Quinceañera en bosque

Aquel día de comienzos del mes de octubre, la finca había sido decorada en forma esplendorosa. Y no era para menos: Florcita cumplía sus 15 años. Los invitados iban llegando ataviados  con sus mejores galas. El mayordomo, vestido de frac, era el encargado de recibirlos y conducirlos al salón principal. Las mejores compañeras y compañeros de Flor habían sido invitados al evento.  Entre ellos no podía faltar Jerónimo, su eterno enamorado desde que estudiaban en la primaria. Y a ella, no le resultaba nada indiferente. Es más, durante la fiesta y sintiéndose ya una mujer hecha y derecha, lo aceptó como su novio.

 Todo, durante la celebración, fue espectacular: El cambio de zapatilla en el culumpio, el baile del vals, las sentidas palabras de sus padres, la partición del ponqué y, qué decir de la comida.

 Entre los invitados, había alguien que no se perdía detalle de lo que hacía Flor: Artemio, el hijo del mayordomo. El era el compañero de juegos cada vez que la familia iba a pasar fines de semana y temporadas a la finca. Tenía unos cinco años más que la niña, pero, como el corazón no sabe de diferencias de edad, de clases sociales y, para muchos, ni de sexo, se había enamorado perdidamente de ella, aún a sabiendas de que nunca podrían llegar a un feliz término. Así que, al verla bailar feliz entre los brazos de Jerónimo, estaba sufriendo de celos como un condenado.

 Ya avanzada la noche, los invitados comenzaban a despedirse. Solamente quedaban los más allegados. El licor, entre ellos, había realizado su función. La madre de Flor, demostraba los efectos por la manera un poco… arrastrada de hablar y por la forma de reírse tan exagerada de cualquier barrabasada que decía cualquiera de sus amigas. ¿Y el padre?: estaba más prendido que un bombillo! Fue el momento que aprovechó Jerónimo para invitar a Flor a “tomar aire fresco” fuera del salón.

 Salieron hasta el pasamano y allí se abrazaron para darse un apasionado y largo beso seguido de tímidas caricias. Todo ésto era observado por Artemio desde un lugar oscuro. Jerónimo propuso a su novia:

_¿Qué tal si damos un paseo hasta el bosque?

_No. Mis papás se pueden dar cuenta de mi ausencia y sería para problemas.

_¿Y tú crees que «se pueden dar cuenta»? Ellos están dedicados a pasarla bien con sus amistades. ¡Ven, vamos!

_Pero no nos demoramos. Ya es muy de noche y puede ser peligroso.

 Comenzaron a caminar amparados por las sombras que se hacían más espesas entre más se alejaban de las luces que rodeaban la casa. Ni por un momento se imaginaban que, a unos cuantos metros, alguien los seguía sintiendo que la furia y el deseo lo consumían.

 Ya una vez dentro del bosque, reanudaron los besos, y las caricias se intensificaron. Las hormonas comenzaron a despertar en los dos. Jerónimo ardía de pasión. Pero en Flor, más pudieron los valores inculcados por sus padres y, tajantemente, dijo:

_¡No! ¡Basta!

_Pero, ¿Qué te pasa? ¡Ya no eres una niña! ¡Ya tienes 15 años y a mí no me vas a dejar así!

 Cuando  intentaba tomarla por la fuerza, sintió un severo golpe en su cabeza. Sintió que se encendían mil bombillos, para luego  sumirse en la oscuridad. Las piernas se le doblaron haciendo que cayera al piso sin sentido. Flor miró a su salvador con los ojos muy abiertos exclamando:

_¡Artemio! –Y estiró sus brazos para rodear a su fiel amigo-

Sin embargo, éste, no correspondió a la fraternal caricia y la miró con odio,

_Te ibas a acostar con ese niñito rico, ¿no?  ¡Tú no puedes ser de nadie más. Sólo mía!

Rodeó su cintura sin soltar el pedazo de madera y le dio un beso en la boca. Ella quiso soltarse, gritar, pero la fuerza de Artemio lo impidió. En ese instante recordó las enseñanzas de defensa personal en las clases de educación física. Levantó la rodilla golpeándolo en la entrepierna. El hombre la soltó, aunque tuvo suficientes fuerzas para empujarla. Ella se enredó en los pliegues de su vestido y cayó mientras Artemio soltaba el leño y trataba de apaciguar el dolor con sus dos manos mientras vomitaba todo el licor que había consumido. Al ver que Flor no se levantó, pasó el dorso de su mano por su boca y se inclinó sobre ella. Al tratar de levantar su cabeza, sintió como se impregnaba del líquido viscoso que no podía ser otra cosa que ¡sangre! Al caer, su cabeza había golpeado con una piedra encajada en el piso.

 Se asustó. Miró al joven tendido cerca y, pensando que podría despertar de un momento a otro, tomó a la niña en sus brazos y caminó con ella hacia el río lo más rápido que le daban sus piernas. Las lágrimas rodaban por sus mejillas y, como por arte de magia, la niebla que le había producido el licor, desapareció.

_¡Perdóname, mi amor! ¡Yo no quería hacerte daño!

Llegó a la orilla; la recostó, colocó los dedos en su cuello, luego su oído sobre el lado izquierdo de su pecho y, al comprobar que su corazón no latía, exclamó:

_¡Noo!

Nuevamente la levantó en brazos y entró con ella hasta el centro del río y la colocó en el agua mirando cómo se hundía mientras se alejaba con la fuerza de la corriente.

En la casa, la madre de Flor se dio cuenta de su ausencia.

_No veo a mi hija. Excúsenme voy a buscarla.

Preguntó a cuanta persona encontraba. Nadie daba razón. Iba a volver a entrar cuando, a varios metros, vio a Jerónimo que caminaba como mareado hacia la casa. Corrió hacia él.

_¿Dónde está Flor?

_No sé… ¿No está aquí? –Dijo tambaleándose mientras se cogía la cabeza-

_¡No! ¿Tú no estabas con ella? ¿Qué te pasa?

_Si. Ibamos a pasear al bosque y alguien me golpeó. No sé nada sobre ella.

Todos los que se podían tener en pie, ayudaron a buscarla. Se llamó a la policía del pueblo y dos agentes se unieron a la búsqueda, pero no pudieron encontrar nada. Uno de los agentes propuso continuar al día siguiente.

 A primera hora de la mañana, Jerónimo los guió hasta el sitio donde fue golpeado. Sin embargo, allí no había señal alguna de haber ocurrido nada. La búsqueda se prolongó por tres días sin que se lograra dar con su paradero. De nada sirvió colocar cuñas en la televisión y emisoras de radio.

 Jerónimo se sentía culpable por lo que hubiera podido suceder a su novia.  Una noche, se fue a la cama como de costumbre. Llovía y los truenos retumbaban. Una vez dentro de las cobijas, estiró la mano para apagar la luz. Mas, en el momento en que la habitación quedó a oscuras, llamó su atención una figura blanca, borrosa, situada delante de la parte inferior de su cama.  Lentamente se fue haciendo cada vez más nítida hasta que se convirtió en una mujer de traje largo y blanco. Pudo descubrir unos ojos demasiado brillantes que lo miraban  de forma acusadora. El terror se apoderó de él impidiéndole moverse, mientras un espantoso frío lo envolvía por completo. La identificó plenamente. ¡Era Flor! Antes de desmayarse, lanzó un alarido que se escuchó en toda la casa. Los padres, que ya estaban adormilados, se miraron uno a otro.

_¡Es Jerónimo! –Dijo el padre y saltó de su cama, seguido por su esposa, hacia su habitación. Entraron y encendieron la luz. Su hijo estaba totalmente desvanecido y pálido entre las cobijas-.

_¿Qué te pasó, mi amor? –Preguntaba la madre, mientras el padre le daba suaves palmadas en las frías y aceradas mejillas-.

Poco a poco, el joven fue recuperando el calor, el color y el sentido. Cuando abrió los ojos de manera exagerada, dijo:

_¡Era ella!

_¿Quién, hijo?  creo que tuviste una pesadilla.

_¡Ninguna pesadilla! No estaba dormido.  La vi apenas apagar la luz. ¡Era Flor!

_Son ideas tuyas debido a que todavía no ha aparecido. Estás preocupado y nervioso.

_Mentira o realidad, yo no me quedo solo aquí. –Y se fue levantando- Yo duermo en la alcoba de ustedes. Padre, ayúdame a llevar el colchón.

_Si vas a estar más tranquilo… Vamos.

Esa misma noche, Artemio estaba en una finca cercana a su casa jugando cartas con algunos amigos. Cuando escuchó el sonido de la lluvia en el zinc del techo, dijo:

_Me voy. Va a llover. –Se levantó y, tomando su cachucha, salió-. Nos vemos mañana.

Comenzó a caminar a pasos largos. De pronto, junto a un matorral, vio lo que parecía ser una mujer de blanco. Afinó la mirada. Al acercarse, la mujer se paró en el centro del camino. Cuando el muchacho se fue acercando, sintió que las piernas se negaban a sostenerlo al reconocer a Flor. Detuvo sus pasos en seco. Ella lo miraba con ojos que le brillaban llenos de odio.  Se acercó despacio y estiró su brazo para propinarle un golpe tan brutal, que lo lanzó al piso haciéndole perder el conocimiento.

Cuando despertó, la lluvia era muy intensa. Los rayos se sucedían unos a otros con el consiguiente sonido de los truenos. Estaba tendido a la orilla del río. A su lado Flor ofrecía una vista fantasmagórica cada vez que era alumbrada por un rayo. Trató de  incorporarse, pero ella le colocó un pie en el hombro, haciéndolo rodar hacia la corriente. Quedó boca abajo con la cabeza dentro del agua. Una pesada mano le empujaba la nuca. Al tratar de respirar, lo que consiguió fue tragar mucha agua. Lo invadió la desesperación. Y cuando creyó que iba a morir, la  mano que le sujetaba la nuca, lo tomó de los cabellos sacándolo del agua. Quedó boca arriba. Sintió  un pie aplastándole el pecho. Vomitó toda el agua que se había tragado. Se colocó de lado y tosió. Volvió a respirar con normalidad. Tan pronto como pudo se levantó. Miró hacia todos los lados: Estaba solo. Empezó a caminar hacia su casa volviendo la mirada de cuando en cuando. Al entrar, se encontró con su padre.

_Hijo! te cogió la lluvia.

_Si, papá. Voy a darme un baño y me iré a acostar. Hasta mañana.

_Hasta mañana. Entrégate a la policía. Que duermas.

_¿Qué me dijiste? ¿Qué me entregue a la policía?

_¿Estás loco? Te estoy diciendo «hasta mañana y que duermas».

_Ah! Escuché mal. Voy a despedirme de mi madre. –Fue hasta la alcoba paterna-

_Hola, hijo. ¡Estás empapado! ¿Por qué no te entregas a la policía? En el armario hay toallas.

_¿Cómo dices, mamá?

_Mijo, que estás empapado,  que tomes una toalla.

_Ah! Voy a pegarme un baño y me voy a la cama. Hasta mañana, mamá. Que descanses.

_Lo mismo, hijo.

Entró al cuarto de baño, se desvistió y abrió la ducha. Cuando terminó, se fue a su habitación. Se colocó la piyama y se metió entre las mantas. Apagó la luz. Lo primero que sintió fue un frío inexplicable. Luego escuchó la voz que le decía:

_ “Tienes que entregarte a la policía. No te dejaré en paz hasta que lo hagas. De lo contrario, te espero en el río”.  -Era la voz de Flor-

Se tomó la cabeza con las dos manos, desesperado, y respondió:

_¡Si, lo haré! ¡Déjame en paz!

Jerónimo llegó a su colegio como siempre.  Ya la mayoría de los estudiantes ocupaban sus puestos. Por la costumbre, miró hacia el pupitre de Flor y, cuál sería su sorpresa al verla sentada allí. Levantó la fría y dura mirada y la clavó en él. Sin embargo, Jerónimo no pudo contener la emoción y exclamó:

_¡Florcita! ¡Apareciste! –Y caminó hasta su pupitre llamando la atención de sus compañeros-

Al llegar, la imagen de Flor se fue desvaneciendo ante sus ojos hasta desaparecer por completo.

_¡No te vayas! ¡Regresa! ¡Yo te amooo!

Fue necesario llamar a las directivas para que se hagan cargo de la situación. Jerónimo fue internado en un sanatorio. Estuvo en tratamiento varios meses, hasta que fue dado de alta. Sin embargo, de vez en cuando dice que la imagen de Flor se le aparece.

Mientras el afligido padre publicaba fotos y ofrecía recompensas para quien le diera información de su hija, la  madre no cesaba de llorar desconsolada, de pedir a su dios que le devuelva a su hija. Esa noche se dejó vencer por el cansancio y se quedó dormida. Tuvo un sueño tan real, que la hacía dudar de si fue un sueño o fue realidad. Después de dormirse, la alcoba se iluminó con una luz azul que inspiraba una paz infinita. En medio de la luz apareció  Flor. Estaba radiante, vestida como en el día de su cumpleaños. Se acercó hasta el filo de su cama y le dijo:

_ “Hola, mami”.

_Hola, mi amor. ¿Dónde has estado?

_ “Estoy en un lugar muy lindo. Pero mi cuerpo está en el río, enredado en las ramas de un árbol caído. Búsquenme allí. No muy lejos de la finca. Pero no se preocupen por mí. Estoy muy bien. Chao mami. Los quiero mucho” –La imagen desapareció junto con la luz-.

 Inmediatamente, se despertó. Lo primero que hizo fue codear a su esposo.

_¿Qué pasa?

_Mi amor, tuve un sueño muy extraño. Es decir, no sé si fue sueño o fue realidad. Escucha…

Le contó con lujo de detalles lo ocurrido.

_Mira, para tranquilidad de los dos, mañana iremos y pagaré algunos hombres para que nos ayuden a buscar en el río.

Efectivamente, el cuerpo fue encontrado debajo de un árbol, tal como lo dijera la niña en el sueño. El dolor fue inmenso, pero, por lo menos, ya podrían asumir lo sucedido y, con el tiempo, descansar.

 Artemio, voluntariamente, se presentó ante las autoridades a confesar lo ocurrido. Fue condenado a ocho años de cárcel por asesinato culposo.

 FIN

 Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.

Quinceañera en bosque