniendo en cuenta el escaso número de visitantes. Comenzó a caminar en medio del silencio, la paz y el viento suave que le azotaba los escasos cabellos y las mejillas. Se sentía tan contento, que por un momento se olvidó del lugar en donde estaba. Era como si hubieran acordado un encuentro con su tan estimado Nicolás. De pronto, unos metros delante suyo, descubrió a su amigo esperándolo tan sonriente como siempre. Al verlo, aligeró el paso y, al llegar, estiró la mano que fue estrechada por aquel.

_”Hola, Santiago”. ¡Qué alegría verte!

_ ¡Hola, Nicolás! –Respondió sintiendo una cariñosa palmada en la espalda-

Al mismo instante, escuchó que alguien pronunciaba su nombre:

_ ¡Santiago!

Inmediatamente giró para responder a la llamada y fue como si despertara de un ligero sueño; era Jaime quien al verlo unos minutos antes, trataba de alcanzarlo.

_ ¡Me pareció como si estuvieras saludando a alguien!

_Eh… Si… Creo que tuve una especie de alucinación… Me imaginé que estaba saludando a Nicolás y… ¡me pareció tan real! ¡Qué cosa tan rara!

_Mira, también traje unas flores. Creo que debemos colocarlas sobre la lápida y regresar a la Portada a esperar a Pablo.

En ese instante, Pablo aparcaba su automóvil. Después de sacar el ramo de flores, vio a la distancia a sus tres amigos que venían a su encuentro. Se iluminó su faz y dijo para si:

_”¡Otra vez los cuatro, jaja!” –Mas, al mismo tiempo enfocó la mirada- “¡Qué digo los cuatro! ¡Cualquiera pensaría que estoy alucinando! ¡Quedamos sólo tres!”; pero, ¿quién es el otro?

El tercer personaje se fue retrasando de los otros dos; de pronto levantó la mano y la movió de un lado para otro en actitud de saludo. Pablo buscó con la mirada detrás suyo y a los lados, más no había ninguna persona. Se quedó estático hasta que llegaron Santiago y Jaime.

_ ¿Qué te pasa? ¡Cualquiera diría que viste un fantasma! –Comentó Jaime.

_Pues… La verdad… No estoy seguro.

_ ¿Qué quieres decir?

_Juraría que, con ustedes, venía Nicolás. Seguramente, imaginaciones mías.

Después de distribuir las flores sobre la tumba de Nicolás y de dirigir unas palabras, se acercaron a las oficinas del lugar con el fin de plantear la compra de los tres lotes. Todo salió a pedir de boca.

Una mañana, Elvira, la esposa de Jaime le comentó:

_Oye, voy al supermercado a comprar unas cosas para el almuerzo. No llevo llaves; así que debes estar pendiente del timbre para cuando llegue.

_ ¿No quieres que te acompañe?

_No te preocupes. Descansa.

 Poco después,  Elvira llegó a casa y timbró. Esperó un momento y volvió a hacerlo, sin obtener respuesta.

_ ¡Ah! Seguramente el viejo se quedó dormido.

Llamó a la casa de sus vecinos con el fin de solicitar ayuda. El hombre, muy atento, fue por unas herramientas. Al fin logró abrir. Elvira entró llamando a su esposo con todo el ánimo de regañarlo. Al llegar a su alcoba, efectivamente lo encontró estirado en la cama con las manos sobre el pecho. Al tratar de despertarlo, comprendió que había fallecido.

El celular de Pablo timbró. Era Santiago.

_ ¡Hola, Santiago! ¿Cómo estás?

_Me acabo de enterar del fallecimiento de Jaime.

_ ¿Cómo?

_Parece que fue un Infarto.

Una vez terminado el funeral, los dos amigos se despidieron de los conocidos y comenzaron a caminar. Mas, Pablo se detuvo mientras decía:

_Espera.

_ ¿Qué sucede?

_Mira, Nicolás y Jaime quedaron juntos. De acuerdo con el número del lote, el que sigue sería el mío y el del lado, el tuyo. Siempre creí que, de los cuatro, yo me iría primero por ser el mayor. Ahora, la pregunta es: ¿Quién será el siguiente?

_Como dicen que “más mueren pollos que gallos”, seguramente seré yo.

_ ¡Ohh! Sobre todo, por pollo!

_Ja ja ja ja.

_ ¡Qué carajo! ¡Que sea el que sea, que, el que quede, no durará mucho!

_Y de todas maneras, aquí nos reuniremos los cuatro a sacarle risa a todo lo que pase. Ja ja ja ja.

Esa noche, Santiago se sentía cansado; así que, dio las buenas noches a su hija y yerno y se fue a dormir. Después del fallecimiento de su esposa,  les había pedido que se trasladaran a vivir con él.

Pensó un poco en lo ocurrido con Jaime. Afortunadamente, el dios del sueño, Morfeo, lo acogió en su regazo.

No podría asegurar si lo acontecido después fue un sueño muy claro, casi real, o si verdaderamente sucedió. Lo cierto es que de pronto, sintió la presencia de alguien junto a su cama como si lo estuviera observando. Para completar, escuchó que alguien lo llamaba a media voz. Abrió los ojos. No podía dar crédito a lo que miro: Desde el lado de su cama Nicolás y Jaime lo miraban tiernamente. El temor que trató de apoderarse de él, se disipó al momento.

_ “Santiago, -dijo Nicolás- el próximo 18 estaremos contentos de recibirte”.

Agitaron sus manos en sentido de despedida y sus imágenes desaparecieron.  En el acto, Santiago se sentó y buscó con la mirada alrededor. No había nadie. Encendió la lámpara del nochero y repitió las palabras que escuchó:

_“El próximo 18 estaremos contentos de recibirte”.  “Pero el 18 es la fecha de mi cumpleaños y ellos siempre me celebraban. ¿Tendrá algo que ver con el sueño? Si. Eso debe ser”. Y volvió a dormirse.

En la mañana siguiente, lo primero que hizo fue llamar a Pablo para contarle lo ocurrido. Pablo le respondió:

_ Muchas veces se asocia la realidad con los sueños. No creo que sea algo para preocuparse. O tal vez te visitaron para hacerte saber que estarán contigo en la celebración.

_ ¡Ah! Y hablando de celebraciones, el próximo viernes no podremos encontrarnos en la cafetería de siempre.

_ ¿Y eso?

_Mi hija y mi yerno quieren festejarme. Dicen que no todo mundo cumple los ochenta en tan buenas condiciones de salud como lo estoy yo. Y, lógicamente, el principal invitado eres tú.

_Por supuesto que allí estaré. ¡Por nada del mundo dejaré de quebrarte unos cuantos huevos en tu canosa cabeza!

_Ja ja ja ja.

El Salón de recepciones estaba bastante concurrido. Pablo aparcó su carro y tomó la bolsa que contenía el regalo para su amigo. Al verlo llegar, Santiago se levantó a recibirlo. Se abrazaron los dos recibiendo los aplausos de la concurrencia. Después de saludar a los presentes, se sentaron. Vinieron las palabras de los familiares, el brindis; luego, el festejado apagó las ochenta velas que rodeaban la torta, todo amenizado por el grupo musical.

Antes de finalizar la tarde, pasaron a la mesa. Santiago, con su brazo rodeando los hombros de su amigo, lo invitó a sentarse junto a él. De pronto, Pablo comenzó a sentir un frío que se le metía entre los huesos. Trató de disimular y mantenerse el mayor tiempo posible, pero ya su malestar era insostenible. Se dirigió a Santiago, tratando de no “aguarle la fiesta”.

_Excúsame. Ya vuelvo.

Se levantó y se dirigió despacio como buscando el baño. Cuando su amigo estaba distraído, hizo una seña a su hija. Ella se acercó.

_ ¿Se te ofrece algo, Pablo?

_Si. Mira, tengo que irme. No quiero que le digas nada a Santiago. No me siento bien. Discúlpame.

Y sin esperar respuesta, salió hacia el aparcadero. Puso en marcha el motor y arrancó. Conducía con precaución. Estaba convencido de que iba a morir; nada más podía indicar ese extraño escalofrío. De todos modos, trataba de controlarse. Cuando faltaban unas pocas cuadras para llegar a su casa, tomó su teléfono celular. Le pediría a su ama de llaves que llame al médico. Y por pura casualidad, entró una llamada. Precisamente era su empleada.

_ ¡Edilma, estaba a punto de marcarle, por favor, escúcheme! Quiero que llame al médico. Estoy llegando a la casa. Creo que me voy a morir. Tengo un profundo frío que me congela los huesos. ¡Apresúrese, por favor!

_¡Espere, doctor. Yo iba a informarle que llamó la hija del doctor Santiago para avisarle que él acaba de fallecer!

Pablo, se sintió tan impresionado, que en lugar de frenar, pisó el acelerador hasta el fondo, haciendo que el vehículo perdiera el control y se estrellara de frente con otro que venía en sentido contrario.

Era un día viernes. A esa hora de la noche, el personal encargado de atender las mesas y la caja registradora, salía de prisa. Solamente quedaba la empleada de servicios varios de la cafetería. En ese instante, pasaba el trapero para que el piso de la cocina quede impecable para el día siguiente. El ruido de los vehículos llegaba desde la calle. Pero en medio de ese ruido, se escuchaba algo así como una conversación. Ella afinó el oído. No cabía duda que provenía de dentro de la cafetería, de alguna de las mesas. De pronto se escuchó las estruendosas carcajadas. La mujer, arrimó el trapero a la pared.

_ “¿Será posible que quede alguien dentro a esta hora?” –Se preguntó dirigiéndose hacia las mesas- En la mesa del rincón, cuatro hombres adultos se reían a mandíbula batiente.

_ ¡Excusen, La cafetería ya está cerrada! ¡No pueden permanecer dentro!

Las risas fueron disminuyendo de intensidad; los cuatro personajes la miraron. Ella los reconoció de inmediato. No supo si las imágenes de los cuatro viejos se desvanecieron o ella dejó de mirarlos al perder el conocimiento y caer al piso. No supo cuánto tiempo permaneció en ese estado; mas, cuando despertó, las luces de la cafetería estaban apagadas. Se levantó aterrada para, al tanteo buscar los interruptores. Afortunadamente no tardó en encontrarlos. Una vez, con las luces encendidas, tomó su bolso y salió a la calle.

 FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados