_Buenas tardes don Emilio! –saludó aquel muchacho-

_Hola! Leonardo! Qué te trae por aquí? –preguntó el dentista mientras limaba una prótesis dental-

_Mi padre está muriéndose de un terrible dolor de muela.

_Y por qué no vino?

_Porque el dolor no le permite sino gritar. Me pidió que viniera por usted. Que no importa lo que le cobre, dijo.

_El problema no es de dinero, sino de tiempo. Tengo que entregar esta caja de dientes al alcalde. En un momento viene por ella.

_Lo puedo esperar?

_No. Lo mejor es que te regreses a la finca. –se dirigió hacia un estante y tomó un pequeño frasco y  echando la cabeza hacia atrás, leyó el rótulo: “Esencia de Clavos de Olor”- Toma. Con un algodón le secas la encía y con otro le untas un poquito de este líquido. Eso le calmará el dolor mientras llego. Apenas me desocupe de este trabajo me voy. Ah! Pasas por mi casa y le dices a José, el mayordomo, que ensille a “Sombra”.

El viejo reloj de la iglesia marcó  las cinco  de la tarde, hora en que el dentista salió hacia “La Cañada”. Sabía que la noche le cogería en el camino, pero tendría que cumplirle la cita a su amigo. Era un hombre de unos sesenta años de edad, de esos que no le temen a nada ni a nadie, que  cumplen su palabra a costa de todo y que, además,  nunca mienten.

La tarde fue avanzando y las sombras de la noche empezaban a cubrir el campo. Iba a buen trote. Tenía que aprovechar la escasa luz que quedaba del día para atravesar aquel extenso potrero antes de adentrarse en el bosque. Una vez allí sólo podría ir al paso de su corcel.

En efecto, cuando llegó al espeso follaje ya estaba totalmente oscuro. Solamente en algunos claros del bosque se colaba la luz de las estrellas. Mientras montaba su caballo, silbaba una vieja canción. Ya la casa de su paciente y amigo estaba cerca. En segundos, de en medio de los árboles, se escuchó la voz o, mejor dicho, el sonido que producía alguien como aupándole el caballo mientras con las manos se golpeaba sus propios muslos.  El animal dio un salto hacia delante; por poco hace que su jinete saliera volando. Por fortuna el hombre era muy experto en estas lides, y muy pronto dominó su montura. Una sonrisa apareció en sus labios.

_“Seguramente el viejo Elías se alivió del dolor de muela, salió a esperarme y me quiere jugar una broma.” –pensó. Mas no acababa de hacer esta consideración, cuando nuevamente se escuchó aquel mismo ruido acompañado del golpe en los muslos. Esta vez el caballo dio un brinco mucho más fuerte y salió hacia delante. Emilio apretó las piernas a la vez que, agachado, tiraba fuertemente de las riendas. El caballo relinchó lanzando vapor por el hocico.  El hombre lo obligó a dar la vuelta y regresar unos metros.

_Elías! Sé que eres tú! Deja de molestar, o me vas a hacer botar del caballo! –Gritó Emilio mientras continuaba obligando a la bestia a caminar hacia el lugar en donde suponía que se encontraba Elías. Al frente, a unos cuantos pasos miró que  alguien se ocultaba rápidamente detrás de unos matorrales. Claro que para ser Elías era muy bajo de estatura. A lo mejor estaba agachado. Hacia allí dirigió su caballo, pero éste se resistía a seguir y  levantaba las patas delanteras mientras relinchaba.

_Sal de ahí! Déjate de bobadas! Me estás asustando a “Sombra”! –gritó Emilio, pero de detrás del matorral una voz chillona, destemplada y espeluznante le contestó:

_¡Caraajooo!

Inmediatamente el animal salió desenfrenado mientras un frío intenso recorría la espalda de Emilio. El susto fue tal que lo hizo aferrarse con ambos brazos al cuello de su caballo que no paraba de correr casi tropezándose con los árboles. Sin embargo poco a poco comenzó a aminorar su trote. Emilio trataba de sosegarse él y calmar a su montura. Por fin el caballo continuó a su paso; el susto había pasado o, al menos, eso creyó, cuando de una rama, alguien o algo se descolgó para caer montado en las ancas del animal. Este, al sentir que los talones del desconocido golpeaban sus ijares, nuevamente se llenó de pánico y continuó su desenfrenada carrera.   Faltaba muy poco para salir del bosque y exactamente en el último árbol, aquella presencia pareció como si se izara en las ramas.

El hombre no pudo resistir la tensión y resbaló de la montura rodando por el pasto perdiendo el conocimiento.

Ya bien entrada la noche, José fumaba un cigarrillo pausadamente cuando escuchó el galope de un caballo. Dirigió su mirada hacia el lugar de donde procedía. Cuando se dio cuenta de que el animal llegaba sin jinete, se levantó de un salto y tiró la colilla.

_“Algo le pasó al patrón!” –pensó- Lo mejor será ensillar otra bestia e ir a buscarlo.

Un rato más tarde montado en otro animal y llevando a “Sombra” de la brida, se adentró en el camino y en la oscuridad de la noche. El haz de luz de su linterna barría a todos los lados la negrura. Después de cabalgar un largo trayecto miró el cuerpo del dentista en el piso. No hubiera podido decir si el ser que estaba cerca era un hombre agachado o un animal; pero cuando se acercó enfocando la linterna, lo que fuera, se alejó hacia el bosque como si volara; lanzó una horripilante carcajada, y desapareció  en la oscuridad.

_Dios mío! Protégenos! –dijo el fiel sirviente haciendo la señal de la cruz. Inmediatamente se inclinó ante el cuerpo de su patrón y, golpeándole suavemente las mejillas empezó a reanimarlo. Lentamente el dentista recobró el conocimiento.

El mayordomo lo ayudó a montar en su caballo mientras le aconsejaba:

_Creo que debe aplazar su visita a Don Elías, para mañana.

_Yo creo lo mismo.

Momentos después, los dos volvían en silencio a casa, al paso de sus cabalgaduras.

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados