Mercury 9028(Nota: A petición de la señora madre, quien me pidió que escribiera esta historia, los nombres fueron cambiados.)

Los psicólogos aseguran que cuando las personas entran en la etapa de la ancianidad comienzan una regresión mental en comportamientos y gustos, hacia la niñez. De allí que es muy común ver a los abuelos compartiendo sus ratos, juegos y charlas con sus nietos. Esta es la explicación más acertada de la razón por la cual nace entre ellos una amistad y un cariño tan fuertes, que, si alguna vez tienen que separarse, el sufrimiento es inmenso para ellos.

Este fue el caso entre Mateo y su abuelo Benjamín, y ésta es la historia:

Mateo era un niño de siete años de edad y cursaba el tercer grado de la escuela primaria. Pertenecía a una familia de clase media y vivían en un modesto barrio. Benjamín, un anciano de setenta y cinco años, fuerte como un búfalo, pensionado del ejército nacional, había quedado viudo tres años atrás, y desde entonces vivía con Jazmín, su hija y madre del pequeño Mateo; de allí que su amistad era entrañable.

Ese, como todos los días, Benjamín había ido al colegio a esperar a su nieto. El viejo disfrutaba del paseo y el nieto era feliz de encontrarse con su abuelo quién, por costumbre, lo invitaba a tomar una malteada o a disfrutar de un delicioso helado. El niño salió del colegio buscándolo con la mirada y cuando lo descubrió al frente, echó a correr a su encuentro.
_Abuelito! Sabes qué? Ya me inscribí para el cursillo de preparación a mi Primera Comunión!
_Qué buena noticia! Esto hay que celebrarlo!
_Me vas a invitar a comer un super helado?
_Por supuesto! Yo me comeré una ensalada de frutas.

Cuarenta y cinco minutos después, caminaban de regreso a casa. Mas una cuadra antes, Benjamín sintió como si le clavaran una aguja en el estómago. El dolor fue tan intenso que lo obligó a inclinarse mientras se apretaba con ambas manos.
_Qué te pasa abuelo?
_No es nada. Tal vez la ensalada me cayó mal y me dolió un poco la barriga. A los viejos como yo todo nos hace daño, pero no te preocupes; ya se me pasará.

Llegaron a casa. El dolor siguió tan fuerte, que Benjamín decidió sugerir a su nieto:
_ Trae tus cuadernos y ven a mi alcoba a realizar tus tareas escolares. Yo voy a recostarme en mi cama.

Cuando su hija y yerno llegaron y se enteraron de la situación, sugirieron al viejo ir donde el médico.
_Ustedes saben que soy alérgico a los matasanos. Debe ser algún achaque de la edad. Nada por qué preocuparse.

No valieron las excusas ni los remilgos del anciano, y al día siguiente estaba en el consultorio del doctor, acompañado por su hija.
_Don Benjamín, no quiero alarmarlo, pero de acuerdo con los síntomas y la valoración que le he practicado, me veo en la necesidad de ordenarle unos exámenes que debe practicarse a la mayor brevedad. Por ahora debe tomar esta droga para controlar el dolor. –Le alargó una fórmula médica.-
_Me encuentra usted muy mal?
_Es mejor prevenir y descartar cualquier mal peor.

Unos días después…
_Señora, le pedí que viniera porque debo comunicarle que Don Benjamín tiene cáncer. –Jazmín no hizo más que llevarse las manos a la boca para ahogar un grito- Para empeorar la situación es un cáncer del estómago y, por lo general, estos tumores malignos se manifiestan cuando ya la enfermedad está bien avanzada y no hay nada qué hacer.
_Quiere decir que no tiene curación?
_No. En estos casos es mejor dejar que la enfermedad siga su curso. No serviría de nada maltratar al paciente, sobre todo en esa edad. Ah! Y creo que es mejor no comentarle nada a su padre.

A pesar de no sentirse muy bien, don Benjamín mantenía la costumbre de ir a recoger a su nieto; pero un día, el dolor se volvió tan intenso que le impidió hacerlo. Mateo lo esperó por un largo rato. Cuando se dio cuenta de que nadie iría por él, optó por irse solo a casa. Afortunadamente no estaba lejos. Al llegar a la esquina, alcanzó a ver una ambulancia estacionada al frente. El niño corrió sin detenerse. Al llegar, dos paramédicos transportaban a su abuelo en una camilla para subirlo al vehículo.
_Abuelito! –gritó Mateo acercándose a la camilla. – Qué te sucede?
_No te asustes, mi amor. No es más que un achaque de esos que nos dan a los viejos.
_No quiero que te lleven! El otro domingo es mi primera comunión y yo quiero que estés conmigo! –Mateo se abrazaba al abuelo llorando desconsoladamente-.
_Hijito, alguna vez te he faltado a una promesa?
_No!
_Entonces, escúchame: Te prometo que estaré aquí contigo en tu primera comunión. Es más, nos tomaremos una foto juntos. Aún faltan unos pocos días! Los suficientes para recuperarme!
_Está bien. Espero que me cumplas. –Le dio un beso en la mejilla.-
_Por supuesto. Anda. Ve a acompañar a tu madre.

Esa noche, don Benjamín falleció. El Entierro fue al día siguiente. A pesar de la sutileza de Jazmín al darle la noticia a Mateo, el golpe fue tremendo. El niño lloró inconsolable. De todas maneras, la primera comunión se realizaría como estaba previsto. No sería nada ostentoso ni habría fiesta, pero si se mandaría preparar un delicioso ponqué, se tomarían unas fotos y lo más importante, se invitaría a todos los familiares.

Y llegó el día. La capilla del colegio lucía muy adornada. La ceremonia fue especial; luego se les brindó el desayuno a todos los niños, y por último, cada uno para su casa. En la tarde, los integrantes de la familia de Mateo fueron llegando para celebrar aquel acontecimiento. Los regalos se colocaban en una pieza contigua a la sala. En el centro de ésta, se había ubicado el exquisito ponqué. El niño denotaba en su semblante un dejo de tristeza: extrañaba la presencia de su abuelo.
_Bueno, -dijo el padre del festejado- ya estamos todos aquí y creo que es la hora de comenzar a tomar las fotos. Señor fotógrafo, por favor…
_Con mucho gusto. En primer lugar vamos a tomar una foto de Mateo solo, junto al ponqué; en seguida le tomaremos con sus padres, y luego con sus familiares, de acuerdo?
_Está muy bien.
_Mateo, ven, colócate aquí. –El niño se situó como lo ordenaba el fotógrafo, y éste se alejó unos pasos con la cámara dispuesta. En eso, la puerta de entrada se abrió y un frío intenso penetró en la sala. Algunas de las mujeres, comenzaron a frotarse los brazos. Alguien se apresuró a cerrarla. En su sitio, el fotógrafo se preparó para tomar la primera foto. De pronto bajó la cámara y, mirando hacia detrás de Mateo, dijo:
_Señor, disculpe. Esta foto la tomaré al niño solo; en un momento le tomamos con los abuelos, de acuerdo? –Esperó un tanto- … Qué pena, señor. Creo que no me hice entender…
Mateo miró con extrañeza al fotógrafo. Jazmín se acercó y en voz baja le preguntó: _Con quién habla?
_Con el señor que está detrás del niño!-
Los presentes lanzaron un murmullo de desconcierto, puesto que…detrás de Mateo no había nadie!
La mujer, imaginando lo que ocurría y tratando de contener las lágrimas, le pidió:
_Por favor! Tome la foto así!
_Como usted quiera, señora. Mateo, mírame!
Mateo acató la orden, pero al momento en que la luz del flash se disparara, sintió cómo unas tiernas manos se posaban sobre sus hombros. Levantó la cabeza tratando de mirar hacia atrás. Una expresión de felicidad iluminó su semblante. Al niño pareció olvidársele que su abuelo había fallecido y tal vez imaginó que estaba junto a él. En un susurro exclamó:
_Abuelo! No me fallaste! -.-Luego se tomaron otras fotos. Por fin Mateo quedó libre. Apagó el cirio y comenzó a buscar con la mirada algo o alguien. Se detuvo en la puerta de salida.
_Abuelito! Espera!… No te vayas!
_Mateo! –qué estás diciendo?
_Era el abuelo, mami. Estuvo aquí. Acaba de despedirse desde la puerta.
_Si, mi amor! El tiene que irse. Sólo vino por ti –dijo abrazando a su hijo- Ven, vamos a partir la torta.

Días más tarde llegó el fotógrafo hasta la casa a entregar las fotografías y cobrar su trabajo.
_Señora Jazmín, usted me va a perdonar, pero dos de las fotografías quedaron un poco mal. No me explico por qué el señor que está detrás de Mateo en la primera y junto a él en la segunda, no salió tan nítido como debía ser. –Jazmín se impacientó un tanto-
_Quiero verlas! -El fotógrafo hurgó en su carpeta y dijo:
_Son éstas.
En efecto, el abuelo aparecía en las dos fotografías un tanto borroso. Para ella fue imposible contener los sollozos.
_Qué pasa, señora! No veo la razón de su llanto. Si usted quiere, la podemos repetir. No es más que…
_Usted no entiende! El hombre que aparece con mi hijo es su abuelo! Solo que…
murió unos días antes de que Mateo hiciera la primera comunión.
_No me explico…
_El le había prometido estar a su lado en ese día y como ve…le cumplió la promesa.

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados