Generalmente ocurre que, cuando escuchamos algún ruido de esos  que no tienen explicación y, en especial en horas de la noche, siempre tratamos de calmarnos diciendo: “Seguro fue el viento”; “En las casas viejas la madera suena”; ”Debió ser en el apartamento contiguo”; “Posiblemente fue un gato”.

En esta oportunidad, la disculpa o la culpa fue de “La polilla Guitarrista”  

Evelio se detuvo frente a la vitrina de aquella farmacia que, por azar, encontró en su camino. En la parte interna había una cartelera con varios anuncios. Entre ellos, le llamó la atención uno que decía: “Se arrienda Aparta-estudio”. El, precisamente, estaba buscando un apartamento pequeño. Debajo del enunciado, estaba el número telefónico. Inmediatamente tomó su móvil y marcó.  Unos minutos más tarde, se encontraba hablando personalmente con la propietaria en su casa. El aparta-estudio estaba ubicado relativamente cerca, así que fueron a mirarlo en ese mismo momento. El inmueble en mención, estaba ubicado en el quinto y último piso de una torre construida en el lote de una de las grandes casas de aquel barrio, que hace un par de años fuera demolida. Aquella torre constaba de cuatro aparta-estudios en el quinto piso y dos apartamentos corrientes en cada uno de los tres inferiores. En el primero, estaban los aparcaderos.

A pesar de ser pequeño, el inmueble tenía todo lo necesario: Una minúscula sala-comedor, una mini-cocina, sobre la cual había un altillo en el que la propietaria guardaba algunas cosas, y al que se podía acceder colocando una escalera que ella mantenía en su casa. Como se dice en el lenguaje coloquial, hubo “química” entre los contratantes: Tanto el joven quedó encantado con el apartamento, como doña Irma, la dueña, con él. Por tanto, fue muy fácil llegar a un acuerdo.

Dos días después, Evelio tomaba posesión del lugar. Habiendo terminado de distribuir y ordenar sus cosas, se preparó un suculento almuerzo siguiendo las indicaciones que desde tiempo atrás le había enseñado su madre. Cuando todo estuvo listo, se sentó ante la mesa americana para  degustar lo que sería almuerzo y cena.  Luego encendió el televisor y  miró durante un corto rato. Estaba cansado del ajetreo. Optó por darse un baño reparador y se fue a la cama. Apagó las luces y no tardó en quedar dormido.

No había pasado una hora, cuando, de manera inconsciente, escuchó las cuerdas de una guitarra. Poco a poco el sonido lo fue trayendo a la realidad. Abrió los ojos y prestó atención. En efecto parecía como si alguien afinara una guitarra, puesto que pulsaba el mismo tono con diferente timbre. Se sentó en la cama y trató de buscar el origen del mismo. Le pareció que provenía del altillo. Se calzó unas chancletas y se dirigió a la cocina. Tomó una silla del comedor; antes de encaramarse sobre ella, encendió la luz de la cocina. Aunque no alcanzaba a ilumínalo completamente, se podía distinguir una guitarra colgada en la pared y una enorme polilla saltando sobre las cuerdas.

_Ah, eras tú. Para ser polilla, afinas muy bien la guitarra. – Después de colocar la silla en su lugar, se metió entre las cobijas.

_“Qué raro. Hubiera jurado que alguien afinaba la guitarra. O, tal vez, me dejé llevar por la imaginación”. –Pensó, puesto que a él también le gustaba practicarla. De hecho, tenía una que dejó en su casa paterna-.

_“Será mejor que no lleves la guitarra, para que no te quite tiempo de estudiar”. –Le había dicho su madre-

Sin embargo, le hacía mucha falta y había decidido traerla en la próxima visita a sus padres, y que sería el próximo fin de semana. No todo tenía que ser estudio o trabajo.

Aquel domingo llegó a su aposento cuando la noche comenzaba a extender su manto sobre la ciudad. Aunque le gustó mucho haber estado con sus padres, le dio alegría entrar en aquel lugar que era su nido y su fortín. Encendió la luz de la sala,  caminó hacia una butaca y colocó su guitarra sobre el espaldar. Encendió las luces de la cocina y alcoba donde descargó su morral. Luego se dejó caer sobre la cama y allí permaneció por un largo rato. Cuando el hambre le aguijoneó el estómago, se levantó a sacar los bocadillos que su madre le había preparado. Definitivamente nada es tan rico como lo que preparan las madres.

Casi a la media noche, su sueño fue nuevamente interrumpido por la “Polilla guitarrista”. Sólo que esta vez, lo que escuchó, ya no fue el sonido de la afinación: Le dio la impresión de ser el ensayo de una melodía. Escuchó por un momento y sintió el impulso de ir a mirar; mas, por alguna extraña razón, desistió de la idea. Después de haber escuchado la repetición de los acordes, inesperadamente, la serenata finalizó. Fue ese el momento cuando quedó totalmente consciente. Se sentó sobre el espaldar y se puso a analizar lo sucedido.

_“Esto ya se está poniendo muy raro”. –Dijo para sus adentros-

El joven permaneció un considerable tiempo despierto. Ya, al amanecer, volvió a conciliar el sueño.

En la tarde de ese lunes, Regresaba a su aposento tarareando una canción. Fue en el instante en que buscaba la llave en su bolsillo, cuando escuchó nuevamente el trinar de la guitarra. Prestó atención con la intención de saber si la música provenía de su apartamento o de algún otro; mas, le llamó mucho la atención la maestría con que el intérprete tocaba el instrumento. De todas maneras, no había duda de la procedencia. Se apresuró a tomar la llave, la introdujo en la cerradura y empujó la puerta. Para su sorpresa, el sonido cesó como por arte de magia. Como en otras oportunidades se quedó pensando sobre lo acontecido. La única explicación que se le ocurría, era que el artista debía vivir en el apartamento contiguo. Pensó en llamar a la puerta y preguntar, pero… no se atrevió.

Se despertó como de costumbre, tomó una ducha, arregló su alcoba, se preparó el desayuno, tomó su morral y abrió la puerta para salir. La sorpresa que se llevó fue mayúscula: un muchacho  iniciaba el descenso de las escaleras con una guitarra en su funda, colgando sobre su espalda. Giró la cabeza y lo miró por unos instantes. Apresuradamente, Evelio tomó la llave de su bolsillo, aseguró la puerta y se dirigió lo más rápido que pudo escaleras abajo, con el propósito de alcanzarlo. Quería conversar con él. Sin embargo parecía como si aquel hubiera volado o se hubiera esfumado en el aire. El todo fue que no logró alcanzarlo. Las escaleras estaban desiertas. Llegó hasta la portería y le preguntó al celador:

_ ¿Me puede decir hacia qué lado se dirigió el muchacho que salió con la guitarra?

_Por aquí no ha salido ningún muchacho con guitarra.

_ “Seguramente entró en algún apartamento”, -Se dijo, pero al mismo tiempo se respondió: “Si hubiera sido así, lo hubiera visto”.

Regresó a su residencia cuando ya había caído la noche. Le pareció normal escuchar las cuerdas de la guitarra. Ahora ya sabía que, aunque pareciera que provenía de su apartamento, no era así, sino del contiguo. Abrió la puerta de entrada. Estaba casi oscuro. Sólo el reflejo de las luces de fuera, iluminaban de forma vaga su recinto. Antes de pulsar el contacto para encender la luz, alcanzó a ver en el canapé a una persona sentada, con su guitarra sobre las rodillas. El sujeto  dejó de tocar y lo miró. Evelio sintió un estremecimiento en  el pecho: ¡Aquella persona era la misma que había visto por la mañana bajando las escaleras! Todo eso ocurrió en segundos. Volvió la mirada para ubicar el interruptor, lo pulsó y la encendió: En el canapé no había nadie. Sólo la guitarra descansaba sobre él.

Muchas preguntas se agolpaban en su cabeza, entre ellas:¿Sería mí imaginación? ¿Me estaré volviendo loco? ¿Por qué me ocurre esto?  Sin pensarlo dos veces tomó una inesperada decisión. Dejó lo que tenía en sus manos y salió. Llegó a la puerta del apartamento del lado y tocó. Abrió una hermosa joven.

_¿Si? ¿Qué se le ofrece?

_Buenas noches. Mira… Soy Evelio… Vivo en el apartamento del lado…

_Hola!

_Bueno… Esta mañana, cuando salía para la universidad vi a un muchacho que creo que salió de este apartamento. Llevaba una guitarra, y…

_No pudo salir de este apartamento porque aquí vivimos únicamente mi mamá y yo. Por otra parte no creo que sea de alguno de los otros dos. Conozco a los que viven allí. A propósito, también te hemos escuchado tocar la guitarra. Tocas muy bien! Creo que igual al muchacho que vivía aquí antes de llegar tú. Eres familiar de él?

Evelio la quedó mirando sorprendido.

_No… No.  Bueno, me voy. Gracias.

Se retiró tan rápido como le fue posible. Entró y cerró quedándose arrimado a la puerta. Había ido al apartamento vecino para salir de una duda y resultó más confundido aún. En primer lugar, él no había tenido la oportunidad de tocar la guitarra por cuanto hacía tan sólo dos días que la había traído. En segundo lugar, él no era tan diestro en tocar. Pero lo que más le extrañaba era que si el guitarrista no vivía en el edificio, entonces… ¿De dónde venía el sonido? De súbito una idea se formó en su mente la que desechó al mismo momento, aunque no pudo dejar de preguntarse quién era el muchacho que había visto bajando las escaleras y que… Bueno, creyó verlo sentado en el sofá.

Para dejar de pensar en el asunto, se dispuso a preparar su cena.

Después de haber terminado de cenar, lavó la losa y ordenó la cocina. Sin pensar, miró hacia el sofá en donde descansaba su adorada guitarra. Se sobrepuso al síntoma de escalofrío que trató de recorrerle el cuerpo y se dirigió hasta allí; La tomó y comenzó a interpretar una canción sin exagerar en la intensidad del tono, para no incomodar a los vecinos. Se levantó, fue hasta la nevera, tomó una botella de vino y un vaso; se sirvió un generoso trago y siguió interpretando sus canciones favoritas por un largo rato. Después, enfundó su guitarra en el estuche y se fue a la cama. Tal vez, a causa de vino, el sueño lo venció enseguida.

En la mañana, al salir a estudiar, en forma descuidada, pasó la mirada por el sofá en donde había estado tocando la noche anterior. Lo que descubrió lo hizo parar en seco: Al lado de su guitarra había otra que ya era conocida. Se acercó. Sin duda alguna esa era la guitarra que había visto en el altillo. Volvió la mirada hacia allá, mas la pared estaba vacía. Un frío indescriptible le recorrió la espalda, mientras se preguntaba cómo había llegado hasta allí. Se le vino a la memoria lo que le contara su vecina: “Tocas muy bien! Creo que igual al muchacho que vivía aquí antes de llegar tú. Eres familiar de él?”

A largos pasos, se dirigió a la puerta y salió. En ese instante, escuchó:

_¡Felicitaciones! –Era su vecina-

_ ¡Hola! –Dijo disimulando su nerviosismo- ¿Cuál es el motivo de tu felicitación?

_Veo que al fin te contactaste con el anterior inquilino de tu apartamento.

_Y… ¿Por qué me dices eso?

_Porque anoche los escuchamos cantar y tocar la guitarra a los dos. ¡Hacen un dúo hermoso!

Evelio no supo qué contestar y, simplemente, dijo:

_Gracias. Te dejo porque tengo un poco de afán. Adiós.

_Que tengas un buen día!

Durante todo el camino hacia la universidad no dejó un segundo de pensar en lo acontecido. Ya, durante las clases y, con el contacto con sus compañeros,  pudo apartar las ideas que se querían meter en su cerebro.  Sin embargo llegó la hora de dirigirse a su apartamento y no podía negar que le producía una mezcla de inquietud, combinada con temor y miedo; mas, se sobrepuso y tomó el bus. Llegó hasta donde tenía que bajarse. Cuando le faltaban unos pocos metros para llegar a la torre, cayó en la cuenta de que delante caminaba el muchacho aquel, pero sin guitarra. Antes de entrar al edificio, volvió la mirada hacia Evelio y entró en la torre. Este agilizó el paso todo lo que le fue posible, aunque no logró ni volver a verlo y mucho menos, alcanzarlo. Esto le incrementó su malestar, convirtiéndolo en furor, el que remplazó el miedo que quizo apoderarse de él.  Entró a su aposento. Todavía era de día. Antes de cerrar la puerta, miró a todos lados. Todo estaba dentro de lo normal. En el diván, descansaban las dos guitarras. No tenía hambre, pero se preparó un buen café.  Encendió el televisor para evitar que a su cabeza llegaran ideas locas, como la que le estaba rondando, que el anterior inquilino no hubiera devuelto las llaves. Se sentó a degustar su café y el programa que estaban presentando. Se calmó totalmente; tanto, que se fue adormeciendo. Su cabeza se reclinó hacia uno de sus hombros. La luz solar se fue acabando sin que se percatara de ello, quedando en completa oscuridad, interrumpida por la luz que despedía el televisor.

Evelio, comenzó a soñar. La puerta de su apartamento se abrió y entró una persona. Caminó hasta la butaca en donde se hallaba dormido. El visitante, lo miró sonriente, levantó una de sus manos y la colocó sobre la cabeza del soñoliento.

_¿Otra vez tú? –Preguntó sin abrir los ojos-

Por toda respuesta, el joven retiró la mano y camino hasta el canapé donde estaban las dos guitarras. Tomó una de ellas y dejó en su sitio la de Evelio. Se acercó nuevamente hasta donde dormía y dijo:

_ “Esta fue mi compañera. Ahora es tuya. Consérvala”.  –Se la colocó sobre las rodillas y contra su pecho y, poco a poco, se desvaneció hasta desaparecer-

Fue en ese instante cuando Evelio despertó. Levantó su cabeza un poco sobresaltado, miró a uno y otro lado y bajó la mirada hacia la guitarra. Cosa rara, no se inmutó. Por el contrario sintió que se llenaba de alegría. Colocó su mano izquierda sobre el brazo de la guitarra y comenzó a pulsar sus cuerdas con una facilidad extraordinaria, como nunca lo había hecho antes. Dejó de tocar, levantó la mirada y dijo:

_ ¡Gracias!

El timbre retumbó en aquella casa. Doña Irma. Se apresuró a abrir la puerta. 

_Buenas tardes, señora.

_¡Evelio! Qué agradable visita. Adelante. Por favor tome asiento y cuénteme: ¿Qué lo trae por aquí?

_Vengo a comentarle algo.

_¡Dígame!

Antes de preguntar cualquier cosa, Evelio le comentó lo sucedido. Irma lo escuchaba con mucha atención y curiosidad. Cuando éste terminó su narración, la mujer dijo:

_Su relato me tiene muy asombrada. La verdad es que no creí oportuno ni necesario contarle lo que creo que usted ya se debe imaginar. En el apartamento que le arrendé vivió un joven de nombre Raúl. Sus amigos le llamaban “El Fenómeno del Requinto” por la maestría con que tocaba la guitarra. Un día supe por medio del portero que a partir de un día viernes, dejó de venir al apartamento. Pasaron cinco días, después de los cuales llegaron dos señoras a buscarme. Una de ellas era la madre y la otra una tía. Me comentaron que la policía de un pueblo cercano las había contactado para comunicarles que Raúl, desafortunadamente había fallecido por causa de un accidente. Les hice entrega de sus pertenencias. La madre no quiso llevarse la guitarra. Me manifestó que no le hubiera gustado venderla ni tampoco tenerla para evitar sufrimientos. Así que, allí quedó colgada. Según lo que usted me comenta, ahora es suya.  Pero me gustaría saber si usted va a continuar en el apartamento.

_Por supuesto. ¡Ah! Deseo saber una cosa: ¿Los vecinos saben algo de lo que ocurrió?

_Le contesto lo mismo que le dije a usted: No creí necesario comentarlo y nadie me ha preguntado sobre eso.

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.