Bruja_Viernes!  Gracias a Dios. –Por fin se terminaba esa larga semana. Afortunadamente el siguiente lunes era día festivo-.

_Entonces qué, Santiago, vamos a tomarnos unas cervezas?

_No, hermanos. Esta noche salgo para la finca. Mi esposa debe tener ya todo listo, la recojo y “los que se van”

_Pero puedes tomarte aunque sea una. Te aseguro que el tráfico a esta hora es muy pesado. Si sales un poco más tarde, se habrá descongestionado un poco.

_En eso tienes razón. El problema es que si voy a manejar es mejor no tomar. Los acompaño y me tomo una gaseosa.

Salieron. Después de charlar y reír con los apuntes de cada uno,   Santiago se despidió.

Con la ayuda de su esposa y los dos muchachos dispusieron el equipaje en la camioneta; más sin darse cuenta, eran ya las nueve y media de la noche cuando emprendieron el viaje. El tráfico aún estaba pesado y a eso de las diez abandonaron la autopista para meterse en la oscura carretera. Inmediatamente colocó las luces altas, las cuales remplazaba por las medias cuando encontraba  alguno de los escasos vehículos. Una media hora más tarde, a lo lejos, el cielo se iluminaba por momentos con relámpagos que se sucedían tras las  montañas. La neblina era intensa y obligaba a aminorar la velocidad. A medida que avanzaban, las luces intermitentes de los rayos se acercaban volviéndose cada vez más brillantes. Un poco más tarde una tenue llovizna comenzó a empapar el parabrisas del vehículo, la que se acentuó en forma vertiginosa. El ruido de los truenos era tan intenso que parecía que los cielos se rompían en mil pedazos.  Ningún auto se había vuelto a cruzar en la vía.

Myriam, la esposa de Santiago, siempre había temido a los rayos y tempestades. Así que se sentía extremadamente nerviosa.

_Creo que fue un error el haber emprendido el viaje de noche.

_Nadie se habría imaginado que iba a llover de esta manera. Ahora lo que nos queda es seguir, puesto que hemos avanzado mucho. Lo importante es llegar pronto a la finca. Menos mal que los muchachos están dormidos.

Los rayos se sucedían tan a menudo que se podía ver grandes tramos de la carretera como si fuera iluminada por potentes reflectores. Algunos de ellos caían  muy cerca del vehículo aumentando el miedo de la mujer.

Llegaron al poblado. Veinte minutos más tarde estarían en la finca.

_Las calles están totalmente desiertas. Parece un pueblo abandonado!

_Con semejante lluvia ningún habitante se atrevería a dejar la tibieza de su hogar.

En  un instante aquel poblado quedaba atrás; mas al doblar una curva…

_Cuidado! –Gritó Myriam. Santiago pisó el pedal del freno ipsofacto haciendo que la camioneta se deslizara sobre el mojado asfalto corriendo el riesgo de salirse de la calzada.

_Qué pasa?!

_ Casi atropellas a esa mujer!

_Cuál mujer? La carretera está totalmente desierta!

Myriam buscó con la mirada sin encontrar a nadie.

_Te juro que estaba en mitad de la vía. En dónde pudo haberse metido?

_Te aseguro que no había ninguna mujer! Creo que te está cogiendo el sueño.

_De todas maneras este sitio siempre me ha producido miedo. –Mientras pronunciaba estas palabras un fulgurante rayo cayó a unos metros delante de la camioneta iluminando el paraje. A un lado se alcanzó a ver las blanquecinas bóvedas y cruces que componían el pequeño cementerio del poblado que acababan de cruzar-

_Ahora entiendo la causa de tu miedo.

_No me vas a decir que la mujer que vi en la carretera era un fantasma escapado de aquel lugar!

_Quién sabe?

_No seas bobo y no trates de ponerme más nerviosa!

Iban tan abstraídos en su charla que Santiago, si bien pudo esquivar con la llanta delantera la piedra que apareció en la vía, no lo hizo con la trasera. Esta se estalló en el acto produciendo su característico sonido. Debido al piso mojado, por segunda vez tuvo que maniobrar con agilidad para no salirse.

_Demonios! –se quedó unos instantes como sopesando la situación.

_Nos pinchamos? –preguntó Santiaguito, el hijo mayor-

_Si, pero no es cosa del otro mundo. En un instante cambio la llanta.

Luego, tomando unos guantes se bajó calándose la cachucha. Sacó la linterna, el gato y la cruceta y se dispuso a quitar la llanta mientras la lluvia caía sin clemencia sobre su chaleco impermeable.

_No se muevan. Miércoles! Los tacos están debajo de las maletas. Será mejor buscar una piedra. Se dirigió a un lado de la carretera linterna en mano. Buscó con la mirada y en eso, la luz de su linterna chocó contra algo… o alguien. Entre los matorrales se encontraba parada una mujer! No pudo evitar el sobresalto; la quedó mirando mientras ella trataba de esquivar la luz.

_Qué hace usted a esta hora y en medio de semejante aguacero? –le preguntó. Ella no contestó nada. Lo miró no sabría decir si con cierta coquetería o con miedo y comenzó a meterse de espaldas entre el maizal.

_Vas a pescar una pulmonía!

_Con quién hablas? –preguntó su esposa desde la camioneta-

_Era una mujer pero ya se fue. –No pudo evitar el estremecimiento al escuchar el batir de unas enormes alas que surcaron el espacio unos tres metros más allá, acompañados de un fuerte graznido.

_¿?

Después de asegurar la llanta guardó los implementos; tiró la piedra a un lado y se subió al auto. Colocó la calefacción y continuó su marcha.

La emoción fue grande cuando entraron al pequeño caserío cerca del cual estaba su finca. Era una de esas veredas en las cuales la mayoría de las casas eran propiedad de personas que no vivían allí. Solamente las tenían para ir en un fin de semana, de vacaciones, etc. Las familias que permanecían allí serían no más de ocho o diez.

Minutos después, cuando los faros iluminaron la hermosa casa, los muchachos gritaron:

_Llegamos!

_Esperen a que abra la reja. Todavía llueve muy fuerte.

Una hora más tarde estaban en sus respectivas alcobas. Ya las luces de la cabaña estaban apagadas, mas, por instantes, las ventanas se iluminaban como pantallas de televisor. De pronto, cuando ya el sueño se estaba apoderando de ellos, se escuchó el aleteo como si se tratara de un ave de gran tamaño. Revoloteó cerca de la casa para detenerse encima de las tejas.

_Escuchaste eso? –Preguntó su esposa-

_Si. Parece algo así como un águila o un cóndor.

_ Los cóndores no se ven muy a menudo.

_Bueno, sea lo que sea, ya se ha de ir.

Se  durmieron muy cansados.

El canto de los gallos y el trinar de las aves les dieron los “buenos días” muy temprano. Había cesado de llover. La pareja se quedó en la cama. Los niños aún dormían. Horas más tarde, después de desayunar y de tomar un baño, se dedicaron a realizar los quehaceres que más les gustaban. Los niños se subían a los árboles a bajar frutas, mientras que Santiago quitaba algunas malezas.

En las horas de la tarde se dirigieron al caserío. Myriam quería visitar a doña Eloisa y entregarle el acostumbrado detalle y, Santiago se encaminó hacia el único sitio de diversión: la cancha de tejo.

_Nos encontramos en la casa más tarde.

_No te demores, mi amor.

Allí se reunió con algunos de los citadinos y uno que otro lugareño.

_Buenas tardes!

_Miren quién está por aquí!

_ Pero si es don Santiago! –Se saludaron-

_Se toma una cerveza?

_Con gusto!

Después de conversar un poco armaron los equipos para jugar una partida de “Tejo”, deporte muy popular en la región. Jugaron hasta cerca de las seis para luego sentarse a conversar. A eso de las siete de la noche, se despidió de sus amigos y muy alegre tomó el camino hacia su casa de campo. Poco a poco las casas y solitarias calles del pequeño poblado se fueron quedando atrás, junto con las lámparas de alumbrado público. Se adentró en la oscuridad que por fortuna no era total. Aunque no había luna ni muchas estrellas, se alcanzaba a ver a lado y lado de la vía, las dos huellas que habían dejado las llantas de su camioneta.

Caminaba sereno escuchando el sonido de los grillos que llamaban a sus parejas. Por delante de él, muchas luciérnagas dibujaban por instantes un diminuto rayo de luz. Sin embargo su sexto sentido lo alertó de algo. Agudizó sus oídos. Alguien caminaba detrás de él.

_”Quién podrá ser?” –pensó  mientras giraba la cabeza.- Los pasos dejaron de escucharse. No había absolutamente nadie! Continuó su camino aligerando el paso. Pronto llegaría al bosque; mas nuevamente sintió las pisadas que le indicaban que no iba solo.

_”Será el eco?” –se preguntó como para darse una explicación- Nuevamente volvió la mirada pero en esta oportunidad alcanzó a ver que alguien se escondía entre los arbustos que limitaban el camino. Al descubrirla sintió un intenso frío recorrerle la espalda. Era una mujer! Y, para su asombro, la misma que encontró en la carretera cuando cambiaba la llanta!

_”No es posible!”-Se dijo-.

Sintió miedo. Se quedó clavado en el piso mirándola. Esta se enterró entre la maleza; pero lo más sorprendente es que tan pronto desapareció de su vista, escuchó por tercera vez, cómo un ave gigantesca emprendía el vuelo lanzando un espeluznante graznido. La siguió con la mirada hasta que la vio perderse sobre las copas de los árboles.

_Qué raro! Cualquier lugareño diría que es una bruja.

Continuó su camino. Pocos minutos después se presentó ante sus ojos la masa negra del bosque a lado y lado del estrecho camino. Se adentró en él o mejor, el bosque lo absorbió como si se lo hubiera tragado. Tenía la extensión de algo así como una cuadra. Y  al terminar, unos cien metros más y llegaría a su casa.

La luz de las escasas estrellas se perdía entre las ramas de los árboles. El hombre caminaba de prisa, sin embargo no llegaba a su fin. Seguramente, sin darse cuenta, había cambiado de curso. Se detuvo para orientarse mejor, pero no alcanzó a descubrir el camino hacia su casa.

_”Qué me pasa! Estoy perdido!” –En ese instante, desde lo alto, un coro de risas burlonas de mujeres llenó el lugar. El hombre quedó petrificado. Levantó la mirada. Paradas en las ramas, cuatro aves negras enormes lo miraban. Tenían el tamaño de un pavo. Al mismo tiempo abrieron sus alas y se dirigieron en picada hacia donde él se encontraba. Sólo que cuando tocaron tierra eran cuatro hermosas jóvenes!

Se acercaron sin dejar de mirarlo sonrientes. Santiago no sabía qué hacer. El pavor que sentía no lo dejaba reaccionar, sobre todo cuando reconoció entre ellas a la mujer que en dos ocasiones se escondió entre la enramada.

_Quienes son ustedes? Qué quieren? –preguntó aterrado. Las mujeres no contestaron. Mirándolo fijamente se acercaron coqueteando. La mujer de la enramada le pasó los brazos por el cuello acercando su boca a la de él.

_Quiero que seas mío! –dijo, empujándolo al piso suavemente-  Santiago no pudo guardar el equilibrio y se sentó para, sin poder evitarlo, recostarse en la hierba. Las otras tres se unieron a su compañera quien se deleitaba propinando al hombre besos y mordiscos por cara y cuello. Luego le desgarraron la camisa buscando su pecho. Aunque trató de utilizar sus fuertes brazos para separarlas,  no pudo casi moverlos. La fuerza lo había abandonado. Estaba a merced de aquellas mujeres que más parecían fieras en celo. Ya no pudo oponer resistencia. En seguida estuvo completamente desnudo. Luego, una a una lo poseyó lanzando gritos y graznidos de pasión.

Momentos después, jadeando se apartaron de él. Este, se encogió tomándose las rodillas. Le dolía todo el cuerpo y le ardía la espalda; apoyándose en el suelo, buscó con la mirada uno de los troncos para arrimarse a él tratando de recuperarse. En esta acción sólo perdió unos segundos; mas, al volver a fijar la vista en las mujeres,  descubrió que sus hermosas facciones se habían transformado en terroríficas muecas. No pudo más. El miedo se  convirtió en horror. Lanzó un grito y quedó en el piso desmayado, mientras los cuatro engendros del mal, lanzando espeluznantes carcajadas, abrían los brazos para impulsarse, volviendo a tomar la forma de negras y enormes aves que se remontaban hacia las copas de los árboles.

En la casa, Myriam y sus hijos lo esperaban para comer.

_Santiago ya me tiene preocupada. Prometió no demorarse y ya son las nueve y media de la noche.

_No es muy tarde que digamos, mami. Podemos esperarlo un poco más.

Una hora después…

_Creo que le va a tocar comer solo. Yo ya no lo espero más. Tengo hambre y sé que ustedes también.

Terminaron en silencio. Los muchachos se lavaron los dientes y se fueron a su alcoba. El reloj marcaba las once y media y Santiago no aparecía. La bella mujer tomó el celular. Marcó el número de su esposo y…apagado. Buscó en una agenda el número del dueño de la cancha de tejo.

_Buenas noches. Soy Myriam, la esposa de Santiago y estoy un poco preocupada. Me lo puede pasar, por favor?

_Don Santiago salió para su casa a las siete de la noche.

_A las siete? Pero por acá no ha llegado. Bueno gracias.

_Hijos! Tenemos que salir a buscar a su papá. Esto ya no me gusta nada.

Tomó las llaves de la camioneta y una ruana. Unos segundos después se pusieron en marcha. Los potentes faros del vehículo iluminaban el paraje a varios metros de distancia. Llegaron al bosque.

_Mira mami! Parece que allá hay un hombre tendido!

_Santiago! –Se bajaron del auto dejando las luces encendidas y corrieron hasta el lugar en donde el hombre yacía tendido bocabajo. Myriam se inclinó sobre él colocando el oído sobre su espalda mientras buscaba una de sus manos para tomarle el pulso.

_Está vivo! Vayan a la camioneta y traigan la ruana –Comenzó a darle suaves palmadas en las mejillas llamándolo por su nombre. Fue cuando reparó en los moretones y  heridas que tenía en el cuello y la espalda, como si alguien lo hubiera mordido y cortado con un bisturí. En los brazos se alcanzaba a ver unos trazos que después, a la luz, descubrirían que se trataba de unos tatuajes. En la cara tenía rasgos similares.

Santiago abrió lentamente los ojos para fijarlos en el rostro de su esposa con miedo, lanzando un apagado grito.

_Soy yo, mi amor! –Al reconocerla, el hombre se tranquilizó y se Abrazó a ella desesperadamente. En ese instante desde las ramas más altas de los árboles, cuatro enormes aves de color negro emprendieron el vuelo lanzando aterradores graznidos que se fueron perdiendo en el oscuro cielo.

_Son las brujas! –gritó Santiago-

_Ven mi amor, vamos a casa. Todavía estás delirando. Allá me cuentas lo que te ocurrió.

_Créeme! Esas aves eran las brujas.

Ya en la seguridad e intimidad de su cabaña, una vez que los muchachos se fueron a dormir, Santiago le contó a su esposa lo ocurrido.

_Yo no he sido nunca un fanático religioso, pero dadas las circunstancias, vamos a tener que pedir al párroco del pueblo vecino que venga a bendecir nuestra casa.  Te das cuenta de la verdad de aquel dicho popular que dice que “Las brujas no existen, pero que las hay, las hay”?

_Con todo lo que me cuentas, no hay más remedio que creer. Y es más, hay ciertos trucos para evitar que esos seres malignos nos molesten. Debemos andar prevenidos. Pero ahora, descansa, mi amor.

 

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.