La cabaña de HenryDespués de haber trabajado todo el día haciendo mejoras y reparaciones a su nueva cabaña, Henry se preparó para irse a dormir a su casa de la ciudad, situada a varios kilómetros de su parcela. Cerró las descuadradas puertas emparejándolas de la mejor manera. No tenía que preocuparse de ladrones porque, primero, aún no tenía nada de valor en la cabaña y segundo, porque la poca gente que vivía por los alrededores era muy honrada. Después de cerrar, caminó hasta su campero. Volvería después de dos días a continuar con aquella tarea que le servía de entretenimiento. Lo que no sabía era que, desde unos arbustos, unos ojos estaban pendientes de todos sus movimientos. El hombre caminó hasta la entrada de la parcela, abrió la puerta, volvió hasta su auto, lo encendió,  salió de la parcela, se bajó para cerrar y se dirigió hacia su hogar.

Antes de tomar la vía principal, tenía que conducir por aquella carretera llena de baches y huecos que se habían formado por causa  del invierno que, a pesar de ser ya tiempo de verano, no quería cesar, haciendo que unos días lloviera y otros fueran de un radiante sol. Antes de una hora, hacía su entrada al garaje de su residencia. En casa, lo esperaban su esposa y sus hijas.

Dos días después, se levantó muy temprano para dirigirse a su pequeña finca a recrearse haciendo las mejoras que había programado y que él podía realizarlas personalmente. Para los trabajos que requerían de un maestro, ya lo planearía un poco más allá. Se despidió de su familia y después, enrumbó su vehículo acompañándose de su música favorita. Un poco más adelante, tomó la carretera destapada. Estaba en muy mal estado como consecuencia de la lluvia de la noche anterior. En varios tramos le tocaba hacer malabares para poder avanzar, y lo peor de todo era que la llovizna que lo había acompañado comenzaba a tornarse en un fuerte aguacero. En un instante dudó si seguir o regresar. Optó por seguir, aunque sentía temor de que la quebrada creciera y se desbordara como había ocurrido algunas veces. Llegó a su destino. Ya la lluvia presentaba una tupida cortina. Tomó el paraguas que cargaba en el carro y salió a abrir la puerta de entrada hacia su cabaña. Después de estacionar, tomó la bandeja que contenía su almuerzo y volvió para cerrar. Ya, bajo el alero, sacudió el paraguas y entró. Lo primero que hizo fue prepararse un humeante café y tomar pan de la bolsa para acompañarlo. Cosa extraña. Juraría que la última vez dejó tres unidades, y en este momento sólo había una.  Cuando estaba terminando la bebida, escuchó un ruido indefinible dentro de la alcoba principal. Colocó la taza dentro del lavaplatos y entró. Lo que menos deseaba era encontrarse con algún animal.  Miró a cada lado para averiguar la causa sin encontrar la  respuesta. No podía haberse metido ningún animal debajo de la cama, porque sus largueros y espaldares llegaban hasta escasos tres centímetros del piso formando algo así como un cajón. Encima, la colchoneta de espuma estaba bien colocada.

_“Serían imaginaciones mías”. –Pensó, y salió para continuar con su labor-.

Acondicionó la puerta del baño, instaló las canaletas y el cableado de energía eléctrica, colocó rosetas y bombillos nuevos, tomacorrientes, una lámpara en la mesita de noche y otras cositas por el estilo. La lluvia  cesaba por momentos, pero volvía a desgranarse en forma pertinaz. Cuando se dio cuenta, el día estaba por terminar y su reloj indicaba que faltaba muy poco para las cinco; así que volvió a asegurar la casa y salió. No pudo llegar muy lejos: La quebrada se había desbordado formando un caudaloso río que cubría por completo la carretera.  Con un amargo enojo, tomó su celular y llamó a su esposa para explicarle lo sucedido. Acto después, regresó hasta la pequeña cabaña. Encendió las luces y se sentó a mirar, a través de la espesa cortina de lluvia, cómo las sombras cubrían los árboles y los prados. Volvió a la cocina a preparar algo de comida.   Ya bien entrada la noche, abrió un armario y sacó sábanas y cobijas, acondicionó la cama y se acostó.

Aunque se durmió profundamente, su sueño no duró mucho. Paulatinamente fue despertándose al escuchar unos contenidos sollozos que fueron aumentando de intensidad. Afinó el oído para descubrir de dónde provenían sin poder precisar muy bien. Estiró la mano y accionó el encendedor de la lámpara que apenas había instalado, con la mala fortuna de que no encendiera. El caso era frecuente cuando llovía: se cortaba la luz. Tomó entonces su linterna, y buscó en el cajón, la vela y los fósforos.  Ya con la alcoba un poco alumbrada, se dio cuenta de que el llanto había cesado. Sin embargo no apagó la escasa luz. Unos minutos después, volvió a escucharlo. Para su sorpresa, venía desde debajo de la colchoneta. Se levantó de un salto, quitó las cobijas y, por supuesto, la colchoneta. Tomó la linterna y la dirigió por entre las separaciones de las tablas del tendido. El susto fue supremamente grande, al chocar con unos ojos que lo miraban desde el fondo, a medio cerrar, por el impacto del chorro de luz. Saltó hacia atrás a punto de sufrir un infarto. Tomó aire varias veces. El llanto se hizo más intenso. Ya dominando un poco más la situación, se acercó. Ahora los ojos estaban cubiertos por unas pequeñas manos. Levantó una de las tablas corriéndola hacia abajo. Luego, otras dos. Se agachó para mirar mejor, cuando dos delgados brazos salieron por entre las tablas. El, llevado por el temor, se dobló hacia atrás  esquivándolos.  Quien quiera que fuera, dejó poco a poco de llorar. Nuevamente,  Henry, armándose  de valor,  volvió a acercarse. Quien estaba debajo de las tablas trataba de incorporarse. Pudo ver muy claro que se trataba de una niña como de unos doce años.  Otra vez, estiró el brazo como pidiendo que la ayudara a salir de allí. Aún con temor, el hombre  le tomó la mano y la haló suavemente para incorporarla. Poco a poco y, con su ayuda, se puso de pies mirándolo con el miedo reflejado en su rostro.

_¡Por favor, niña! ¡Casi me matas del susto! ¿Quién eres y qué haces aquí?

_Yo vivo… en una… casa… cerca de aquí. –Contestó entre hipos-. Lo que pasa es que mi papá me iba a pegar y yo salí a esconderme. Como no había nadie, me metí aquí, pero cuando usted llegó, sentí miedo y me metí debajo de la cama.

_Y eso desde cuándo fue?

_Desde hace tres días. Yo lo vi irse y luego me metí aquí.

_Y has comido algo?

_Sólo encontré un pan que usted había dejado y cociné unas papas.

_Ven, vamos a la cocina y preparamos algo de comer. Por esta noche te quedas aquí, pero mañana te llevo a tu casa.

_¡No, por favor! Mi papá me pega y cuando me pega lo hace muy duro.

_No te va a ocurrir nada. Primero iré a hablar con él y le diré que si te golpea lo voy a demandar. Los padres no pueden castigar de esa manera a los hijos.

 

Después de comer, le dijo a la niña:

_Tú vas a dormir en la cama y yo me acomodaré en la silla.

Al día siguiente fue a hablar con los padres. El gusto que sintieron al escuchar que su hija estaba sana y salva fue enorme. Se comprometieron a nunca más emplear un castigo de dolor.

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.