¡Cómo pasa el tiempo! A la fecha ya se completaban cinco años del fallecimiento de Nelly. Los escasos acompañantes a la ceremonia religiosa se despedían.  Un instante después, don Timoteo y su hijo mayor, Sebastián, su esposa y sus dos hijos, se dirigieron al aparcadero con el fin de abordar el auto.

_Papá: Te propongo ir hasta mi apartamento, allí almorzamos y pasamos el día y al finalizar la tarde te llevo a la casa, ¿Te parece?

_Hijo, prefiero que me lleves directamente a mi casa. Si lo desean, podríamos pedir el almuerzo desde allí. Luego, quisiera descansar.

_Bueno, como quieras.

Nada más al entrar,  Sebastián sintió el golpe del silencio, el vacío y la soledad de aquella casa. Le pareció mucho más grande de lo que en realidad era cuando vivió su juventud junto a sus padres y su hermana Magda, Ahora ella, se encontraba radicada fuera del país.

Al comienzo de su viudez, Timoteo trató de hacer su vida tratando de escabullirse de la soledad:

viajaba en su auto, salía en grupos de excursión, conociendo algunos pueblos dentro y fuera del país, leía, escribía, etc. Pero muchos de estos pasatiempos se fueron espaciando hasta que la mayoría del tiempo lo pasaba en su casa. Generalmente desayunaba y comía en cafeterías y restaurantes cercanos, aunque algunas veces cocinaba;  otras, o se olvidaba, o se dejaba ganar de la pereza.  Cada vez más, se iba convirtiendo en el motivo de preocupación para Sebastián.

Al finalizar el almuerzo, Se armó de valor y le dijo:

_Papá, quiero que hagamos juntos algunas reflexiones.

_Dime hijo.

_ ¿No te parece que esta casa está muy grande para que la habite una persona sola?

_ Si, sé que es grande. Y también sé a dónde quieres llegar.

_¿Te has imaginado por un momento que cuando menos pienses te aqueje algún dolor fuerte, te pegue una enfermedad o, incluso, se metan unos ladrones?

_Todo eso puede ocurrir. Entonces, ¿cuál es tu propuesta?

_Que te mudes a vivir conmigo.

_Mira, hijo, te agradezco mucho la oferta, pero entiende que sería como perder mi libertad! Aquí puedo hacer lo que yo quiera, si lo deseo salgo a darme una vuelta cuando quiera y donde quiera. Si me provoca, cocino, si no, no. En tu casa tendría, como es obvio, que someterme a su situación.

_Escucha, tú ya estás perdiendo la memoria; no te olvides que hace días me dijiste que saliste y luego no sabías en dónde estabas. Y hoy, no más. Dime: ¿A cuántas personas de las que estuvieron con nosotros reconociste? Creo que a ninguna. Acepta que estás en una edad crítica!

_¡No estoy tan viejo como tú crees! De esta casa no me muevo. Sería como dejar tirados los recuerdos de mi vieja y las cosas que de ella aún quedan. 

_¡Papá, creo que hacerte razonar es tiempo perdido!

_¡Pues no pierdas el tiempo y vete a tu apartamento! –Y diciendo esto, se levantó y se fue a su alcoba sin despedirse. Sebastián y los suyos, salieron.-

A partir de ese momento, las relaciones entre los dos se cortaron.  

Al día siguiente, don Timo se levantó con un desasosiego muy marcado. Después de bañarse, se preparó un café bien cargado con unos huevos revueltos y, tomando su bastón, salió con dirección al pequeño parque.  Desde tiempo atrás, cuando su vieja aún vivía, frecuentaban ir a tomar el sol. Habían tomado una banca como su favorita. Esta vez, al dirigirse a ella, observó que ya la ocupaba una mujer joven. A regañadientes, pasó frente a ella para ubicarse en otra. Al pasar miró a la mujer con cierto disgusto.  Ella levantó la mirada y le sonrió muy cariñosa, aunque el hombre mayor no le correspondió de la misma manera. Se sentó en la más cercana a ella. Su disgusto se desvaneció un poco al detallarla. La razón, tenía un cierto aire que le recordaba a su fallecida esposa, aunque no sabría decir en qué. 

Un instante después, la mujer dijo sin mirarlo:

_Me parece que hoy amaneció un tanto contrariado, don Timo.

_¿Me conoce? ¿Por qué sabe mi nombre?

_Por aquí lo conoce todo mundo.

_¿Y cómo sabe que estoy contrariado?

_Por su expresión. Además, me miró como si le pareciera una intrusa.

_En cierta forma lo es. En esa banca siempre nos sentábamos mi esposa y yo.

_Entonces, puede sentarse conmigo.

_¿?

_¡Ande! ¡No sea rencoroso!

_ … Si yo fuera joven, pensaría que me está coqueteando.

_¿Y, si fuera así? – Dijo mirándolo profundamente-

El adulto mayor no pudo evitar una sonrisa. Le sostuvo la mirada mientras se levantaba con ayuda de su bastón y caminó hacia la banca en donde estaba ella. Se sentó a su lado guardando alguna distancia. Ella, sin dejar de mirarlo ni de sonreírle se corrió hacia él y arrimó su cabeza al hombro del anciano. Luego lanzó un hondo suspiro.

_Me parece que eres muy terco.

_Ahora resulta que sabes hasta cómo es mi forma de ser.

_Con sólo mirarte puedo asegurar que hay algo en tu cabeza que no quieres reconocer y te está martillando quitándote la tranquilidad.

_¿?

_¿Qué tal si me cuentas lo que te pasa?

_No sé si confiar en ti.

_Con toda seguridad. ¡Inténtalo!

_Ayer mi hijo mayor y yo tuvimos un altercado sobre mi situación y seguridad. El cree que tiene la razón.

Ella no esperó a que el viejo continuara con el relato. Se volteó para estar lo más de frente que pudo y tomó su mano entre las suyas. De pronto la levantó acercándosela a los labios y la besó.

_¿Y si la tuviera? –Preguntó poniéndose de pies y mirándolo profundamente por un instante. Luego se agachó para darle un tierno beso en su arrugada mejilla.

_¡Te amo! –Dijo y Salió corriendo hacia la reja del parque.-

_¡Espera! –Respondió él poniéndose de pies e intentando caminar lo más rápido que le daban sus desvencijadas piernas; mas, al llegar a la reja, miró hacia ambas partes: Las calles estaban totalmente desiertas.

Don Timoteo siguió su camino hasta su casa. Cuando le faltaba menos de una cuadra, se dio cuenta de la presencia de una mujer sentada sobre el andén, acompañada de una maleta. A medida que se acercaba, el corazón latía más rápido. La mujer se levantó y corrió hacia él para estrecharlo entre sus brazos, mientras decía:

_¡Papá!

_¡Hijita!

Una vez dentro de la casa, El viejo le preguntó:

_¿Vienes de visita? ¿Te casaste?

_¡Jajaja! Vamos por partes, papá. Si te digo la verdad, este viaje no fue planeado. Antes de anoche tuve un sueño con mi mamá. Estaba radiante, muy hermosa, tal cual está en la foto que conservo por ser la que más me gusta. Llegó hasta mi cama y me dijo:

_”Hija, tu papá te necesita. Es hora de volver a estar con él”. Inmediatamente me desperté, no pude volver a dormir, me levanté y escribí mi carta de renuncia. Tan pronto como amaneció, después de alistarme salí a comprar el tiquete aéreo y… Aquí estoy!

_Hijita, no sabes lo feliz que me haces.

_Cuando me fui de la casa, sólo pensaba venir de visita. Tú siempre dijiste que no te importaba vivir solo.

_Ahora, las cosas han cambiado. Tu hermano, muy preocupado porque me pueda suceder algo, me pidió que me fuera a vivir con él. No acepté y él se disgustó. No hemos vuelto a hablar.

_ Ya llegará el momento. ¡Ah! Te contesto la otra pregunta. No me he casado. Hasta la fecha no ha llegado alguien que me llene totalmente y no soy tan amante del matrimonio.

_ Hay un refrán que dice que “Matrimonio y mortaja, del cielo bajan”. Y si así están las cosas, entonces te lo pido: ¡Quédate conmigo! ¡Esta es también tu casa!  

_Por supuesto que me quedo contigo. Con ese propósito vine.

_Tengo que darle la buena noticia a mi nueva amiga.

_¿Tienes una nueva amiga?

_Jajajaja. ¡No te preocupes! No es lo que crees. Acabamos de conocernos en el parque. Creo que debe tener más o menos tu edad. Ni siquiera sé su nombre, pero es muy tierna y cariñosa. Desde ayer estaba triste y malgeniado. Hoy, ella comenzó a conversar conmigo y en un dos por tres, me cambió mi malestar. Debe vivir por aquí cerca, porque sabe mi nombre. De un momento a otro se retiró después de darme un beso en la mejilla. Salí con el fin de alcanzarla pero al llegar a la reja ya no estaba. Desapareció como si se hubiera esfumado. Mañana la buscaré para darle la buena nueva.

Ese día, Timoteo se levantó muy alegre. Tenía en mente el deseo de encontrarse con su amiga y contarle sobre el regreso de su hija.

 _” Puede ser que esté en el parque”, -Pensó- Y en voz alta:

_Magda, voy a salir hasta el parque. Cuando vuelva saldremos a almorzar y a celebrar tu regreso.

_¡Bueno. –Respondió ella- O, mejor, yo te caigo allá y me presentas a tu amiga!

En efecto, al llegar a la reja, Timoteo descubrió a su amiga sentada en el mismo lugar del día anterior. Al verla, aligeró el paso jugueteando con el bastón, el que sólo utilizaba para levantarse cuando estaba sentado. Ella, adivinando su presencia, giró la cabeza con una encantadora sonrisa. Se levantó para esperarlo. Al llegar le abrió los brazos y se estrecharon mutuamente. Por segunda vez, le propinó un beso en la mejilla.

_¡Veo con alegría que estás muy feliz!

_¡Por supuesto! Ayer, después de despedirnos encontré a mi hija esperándome en la puerta de la casa.

_¿A Magda?

_Si. –La miró extrañado- Veo que también conoces su nombre.

_Te dije que te conocía muy bien. Me alegro mucho por los dos, pero mucho más por ti. Ahora ya no estarás solo.

_Así es.

Timoteo se deleitaba de ver cómo el viento jugueteaba con el cabello de su joven amiga. Se quitó la bufanda, mientras decía:

_Está venteando fuerte y no hay sol. Debes tener frío. Ven te coloco esta bufanda.  –Ella se dejó consentir- Mi hija va a venir hasta aquí. Le conté de nuestra amistad y quiere conocerte.

_No la puedo esperar. Ya tengo que irme. –Se puso de pies.- Tengo cosas qué hacer.

_Entonces será otro día.

_No. Ya no volveré. Tengo que ir hacia otro lugar. Me hubiera ido muy triste si tú te quedaras solo. Ahora estoy contenta porque veo que ya no hago falta.

_No te vayas. Ya estoy acostumbrado a tu presencia.

_No puedo quedarme.

_No deseo insistir; te acompaño. –Comenzaron a caminar.- Quiero que me expliques por qué me dijiste que me amas.

_Es la verdad. Pronto volveremos a encontrarnos y lo entenderás

Unos segundos antes, Magda había salido con el fin de saber quién era la amiga de su padre y se dirigía hacia la entrada del parque. Lo vio caminar solo como si conversara con alguien. Lo siguió.  El se detuvo antes de llegar a la esquina. Luego caminó de prisa y giró la cabeza como si buscara a alguien.

_¡Padre! –Llamó-

_¡Hija! Acabo de despedirme de mi amiga. Creo que tiene que viajar. Dijo que no volvería. Lástima que no la alcanzaste a conocer.

_Si, es una lástima. ¿ Y qué pasó con la bufanda?

_Se la presté. Tenía frío… Me dijo que pronto volveríamos a estar juntos.

_”Creo que a mi papá le está sucediendo lo que a los niños: Que tienen amigos imaginarios” –Pensó- Y hablando en voz alta:

_¿Qué tal si vamos al cementerio a visitar la tumba de mi mamá?

_Es buena idea. ¡Vamos! Allá compramos un hermoso ramo. A propósito, por qué no me muestras la foto de ella que dices que conservas?
_Por supuesto. –Abrió su cartera de mano sacando la foto-

_Aquí la tienes.

El hombre la tomó. Una expresión de extrañeza se reflejó en su rostro.

_¿Qué sucede?

_¡Es ella! ¡Mi amiga!

El viejo no pudo aguantar su estado de ánimo y se soltó en sollozos. Magda lo estrechó entre sus brazos tratando de consolarlo. De pronto él se limpió con fuerza los ojos  y dijo:

_Vamos a visitarla.

Al llegar a colocarle las flores, se extrañaron de encontrar, junto a la tumba, la bufanda de Timoteo.

_¿Te das cuenta? Mi amiga era tu madre. Sólo que mi memoria no me permitió reconocerla.

FIN

Escrito por Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.