La-Novicia

Muchas veces tus sentidos te engañan. Y en especial, tus ojos. Sucede en muchas ocasiones: ves o, mejor, crees ver imágenes y comportamientos muy diferentes a lo que en realidad son. Todo depende del ángulo desde donde mires. De allí que no es aconsejable reaccionar al instante, sin estar completamente convencido de la realidad.

Faltaban escasos ocho días para que Zenaida y Jerónimo se unieran en matrimonio. Llevaban tres años de noviazgo y habían aprendido a conocerse, comprenderse y, sobretodo, a amarse sin medida. De la misma manera, confiaban el uno en el otro… hasta ese día.

Aunque no lo creas, las coincidencias existen y a veces se presentan para cambiarnos la vida totalmente. Esa tarde, Zenaida salió a realizar unas diligencias personales. Llegó hasta aquella plazoleta en donde se ubicaban sillas en frente de las diversas fuentes de soda, cafés y sitios de comidas rápidas. De pronto, reparó en la presencia de un  hombre, inconfundible para ella, quien caminaba varios metros delante.

_ “Jerónimo? Y qué estará haciendo por aquí?” –pensó mientras la curiosidad la obligó a detenerse-

En dirección contraria apareció aquella hermosa rubia. Al verlo, su rostro se estremeció de felicidad y se lanzó a abrazarlo. El hombre prácticamente la levantó en el aire rodeando su talle.  Zenaida se acercó unos pasos más hasta donde pudiera mirar sin ser vista. Su novio indicó hacia una mesa y acto seguido se acercaron. El, tan galante como siempre, tomó la silla del espaldar y la retiró supuestamente invitando a la rubia a sentarse. Luego se situó frente a ella, de espaldas al lugar en donde estaba Zenaida. Esta se vio obligada a sentarse y a pedir un refresco para esperar el desarrollo de los acontecimientos. Conversaron durante un largo rato y por fin la pareja se levantó. Ella empinó los tacones y él se agachó para despedirse con un beso y un estrecho abrazo; y, aunque Zenaida desde su ángulo de visión  creyó y hasta hubiera podido jurar que el beso que se dieron fue en la boca, realmente fue en la mejilla. Sin embargo, para ella, esto bastó y sobró para levantarse y marcharse sin importar lo que ocurriera después.

Llegó hasta su casa, empacó lo más indispensable en una pequeña maleta, se sentó frente a su escritorio y, después de escribir unas cuantas líneas, dobló la hoja, la colocó en un sobre, se quitó el anillo de compromiso para colocarlo dentro del mismo y, pasándolo por los labios, lo cerró. Luego salió con la maleta rumbo al terminal de buses.  Antes de comprar el tiquete, se acercó al mostrador correspondiente a la sección de correos para colocar la carta. Unos minutos después mientras caía la noche, ella, muy bien acomodada en aquel bus, salía con dirección a un lugar que sólo ella sabía. Tenía el corazón destrozado. No iba a llorar. En lugar de eso, lo mejor sería pensar en el nombre que, a partir de ahora, llevaría: Hermana Clotilde, Milagros, Nicolasa, bueno. Ya lo escogería. Todo lo pasado, sería borrado de su mente.

Jerónimo, descuidando un poco sus labores de oficina, marcaba y marcaba el número de Zenaida sin obtener respuesta. En eso, una de las secretarias  llamó su atención:

_Doctor, le llegó este sobre. –Dijo, estirando su mano-

_Gracias.

Lo tomó con impaciencia y lo abrió. Lo primero que miró fue el anillo. Sintió un aire frío llenarle el estómago. Luego tomó el papel y leyó:

“Con lo que vi esta tarde en la plazoleta, tengo lo suficiente para saber la clase de hombre que eres. Adiós. Zenaida”.

_Pero, qué pudo haber visto? Mi saludo con mi prima? No es posible! Siempre le fui fiel y ahora me sale con ésto? Ya comprendo. No estaba segura de su amor hacia mí y lo tomó como pretexto. Está bien. Sé que me costará mucho olvidarla; pero lo haré.

Aquel convento, como muchos, no tenía timbre. Un cordel asomaba por una de las puertas. La mujer tiró de él  y esperó. Al momento se abrió una pequeña puerta detrás de una rejilla y la voz de una monja con acento español dijo:

_Ave María Purísima.

_Sin pecado concebida. –Respondió-

Cruzaron algunas palabras y luego la puerta se abrió y se le permitió el ingreso. Después de hablar con la madre superiora, se le asignó una celda en la que había únicamente una rústica cama con un crucifijo encima del espaldar y al lado una mesita. Al fondo, un armario. En uno de los costados había una ventana  pequeña y muy alta. Sólo servía para proveer de luz a la celda.

Esa noche, ya acostada, lloró como nunca lo había hecho en su vida. Recordó tantos momentos vividos con su amor, tantos detalles, tantas noches de pasión… Al pensar en ello, dejó de llorar y pasó sus manos por su cuerpo sintiendo un estremecimiento. Al mismo instante, escuchó en medio de la oscuridad una risa destemplada y sin matices.

_Ja, ja, ja, ja, ja.

Zenaida se quedó totalmente quieta. Permaneció así por unos minutos escuchando el acelerado latir de su corazón.

_ “Qué pudo ser eso? Sería por fuera? O serían ideas mías?”  -Un poco después, se quedó dormida-

En la mañana siguiente, muy temprano, se levantó, se dirigió hacia los baños y se dio un duchazo frío. No podía darse el lujo de utilizar agua caliente o tibia. Allí no existían esas comodidades. Luego siguió a un grupo de monjas y novicias que se dirigían a la capilla. No tenía confianza con ninguna. Se arrodilló, hizo la señal de la cruz y esperó que comenzara la eucaristía. Una de las monjas volteó a mirarla de muy mala manera. Ella desvió la mirada.

Cuando concluyó la eucaristía, se dirigieron todas al comedor. Ella caminaba despacio. Ya las mesas estaban casi todas llenas. No sabía en dónde sentarse. En eso, alguien, tomándola suavemente por el brazo, le dijo:

_Ven, sentémonos por acá.

_Gracias.

_Yo soy Bernardette. Es decir, ese es mi nombre a partir de ahora.

_Yo soy…Consuelo. Mucho gusto.

Comenzaron a conversar de todo un poco. Por segunda vez, la monja de la capilla volteó a mirarla de aquella forma. Apartando la mirada, le dijo a su nueva amiga:

_Mira, por favor, con todo el disimulo, quisiera saber quién es una hermana que en la capilla y en este instante me mira como si me odiara sin conocerme.

_Dime dónde se encuentra. –Zenaida o Consuelo, le dio las indicaciones del caso. Bernardette dejó caer una cuchara, se agachó y se levantó a cambiarla. De esta manera pudo mirar a la indicada sin problemas. Cuando regresó, le dijo:

_Se llama Bárbara. Es una hermana de muy mal genio. No creas que es sólo contigo. Es así con todas y todas evitamos tener problemas con ella. Yo no sé por qué está aquí.

Las actividades conventuales siguieron su curso.  Ya sola, en su celda, rezó sus oraciones y, bajo la débil luz de la bombilla, se dedicó a leer la biblia para así tener la mente ocupada. Cuando ya se cansó, la apagó y se dispuso a dormir. La celda quedó un tanto iluminada por la blanca luz de la luna. Nuevamente los recuerdos volvieron a su mente. Se imaginó paseando por la playa con su amado. En ese momento, el graznido de un ave y el batir de unas enormes alas, la hicieron dirigir la vista hacia la ventana. Alcanzó a ver la sombra pasando cerca mientras lanzaba un nuevo graznido. No pudo evitar el sentirse nerviosa. Escuchó aquel batir de alas que se alejaban. Se tranquilizó, mas, en ese instante, la fuerza del aleteo se incrementó anunciando que volvía para detenerse frente a su ventana sin dejar de emitir sus graznidos. La infeliz novicia quiso gritar, levantarse y salir corriendo de su celda, pero el terror la había paralizado. La infernal ave levantaba sus garras para golpear el vidrio.  Se retiraba y volvía a la ventana hasta que pudo quebrarlo en mil pedazos. Acto seguido, se paró en la parte inferior del marco, miró a la desvalida mujer y lanzó su aterrador graznido. Luego se dejó caer dentro de la celda, mas, antes de tocar el piso, en segundos quedó transformada en una monja con la cabeza agachada y las manos entrecruzadas. Se fue acercando lentamente al lecho de la novicia. Esta, levantó  un poco la cabeza. Lo que vio fue algo aterrador. La monja era… Bárbara!

El terror que sintió la hizo sacar fuerzas de donde no las tenía para incorporarse un poco sobre el espaldar y lanzar un grito que se ahogó en su garganta.

_¡Te estábamos esperando! –Dijo con una voz por demás gruesa para tratarse de una mujer-

Antes de desmayarse, escuchó la risa que se iba transformando en el ya conocido graznido.

Despertó cuando ya amanecía. Miró a la ventana y a todo su derredor. Deseó que se hubiera tratado de una pesadilla, pero en el piso estaban los fragmentos del vidrio. Saltó de la cama para ir a darse un baño. Luego, ya vestida con su nuevo atuendo, se dirigió a la capilla. Ya en ella había varias religiosas arrodilladas. Se ubicó en una banca. Al momento alguien se arrodilló junto a ella saludando en voz baja:

_Hola! –Era Bernardette-

_Hola! –Respondió.

No hablaron más durante el oficio religioso, con excepción del momento en el que el sacerdote dijo:

_Daos fraternalmente la paz.

Las dos nuevas amigas se miraron y se dieron un estrecho abrazo, mientras pronunciaban “La paz sea contigo”. Fue en ese momento cuando Consuelo se dio cuenta de que era observada desde otro punto de la capilla: Bárbara se encontraba de pies  mirándola de lado con odio, advertencia  o amenaza que la hizo lanzar una especie de gemido. Al darse cuenta de ésto, Bernardette le preguntó:

_Qué tienes? Te has puesto pálida.

_No es nada. Disimula. Luego te cuento.

Mientras caminaban hacia el comedor, Consuelo le dijo:

_Desde que llegué me han sucedido unas cosas terribles. En la primera noche cuando estaba a punto de dormirme, escuché una risa macabra dentro de mi celda. Quise creer que mis sentidos me engañaban convenciéndome a mí misma de que sería alguien por fuera. Y anoche me ocurrió algo que no me vas a creer: Sentí el revuelo y los graznidos de una enorme ave. Luego llegó a mi ventana y quebró el vidrio. Saltó hacia dentro y en segundos se transformó en una monja que se fue acercando a mi cama. Al mirarla me di cuenta de que era Bárbara. Me miró y me dijo con gruesa voz: “Te estábamos esperando” Yo quise gritar y no pude. Antes de desmayarme ella salió nuevamente volando por la ventana.  Creo que tendré que hablar con la Madre Superiora.

_Espera. En primer lugar, a pesar de lo del vidrio, quisiera que estés totalmente segura de que lo que me cuentas no fue producto de un mal sueño. Hay veces que uno mezcla lo que sucede en la realidad con el sueño del momento.

_Te aseguro que no se trató de ningún sueño. Entiendo que no me creas. A mí me ocurriría igual.

_Mira, apenas nos estamos conociendo, pero te creo, aunque quiero darte un consejo: Todavía no le cuentes todo lo ocurrido. Simplemente dile que anoche un ave se estrelló contra tu ventana y quebró el vidrio, que tú solicitas que lo remplacen y que te coloquen una reja de metal, que eres muy nerviosa y tienes mucho miedo de ladrones y que quieres estar tranquila.

_Eso haré. Te agradezco tu ayuda y por favor, que ésto quede entre nosotras. Oye, no sé si hacerte una pregunta…

_Por supuesto! Díme lo que sea.

_Tú crees en espantos, brujas y esas cosas?

_No he tenido nunca una experiencia de ese tipo, pero he escuchado el dicho: “No creo en brujas, pero que las hay, las hay”.

El día transcurrió normalmente. No tuvo ninguna clase de percance. Al cerrar la jornada, se despidió de Bernardette y se marchó a su celda. Sintió un gran alivio encontrarse con que la ventana tenía un nuevo vidrio y unas rejas de metal. Recordó las palabras de su amiga cuando le dijo que había veces en que se mezclaba lo que sucede en el momento real con el sueño. Es posible que hubiera ocurrido algo similar. Se colocó sus prendas de dormir, se arrodilló al lado de la cama mirando al crucifijo y comenzó a decir sus oraciones y a pedir protección contra todos los males. Se metió entre las cobijas y apagó la luz. En el mismo instante, creyó ver, en medio de la oscuridad, la silueta de una monja al lado de su armario. Sobreponiéndose al miedo, estiró el brazo para encender nuevamente la luz. No había nada. Volvió a apagarla y la silueta apareció. Accionó por segunda vez el interruptor, mas el bombillo lanzó un intenso fulgor y se quemó. Bajó asustada el brazo y lo metió dentro de las cobijas. La silueta se movió caminando lentamente hacia ella. Con desesperación, gritó:

_¡¿Qué quieres?! –La aparición, rodeada de un color rojizo, se acercó. La cara de Bárbara comenzó a transformarse en algo monstruoso y con aquella voz macabra y gruesa, le dijo:

_¡A ti!

Consuelo agarró con desesperación el crucifijo del espaldar y lo sostuvo como escudo frente a la demoníaca imagen. Esta retrocedió y desapareció dejando un olor nauseabundo. Consuelo saltó de la cama, abrió la puerta y salió corriendo hacia la celda de su amiga Bernardette. Golpeó tratando de no hacer mucho ruido. La puerta se abrió y la novicia se lanzó dentro.

_¡Consuelo! Qué haces aquí?

_¡Por favor, ayúdame!  ¡Cierra! –Bernardette cerró deprisa-

_No puedes quedarte aquí. Si alguien se da cuenta, nos expulsan a las dos del convento.

_No salgo de aquí ni muerta. Si quieres duermo en el piso, pero no me saques! –Y se deshizo en llanto-

_Por favor, cállate que te van a escuchar. Está bien. Cuéntame lo que sucedió. Le relató lo ocurrido.

_Ahora ya puedes estar tranquila. No te va a ocurrir nada. Ven, acostémonos. Mañana hablaremos con la Madre Superiora.

Cuando ya comenzaba a amanecer, Bernardette la despertó. Ya estaba bañada y vestida.

_Consuelo, levántate. Vamos a tu celda. –Abrieron con cuidado la puerta. Bernardette se asomó con precaución. No había nadie. Salieron hacia la celda de Consuelo. Una vez allí, esperaron un momento hasta que ésta pudiera salir a bañarse. Cuando llegó, su amiga se retiró hacia la capilla y Consuelo comenzó a vestirse. Ya había tomado una decisión: Se retiraría del convento y regresaría a su casa.

Durante el desayuno, le comentó su propósito a su amiga.

_No te culpo. La verdad es que esta vida no es fácil. Se necesita tener una vocación de verdad. Si ya terminaste, ven te acompaño donde la Madre Superiora. –Salieron-

Bernardette golpeó a la puerta diciendo:

_Ave María Purísima.

_Sin pecado concebida. Sigan, sigan. En qué puedo servirlas? –Preguntó la Madre.

_Madre, Consuelo quiere hablar con usted. –La monja miró por unos instantes a Consuelo.

_ No me digas que te quieres ir.

_Si, Madre. La verdad habría querido irme sin contarle lo que me está ocurriendo, pero creo que es mi obligación advertirla sobre algunas situaciones. Le juro que lo que voy a contarle es totalmente cierto y le ruego que me crea. –Le contó con todo detalle lo sucedido; mas cuando terminó, la Superiora les dijo algo que dejó a las novicias muy extrañadas:

_Hay un asunto que me inquieta: Entre nosotras no tengo a ninguna hermana que se llame Bárbara. Y créanme que las conozco a todas. –Las dos novicias se miraron- Esto ya me está pareciendo muy raro. Me gustaría conocerla… Bien, vamos a hacer algo… Voy a dar la orden de reunirnos todas en la capilla. Conversamos más tarde. Espérenme allá. Ojalá el Padre Ramos no se haya retirado aún.

Cuando ya las hermanas y las novicias estaban en su totalidad, entró la Madre Superiora seguida del Padre Ramos. Llamó a dos de las hermanas que se encontraban arrodilladas en la última banca y les pidió que le ayudaran a cerrar las puertas. Cuando corrieron el pasador, se dirigió hacia el altar. Donde el Padre la esperaba.

_Hermanas, No quiero obstaculizar el desarrollo normal de la jornada del día, por lo tanto, voy a ser muy concisa. Necesito que todas ustedes me ayuden a encontrar a una persona que creo se encuentra entre nosotros. Por favor, indíquenme a la hermana Bárbara.

_¡Está aquí! –Dijo una de ellas, señalando a la mencionada hermana. Esta, comenzó a alejarse atemorizada hacia la salida de la capilla. Cuando vio las puertas cerradas, saltó con agilidad indescriptible hacia una de las estatuas que estaba en un nicho en la pared y de allí hacia la ventana más próxima, perdiéndose en las afueras. Se escuchó un murmullo general y uno que otro grito entre las religiosas. El capellán del claustro, encendió el incensario y todos empezaron a seguir las oraciones que decía. Luego, lo entregó a una de las religiosas y, levantando la voz, dijo:

_Hermanas, quiero dar gracias a Dios el habernos enviado a la novicia, nuestra hermana Consuelo. Gracias a ella, hemos podido desenmascarar a una de las sirvientas de satanás. El maligno, se había valido de la supuesta hermana Bárbara para adentrarse en el convento quién sabe con qué planes destructivos. La novicia Consuelo, desea regresar a su vida anterior a partir de hoy, pero su recuerdo queda entre nosotros. Le damos las gracias  y le deseamos mucha suerte. Amen.

_Amen! –Corearon todas-

Partió esa misma tarde. Faltando poco para llegar, las sombras de la noche empezaron a cubrir la carretera. Zenaida miraba distraídamente el paisaje, cuando reparó en un ave negra que abría sus alas acercándose al bus. Llegó hasta su ventana lanzando su horripilante graznido mientras con sus garras empujaba el vidrio del auto. La ex novicia, extrajo de su cartera un crucifijo, regalo de Bernardette, y lo colocó en frente del ave. Esta, lanzando otro graznido, se alejó hacia el poniente.

Después de llegar, lo primero que hizo fue ir en busca de Jerónimo. Cuando él abrió la puerta, exclamó:

_¡Zenaida! –Ella no lo dejó continuar y se lanzó sobre él sellando sus labios con un amoroso beso.

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.