Con el deseo de escapar de la rutina y el stress de mi hermosa ciudad de Bogotá, decidí alquilar por unos días una casita campestre, que me permita respirar aire puro y estar en contacto con la naturaleza. Realicé las averiguaciones correspondientes, las que me llevaron a conseguir exactamente lo que buscaba. Por algunas razones me reservo el nombre del lugar. Al entrar en aquel pueblo, la escasa gente miraba mi camioneta con curiosidad. Tan pronto localicé una cafetería, estacioné al frente y, tanto mi esposa como yo, descendimos y entramos.

_Buenos días. –Saludamos-

_Buenos días. Qué desean tomar?_Mientras mi señora decide, quisiera que me informara cómo hago para ubicar la casa del señor Angelino Ramírez.

_¡Ah! Aquí lo conocemos como “Ramírez el Pobre”

_¿Y por qué lo llaman así?

_Jajajaja. El apodo lo lleva desde que era muy joven. Su padre falleció y toda su fortuna la dejó a su hijo mayor de los dos que tenía. Al otro, sólo le dejó una casucha y un marrano. Cuentan que una vez que estaba dormitando al pie de un árbol, el marrano se le acercó y le tiró la manga del pantalón. El hombre se enojó y quiso espantarlo.

_¡Ustele, animal! –Le gritaba, pero el animal le tiraba como para que lo siguiera-

Al fin, se levantó y lo siguió. El marrano llegó hasta unos arbustos y, con el hocico, comenzó a osar hasta que apareció la tapa de una caja. Argelino continuó sacándola y cuando la abrió, para su sorpresa, encontró una gran cantidad de esmeraldas. Por supuesto, su alegría era inmensa. Al  volver la cabeza para agradecer al marrano, éste no apareció por ningún lado. Desapareció. Lo cierto es que, aunque se enriqueció, se quedó con ese sobrenombre. ¡Ah! Dígame, señora, qué le sirvo?

_Un café con almojábanas, por favor.

_Que sean dos. Y gracias por relatarme tan interesante historia.

Después de haber dado cuenta de sus onces, salimos a buscar a don Angelino Ramírez.

La familia de “Ramírez el pobre” resultó ser muy agradable. Después de haber sido agasajados con un excelente almuerzo, nos llevaron hasta la casita campestre donde estaríamos algunos días.

Esa noche, nos quedamos sentados en una banca del patio contemplando la hermosura de un cielo tan estrellado, que no le cabía una estrella más. Hacía un poco de frío, mas, no importaba. Sin embargo, cerca de la media noche, se intensificó tanto, que hizo que nos fuéramos a dormir.

No había transcurrido mucho rato, cuando escuchamos el ruido producido por  unas ollas o cacerolas rodando por el patio. Los dos permanecimos quietos por unos segundos, pero me sentí obligado a salir a mirar de qué se trataba o quién andaba por allí. El patio de aquella casa era inmenso. El límite de la parte pavimentada, estaba circundado por muchos árboles.  Cuando llegué al lugar, no encontré a nadie y no había ninguna olla caída. Me quedé muy intrigado. Regresé a la alcoba.

_¿Qué pasó?

_No encontré ni olla ni intruso alguno.

_ ¡No te lo puedo creer!  ¡El ruido fue muy claro!

_No sé qué responderte.

_¿No será que hay fantasmas?

_En los pueblos se escuchan muchas historias de ese tema. Yo no puedo asegurarte si existen o no. Por el momento, creo que lo mejor es dormir.

A media mañana, mi esposa me había pedido que vaya a comprar algunas cosas; así que  estaba sola preparando en la cocina algunos bocadillos para llevar a la caminata que habíamos planeado. Al llegar, la encontré un poco nerviosa; tanto que, prácticamente se me tiró a abrazarme.

_¡Qué bueno que llegaste. Te estabas demorando una eternidad!

_¿Cómo así? Creo que no pasaron ni quince minutos. ¿Te pasa algo?

_¡Creo que aquí si hay fantasmas o algo raro!

_¿Por qué lo dices?

_Estaba frente a la estufa cuando inesperadamente se abrió una de las puertas del gabinete. Le eché la culpa al viento. Pero no había ninguna corriente de aire como para abrir la puerta de bisagra de resorte. Después, te juro que sentí  la presencia de alguien que pasó por detrás mío. Volteé a mirar y te vuelvo a jurar que alcancé a mirar una parte del cuerpo de alguien con ruana saliendo de la cocina. ¡No quiero volver a quedarme sola! –La  estreché con fuerza y le dije:

_Tranquila. No volverá a suceder.

Aprovechando nuestra estadía en aquel lugar, salíamos a realizar caminatas, montañismo y todo lo que podíamos hacer. Para estar más seguros, don Angelino, muy gentilmente, nos facilitó una brújula. Aunque la usamos muy poco, de todas maneras el gesto fue muy significativo.

Nuestros días programados para permanecer en el lugar, estaban llegando a su fin. Ya la noche del día jueves cubría los árboles. Entramos a la alcoba. cuando estábamos a punto de acostarnos, mi esposa me dijo:

_¿Escuchaste?

_Si, como si alguien caminara en el patio.

_Exactamente. Ruido de pasos en el patio.

_Voy a echar un vistazo. Espérame. No tardo.

Al igual que la vez anterior, aparentemente no había nada extraño. Mas, al volver mis pasos para entrar, una pequeña lucecita parecida a la de una vela, llamó mi atención: estaba como suspendida en el aire en una de las esquinas. De pronto, se movió de lugar; era como si una persona de estatura baja la estuviera sosteniendo, aunque no se podía ver su figura. Seguí su trayectoria hasta que salió de la parte pavimentada como para meterse en la arboleda. Caminé unos pasos para no perderla de vista. Unos segundos después, la luz comenzó a descender; llegó hasta el pasto, permaneció unos instantes y dio la impresión de meterse en el piso. Todo el entorno quedó a oscuras. De pronto, cuando estaba a punto de regresar a la alcoba, inesperadamente, distinguí una figura parada junto a uno de los árboles cercanos: Era un hombre de ruana, quien parecía tener sus ojos fijos en mí, bajo su sombrero. Su presencia me pareció extraña y más aún, cuando en un simple parpadeo, la figura ya no estaba. No puedo negar que el miedo  se apoderó de mí. Giré sobre mis talones y me regresé a la alcoba tan rápido como me lo permitieron mis piernas.

_¿Por qué te demoraste tanto? ¡Ya estaba muy asustada!

Le narré lo sucedido  y me metí entre las cobijas.

_Dicen que así se manifiestan las huacas.

_ ¿Quieres decir que allí podría haber una huaca enterrada?

_Según lo que he escuchado… -Me abrazó muy nerviosa- ¡Tengo miedo! ¿Qué tal si nos vamos mañana?

_Mañana lo decidimos. Por ahora, durmamos.

Aunque nos quedamos en silencio y con los ojos cerrados, cada uno pensaba en lo sucedido. Nuevamente los pasos de alguien que caminaba en el extremo del patio, hizo que mi esposa me clavara sus uñas en el costado. Los pasos parecían acercarse a la ventana. Esta quedaba al frente de la cama. Los dos nos incorporamos a mirar: efectivamente allí se podía apreciar la silueta oscura de un hombre con sombrero. Inmediatamente ella se puso a decir todas las oraciones que pudo recordar.  El todo es que la silueta desapareció. 

_¡Mi amor! ¡Si no fuera porque es ya muy de noche, te pidiera que salgamos corriendo de aquí!

_Tranquila. Mañana hablamos con don Angelino en la mañana y al medio día nos vamos.

_Esta noche se me va a hacer eterna.

El hecho de no poder dormir bien la noche anterior, hizo que despertaran ya avanzada la mañana. Al medio día salieron a almorzar y luego fueron a hablar con el dueño de la casa. Sin embargo, no lo encontraron. Los atendió el hijo mayor.

_Buenos días. Don Angelino, por favor.

_Buenos días. Sigan, por favor. Tomen asiento.

_Gracias.

_Mi papá no está en el momento. Dijo que llegaría mañana a medio día.

_Ah! Caramba. Precisamente queremos hacerle entrega de las llaves de la casa, porque nos marchamos hoy.

_Pero tengo entendido que la entrega es el día  de mañana.

_Si, efectivamente. Pero cambiamos de idea.

_Y… ¿Puedo saber la razón?

Los esposos se miraron, pero la señora fue quien respondió:

_Porque creemos que tenemos compañía de fantasmas o debe haber alguna huaca. Se escucha ruido de ollas al caer, hemos visto la silueta de un hombre de ruana y sombrero que se asoma por la ventana y, por último, mi esposo vio algo así como la luz de una vela.

_Si, así fue. Cruzó el patio y llegó hasta la arboleda y se enterró en el pasto. -Añadí-

El joven se sonrió de forma que indicaba que ya sabía a qué nos referíamos. Cuando terminamos, señaló:

_Bueno, el ruido de unas ollas que se caen, lo sentíamos desde cuando nosotros vivíamos en esa casa. Nunca pudimos descubrir la causa. Lo otro, es decir lo de la vela, estoy de acuerdo con lo que dice la señora. Debe tratarse de alguna huaca. No me sorprende en lo más mínimo. En confianza les comento que éste es un pueblo en donde se ha encontrado cantidad de entierros. Además, según lo que usted me cuenta, lo más seguro es que se trate de algo similar. Por favor contésteme una pregunta: ¿Se atrevería a cavar conmigo en el lugar en donde dice que se ocultó la llama? Bien pudiéramos encontrar algo que nos vuelva ricos.

_Claro que me atrevería.

_Entonces, tendría que ser esta noche. Estaríamos los dos y mi hermano, puesto que tiene que ser número impar.

_Y ¿no podría ser mi esposa?

_Según dicen, no puede estar ninguna mujer.

_No importa. Yo me quedo en la alcoba.

_Listo. Nosotros llevamos las herramientas y le llegamos a las once.

_Los espero.

Mi esposa se quedó, a regañadientes, sola en la alcoba, mientras los hermanos Ramírez y yo nos dedicamos a cavar en el lugar en donde vi esconderse la llama. Al cabo de una media hora, ya teníamos un hueco de un metro de diámetro y otro metro de hondo. Me tocaba el turno de ahondar el agujero cuando, inesperadamente, la pala tropezó con algo duro. Seguí haciéndole por los alrededores hasta descubrir una piedra plana que se encontraba cubriendo otras cuatro de la misma forma y que conformaban los lados. Todos estábamos intrigados por lo que pudiera haber allí. Cuando iba a levantar la piedra superior, el mayor de los hermanos, dijo:

_¡Espere! –Y me sirvió una copa de aguardiente-

_Yo no acostumbro tomar. Gracias. –Le respondí-

_Pero esta vez le va a tocar. Es totalmente necesario. –Y siguió con la mano estirada-

Tomé la copa de un solo trago; sentí que me calcinó el pecho obligándome a toser. Esperé a que tomaran ellos y retiré la piedra. Dentro había una botella verde con la parte superior un tanto quebrada, colocada en sentido diagonal, indicando la dirección del árbol en donde la noche anterior había visto al campesino parado.

Uno de ellos la tomó y la llevamos al lavadero de la casa. Comenzó a vaciarla, pero lo que salió de allí fue un barro verde y de mal olor. Con cuidado la llenó de agua para lavarla con la esperanza de encontrar algo. No había nada.

_¿Y para una botella nos matamos tanto? –dijo el menor de ellos-

Ya era media noche. Estábamos cansados. Yo sugerí llenar el hueco que habíamos abierto, pero el mayor respondió:

_No, eso lo rellenamos mañana mi hermano y yo. De todas maneras lo intentamos. Coloquemos la botella como estaba.

_Bueno. Entonces mañana paso para hacer entrega de las llaves.

Cuando se despidieron, me di un duchazo y me fui a acostar. Mi esposa, al sentirme entrar, me preguntó:

_¿Cómo les fue?

_Mal.

Le relaté lo ocurrido y apagué la luz. Cuando quedamos en tinieblas, empezó a caer sobre nosotros una lluvia de pequeñas piedras, que nos obligó a taparnos con las cobijas. Después de un momento, la lluvia cesó y escuchamos que la puerta de la alcoba se cerraba con un duro golpe, como si una persona hubiera salido disgustada. Mi esposa me apretó más, atemorizada por lo sucedido. Saqué la mano y busqué el interruptor de la lámpara de la mesa de noche. Cuando estuvo encendida, descubrimos nuestras cabezas y miramos por todos los lados: No había ninguna piedra ni en el piso ni sobre el cobertor de la cama.

_¡Cuánto deseo que amanezca para irnos de aquí!

_Bueno, por lo menos tenemos algo que contar.

Al día siguiente, empacamos lo que nos quedaba pendiente de nuestras cosas. Pasamos por la casa de don Angelino y, después de agradecerle, nos dirigimos a nuestra amada Bogotá.

Una vez en casa, comenzamos a ordenar nuestras cosas.

_No te imaginas el gusto que siento de estar en nuestra casa. Ni por un momento quiero pensar en volver a ese pueblo. –Recalcó

_Lamento defraudarte, pero tenemos que volver por obligación. –Dije, mientras le mostraba algo que olvidé devolverle: La brújula.

_¡Ay, no!

_Ja ja ja. Esperaba esa reacción. No te preocupes. No es necesario que vayas conmigo. Iré el próximo fin de semana, solo. Es cuestión  de ir y volver.  No voy a quedarme a cavar otra huaca.

Al llegar a aquel pueblo, siguió directo a llamar a la puerta de la casa de don Angelino; fue la sirvienta quien abrió.

_Buenos días.

_Mucho gusto. ¿En qué lo puedo servir?

_Busco a Don Angelino.

_No están ni él ni ninguno de la familia.

_¡Ah! Es que le traigo a devolver esta brújula que olvidé entregársela al despedirme. Pero creo que usted puede hacer el favor de entregársela.

_Claro, con mucho gusto. .. Oiga, y perdone el atrevimiento, pero usted si fue muy tonto al irse sin terminar de buscar la huaca, no?

_¿Por qué me dice eso?

_Porque el patrón y los hijos siguieron cavando en la dirección que señalaba el pico de la botella. Encontraron un maletín lleno de esmeraldas.  Ahorita estarán firmando la escritura de la nueva hacienda que se compró.

_¿?

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos Reservados.