Autor: Hugo H. Galeano Realpe

Aquel domingo a las siete de la mañana, como de costumbre, las campanas emitían el primer llamado a la misa de las ocho. Manuel, el joven sacristán soltó las cuerdas y caminó unos pasos hasta la enorme puerta de la iglesia, para abrirlas de par en par.

_¡Buenos días. Bienvenidos! –Saludó a las escasas personas que estaban esperando para entrar a ubicarse en las bancas delanteras-

_¡Buenos días!. – Contestaron en coro-

Frotándose las manos para mitigar el frío, miró hacia la plaza esperando ver aparecer a la joven que, desde el primer día en que se cruzaron sus miradas en un saludo, se había adueñado de su corazón. Sabía que aún era muy temprano para que ella llegara; como también sabía que ella era tan inalcanzable para él, tanto como una estrella de las que parpadeaban en las noches de aquel hermoso cielo bogotano. En sus divagaciones, se llegó el momento de dar el segundo llamado. Caminó nuevamente a tirar de las cuerdas de las campanas para hacerlas sonar con cierto particular tono musical. Hecho ésto, volvió a la puerta y esperó con impaciencia. Algunos pensamientos negativos cruzaban por su mente: ¿Será, acaso, que no va a venir? ¿Y, si así fuera, cuál sería la causa? ¿Estará enferma? El tercer llamado debía ser a las 7:45 y ya era la hora. Entró y se dirigió a la esquina en donde colgaban aquellas cuerdas. Repitió el llamado. Al finalizar, se dirigió a la sacristía a esperar las órdenes del cura párroco. Ya todo estaba listo: Los dos monaguillos se habían situados detrás del padre con el incensario, el uno y las campanillas, el otro. A las 8:00 el padre comenzó a caminar seguido por aquellos muy bien entrenados niños. El aroma del incienso se esparció a su paso, acompañado por el tintineo de las campanillas. Las notas del armonio comenzaron a escucharse en todo el recinto. Manuel, un poco más atrás, se situó a un lado. Su trabajo siguiente, era el de colocar la Patena debajo del mentón de las personas que iban a comulgar. Desde su posición, empezó a buscar a su niña adorada entre los presentes. De pronto, su corazón dio un pequeño salto. Allí estaba ella junto a su padre, madre y hermanos. Su semblante se iluminó como si el sol lo hubiera envuelto entre sus rayos.

Manuel había venido de España a insinuación del párroco, quien fuera trasladado desde la madre patria hasta Santafé de Bogotá la capital de Colombia. Por su parte, la familia de aquella hermosa jovencita de nombre Isabel, de nacionalidad ecuatoriana, tiempo atrás, se vio en la necesidad de emigrar a Colombia por causa de situaciones de carácter político. Eran familiares muy cercanos del presidente del Ecuador quien, por elección popular, había obtenido el cargo por cinco veces no consecutivas. Aquí vemos cómo el destino teje sus entramados y cómo, entre sus hilos, somos unas marionetas que nos movemos por su voluntad. Así se encontraron en Colombia dos personas procedentes de países lejanos entre sí. Manuel no pertenecía a una familia encumbrada; Isabel, si. En aquel entonces estaba a punto de graduarse en el Colegio Mayor de Cundinamarca y, por otra parte, estaba comprometida en matrimonio con un joven de la alta aristocracia. Las dos familias ya tenían acordada la posible fecha y la dote de dinero y bienes para que los futuros contrayentes inicien su vida matrimonial.

Pero volvamos al presente: Desde ese instante, Manuel no le despegó la mirada, hasta que llegó la hora de la comunión. El sacerdote tomó el cáliz de la pequeña vitrina del altar en donde permanecía, extrajo una de las hostias de mayor tamaño, la enseñó a la comunidad la bendijo junto con el vino  y se inclinó para colocarla, partida en dos, en su lengua acompañada del vino. Enseguida invitó a los asistentes a recibir el “Cordero Pascual”. Acto seguido, se colocó en medio de los dos monaguillos y junto al joven sacristán, para dar comienzo a la comunión. Después de una larga fila, le tocó el turno a Isabel: se arrodilló juntando las palmas de sus blancas manos y tímidamente abrió su boca para recibir la hostia, mientras él colocaba la patena en el lugar correspondiente. En un instante, las miradas de ella y Manuel se encontraron. El le dijo con los ojos lo que no podía decirle con los labios:

_Isabel: “Te amo”.   

Ella se levantó y, sin apartar las manos, siguió su camino hacia donde estaban sus padres y hermanos.

 Entre otras de las cualidades que adornaban a aquella criatura, era su habilidad para tocar el piano. Por ese motivo, el sacerdote le había pedido el favor de colaborarle en la preparación del coro para la semana santa. Por supuesto, ella había aceptado. El primer encuentro entre los y las aspirantes a la conformación del mismo, era el siguiente miércoles. El ensayo sería desde las cuatro y media de la tarde hasta las cinco y treinta. Ese día, ella llegó a la iglesia unos quince minutos antes de la hora. Sin embargo, Manuel, ya estaba esperando en la puerta de la iglesia.

_Señorita Isabel, buenas tardes.

_Buenas tardes. –Respondió seria, pero educada- ¿No ha llegado nadie aún?

_No… No.

_Entonces, esperemos.

_Es un gusto estar con usted, señorita…

_¿Tú eres español?

-Así es. Me desempeñaba como sacristán en la iglesia del padre De las Casas y cuando lo trasladaron me invitó a venir a Bogotá con él. No me imaginaba que por acá hubiera señoritas tan lindas… Como usted.

_Creo que en todas partes hay mujeres lindas y feas. Lo mismo hombres. Eso va en el gusto de cada persona.

 En ese momento, comenzaron a llegar los jóvenes que se habían anotado para el coro. La conversación que había iniciado Manuel, quedó cortada; sin embargo en el siguiente día, tuvo la oportunidad de reanudarla, mientras esperaban en la puerta.

_Señorita Isabel, creo que podemos sentarnos en la última banca, para que no se canse aquí, de pies.

_Es buena idea. –Así lo hicieron-

_Quisiera preguntarle algo, si no es mucho atrevimiento.

_Dime.

_Me imagino que usted tendrá novio, cierto?

_Así es. De hecho ya tenemos más o menos fijada la fecha de nuestro matrimonio. ¿Por qué me lo preguntas?

El joven sacristán no contestó. Bajó la mirada, mientras un extraño frío  invadió todo su cuerpo. Isabel volvió la mirada hacia él, percatándose de la palidez de su rostro. Colocó una de sus manos sobre su brazo y le preguntó:

_Manuel, te sientes mal? –El joven levantó la mirada- ¡Estás pálido!

_Creo que se me bajó la tensión. Excúseme, señorita. –Ella lo ayudó a levantarse- Ya vuelvo.

En ese momento, los integrantes del coro fueron llegando. Isabel se puso de pies y, después de los saludos, caminaron hacia el armonio. Manuel no regresó durante el tiempo que duró el ensayo. Ella se dirigió hacia su casa, preocupada por lo sucedido a aquel joven, mientras pensaba: “Qué lástima que entre este hombre tan atento, delicado y tan… hermoso y yo, exista una barrera tan marcada socialmente”.    

El día siguiente, cuando ella caminaba a cumplir con el compromiso del coro, no vio a Manuel esperándola en la puerta de la iglesia.

_“Seguramente siguió enfermo” –pensó. Mas, al entrar, allí estaba él sentado en la última banca.

_Hola, Manuel. ¿Cómo sigues? –Este se puso de pies-

_¡Señorita Isabel, buenas tardes!

_Estoy bien. Gracias por su preocupación. A veces los humanos nos enfermamos, no del cuerpo sino del alma.

_¿Qué quieres decir?

_Señorita Isabel… Por favor, siéntese. Voy a contarle lo que me sucede. De antemano quiero decirle que, con esta conversación, no aspiro a nada. Sólo quiero desahogarme, pedirle que me escuche y que, tan pronto  haya terminado, olvide todo lo que le dije. O… por lo menos… No me reproche. ¿Me lo promete?

_¿Tiene que ver con lo sucedido ayer?

_Totalmente.

_Dime.

_Alguna vez leí que: “El corazón tiene razones que la razón no entiende”. Ahora comprendo el significado de esas palabras. Mi corazón ha cometido el error de enamorarse profundamente de quien es inalcanzable para mí. En los sentimientos no se puede mandar. No se enoje por mis palabras, señorita: ¡Yo la amo!

_Pero…

_¡Le deseo que sea muy feliz en su matrimonio! –Y bajando la voz- Ya se acercan los integrantes del coro. –Se levantó y se marchó en sentido contrario al de la iglesia, dejando a Isabel sin saber qué decir-

A partir de ese día, el sacristán no se hizo presente a los ensayos. La siguiente vez que lo miró fue en la misa del domingo.

María Antonia había salido al centro con el fin de observar de qué se antojaba: Unos zapatos… Quizás una cartera… Unos guantes… De pronto escuchó la risa de un hombre, que se le hizo conocida. Luego aquella voz diciendo:

_¡Pero tú sabes que no por eso voy a dejar de quererte! Tan pronto me case y reciba la dote de mi padre y mi suegro que, según creo, me entregará también a mí, tú y yo nos iremos lejos.

Discretamente, sin volver la cara, la mujer se corrió hacia un lado desde donde podría corroborar lo que temía. Con todo el cuidado, volvió la mirada: En efecto, sus sospechas se confirmaron. Era el novio de su hermana Isabel. 

_“Pedazo de hipócrita” –Pensó. Ahora mismo voy a contarle a mi hermana”.- Salió del lugar no sin antes cubrirse parte de la cara con su manto-

Tan pronto como llegó a la casa, llamó a la habitación de Isabel.

_¿Puedo pasar?   

_Claro, hermana. Sigue.

_¡Isabelita! –Dijo abrazándola, sin poder evitar soltarse en llanto-

_¡Qué te pasa, María Antonia!

_Ven, siéntate… Y promete que vas a ser muy fuerte porque lo que tengo que decirte es grave.

_¡Me estás asustando! –Dominó su llanto y se sentó. Le contó en detalle la escena que había presenciado con puntos y comas.

Isabel no contestó nada. Se pasó el dorso de sus dos manos tratando de secar las rebeldes lágrimas que resbalaron por sus mejillas. Acto seguido dijo:

Por favor no le cuentes nada a mi padre ni a nadie. Que ésto quede entre las dos.

_Pero… ¿Es que no vas a hacer nada?

_¡Desde luego que si! Déjamelo de mi cuenta. Ese pobre idiota, bueno para nada, se quedará con su amante y sin dote. Ya lo verás.

Como es natural, esa noche la pasó casi toda en blanco. Había meditado mucho lo que pensaba hacer y tenía listo un plan. Ya casi al despuntar el día, se durmió.

Al día siguiente llegó a la iglesia a la misma hora. Por supuesto Manuel no se encontraba esperándola. Caminó por un lado hasta la sacristía. En efecto, allí estaba él. Tocó suavemente la puerta con tres golpes. El joven volvió la cabeza abriendo tanto la boca como los ojos.

_¡Señorita Isabel! ¡Qué sorpresa tan alegre! –Ella lo miró y sonrió, mientras él le acercaba una silla.

¡Siéntese, por favor!

_Gracias. Vengo a que continuemos una conversación que dejamos sin terminar.

_Por favor, no, señorita. ¡Excúseme!… No debí…

_Déjame hablar. No vengo a reprocharte nada. Por el contrario, quiero que me repitas lo que me dijiste.

_Le pedí que lo olvidara.

_Ya ves, no lo olvidé. Quiero escuchar lo que me dijiste en esa conversación.

_Señorita Isabel… ¡Yo la amo más que a nadie ni a nada en la vida! ¡No se imagina cuánto envidio a su futuro esposo!

_Hasta este momento, no tengo futuro esposo. He decidido romper el compromiso que tenía.

_¡No se imagina lo feliz que me siento! Aunque… ¡No! No me ponga atención, por favor.

_Quiero que me contestes una pregunta.

_Dígame.

_¿Quieres casarte conmigo? –Manuel la miró por unos segundos, con la sorpresa reflejada en su rostro. Luego bajó la mirada y dijo:

_Le suplico que no juegue con mis sentimientos.

_No estoy jugando. Contéstame: ¿Quieres casarte conmigo?

_¡Si! ¡Es lo que más deseo en esta vida! Pero… Señorita…

_¡Isabel!  -Lo cortó de manera firme, pero cariñosa- Entonces, a partir de este momento, no quiero volverte a escuchar la palabra “Señorita”. Mi nombre es Isabel.

Manuel se acercó hacia ella, diciendo:

_Estoy viviendo un sueño? –Ella se levantó de la silla, mirándolo tiernamente y le dijo sonriente:

_No. ¡Gracias por ayudarme a escapar de lo que hubiera sido un infierno!

Manuel abrió los brazos para estrecharla fuertemente. Isabel se refugió entre sus brazos. Al hacerlo tuvo la impresión de sentirse segura como nunca antes lo había sentido y correspondió de la misma manera.

_Soy yo el que le agradece, mi amada Isabel por devolverme el gusto por la vida. –Sin proponérselo, sus bocas se buscaron para unirse en un apasionado beso-

_Isabelita, si no es un atrevimiento… Me gustaría que me explique el significado de las palabras que me dice. ¿Por qué me dice que hubiera sido un infierno?

_Porque el matrimonio que estaba programado hubiera sido eso: ¡Un infierno! No te niego que, al comienzo, nuestra relación fue muy bonita. Yo creí que lo que había entre Ignacio y yo, era amor; pero, al pasar el tiempo, ese encanto se fue perdiendo. No me gustaba la forma de ser de él. Parecía todo muy calculado, como quien inicia una empresa. Esa relación seguía por no defraudar a mi familia. En cambio, tú me pareciste sincero; tu mirada, muy tierna, limpia, honesta. Deseaba que él, hubiera sido tú. Ya sabes que la vida se mueve alrededor de las clases sociales. Pero, al fin, cuando supe de tu amor por mí, no me importó nada y… ya sabes el resto.

 _Isabelita, sus palabras me llenan de felicidad. Me esforzaré por merecer su amor.

_Manuel, voy a pedirte que, por ahora, mantengamos lo nuestro en secreto. El hombre con quien estaba comprometida, no sabe aún la decisión que he tomado, aunque por mi parte, no hay marcha atrás. Otra cosa: ¿Recuerdas que te había dicho que estaba tentativamente fijada la fecha de mi boda?

_Si, lo recuerdo muy bien.

_Pues, si no te importa, nuestro matrimonio se realizará unos pocos días antes de esa fecha. De lo contrario, podría ser muy tarde.

_Por mi parte, estoy dispuesto para cuando sea conveniente.

_Entonces, mañana nos encontramos aquí para hablar con el padre. Le pediré que me confiese y que bajo el secreto de la confesión nos una en matrimonio sin que nadie, fuera de nosotros, lo sepa. Debemos buscar a una o dos personas de confianza para que nos sirvan de padrinos. ¿Crees que puedes hacerlo?

_Si, por supuesto.

_Está bien. Deben ser muy confiables. Ahora, me voy. –Se dieron otro abrazo y otro beso y se despidieron-

Manuel se sentía el más feliz de los mortales. Isabel,  un tanto inquieta por su determinación, pero la embargaba una agradable sensación como si se hubieras quitado un gran peso de encima. Cuando llegó a su casa, fue increpada por María Antonia.

_¡Muchacha! ¿Dónde te has metido?… Y ¿Esa cara de felicidad?

_Pues, si. Me siento muy feliz.

_¡No te entiendo! ¡Parece que la noticia que te traje, en lugar de haberte entristecido, te puso feliz!

_Ya te lo dije: Estoy feliz. Y no me preguntes por qué. Pronto lo sabrás. ¡Te quiero mucho, hermanita! –Dijo dándole un abrazo-

Manuel tocó a la puerta del despacho parroquial suavemente.

_Siga.

_Excúseme padre, es que la señorita Isabel y yo queremos pedirle el favor de atendernos un momento.

_¡Por supuesto! –Los dos entraron-

_Buenas tardes, padre.

_¡Hola, hija! Sigue. Toma asiento y dime: ¿Qué te trae por aquí?

_Padre… Necesito que me confiese… Ahora.

_Hija, pero éstas no son horas de confesión.

_Lo sé, padre. Pero es urgente.

_Si es así… -Y mirando a Manuel. Espera afuera y cierra la puerta.

_Dime tus pecados, hija.

_Padre, me acuso de estar quebrantando el compromiso matrimonial que contraje con mi novio…

Al terminar la sesión sacramental, comentó: .

_Hija, me pones en aprietos con tu padre. Tú aún eres hija de familia. ¡Además, estás comprometida en matrimonio!

_Padre, es mi decisión. Como le dije, ya rompí ese compromiso. La verdad, ese matrimonio ya no es por amor. Más que todo es por cuestión social. Últimamente nuestra relación se ha enfriado mucho. Si le cuento a mi padre, no me permitirá casarme con Manuel. Me veré obligada a seguir adelante con mi boda programada y me sentiría desgraciada.  

_Bueno. No voy a contribuir con eso.

_Su reverencia sostiene que la base del matrimonio es el amor. Manuel es tierno, dice que me ama con toda su alma.

_¿Y tú lo amas a él?

_Padre, le confieso que yo siento bastante cariño por él. Me inspira confianza y me siento muy segura a su lado.

_Bueno… Es cierto que la base principal es el amor. Pero existen otros pilares que lo sostienen y entre ellos están las comodidades… En resumen, el dinero; y Manuel no es un hombre rico. Además, ustedes pertenecen a clases sociales muy diferentes.

_ Padre, prefiero unirme en matrimonio a un hombre bueno, sincero y que me ame aunque nuestra situación social sea diferente, que a un hombre interesado en mi posición social. Por favor, padre: ¡Ayúdeme! Usted debe saber que en este momento prima el compromiso social de nuestras familias. ¡Manuel es mi salvador. Cuando lo presente a mi padre como mi esposo, ya no tendrá nada qué decir, y terminará aceptando!

Entonces, el matrimonio se realizará aquí en este despacho. –Se levantó y llamó a Manuel.

_Sigue, hombre. –El sacristán entró un tanto nervioso y se situó junto a Isabel-  ¿Entonces estás de acuerdo en casarte con Isabelita?

_Si, padre.

_Pues, así será. Y, según las circunstancias, creo que debe realizarse el próximo sábado a las diez de la mañana. Espero que sean puntuales.

_Padre, No sabe cuánto se lo agradezco. Me despido, porque ya tengo que irme. Hasta luego, Manuel –Le dio solamente un abrazo y salió-

El padre De las Casas, extrañado, miraba en silencio a Manuel. De pronto, le dijo:

_Conque te las tenías muy guardadas, ¿no? –Este, solamente sonrió- Pero dime: ¿No te parece una locura? Conozco muy bien a Isabel y a su familia y lo que te puedo decir es que tú y ella pertenecen a dos mundos totalmente diferentes. Ella está acostumbrada a llevar una vida que tú no le puedes ofrecer. Y siento miedo. Miedo, porque cuando la pareja es muy dispareja, generalmente les llega el cansancio y terminan mal. Me refiero a la clase social, riqueza y esas cosas. También te conozco y me consta que eres un hombre de bien. Así que, creo que es hora de ir buscando otro empleo. No terminaste la secundaria en España para ser toda la vida un sacristán. Entonces, voy a tratar de encontrarte un trabajo mejor. Por cierto, creo que también debo buscar otro sacristán.

_Padre, siempre voy a agradecerle todo lo que usted ha hecho por mí. Usted ha sido como mi verdadero padre.

_Siempre lo consideré una obligación; además, yo te traje hasta estos lares y debo cuidar de ti… ¡Ah! Creo que debo ir reuniendo lo que te corresponde por tu tiempo de trabajo. –Manuel solamente se acercó al sacerdote y le dio un abrazo-

_¡Bueno, nada de ponernos sentimentales! Por ahora, debemos estar preparados para ver cuál será la reacción de tu futuro suegro.

Serían las 7:30 de la noche, cuando a casa de Isabel llegó su “prometido”. Esther fue la empleada encargada de abrir la puerta y hacerlo pasar a la sala. Luego se dirigió a la alcoba de Isabel a comunicarle que él la esperaba. Ella le dijo:

_Mira, no tengo el menor deseo de recibirlo. Así que ve a la sala y le dices que me disculpe, pero que tengo un fuerte resfriado y dolor de cabeza, que, por tanto, no lo puedo atender.

Así lo hizo la empleada. El hombre, le respondió:

_Dile que entiendo y que le deseo que se recupere pronto. Volveré otro día, cuando calcule que la gripa ya le haya pasado.

Por esta vez, Isabel se quitó de encima la molestia de atender a quien ahora le inspiraba desprecio.

La noche anterior a su matrimonio, Isabel se encerró en su cuarto, se sentó ante su escritorio, tomó una hoja de papel, su pluma y destapó el frasco de tinta y comenzó a escribir una carta a Ignacio, su prometido, quien, a partir de ese instante, dejará de serlo. Se sentía en la obligación y en la necesidad de comunicarle su decisión de poner fin al compromiso matrimonial que ellos y sus correspondientes familias, habían acordado. No quiso entrar en explicaciones, como tampoco utilizó palabras ofensivas y menos aún, románticas. Traigo a continuación, las líneas principales de la carta:

Señor:

Ignacio Álvarez.

El propósito de esta misiva es el de comunicarte que, dado el rumbo que ha tomado nuestra relación y, haciendo honor a mi honestidad y mis sentimientos, es mi obligación poner en tu conocimiento que, a partir de este momento doy por terminado nuestro compromiso matrimonial. Estoy segura de que la base primordial de todo matrimonio es el amor; y yo ya no siento hacia ti ni el cariño ni el amor que alguna vez sentí o creí sentir. Este es el motivo que me lleva a tomar esta determinación y no habrá manera de cambiarla.

Isabel.

 Luego escribió el sobre, lo cerró y lo colocó sobre el escritorio, debajo de un libro. Después de haber realizado esta tarea, se acostó. Al mismo tiempo, empezó a meditar sobre lo que será su vida desde el día siguiente en adelante.

A pesar de haber dormido muy poco, Isabel se levantó temprano. Después de arreglarse para salir a encontrarse con Manuel, llamó a Esther, la misma empleada que había atendió a su “prometido” cuando fue a visitarla, y le dijo:

_Quiero pedirte un favor. Tú sabes en dónde vive Ignacio, ¿Cierto?

_Si, señorita.

_¿Sería posible que vayas y le entregues esta carta?

_Si, señorita, con todo gusto.

_Te lo agradezco. Si está, se la entregas y te despides. Si no estuviera, se la dejas con cualquier familiar.

_Como la señorita diga.

Se sintió mucho más tranquila y en paz consigo misma. Después, sin desayunar, por obvias razones, salió de su casa.

Aquel sábado, el despacho parroquial fue modificado para la ocasión: El escritorio, cubierto por un blanco mantel, se convirtió en el altar sobre el cual se había dispuesto el cáliz junto a una poma llena de vino, el hostiario o recipiente de las hostias, el Misal y una campanilla. Al frente del “Altar” se había colocado cuatro sillas: dos para los novios y dos para los padrinos. Manuel entró muy elegantemente vestido de corbata y camisa blanca. Su apariencia era la de un perfecto caballero. Tanto, que Isabel no puedo evitar decirle:

_¡Pero qué elegancia! –El sonrió orgulloso y le hizo entrega de un hermoso ramo de flores, las cuales adornaron su innata belleza. La ceremonia fue sencilla, pero muy hermosa. Las palabras del sacerdote entrañaban muchos consejos y deseos por la felicidad de la pareja. El acto religioso terminó con las palabras: “Yo los declaro marido y mujer hasta que la muerte los separe, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amen. Manuel, puedes besar a la novia”.

Se dieron las felicitaciones y agradecimientos. Luego, salieron del recinto, con la felicidad reflejada en sus rostros. Manuel se dirigió a los padrinos para invitarlos a un restaurante modestamente elegante donde almorzarían. Después de esa pequeña reunión, éstos se despidieron dejando solos a los recién casados. Isabel sugirió ir a su casa en horas de la tarde, para hacer la presentación y participar la nueva noticia a su familia.

En casa de Isabel, al sentarse a almorzar, su padre preguntó:

_¿E Isabel? ¿Por qué no está en el comedor? –Nadie supo darle contestación a su pregunta-.

_Voy a buscarla a su alcoba. –Dijo una de las empleadas que estaba comenzando a poner la mesa; regresó al momento-

_No está en su alcoba y ninguna la ha visto. Seguramente salió a comprar algo.

_Muy raro.

Salvo este impase, el almuerzo se desarrolló como de costumbre.

A media tarde, Isabel llamó a la puerta. A ese llamado acudió Esther.

_¡Señorita Isabel! Su padre la estaba preguntando en la hora del almuerzo. –Ella. Sin responder, volvió la mirada a su esposo-

_Sigue, Manuel. –Volvió a mirar a Esther-

_Por favor, ve a buscar a mis padres y hermanos que se encuentren en el momento y les pides el favor de pasar a la sala, que necesito hablar con ellos.

Un momento después, llegaron sus hermanas y, enseguida, sus padres. Isabel se adelantó a recibirlos con un beso. Su padre sonriente se inclinó un  poco, mientras preguntaba:
_¿y quién es este caballero? –Ella, dominando sus nervios, respondió:

_Papa, mamá y hermanas, quiero presentarles a Manuel, mi esposo. –Los presentes lo miraron con asombro al visitante y preguntaron en  coro:

_¿Mi qué?

La sonrisa de su padre se borró en el acto, cambiando su expresión con la de enojo. Ella repitió:

_Mi esposo… Acabamos de casarnos…

_¿Te volviste loca? ¡Tú estás comprometida!

_Ese compromiso ya no existe. Ya está terminado.

_¿Y no tuviste la delicadeza de consultarme?

_Perdóname, papá. Tú no lo hubieras permitido. Por ese motivo no lo hice. Por otra parte, es mi vida y si hubiera seguido adelante con aquel compromiso, ésta se hubiera convertido en un infierno. Si tienes a bien permitírmelo, te daré a conocer mis razones. –El padre de Isabel preguntó:

_¿Para qué? ¡Ya es muy tarde! –Volvió la mirada a Manuel, quien permanecía callado, y después de unos segundos, añadió:

_A ti te he visto en alguna parte… ¡Ah! ¿Tú no eres el sacristán del padre De las Casas?

_Así es, señor. Hasta ayer…

_¡No esperarán que los felicite! –El recinto quedó en un silencio sobremanera incómodo. Aunque fue por unos segundos, a los presentes les pareció un siglo. Al fin, Isabel se armó de valor y dijo:

_Papá… Quiero pedirte que permitas a Manuel vivir con nosotros mientras nos organizamos.

_¡Ni lo sueñes! Ya eres una mujer casada y tu marido tiene que hacerse cargo de ti. Es más: Ve a tu alcoba para que alistes tus cosas personales.  –Isabel se levantó, se dirigió a su esposo y le dijo:

_Espérame. No tardo.

_No, espera. -Dijo él en voz baja- Mientras alistas tus cosas, yo voy a mi casa a hablar con el padre para averiguar si podemos alojarnos allí y, si no, para buscar otro sitio. No te preocupes, yo solucione este asunto. Espérame. No tardo.

_Buena tarde. Permiso.  -Al instante, el padre se levantó y dijo a las mujeres:

_Creo que esta reunión terminó. –Y se dispuso a salir. En ese momento, María Antonia, con los ojos inundados en lágrimas, se levantó y dijo:

_¡Papá! –Este, al verla en ese estado, advirtió:

_Si vas a intervenir en su favor, no digas nada.

_No, papá. Sólo quiero contarle una cosa que debe saber.

_Dime. –Ella se colgó de su brazo para alejarlo de la sala y, cuando lo vio pertinente, le dijo

_Hace unos días salí a comprar unos guantes al almacén más grande del centro, cuando vi a quien era el prometido de Isabel, llevando del brazo a una mujer. Me volví para cubrirme parte de la cara con mi manto y me acerqué lo que me fue posible hasta ellos. El, le decía:

_“No creas que porque me voy a casar te dejaré de querer; no. Quiero que sepas que si lo hago es porque ese matrimonio me representa una fortuna. Tanto mi papá, como mi futuro suegro, me darán una jugosa dote ya acordada entre ellos. Entonces, cuando la reciba, tú y yo nos iremos a vivir muy lejos. Ten paciencia”.

_Yo le conté a Isabel lo que le estoy contando a usted. Ella me agradeció por haberle evitado que suceda lo que iba a suceder. Creo que por eso ocurrió ésto. Me hizo prometerle que no les diría nada a ustedes.

_De todas maneras debió contarme para tomar las medidas correspondientes.

_Ella dijo que usted no le iba a dar importancia a ese asunto.

_Hiciste bien en enterarme, para saber a qué atenerme, pero lo hiciste tarde.

Media hora después, Manuel estuvo de regreso. Isabel había pedido a Esther que estuviera pendiente de su llegada.

_Siga, señor.

_No, gracias. Espero aquí. Por favor avísele a la señora Isabel que ya llegué.

_Con mucho gusto.   

 Cuando Esther llamó a la alcoba de Isabel, la encontró sentada sobre la cama. Ya había llenado una maleta con sus cosas imprescindibles: ropa, algunos utensilios y algunos libros y cuadernos. Al verla entrar, después de tocar, se puso de pies. Esther abrió sus brazos y la estrechó, soltándose en llanto.

_¡Mi querida señorita Isabel, no se imagina cuánto la voy a extrañar! ¡Le deseo mucha suerte!  -Exclamó con voz entrecortada- 

 _También a ti. -Dijo correspondiendo al abrazo, mientras dos lágrimas rodaban por sus mejillas- _Por favor, llama a mi mamá.

El cuadro que se desarrolló a continuación, fue doloroso. Isabel y su madre se abrazaron entre sollozos y lo mismo ocurrió con sus hermanas. Ninguna de ellas sabía que era la última vez, en su vida, que se veían. Luego, Isabel tomó su maleta y, moviendo su mano, les dijo su adiós. Cuando estaba a unos pasos de llegar a la puerta, su padre la llamó:

_¡Espera! –Ella se detuvo y volvió su cabeza; su padre le alargaba un sobre- Esto te servirá para algo.

_No, papá. No se moleste. Tiene razón; ya soy una mujer casada y es mi esposo quien tiene que responder por mí.

_¡Tómalo; te hará falta! -Isabel, indecisa, lo recibió-

_Gracias. -Don José Tomás se alejó mientras ella abría la puerta-

Allí estaba Manuel. Se miraron y ella, después de colocar la maleta en el piso, abrió sus brazos y rodeó el cuello de su esposo como un náufrago que se aferra a un tronco para buscar su salvación. No pudo contener ni las lágrimas ni los sollozos que brotaban inconsolables. Manuel la estrechó contra su pecho, mientras le decía:

_Tranquila, mi vida. No te preocupes. Aquí estoy yo para protegerte. Ven. Vamos. El padre De las Casas, nos espera.

Las sombras de la noche ya extendían su oscuro manto sobre la ciudad. Unos golpes recios se escucharon en la puerta de la casa de don José Tomás. Esther, se apresuró a tomar un farol de aceite de linaza, para ir a abrir. Allí estaban dos hombres: uno era el ex prometido de Isabel y el segundo, su padre. Fue éste el que preguntó a la empleada:

_¿Me puedes llamar a José Tomás?

_Por supuesto. Pasen, por favor. -Los condujo a la sala de recibo, encendió el faro de linaza de la mesa de centro y se dirigió a llamar a José Tomás, pero María Antonia le salió al paso-

_¿Quién es?

_El antiguo prometido de la señorita Isabel y su padre. –Dijo en voz baja-

_Yo quiero escuchar lo que van a hablar.

_Yo también.

_Ven, vamos con cuidado.

María Antonia y Esther siguieron a José Tomás son sigilo y se quedaron a prudente distancia.

_Efraín, bienvenido. –Dijo José Tomás, sin prestar atención a Ignacio. Estrecharon sus manos. Este, saludó:

_Buenas noches, José… -El anfitrión cortó el saludo y dijo:

_Por favor tomen asiento.

_Gracias. -Efraín metió la mano en el interior izquierdo de su saco y tomó una hoja de papel doblada que, mientras hablaba, comenzó a desdoblar, y siguió con su exposición- Tengo entendido que, tanto entre nuestros hijos, Ignacio e Isabel, como entre nuestras familias, habíamos acordado el compromiso de que ellos dos contrajeran matrimonio. Por nuestra parte ya hemos realizado algunas invitaciones, tanto a familiares, como a varias de nuestras amistades. Sin embargo, me encuentro con la sorpresa de que tu hija, Isabel, rompe el compromiso por medio de esta carta. Quisiera que me expliques esa actuación. -Dijo levantándose a entregarle la respectiva hoja. José Tomás la recibió y comenzó a leerla. Al terminar comentó:

 _Bueno, no tenía conocimiento de lo hecho por Isabel, pero supongo que esta carta manifiesta el sentido de honestidad que tiene mi hija, lo que no tiene Ignacio. -Dijo José Tomás sin inmutarse-

_¡Estás ofendiendo tanto a mi hijo, como a mí y exijo una explicación! –Expresó en voz alta Efraín-

_Creo que quien tiene que ofrecernos una explicación, es él, pero si no se atreve a hacerlo, lo haré yo. ¿Qué dices, Ignacio? Te manifiesto que estoy enterado de tus andanzas y propósitos. Y, precisamente, estaba planeando conversar contigo, Efraín, en el día de mañana. Pero te adelantaste.

_Papá -sugirió Ignacio- creo que es mejor irnos y dejar las cosas como están.

_¡No, hijo! ¡Vamos a aclarar las cosas de una buena vez!

­_Papá… No sé a qué se refiere José Tomás.

_Entonces, – Intervino José Tomás- lo haré yo, advirtiendo a los dos que tengo las suficientes pruebas y testigos. Así que, Ignacio, espero que tengas los pantalones bien amarrados para no negar lo que voy a decir. Escucha, Efraín: Ignacio tiene una amante con quien estaba planeando irse a vivir lejos de Bogotá, después de contraer matrimonio con mi hija y de recibir la dote que tanto tú, como yo, le hubiéramos entregado. ¿Es así, Ignacio? ¡O estoy diciendo mentiras!

El silencio que siguió a las palabras de José Tomás fue indescriptible. Efraín miraba a su hijo que temblaba lleno de nerviosismo. Fue el momento en que el anfitrión, dijo:

_Efraín, el silencio de tu hijo es muy elocuente. Gracias por haber venido. Creo que vuestra visita ha terminado. -Añadió José Tomás- Les pido el favor de retirarse.

Los tres se pusieron de pies y Efraín comenzó a salir de la sala seguido por su hijo y sin despedirse. María Antonia y Esther, se retiraron en puntillas hasta meterse en la alcoba más cercana y que estaba a oscuras.

_Cuánto diera porque la señora Isabel se enterara de lo sucedido. –Dijo Esther-

_Si así lo deseas, pudieras ir mañana temprano a buscarla y le cuentas.

_No sabría donde buscarla.

_Estoy segura de que estará donde vive Manuel. O sea, en la Casa Cural. No creo que de ayer a hoy hubieran conseguido un sitio para arrendar.

_Entonces, señorita María Antonia, si usted me ayuda inventando encargarme algún mandado, yo voy a buscarla y le cuento.

_Si, por supuesto. Te pediré que vayas a buscar algo para mí.

A las ocho de la mañana, Esther llamaba a la puerta, preguntando por Isabel. Al rato, ella salió. Al encontrarse, el gesto de alegría de las dos mujeres fue inmenso.

_¡Señorita Isabel!

_Hola, Esther. -Se abrazaron por largos segundos-

_Creí que ya no la iba a encontrar.

_Estaremos unos pocos días, mientras arreglamos lo del viaje. ¿Qué te trae por aquí?

_La señorita María Antonia me pidió que viniera a contarle que anoche fueron a la casa don Efraín y su ex novio. El señor llegó muy disgustado a reclamar la razón por la que usted le envió esa carta a don Ignacio, cuando había un compromiso, pero apenas usted salió de la casa, la señorita María Antonia dice que le conto a don José Tomás algo sobre un plan que tenía su ex novio. Su padre enfrentó a Don Ignacio y él no pudo negar nada. Los dos salieron como se dice “Con el rabo entre las piernas”.

_Jajaja. Tú y tus dichos. Me alegra mucho saber ésto.

_Señorita… Señora Isabel, usted dice que se van, pero quisiera saber para qué lugar.

_No hemos definido todavía, pero no nos vamos a quedar en Bogotá.

_Espero que no sea tan lejos.

_No te lo puedo asegurar.

_Bueno, tengo que irme. Le deseo muchísima suerte.

_Gracias, Esther. Diles a mi madre y hermanos, que los quiero mucho. Que vaya donde vaya, los llevaré en mi corazón. Y a ti también. –Se dieron el último abrazo de despedida y, antes de que las lágrimas comenzaran a fluir, Esther se soltó y comenzó a correr-

Esa tarde, después de cerrar la atención al público, se reunieron en la salita de la Casa Cural, el sacerdote, Isabel y Manuel, para conversar sobre los planes del matrimonio.

_Te acuerdas, Manuel, cuando llegamos hasta aquí?

_Claro, padre. Esta tierra era totalmente nueva para mí. Imposible olvidar la travesía que nos tocó hacer para llegar hasta Santafé de Bogotá.

_Los caminos que nos tocó recorrer, fueron trochas hechas por los indígenas de estos sectores, con el fin de llevar sus productos a vender o a cambiar por otros. Esos caminos se hicieron imitando a los indígenas del imperio Inca del Perú. Ese imperio se extendió hasta el norte del Ecuador o sea hasta las provincia de Popayán, La provincia de Túquerres, Tumaco y San Juan de los Pastos (Pasto). Todas ellas pertenecían al Virreinato del Perú, habitadas por el pueblo Inca y hasta allí llegaban los caminos trazados por ellos desde El Perú. Viajaban a pie y luego se inventaron una especie de sillas cuyo espaldar se amarraban a la espalda y hombros de los cargadores o silleteros, y servían para llevar a los niños ya un poco grandes y, por tanto, pesados para las madres; a los enfermos, ancianos y a las mujeres. Por supuesto que el traslado tenía un costo. Los indígenas de esta tierra les copiaron la idea y hasta ahora se viaja por este medio y también, a pie. Generalmente, quienes viajan a caballo, son los miembros del ejército.

_Desde Popayán o Pasto es fácil llegar Quito? La verdad, cuando a mi me trajeron desde esa ciudad, era muy pequeña. No me acuerdo del viaje.

_Bueno, hija, fácil, no. Pero lógicamente, mucho más cerca que desde acá.

_Manuel –dijo Isabel- Como sabes, mi papá no desea que nos quedemos en Bogotá. En ese caso, me gustaría que nos traslademos a San Juan de los Pastos o a Popayán. Así estaríamos en mi patria. ¿Qué dices?

_Espera, hija. Esas ciudades de las que hablamos, ya no son ecuatorianas; pertenecieron al Ecuador hasta 1841 por voluntad propia, pero, a pesar del deseo de mucha gente, después de la guerra entre los dos países, fueron anexadas a Colombia. Los más reacios a ese cambio, fueron los habitantes de la Provincia de Túquerres pero les tocó aceptar por la fuerza. Luego escribieron un edicto en el que hacían constar su deseo de volver a ser ecuatorianas; sin embargo, después de varias batallas, volvieron a pertenecer a Colombia. Quiero aclararte que los caminos desde Popayán hasta quito son muy buenos. Los que no son tan buenos, son los de aquí hasta Popayán. Yo no creo que haya problema de que ustedes se radiquen allí.

_Isabelita, si así lo desea –aclaró Manuel- estoy de acuerdo. Con tal de estar junto a usted, me voy donde  diga.

_Entonces, decidido. ¡Nos vamos para Pasto!

_Mañana temprano salgo a averiguar dónde puedo  buscar a unos silleteros. Debemos tener listas nuestras cosas.

_Lo mío está ya listo. –Respondió Isabel-

_Hijos: Se me parte el alma tener que dejarlos ir. –Añadió en Padre De las Casas- Pero lo único que puedo hacer, es encomendarlos a Dios y desearles mucha suerte.

_No sabe cuánto lo voy a extrañar, padre, pero el destino lo quiso así. –Manifestó Manuel-

En la mañana del día siguiente, Manuel encontró dos silleteros dispuestos a iniciar el viaje.

_Mire, don…

_Manuel, es mi nombre.

_Mucho gusto. Yo soy Darío. Le comento que, quienes nos dedicamos a este trabajo, ya tenemos establecido hasta dónde llegamos. Sólo se viaja durante el día. Sabemos en dónde pueden pasar la noche, dónde pueden comer, etc. Concluida nuestra parte, nos encargaremos de conectarlos con otros hombres quienes continuarán el viaje hasta donde éstos tengan establecido. Cuántas personas van a viajar?

_Mi esposa y yo.

_¿Niños? ¿Maletas?

_No tenemos niños, pero si, dos maletas.

_En ese caso, dependiendo del tamaño y el peso, creo que necesitan mínimo, dos. Uno de los silleteros se encargaría de llevar a su señora y el otro, el equipaje. No creo que usted…

_Con dos creo que estará bien. Yo iré a pie. Si ustedes pueden caminar con peso, Cómo no voy a poder con un morral.

_Saldríamos bien temprano. A eso de las cinco de la mañana ¿Le parece bien?

_Perfecto. Oiga, una pregunta: Usted tiene idea de cuántos días de camino se emplean para ir hasta Pasto?

_Sin contar con días de descanso, ya sean domingos, etc., un promedio de 20-25 días. Hasta allá, toca pasar por varias poblaciones. Hay que tomar el “Camino de la Plata”. Se cruza unas 19 o 20 poblaciones. De aquí iremos hacia Mariquita.

_Gracias por la información.

_Dónde los recogemos?

_Al frente de la casa Cural. –Muy sonriente, el hombre le estiró la mano-

_Allí estaremos.

Aunque ya había tenido su primera experiencia, después de desembarcar en la costa norte de Colombia, en Santa Martha y luego hacer trasbordo por el río Magdalena,  a Manuel le había tocado caminar junto al padre De las Casas una vez en el centro de Colombia, por las trochas hasta la ciudad de Santa Fe de Bogotá, no era nada comparable con la travesía con la que se estaban enfrentando él y su esposa. A pesar de que la silla estaba equipada con cojines, el zangoloteo era mortificante. Sin embargo, ella miraba a su esposo quien frecuentemente se limpiaba el sudor, puesto que, al salir de Bogotá, el camino comenzó a descender y el calor a hacerse cada vez más fuerte.  Entre el grupo, casi no cruzaban palabras; únicamente lo necesario. Caminaban en silencio sumidos en sus pensamientos. En ciertos lugares por ellos establecidos, paraban para intercambiar “cargas”; mas no podían detenerse mucho porque corrían el riesgo de enfriar sus músculos y sufrir algún calambre.

_Creo que serán más o menos las nueve de la mañana. Vamos a detenernos para descansar un poco. –Dijo Darío.

Manuel descargó su morral y se acercó a Isabel para ayudarla a descender.  La cocinera del padre les había entregado un fiambre para el camino, suficiente para compartirlo con los dos cargadores. Isabel se encargó de repartirlo. Luego se sentaron a degustarlo. Al terminar, Darío dijo:

_Con su permiso. Ya volvemos.

Cuando se perdieron entre los matorrales, Manuel le propuso a Isabel:

_Debemos aprovechar para hacer nuestras necesidades fisiológicas.

Rato después, estaban otra vez reunidos y dispuestos para emprende nuevamente la marcha. El calor aumentaba cada vez más, a tal punto de hacer que el sudor resbalara por sus mejillas. Unas tres horas más tarde, Isabel alcanzó a ver,  en la distancia, una casa; no preguntó nada. A medida que se acercaban escuchaba el ladrido de un perro. En ese momento, Darío comentó:

_Estamos llegando a la casa de doña Dolores. Ese es el “Almorzadero de los viajeros”. Esperaremos un poco mientras ella organiza el almuerzo. Siempre tiene algo para ofrecer.

En un momento, llegaron. El ladrido de los perros aumentó.

_Buenas Tardes! –Saludaron los dos cargueros. Al instante salió una mujer secándose las manos en el delantal.

_Buenas tardes. Bienvenidos sean.

–Gracias, contestaron los visitantes. Manuel se acercó hasta el carguero que llevaba a Isabel para ayudarla a ponerse de pies. Bajo el alero había dispuestas dos bancas artesanales y una mesa.

_Descansen. –Dijo- Ya les traigo una limonada para la sed. Entró y cruzó unas palabras con otra mujer,  bajando un poco la voz.

Mientras Isabel daba unos pasos para estirar las piernas y desencogerse, los tres hombres se sentaron a la sombra, quitándose los sombreros. Al rato, regresó doña Dolores  con una bandeja de madera, una jarra de barro cocido y cuatro vasos del mismo material, ya llenos con la bebida. Les sirvió y colocó la bandeja sobre la mesa. Mientras ellos refrescaban la garganta, les preguntó:

_¿Hacia dónde se dirigen?

_La señora y el señor, van hasta Pasto. Nosotros los acompañaremos hasta donde los podamos conectar con quienes nos remplacen, de tal manera que queden en buenas manos y puedan continuar seguros.¿Han pasado algunos viajeros?

_No. Ustedes son los primeros… Bueno, voy a continuar con la preparación del almuerzo. Están en su casa. Con su permiso.

La mujer entró y después de un instante salió la otra de ellas; saludo y se encaminó hacia un corral. Se escuchó el correteo y el cacareo de unas gallinas. Acto seguido, regresó con una de ellas agarrada de las patas y con la cabeza colgando. Seguramente era la elegida para complementar el almuerzo de los presentes.

Una vez almorzados y con las fuerzas recuperadas, saldaron cuentas don doña Dolores y se despidieron para seguir su camino hasta terminar la jornada.

La tarde iba avanzando; el calor, atenuando. Una brisa refrescante los acariciaba mientras el sol se alejaba hacia el poniente. A lo lejos se dejó escuchar el rumor de un río y, junto a éste, se encontraba el sitio donde pasarían la noche: Era una casa grande ubicada y construida estratégicamente, para albergar a los viajeros.  Entre los altos y bajos de la corriente, se había instalado canaletes que descansaban sobre horquetas  para que pudieran servir como chorreras domésticas bajo las cuales pudieran bañarse los viajeros. Se dice que, en ese entonces, las mujeres acostumbraban bañarse con una túnica desde el cuello hasta los talones. Los hombres, con unos pantaloncillos que llegaban hasta las rodillas. Hay una planta que en algunas partes le llaman “cujaca”, cuyas hojas pequeñas eran remojadas y cuando se las colocaba entre las manos para sobarlas, producían una espuma que se untaban sobre esa túnica para refregarse y limpiarse el cuerpo.

A las cinco de la mañana se levantaron Isabel y Manuel, para tomar el baño y seguir su viaje con sus cargueros.

Todo el trayecto se desarrolló más o menos de esta manera. Varias veces tuvieron que cambiar de silleteros o cargueros. Salvo una excepción, todos fueron muy correctos con su servicio y precios; sin embargo, en el último trayecto un poco antes de llegar a la ciudad de Pasto, sufrieron un percance que se desarrolló así:

El silletero que transportaba a Isabel, a pesar de haber cambiado relativamente hacía poco, dijo a su compañero:

_Anselmo, es hora de cambiar de silla. –De inmediato, se arrodilló, para que Isabel se bajara. Este, descargó las  maletas un tanto extrañado y quiso preguntar o comentar algo:

_Pero Elías…

Al momento el interpelado le hizo un gesto con los ojos, que no pasó desapercibido para Manuel, quien se acercó hasta Isabel, rodeándola con un brazo, mientras que, con el otro, sujetaba el “bastón” que había recogido desde que comenzó el camino. Fue en ese instante en que Elías dijo:

_Bueno, hasta aquí llega nuestro trabajo. Nos hacen el favor de pagarnos, que nosotros nos regresamos.

_No hemos llegado aún. Les pagaré cuando estemos en Pasto.

_¡Nos va a pagar ahora! Y el precio, subió. Nos va a entregar todo el dinero que tenga. –Anselmo había entendido a la perfección lo que Elías intentaba que hicieran, y se unió a su compañero-

Manuel soltó a Isabel y se colocó delante de ella, agarrando el bastón con ambas manos

_Pues van a tener que quitármelo, si pueden. -Y sin añadir nada, le descargó un tremendo golpe a Elías en la parte superior del brazo derecho, para luego girar y enfrentar a Anselmo. Este levantó el brazo para cubrirse la cara, mas el golpe que recibió fue en el muslo, lo que le ocasionó la caída al piso. Para asegurar la situación, volvió a cargar sobre Elías y le imposibilitó el bíceps del otro brazo, lo que le hizo lanzar un doloroso alarido. En seguida, sin soltar el palo, extrajo de su bolsillo unas morrocotas y se las tiró al piso.

_¡Largo de aquí, si no quieren que los siga golpeando!

Elías recogió el pago y se levantó. Le hizo una seña a su compañero y empezaron a caminar despacio, sin poder llevar las sillas. Cuando estaban a prudente distancia, Manuel, con ayuda de Isabel se colocó la silla con las maletas a la espalda y dijo a su esposa:

_Mi amor, tiene que caminar.

_¡Por supuesto que si!… ¡Me dejaste asombrada! ¡No me imaginaba que fueras tan valiente!

_Jajaja. ¡Vamos! Según lo que ese par comentó, ya falta poco para llegar. (Continuará)