mercury 9028La matrona  había decidido salir por unos días de aquella enorme casa. Deseaba cambiar de lugar dónde aburrirse. El aburrimiento y el mal genio la acompañaban donde ella fuera. Era una mujer dura. La última habitante de algo así como una docena de hermanos. Todos habían partido. Unos hacia otros lugares en donde se radicaron en forma definitiva y, otros, habían fallecido. Vivía allí acompañada de la sirvienta de toda la vida. Esta, fiel como un perro, se había dedicado tanto a esa familia, que llegó a ser parte de ella. Tanto que, desde mucho tiempo atrás, dejó de percibir sueldo. Ahora vivían juntas las dos mujeres.

Después de darle todas las instrucciones del caso, se marchó. La sirvienta, Eugenia, la acompañó hasta la  pesada y antigua puerta. Cerró y se aseguró con llave. Luego se dirigió hacia la mecedora de su patrona, se sentó y, hurgando entre su falda, extrajo una bolsa de tabaco de la cual sacó un puñado y se lo llevó a la boca. Se sintió libre. Ahora podría mascar todo el que quisiera sin tener que esconderse. Ese había sido su vicio predilecto. Se mecía a gusto contemplando la tarde que iba muriendo entre los árboles del inmenso huerto. Súbitamente sintió una punzada helada en el pecho como si alguien le hubiera clavado una aguja  de las que se utilizan para hacer el tejido de las alpargatas. Trató de colocarse la mano, pero ésta se descolgó flácida sin llegar a su objetivo. El paisaje por un segundo se tornó gris y desapareció de su mirada. La mecedora continuó su movimiento llevada por el impulso que disminuyó poco a poco hasta quedarse totalmente quieta.

El automóvil se movía haciendo esfuerzos extraordinarios para poder continuar por aquella carretera que más parecía un camino de herradura; pero el deseo de llegar a aquel pueblo perdido entre las montañas, era superior a cualquier obstáculo. El hombre que estaba detrás del volante hacía muchos años que no había vuelto a aquel lugar. Iba acompañado de su esposa y sus tres hijos. Durante el camino les relataba experiencias de su infancia para hacerles menos largo el viaje. Al fin, al coronar una montaña, pudieron ver hacia el pequeño valle unas  pocas luces, tal vez de lámparas, puesto que la planta eléctrica que prestaba su escaso servicio, se había dañado. Comenzó a llover. Primero unas gotas que en menos de nada fueron aumentando hasta que la cortina que se formaba hacía más difícil la conducción. Llegaron al pueblo cuando las sombras lo envolvían por completo.  Los escasos paisanos que se encontraban en las esquinas conversando escampándose bajo los aleros, suspendían la conversación para curiosear a los desconocidos.  Tomó  la calle a cuyo final se hallaba la casa de sus antepasados en donde vivía su tía.

Se bajó del automóvil y se lanzó en carrera hacia la puerta. Golpeó y esperó un momento. Nadie acudió a su llamado. Golpeó nuevamente con más fuerza. La pesada puerta se balanceó acompañada del rechinar de las enmohecidas bisagras. No estaba asegurada. El recién llegado empujó hasta abrirla completamente.

_Ven, Mi amor! Está abierto. –Dijo dirigiéndose a su esposa-.

Ella salió del auto cubriéndose la cabeza con las manos e invitó a sus hijos a hacer lo mismo.

_Entren, y esperen a que yo baje las maletas. Ya casi no llueve.

Las llevó hasta el zaguán y luego se dedicó a la tarea de estacionar el vehículo lo más pegado a la casa que pudo. No había garaje. Después entró y cerró la puerta tras de sí. Lo raro es que nadie salió a recibirlos.

_Hola! Buenas noches! –Gritaba Esteban mientras se adentraba en la casa con dos maletas a los lados. Empujó la puerta de la que en otro tiempo fue la alcoba matrimonial de sus abuelos y que ahora ocupaba su tía Rocío. La oscuridad era total. Colocó el equipaje en el piso y sacó una caja de cerillas. Encendió una. A la derecha había dos camas y en la mesa de noche de una de ellas, un candelabro. Se acercó hasta allí y encendió la vela. La alcoba se iluminó débilmente.

_Sigan. –Invitó a los suyos- Vamos a Instalarnos en esta alcoba. Parece que mi tía salió de viaje. Esperen mientras despierto a la querida vieja Eugenia.

_Yo voy contigo, mi amor.  –Salieron, cruzaron el largo pasillo y llegaron hasta  la alcoba junto a la cocina. No había nadie ni en una ni en otra de esas dos piezas.  Cerraron y continuaron su búsqueda. Al pasar por otra de las alcobas, Esteban le dijo a su esposa:

_Esta casa tiene su cuento en cada rincón. Es una casa vieja en la que han vivido y fallecido muchos miembros de mi familia. Cuando los niños se hayan dormido, voy a contarte algunas historias.

_Ah! Si. Siento un poco de temor, pero me gustaría escucharlas.

Llegaron a la sala, otra alcoba y luego la última. Estaba cerrada con llave.

_Esta vieja resabiada nos abrió y entró a acostarse. Cosa de los años. Bueno, creo que también nosotros debemos acostarnos. –Entraron a la gran alcoba.  En ella estaban distribuidas tres camas; una doble  y dos sencillas. Acomodaron al mayor de sus hijos en una de ellas y a los otros dos en la otra. Tal sería el cansancio que les produjo el viaje, que al instante quedaron dormidos. El matrimonio tomó posesión de la cama doble. Una vez metidos entre las cobijas, la esposa le dijo a su marido:

_Ahora cuéntame lo que me prometiste.

_Sólo si me aseguras que no vas a sentir miedo.

_Estando contigo, no.

_“Como sabes, en mi niñez y adolescencia venía con mi mamá y mis hermanos a pasar las vacaciones en este tranquilo lugar. Cuando ya comencé a trabajar, dejé de venir por mucho tiempo. Aquí conocí a varios amigos. Uno de ellos era especial con mi hermano mayor y conmigo. Se llamaba Martín. Desde muchacho era muy aficionado a los caballos y los dominaba por muy briosos que fueran. Desafortunadamente una noche lo apuñalaron en una fiesta. Tendría unos 25 años. Al poco tiempo volvimos al pueblo mi hermano mayor, un tío y yo.  Nos alojamos en la alcoba que da a la calle, la que está cerrada con llave, y que ahora debe ser de la sirvienta.  Como casi siempre, en el pueblo no había luz. Estábamos ya acostados cada uno en su cama conversando; uno de los temas era precisamente el de Martín; en eso, de un momento a otro, se escuchó el repiquetear de los cascos de un caballo únicamente en el empedrado del frente de la alcoba, en la calle. No se lo sintió llegar. Parecía como si alguien estuviera obligando al caballo a girar frente de la puerta o como si quisiera entrar a la alcoba. Nos quedamos mudos. De acuerdo con lo que comentamos después, sin saber por qué, cada uno de nosotros imaginó a Martín montado en su caballo negro. Al fin, mi tío dijo:

_Levántese alguno de ustedes y abra la puerta para mirar quien es el visitante. –Al unísono, mi hermano y yo contestamos con un “no” rotundo. En vista de eso, sugirió:

_Levantémonos los tres y salgamos.

_Vamos!

Nos levantamos y abrimos la puerta llenos de miedo. Salimos. Para nuestra sorpresa, nadie había fuera. Ningún jinete hubiera desaparecido así en el aire.

_Quién piensan ustedes que fue el visitante? –preguntó el tío-

_Martín. –Respondimos nosotros a la vez como si nos hubiéramos puesto de acuerdo.

_También pienso lo mismo. Seguramente su espíritu vino a saludarnos.”

_Impresionante la historia. Pero tú dijiste que esta casa tiene muchas más.

_Si. Así es. Casi a todo visitante le ha sucedido algo. Espero que a nosotros, no.

_“En una ocasión cuando ya las únicas dos personas que vivían aquí eran mi tía Rocío y la empleada, llegó Sergio, esposo de otra tía. Le prepararon la alcoba junto a la cocina; él se acostó y en un momento, se durmió. Al rato lo despertó el peso de un cuerpo sentado sobre sus piernas. Abrió los ojos, pero la oscuridad no le permitía descubrir a la persona. Trató de moverse, mas el peso de aquella persona le impedía hacerlo. Lentamente sus ojos empezaron a acostumbrarse a la oscuridad. Podía ya mirar su figura. Sacudió sus piernas con fuerza. Aquella persona se puso lentamente de pies, como un autómata. Giró y caminó hacia la cabecera de la cama. Se paró  frente a Sergio. Este, sin saber si se trataba de  mi tía o la sirvienta, preguntó:

_Quién es?  -No obtuvo respuesta.  Sentía la mirada sobre sí. Se incorporó sobre los codos y pudo verlo claramente: era mi abuelo. Lo miró por unos instantes, luego giró sobre sus talones y salió. El caso es que él había fallecido hacía varios meses. Sergio quedó sin habla y perdió el sentido hasta el día siguiente.”

La joven se abrazó a Esteban.

_Estoy poniéndome nerviosa.

_Lo que sigue, me sucedió a mí:

_Cuéntame:

_La última vez que estuve en esta casa, entré a la sala buscando un lugar fresco para descansar. Serían las seis de la tarde. Me senté en el sofá cansado de las caminatas del día, pero muy feliz de estar nuevamente por aquí. Sin darme cuenta, el sueño se fue apoderando de mí. Recuerdo que comencé a cabecear, así que me recosté totalmente. Así permanecí por largo rato. Luego, muy despacio me desperté cuando ya la sala estaba en penumbras. Abrí los ojos con cierto temor al tiempo que trataba de incorporarme. Al momento me di cuenta de que no estaba solo. Alrededor  estaban mis abuelos, mi mamá, mis tíos fallecidos junto a otras personas que no conocí. Tenían aspecto sonriente; mis tíos y especialmente mi mamá, me miraban con ternura. Los otros con cierta curiosidad.  Sentí tal impresión que quedé paralizado. Hubiera querido gritar, pero no pude. La visión no duró mucho. Se fue borrando lentamente. Tan pronto desapareció, me paré y salí tan aprisa como pude. No le conté nada a nadie.”

_Ya tengo mucho susto. No me cuentes más.

_Entonces, tratemos de dormir. Hasta mañana, mi amor.

_Hasta mañana.

Esperanza se durmió. Cerca de la una de la mañana, se escucharon los pasos casi arrastrados de la  sirvienta por el pasillo. Esperanza bruscamente quedó despierta; colocó su mano en el hombro de su esposo y lo movió suavemente.

_Qué pasa, mi amor?

_Escucha. Parece que Eugenia se levantó. –Esteban agudizó sus oídos.

_Si. No puede ser nadie más que ella. Esa es su forma de caminar: arrastrando los pies.

_Tengo deseos de ir al baño. Me acompañas?

_Por supuesto. Vamos.

Salieron de la habitación llevando consigo la linterna. No encontraron a la vieja Eugenia. Esperanza entró al baño y Esteban se quedó por fuera. El cielo estaba oscuro. No se veían estrellas por ninguna parte. De pronto sintió como si alguna persona se situara detrás de él y hasta alcanzó a percibir la respiración cálida sobre su cuello. Giró con la velocidad de un resorte. Nadie había detrás suyo. Lo invadió un extraño frío por todo el cuerpo.

_“Me estoy dejando contagiar de los nervios de mi esposa” –pensó. –Mi amor! Acá está muy frío! –dijo. Su esposa descargó el agua y salió-.

_Vamos! Creo que no está tan frío como dices.

_Espera, ahora entro yo.

_Por favor te apresuras!

Recibió la linterna. En eso, un ligero ruido la hizo estremecer. Dirigió la luz hacia el lugar de donde provino. El haz iluminó la mecedora que se bamboleaba sola como si una persona hubiera acabado de levantarse de ella. La mujer apretó los brazos uno contra otro. Quiso afanar a su esposo sin poder hacerlo. Este salió y ella se le abalanzó. Buscando protección.

_Qué pasa?

_Mira! –Y señaló la mecedora.- Comenzó a moverse de un momento a otro. Y no me vas a decir que es el viento, porque viento no hay. Aquí espantan! No me quiero quedar, amor. Mañana a primera hora nos vamos.

_Eso lo decidimos cuando amanezca. Vamos a la cama.

Al día siguiente, el canto de las aves, despertó a los visitantes.

_Hola todos! Vamos a levantarnos. –Lo hizo él primero y abrió las puertas de la inmensa alcoba de par en par. Salió en chancletas con una toalla sobre los hombros y el cepillo de dientes en la boca.

_“La vieja Eugenia no se ha levantado aún” –pensó-.

Un par de horas más tarde, ya los miembros de la familia se encontraban  arreglados y desayunados. En vista de que la empleada no se había levantado todavía, Esperanza había preparado algo de comer.

_Me parece raro que esta mujer todavía esté durmiendo si ella es la primera en levantarse. Estará enferma? Creo que voy a golpearle.

Se acercó hasta la alcoba y llamó tres veces, sin obtener respuesta. En  ese momento alguien tocó a la puerta principal. Esteban se acercó a abrir. El visitante era un hombre más o menos de su misma edad.

_En qué lo puedo servir? –los dos hombres se quedaron mirando para decir simultáneamente:

_Esteban!

_Lizardo!

_Qué sorpresa! No me hubiera imaginado encontrarte por aquí. –se abrazaron-

_Que gusto volver a verte! Pasa! Hombre! Pasa!

Se hicieron las presentaciones del caso.

_A qué horas llegaron?

_A las ocho de la noche.

_Y cómo hicieron para entrar?

_La puerta estaba sin llave. Creo que la vieja Eugenia nos abrió y, sin dar la cara, se encerró en su alcoba; a propósito estoy preocupado porque mira la hora que es ya y no se ha levantado!

_La vieja Eugenia?… Ella no pudo haber abierto.

_Por qué?

_Porque ella murió el mismo día en que tu tía se fue para la ciudad. Es más, ésta es la hora en que no hemos podido informarle. Yo vine a darle un vistazo por encargo de Rocío y la encontré muerta. Parece que le dio un ataque al corazón. La enterramos ayer con la contribución de los vecinos y de la alcaldía. Las llaves están en mi poder, y me aseguré mucho de cerrar la casa y cada una de sus alcobas. Hoy me extrañó ver un automóvil al frente y quise averiguar qué estaba ocurriendo.

Los presentes se quedaron sin palabras.

_Bueno, de todas maneras, nosotros estamos de paso y tan pronto empaquemos nuestras cosas continuamos con el viaje.

 FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.