Casita-campestre

Aquella tarde del viernes, Mireya y Efraín estaban mirando un programa de televisión, mientras saboreaban un humeante café negro acompañado de un original emparedado de pan con queso. Era uno de esos días entre finales del invierno y comienzos del verano. A veces llovía duro, escampaba y hacía un sol fuerte, otras veces una lluvia tenue y viento. En ese instante timbró el teléfono. Efraín esperó a que Mireya se levante a contestar, puesto que de mil llamadas entrantes, una era para él, y las novecientas noventa y nueve, para ella. Y en efecto: era para ella. Quien llamaba en esta ocasión era Elvia.

_Doña Mireya, cómo me le va?

_Elvia! Muy bien, gracias. Qué gusto escucharla. Qué me cuenta de nuevo?

_Pues de verdad que la llamo para contarle una novedad. Usted se acuerda del señor a quienes ustedes le vendieron la casita campestre que tuvieron acá en la vereda?

_Claro que si,  Nicanor.

_Si. Como le conté, desde que les compró la casita, él era el único que venía a pasar varios días por acá, solo. Ayer llegó temprano y vino a decirme que le haga el favor de prepararle el almuerzo, como de costumbre. El siempre venía entre las doce del mediodía  y la una de la tarde.  Como cosa rara, no llegó. Fui a timbrarle y tampoco salió a abrir. Como la puerta estaba sin seguro, entré. Para mi sorpresa, estaba tendido en el piso junto a la silla en la que se sentaba a ver televisión. Estaba muerto.

_¡No me diga! Y usted, ¿qué hizo?

_Salí corriendo a buscar un teléfono que me había dado de su casa en Bogotá, y llamé a la mujer para contarle. También llamé al presidente de la junta de Acción Comunal. Hoy se llevaron el cadáver a Bogotá. Pero lo que tengo que decirle es que la señora me pidió que les dijera a ustedes que si querían volver a comprarle la finca. Que se la vende bien barata, que ella no quiere tenerla.

_Mire, yo voy a comentarle a Efraín para ver qué dice y la estoy llamando.

 

Un Instante después, charlaban sobre el asunto.

_Tú si la compraras?

_No. Acuérdate que lo que nos sacó corriendo fue el calor. ¡Ese clima es demasiado caliente!

_Si, desafortunadamente, eso es así. Oye, a propósito, tú en fin de fines, no le llevaste el segundo juego de llaves.

_Es cierto. El tiempo se fue pasando y… me olvidé. Ahí quedaron colgadas. –Y señaló el sitio en la pared- Ya habrán sacado duplicado o hasta habrían hecho cambiar guardas.

 

En ese instante, entró el menor de los hijos.

_¿Que murió Nicanor, y que les están ofreciendo la casita?

_Si, eso dice Elvia. Bueno, el hombre ya descansó. El pesar que me da es que nunca la mujer ni los hijos lo acompañaron y la muerte lo cogió solo.

_Oye, papá, y ¿por qué no la compras?

_ Le decía a tu madre que el calor es muy sofocante.

_A mí, si me gusta el calor. Papá, y a propósito, ¿tú vas a ocupar el campero este fin de semana?

_Aún no he planeado nada. ¿Por qué?

_Me gustaría salir con mi novia. ¿Me lo prestas?

_¿Con tu novia? Y, ¿qué opinan los papás de que ella vaya sola contigo?

_No, también van el hermano y dos primas.

_Me da miedo que combines el trago con la gasolina.

_¡No, papá! Tú sabes que eso no lo haría nunca. Si acaso allá me tomaría unas cervezas para la sed.

_Y, ¿a dónde irían?

_Eso lo planeamos con ellos.

El padre accedió. Lo que no sabía era que el plan de su hijo era el de irse solamente con su novia. Ella también se las arreglaría para salir de la casa sin problemas.

 

Al día siguiente, el muchacho tomó el segundo juego de las llaves de la casita campestre y se las guardó en el bolsillo. Encendió el campero y se dirigió hasta el sitio acordado para recoger a su novia. Una vez juntos, salieron a divertirse. Muy felices, tomaron la carretera. Una hora y media después, estacionaban la camioneta al frente a la casa de Elvia. Esta reconoció el vehículo y salió inmediatamente.

_Elvia, Buenos días.

_¡Joven Leandro! Y sus papás no vinieron?

_Ellos no saben que estamos aquí. Mire, le presento a mi novia Nayla.

_Mucho gusto.

_Qué tal, señora. Excúseme, ¿me puede prestar el baño?

_Claro, queda al fondo.

_Por favor, Elvia, dos cervezas.

La mujer se acercó con las dos cervezas y el destapador.

_Y, ¿están de paso o se van a quedar?

_La verdad, queremos quedarnos en la casa que era de mis papás.

_Pero, ¿cómo así? Yo diría que es mejor que busquen un hotel. No quiero meterme en problemas. Usted sabe que yo estoy encargada de cuidar esa casa.

_Es que nadie va a saber que estuvimos aquí. El único que venía era Nicanor. El ya está muerto. Así que si usted no dice nada, nadie se va a enterar. Además yo tengo un duplicado de las llaves.

_Digamos que yo en ningún momento vi que alguien entró a esa casa.

_Exacto. Pero no olvide que vamos a almorzar aquí. –Dijo el muchacho picándole el ojo.

_Bueno, está bien. Por favor, dejen todo como lo encontraron.

_Cuente con eso.

Tomaron las cervezas y siguieron su camino hacia la casa campestre, que estaba situada a las afueras del caserío, en medio de un buen follaje. Entraron el vehículo, bajaron su escaso equipaje, lo situaron en la sala, colocaron las dos cervezas encima del mesón de la cocina americana, se enlazaron entre sí y caminaron, sin dejar de besarse, hasta la alcoba principal; cayeron sobre la cama dando rienda suelta a su romance. Inesperadamente, el ruido de las botellas al caerse, los hizo separarse. Se miraron entre sí y luego miraron hacia la sala. Las botellas estaban rotas en el piso y su contenido esparcido.

_Eeeh!, pero ni que hubiéramos sacudido la casa.

_Debió ser el viento.

_Viento? Y de dónde si no hay ninguna puerta o ventana abierta?

_¿Entonces?

_Entonces dame otro beso y después limpiamos. –Y siguieron en su diversión-

 

Rato después, entraron al baño, se ducharon juntos, se vistieron,  buscaron un balde y un trapero y comenzaron a limpiar el piso. Cuando terminaron, caminaron hasta la casa de Elvia, a esperar el almuerzo.

 

Después de almorzar, dieron una larga caminata. Un poco cansados, volvieron a comprar algo para prepararse unas onces y comer antes de acostarse. Al llegar a la casita, Leandro buscó las llaves en su bolsillo para abrir la reja del antejardín. En eso, Nayla se quedó mirando fijamente la ventana.

_Espera, no abras. –Le dijo en voz baja-

_¿Por qué?

_Parece que alguien llegó a la casa. Hay un hombre parado mirándonos desde la ventana.

 

Leandro dirigió allí la vista.

_No veo a nadie.

_Seguro se entró. Estaba detrás de la cortina. Vi muy claro cuando se movió.

_Bueno, timbremos.

_No escucho que suene ningún timbre.

_Yo tampoco. ¿Será que no hay luz?

_Es posible. ¿Por qué no golpeas?

_Buena idea. –Golpeó varias veces con unas monedas sobre el metal de la puerta, mas nadie abrió.

_Entremos. Si hay alguien, le pedimos que nos deje quedar y le entrego las llaves que mi papá olvidó hacerlo.

 

Entraron saludando:

_¡Hola! Hay alguien?  –Nadie contestó-

_¡Qué raro! –Dijo Nayla- Te aseguro que lo vi tan claro como te estoy viendo a ti.

_Figuraciones tuyas. De todas maneras, busquemos.

Pasaron a la alcoba principal, siguieron a la otra alcoba, al baño, trataron de salir al huerto, pero estaba colocado un candado de seguridad. En resumidas cuentas, no había nadie.

_Ven, ensayemos los interruptores. ¡Miércoles! No hay luz. Volvamos donde Elvia a comprar fósforos y velas para esta noche.

Ella les dijo:

_Me parece raro que no haya luz. Don Nicanor pagaba puntualmente. Además, no creo que haya bajado algún taco o interruptor. El siempre dejaba la nevera funcionando.

_Eso no importa. Es sólo una noche. Y, ¡hasta mejor! Será más romántico.

Regresaron despacio, aunque la lluvia que comenzó a caer, les hizo aligerar el paso. Faltaría lo equivalente a una cuadra para llegar, cuando el joven se detuvo.

_¿Qué pasa? –Preguntó su novia-

_¿Alcanzas a ver a alguien en la reja? O es efecto de la lluvia y la distancia?

Ella fijó la vista.

_Si, hay alguien. Ya entró.

_Si lo vi, pero no vi que abriera la reja.

_Lo cierto es que ya no está. Te dije que había alguien en la casa.

_Cuando buscamos, no encontramos a nadie. No sé en dónde pudo esconderse. Vayamos a averiguarlo.

Llegaron. La reja estaba con llave, como ellos la habían dejado. Del mismo modo, la puerta de la casa. Nuevamente inspeccionaron dentro, incluyendo debajo de las camas: Nada.

_No le paremos bolas.

Encendieron una vela y se sentaron en la sala a mirar caer las sombras de la noche y a escuchar el ruido de la lluvia que azotaba el techo y las ventanas. Pronto empezaron los rayos y sus respectivos truenos a ponerle un toque de melancolía y misterio al ambiente. En eso, el sonido del baño al ser descargado, los hizo saltar. Los jóvenes se quedaron mirando y dirigieron la mirada a la puerta esperando que alguien saliera. Sin embargo, ninguna persona asomó. El muchacho se levantó seguido de Nayla. Tomó la vela y empuñó la cerradura. Empujó la puerta alumbrando el interior que estaba totalmente vacío.

_Esto ya me está asustando. –Dijo ella- ¿Qué tal si nos vamos?

_No creo que con esta lluvia sea conveniente. Hay veces que se caen árboles o  piedras y lodo sobre la carretera e impiden el paso. Yo creo que debemos esperar hasta mañana. Mejor, comamos algo y nos vamos a la cama. Aprovechemos que podemos estar solos toda la noche.

 

Así lo hicieron.  Nuevamente comenzaron las caricias y los besos y olvidaron todo. Un momento después, él se colocó sobre la almohada y ella se recostó en su pecho. De pronto ella le dijo:

_¡No, quítame la mano!  ¡la tienes muy fría!  –El se quedó callado, pensando: “Cuál mano? La izquierda estaba desde hace un momento en su hombro y la otra la tenía sobre el colchón al lado derecho-

Fue en ese momento cuando descubrió la figura de un hombre parado cerca de la puerta. Lo miraba desde la semioscuridad de la alcoba, apenas iluminada por la pequeña vela de las que se utilizan en el “día de las velitas”.  Se acercó sin caminar, rodeó los pies de la cama y se sentó sobre sus piernas.

Leandro quiso gritar, moverse, levantarse, mas no pudo realizar ninguno de sus deseos. El miedo lo tenía completamente paralizado. Lo reconoció de inmediato: era Nicanor! Este lo miró furioso mientras decía:

_ “¡Váyanse de mi casa ya o lo lamentarán!” –Su figura se fue desvaneciendo en el aire hasta desaparecer por completo-

 

Leandro poco a poco fue recuperando sus movimientos. Giró la cabeza hacia su novia: Ella dormía profundamente. La despertó con enérgicos movimientos.

_¿Qué pasóoo?

_Que nos tenemos que ir ya. Levantémonos.

_Pero dijiste que…

_No importa lo que haya dicho. ¡Nos vamos! –e inmediatamente saltó de la cama, se vistió y empezó a recoger las cosas. Ella lo imitó. En pocos minutos estaban metidos en el campero. Lo estacionó por fuera de la reja y cerró. Se fueron sin despedirse de Elvia. Antes de subirse, descubrió a Nicanor parado detrás del carro. Arrancó dejándolo frente a su casa. Salió a la carretera  tratando de encontrar algún hotel.

En el camino, le narró lo ocurrido a su novia y juró no volver a aquel lugar.

 

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.