Niño en servicio higiénico (1)

Elkin Bonilla, de acuerdo con la carta que acababa de leer, había sido trasladado oficialmente para desempeñarse como gerente de aquella sucursal bancaria de mayor categoría. Ya tenía conocimiento del traslado, pero únicamente en forma verbal.  Firmó la copia del comunicado, agradeció aquella oportunidad y abandonó la oficina para ir de una buena vez a “coger el toro por los cuernos”. Fue recibido por el gerente saliente, quien le hizo entrega del cargo.

 Al quedar solo, se dedicó a revisar su nueva oficina, con el fin de realizar los cambios y adecuaciones. La sala era bastante amplia. Al fondo se encontraba una mesa rodeada de sillas.  En ella se llevaban a cabo las juntas con los colaboradores y cuando había reunión de gerentes de zona. A un costado, había una puerta cerrada. Tomó la perilla y abrió: era el servicio higiénico.  Constaba de  un inodoro independiente y tres orinales de pared, separados entre sí por divisiones de aluminio entamborado. Junto a la puerta, había tres lavamanos y un secador de manos.

 El nuevo gerente quiso comprobar el estado de todos los elementos, así que entró al inodoro y descargó el agua empujando el botón correspondiente. Estaba mirando su funcionamiento, cuando en una de las divisiones de los orinales  se escuchó el tremendo golpe que alguien propinaba con algo parecido a un bate. Elkin, sin poder evitarlo, saltó del susto. Y como si el autor del hecho lo estuviera observando, soltó una infantil pero estruendosa carcajada, que lo hizo avergonzar. Inmediatamente el ejecutivo salió para mirar y llamar la atención al travieso niño. Sólo que la risa cesó en al instante y no encontró a ningún niño. El sitio estaba totalmente vacío. Abrió la puerta de comunicación con la gerencia la que encontró igualmente vacía. Llamó por el citófono a la señora encargada de oficios varios.

_Doctor, buenos días. En qué le puedo servir?

_Cuénteme una cosa. ¿Dentro de la oficina hay algún niño que sea… hijo de alguno de los empleados o empleadas?

_No, doctor. El gerente anterior tenía prohibido que alguien traiga a sus hijos. ¿Por qué me lo pregunta?

_Creí escuchar la risa de un niño. Debió ser por fuera de la entidad.

La mujer dudaba si decir algo o no, actitud que no pasó desapercibida para el Gerente. Este creyó que lo mejor era cortar- Gracias. Puede retirarse.

Unos pocos días después, se había quedado en su oficina poniendo al día unos papeles. El día empezaba a declinar. A esa hora, todos los demás empleados se habían marchado. Estaba tan concentrado en su trabajo, que el tiempo se había ido volando. De pronto escuchó que alguien piboteaba una pelota. Levantó la cabeza para afinar el oído. Se escuchaba con demasiada claridad cuando ésta pegaba entre las divisiones de los orinales y, por último, en la parte interior de la puerta que se encontraba cerrada. Elkin se levantó de su escritorio y caminó hacia allá. No podía negar que sentía cierto temor. Al abrir, la pelota cruzó los aires para estrellarse en la puerta del inodoro y quedar rebotando en el piso. El hombre miró hacia el lugar de procedencia, pero no había persona alguna dentro. Sintió cómo los vellos de la nuca se le levantaban y un intenso frío le envolvía los brazos, la espina dorsal y las piernas. Antes de quedar paralizado por el miedo, dio la vuelta, cerró tanto la puerta del servicio higiénico como la de su oficina, accionó los mecanismos de seguridad, echó llave por fuera de la entidad y salió.

Al día siguiente, Elkin llegó a la hora acostumbrada. Al entrar a su oficina lo primero que hizo fue abrir la puerta del servicio higiénico y echar un vistazo al interior. Pensaba que encontraría  la pelota en el piso, pero no. Pudo ser que la señora encargada del aseo la hubiera guardado. Con el fin de cerciorarse, la llamó con el pretexto de pedirle una aromática. Un instante después, entró.

_Buenos días, doctor.

_Buenos días. -La empleada sirvió el agua aromática solicitada- Cuénteme una cosa. ¿Al hacer aseo esta mañana de casualidad encontró una mancorna? Es que no sé si se me cayó aquí o en la casa.

_No, doctor, no encontré nada.

_Nada nada raro?

_No, doctor.

_A que hora hizo el aseo?

_A las siete y media. Su oficina y el servicio higiénico es lo primero que arreglo.

_Tal vez… se cayó en mi casa. Bueno, no importa. Gracias. Puede retirarse.

Aunque de vez en cuando Elkin era interrumpido por uno que otro ruido que escuchaba procedente del cuarto de servicio higiénico, había optado por no ponerle atención. De igual manera no ocupaba ese sitio para sus necesidades. Prefería emplear el restaurante donde acostumbraba a almorzar o la cafetería cercana.

Días después, recibió el llamado de la Jefe de zona para anunciarle que al día siguiente efectuaría una visita a las nueve de la mañana. Y, como era su costumbre, a esa hora se hizo presente. El gerente la recibió con toda la amabilidad del caso y se dedicaron a desarrollar la agenda pertinente. La reunión fue larga. Un rato después, la dama le solicitó:

_ ¿Me permites el servicio, por favor?

_Por supuesto. Sigue. -Y le señaló la puerta-

 No habían pasado cinco minutos cuando Elkin escuchó un grito aterrador dentro del cuarto. Se levantó tan rápido como le fue posible y entró. La mujer se encontraba parada en la puerta del inodoro totalmente pálida y a punto de desmayarse.

El hombre se acercó.

_¿Qué paso?

_Llévame a tu oficina, por favor.

_Claro, vamos! –Dijo el joven gerente tomándola del hombro y de uno de los brazos- Siéntate. Voy por un poco de agua.

Tomó un vaso desechable y llenó el vaso del dispensador. La elegante jefe de zona, lo recibió y comenzó a tomar en sorbos. Una vez que se hubo tranquilizado, lo volteó a mirar y le dijo:

_En ese cuarto ocurre algo. Espantan. Allí hay un fantasma; exactamente de un niño.

_Me quieres relatar lo que sucedió?

_Estaba en el inodoro, cuando de pronto escuché el botear de una pelota en frente de la puerta. Presté toda la atención, cuando en la pared lateral dieron semejante golpe como con un bate de baseball. El susto que pegué fue terrible. Escuché una carcajada. En ese instante, la  puerta que  tenía el pasador colocado, se abrió de par en par. En frente mío estaba un niño de unos seis años. Tenía una pelota bajo el brazo. Le pregunté:

_ “¿Tú que haces jugando aquí?” Por toda respuesta el niño me miró muy serio, se fue tornando borroso y desapareció ante mis ojos con todo y pelota. El terror que me causó hizo que pegue el grito. Nunca me había pasado algo así. Y no me digas que tú no lo habías visto.

_No, aunque me han ocurrido cosas extrañas, pero digamos que me ha tocado soportarlas.

_Cuéntame.

 Elkin le relató lo acontecido con lujo de detalles. La mujer se cruzó de brazos.

_Se me puso la piel de gallina. Y  los demás empleados no te han dicho nada?

_Estoy seguro de que todos ellos tienen conocimiento de lo que ocurre. Especialmente la señora de servicios varios. Pero no se han atrevido a comentarme nada, posiblemente por no asustarme.

_Y qué piensas hacer?

_Con lo sucedido hoy, definitivamente no entraré a ese cuarto. Si se me ofrece, iré a la cafetería cercana como lo he venido haciendo.

_Bueno. Tengo deseos de finalizar esta reunión y de largarme cuanto antes.

_Por lo menos, déjame invitarte a almorzar.

_Pero vamos fuera. Por favor no encargues nada para comer aquí.

_Ja ja ja. Como quieras.

_No hay duda de que eres muy valiente.

_Hay ocasiones en que a uno le toca convivir hasta con fantasmas.

 FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados