Puede ser que el siguiente relato te parezca inverosímil. Sin embargo, según las afirmaciones de personajes involucrados en él, es verídico, real. Te invito a leerlo y sacar tus propias conclusiones y, si lo deseas, dejar tus comentarios
Serían más o menos las siete de la noche de aquel jueves. Armando se encontraba en el estudio realizando algunos quehaceres, cuando su teléfono timbró.
_ Hola, Buenas noches. Con quién tengo el gusto?
_ ¡Hola, Armando!
_ … ¿Jorge?
_El mismo, Jajajaja.
_ ¡Qué sorpresa tan agradable!
_ Llegué ayer a Colombia y después de estar con mis viejos, lo primero que se me ocurrió fue llamarte. Esta tarde fui al banco y me encontré con tu hermano. Fue quien me dio tu número Dime: Qué tal si nos encontramos mañana viernes como a esta hora en el lugar en donde nos reuníamos Alberto, tú y yo? Por supuesto yo me encargo de buscarlo.
_ ¡Fuera fabuloso! El problema es que estoy radicado en Bogotá casi desde que terminamos la carrera.
_ ¡Ah caramba!
_Bueno, pero creo que se pueda remediar en parte. No para mañana, por supuesto. Eso depende de cuánto tiempo vayas a quedarte.
_Mi objetivo es alojarme aquí. Te cuento que he tenido algunos quebrantos de salud y quise volver a mi terruño. Estoy donde mis viejos.
_Entonces te prometo ir a visitarte. Tengo que organizar algunas cosas y en unos días estaríamos recordando tiempos añejos. Busca a Alberto. Hace mucho que no me hablo con él. Creo que cambió de celular.
Después de colgar el teléfono muchos recuerdos llegaron a su memoria. Los tres habían sido amigos entrañables desde adolescentes hasta terminar su carrera universitaria. Vino a su memoria la reunión de despedida de todos los graduandos. Antes de finalizar formaron un círculo para cantar una muy nostálgica canción que empieza diciendo: “Por qué perder las esperanzas de volverse a ver? … No es más que un “hasta luego”, no es más que un breve “adiós”. Muy pronto junto al fuego nos reunirá el Señor…” Luego vinieron los abrazos, en algunos casos, acompañados de lágrimas y hasta llanto. Luego, la vida los llevó por distintos rumbos siguiendo el curso que a cada cual le tenía preparado. Al recordarlo se llenó de nostalgia, pero también de alegría al pensar que, en pocos días, nuevamente se reuniría con sus dos apreciados amigos.
Cuando el avión aterrizó en el Aeropuerto “Antonio Nariño” sintió una alegría desbordante. Momentos después, tomó un taxi que lo llevaría hasta la ciudad. Se hospedó en un muy bien ubicado hotel. Una vez listo, llamó a su hermano y después de comentarle de su llegada, fue invitado a su casa y pasó el resto del día con su familia. Ya en el hotel, un poquito entrada la noche, marcó el número de Jorge.
_ ¡Armando! Qué sorpresa!
_¡Hola, Jorge! ¿Cómo estás?
_ Digamos que bien, para no preocuparte, jajaja.
_Haces muy bien. Bueno, pues te cuento que ya estoy en mi terruño. Así que, mañana nos podemos encontrar, como habíamos quedado.
_ ¡Qué alegría!
_ ¿Hablaste con Alberto?
_ ¡Por supuesto! Le encantó la idea.
_ Voy a llamarlo en este momento. ¿Entonces Nos encontramos mañana a la hora y el lugar de aquellos tiempos?
_ ¡Vale!
Se levantó temprano. Durante el día se dedicó a pasear recorriendo los lugares por donde tantas veces anduvo en su juventud. Aunque la ciudad estaba muy cambiada, cada lugar le traía vivencias inolvidables.
El tiempo se fue volando. Cuando caminaba con dirección al hotel, escuchó la campana del reloj de una de las iglesias cercanas, indicando que eran las cinco de la tarde. Unos minutos después, se recostaba en la cama. El cansancio de la caminata hizo que comenzara a adormecerse. No supo cuánto tiempo transcurrió. Lo cierto fue que el timbre de su teléfono móvil le indicaba que tenía un mensaje escrito. Lo miró con curiosidad. Era de Jorge:
_ “Armando, hay cambio de planes. Te espero en casa de mis padres esta noche. Discúlpame.”
Respondió inmediatamente:
_ “No hay problema. Allá estaré”
Se quedó meditando en la razón del cambio de planes. Pero se dijo que lo mejor era alistarse e irse a casa de su amigo. Al terminar, solicitó a la administración del hotel que le llamaran un taxi. Poco después, se paraba frente al portón de la casa de familia de Jorge. Levantó la mano para llamar, mas, ésta, se abrió. Un frío intenso brotó del interior, envolviendo el cuerpo de Armando como si le penetrara hasta los huesos. Apareció su entrañable amigo Jorge vestido de negro, muy pálido y, sin decir palabra, estrechó cariñosamente a Armando en un fraternal abrazo.
Armando pensó que alguno de los padres de Jorge había muerto, puesto que, al mirar por encima del hombro de su amigo se percató de la presencia de personas, todas ellas, de luto. Surgió la figura de la madre de Jorge quien venía a recibirlo. Se apartó de su amigo y se acercó a ella.
_ ¡Doña Aurora! ¿Qué pasó? –Preguntó-
Ella, por toda respuesta, lo tomó de la mano y empezó a caminar hacia la sala. Armando volteó a mirar buscando a Jorge en el zaguán, pero el lugar estaba vacío. Seguramente salió. En el centro de la sala estaba ubicado un ataúd.
_Doña Aurora, ¿Falleció su esposo?
_No. Mi hijo. Jorge.
_ ¿Jorge? ¡Pero si él me acaba de abrir la puerta de la casa!
_Imposible. El falleció anoche. Padecía un cáncer muy avanzado.
_Entonces…? Además… ¿Quién me envió el mensaje diciendo que me esperaba aquí, no hace más de una hora?
_No sabría responder a esa pregunta.
_Excúseme. –Dijo Armando y se dirigió a la ventanilla del ataúd-
Allí estaba Jorge vestido de negro y supremamente pálido, tal como lo viera cuando le abrió la puerta de la casa. En ese instante, alguien le colocó la mano en el hombro derecho. El hombre volvió la cabeza: Era su amigo Alberto. Se saludaron en voz baja. Luego fueron a sentarse junto a doña Aurora.
_Te llamé para informarte sobre lo sucedido, pero tu teléfono siempre sonó ocupado. ¿Cómo te enteraste?
_Mi respuesta te va a parecer estúpida, pero es la verdad: Jorge me escribió un mensaje hace como dos horas diciéndome que me esperaba aquí en su casa.
La mirada que le lanzó Alberto fue muy elocuente: “¡No me creas tan… bobo!” -Le dijo sin hablar-
Armando sacó su móvil, abrió el correo y le indicó el mensaje a Alberto, en el que aparecía la hora del envío:
_”Armando, hay cambio de planes. Te espero en casa de mis padres esta noche. Discúlpame.” 6:50 p.m.
_¡No sabes cuánto me gustaría ver el celular de Jorge! –Añadió Alberto-
_Lo mismo pienso yo. –Respondió Armando-
_Doña Aurora, sería posible ver el celular de Jorge?
_ ¿Y eso?
_Mire. –Armando le indicó el mensaje a la señora-
_¡Esto no puede ser! –Respondió ella, levantándose-
Al volver, les indicó el móvil que fuera de Jorge. Sin embargo, después de encenderlo, no pudieron dar con la clave.
Al día siguiente, después de que el ataúd fuera colocado en el lugar correspondiente, con la tristeza que los embargaba, Armando y Alberto se unieron en un abrazo para darse valor uno al otro. Fue cuando sintieron que alguien se les unía y les colocaba sus brazos en la espalda de cada uno de los dos amigos, estrechándolos con mucha intensidad. Mas, al separarse, no había tercera persona, por lo menos en forma visible, que los abrazara de esa manera. Nuevamente los dos se miraron en forma interrogante, aunque sabían cuál era la respuesta.
FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.