piano

Esa era la casa que la pareja de recién casados estaba buscando. La empleada de la inmobiliaria les indicaba cada una de las tres alcobas, la cocina, el patio cubierto y, por último, la sala. Era bastante espaciosa y en el mismo sitio se podía adecuar el estudio. Sólo un detalle faltaba por explicar: En una de las esquinas estaba ubicado un enorme, lujoso y antiguo piano, y a él se refirió Miguel:

_Y el piano ¿cuándo se lo llevan?

_Bueno… Hay un pequeño problema. Como ustedes podrán apreciar, no hay por dónde sacarlo de la casa. No cabría ni por la puerta de acceso, ni por la que comunica con el garaje. La propietaria nos hizo hincapié en que el piano tenía que quedarse allí. De casualidad usted no es aficionado a tocar algún instrumento?

_Nunca lo he sido. Me encanta la música, pero sólo escucharla; más canta un pollo al horno que yo.

_Claro que no creo que nos haga mucho estorbo, ¿no crees, mi amor?

_Pues… creo que no.

Unos días después, sus pocas pertenencias entraban a ser instaladas en su próximo “nido de amor”… Bueno… hasta que pudieran quedarse allí. Por eso se dice que “El futuro es incierto”.

Esa noche, Liz pidió a su esposo:

_Conejito, creo que es hora de apagar el televisor. Ya tengo mucho sueño.

_Por supuesto, ángel mío.

Ella quedó fundida en minutos, y él se quedó pensando durante un largo rato. De pronto se sobresaltó al escuchar las notas de una hermosa melodía interpretada al piano. Al comienzo no asoció con que el concierto se desarrollaba “a domicilio”. Se dedicó a escuchar encantado. Pero una lucecita se encendió en su cerebro como si una voz interna le advirtiera: “¡Tonto, (por no decir otra cosa), lo que escuchas es el piano que está en tu sala!” Sacudió su cabeza como si acabara de tocar tierra y trató de despertar a su esposa; mas, al moverla, ella ni se inmutó.

_“¿Qué hago”? –se dijo, para responderse inmediatamente: “Pues ir a mirar! Por algo eres el hombre de la casa!” –Con estas palabras, hizo a un lado el miedo que comenzaba a inquietarlo.

Encendió la lámpara de su mesa de noche, se colocó sus chancletas y salió de la alcoba para dirigirse valientemente a mirar quién tocaba el piano, mientras pensaba que sería el equipo de sonido el que se quedó encendido.

Llegó hasta la sala y tuvo la intensión de encender la luz, más se quedó sólo en eso. Entre la semioscuridad de la noche, distinguió la figura de una persona inclinada sobre el teclado del enorme piano, moviendo la cabeza al compás de la melodía que interpretaba. No pudo mover ni un solo músculo. En ese instante, el intérprete dejó de mover las manos e inclinó la cabeza al lado derecho, como demostrando su enojo al ser interrumpido. La melodía terminó. Aquel hombre se levantó despacio y giró para caminar de frente hacia el intruso. Este creyó que iba a detenerse a una distancia prudencial, sin embargo no fue así. Siguió su camino hasta chocar con él. Hasta allí llegó su memoria. Cuando volvió a tener conciencia de sí mismo, estaba metiéndose entre las cobijas al lado de su mujer. Al sentir el contacto, ella se despertó y le preguntó:

_¿En dónde estabas?

_Eh… salí al baño. Se quedó pensativo tratando de recordar qué pasó desde el momento en que salió y el que volvió a la cama, sintiendo que había una laguna en su cabeza. Al poco rato, se durmió.

Cuando escuchó la alarma de su celular, ya su esposa estaba preparando el desayuno en la cocina. Se metió bajo la ducha sin conseguir despejar su cabeza. Luego se vistió, y entró en la cocina listo para desayunar. Luego, mientras Liz se bañaba, él hizo la cama. Una hora después, dejaba a su esposa en frente de la empresa donde ella laboraba y él siguió hacia la suya.

Serían las cuatro de la tarde cuando timbró su celular. Era Liz.

_Hola, mi amor.

_Conejito, te llamo para decirte que voy a salir más temprano. Entonces, nos encontramos en casa. No pases por mí.

_Está bien. Nos vemos allá. Besos.

Liz llegó a su casa, tomó algo de comer y se fue a descansar a su alcoba. Encendió el televisor mientras comía. Un instante después, Morfeo, el dios del sueño, empezó a acogerla entre sus brazos. Se despertó al escuchar las hermosas notas de una melodía en el piano. Se sentó en la cama extrañada. Luego salió y se dirigió a la sala. Allí, de espaldas a ella y sentado frente al piano, estaba Miguel, su marido, interpretando magistralmente aquella pieza musical. Se acercó despacio. La música se le adentraba hasta el alma. No quiso interrumpirlo. Sólo le colocó sus manos sobre los hombros. El, seguía concentrado. Cuando terminó, ella aplaudió con toda la gana, mientras le decía:

_¡Mi vida! Dijiste que no sabías nada de música! Tan modesto. Nunca me hubiera imaginado que tocaras el piano de esa manera tan linda! El hombre volvió la mirada hacia ella, sin embargo, su cara era totalmente diferente a la de su esposo. Ella, se asustó y dio unos pasos hacia atrás preguntando en forma enérgica:

_¿Quién es usted?

El desconocido no respondió. Simplemente la miró por varios segundos. Su imagen lentamente se tornó borrosa hasta desaparecer. La mujer, dando la vuelta, corrió nuevamente hacia su alcoba y se recostó en la cama temblando de miedo. Para su fortuna, el sonido del motor del auto llenó el garaje. Miguel llegaba. Abrió la puerta y se dirigió a su alcoba a ponerse ropa cómoda. Encontró a su mujer arrebujada en la cama.

_¡Hola, mi amor! –Ella no contestó-

_¿Te pasa algo? ¿Llegaste enferma?

_No. Pero no sabes la alegría que me da que hayas llegado. –El se recostó a su lado y la abrazó-

_ Pero estás temblando. Explícame qué ocurrió, por favor.

Liz le relató lo sucedido.

_Ven, vamos a la sala.

Cuando llegaron, no encontraron a nadie dentro.

_Mi cielo, dices que te dormiste y que despertaste al escuchar las notas del piano; ¿no crees que todo fue solamente un sueño y que no viniste hasta aquí?

_¡No! ¡Sucedió tal como te dije!

_Pero… no le hallo una explicación lógica. Mira, el piano estaba totalmente cerrado.

_Y, ¿qué hace esta hoja de papel encima?

_Muestra. -Dijo tomándola-. Es un escrito en nota. ¿Estás segura de que no estaba antes allí?

_Completamente. A no ser que tú la hayas colocado.

_¿Y de dónde voy a sacar eso? Sabes que de música no entiendo  un cuerno.

_Está bien. Puedes no creerme. Pero te juro que te estoy diciendo la verdad.

Cenaron en silencio. Más tarde, se fueron a dormir. Cada uno se volteó para su lado. Liz fue la primera en dormirse, mas no por mucho tiempo. Un poco antes de la medianoche, se despertó al escuchar que alguien tarareaba una canción. Afinó el oído. Era Miguel. Tenía la lámpara encendida. Ella se volteó suavemente a mirar, para descubrir que éste sostenía la hoja de papel encontrada sobre el piano y, con la mirada fija en ella, tarareaba su contenido. Inmediatamente le preguntó:

_¿Qué haces?

El hombre volteó la cabeza como niño cogido en travesura. Por unos escasos segundos, Liz creyó ver nuevamente la cara del desconocido, e inmediatamente, transformarse en la de su esposo. Sin embargo no hizo ninguna alusión al hecho, porque creyó que fueron ilusiones suyas.

_¿No me dijiste que no sabías nada de nota musical?

El miró la hoja en su mano y respondió como si acabara de despertar:

_¿Qué hago yo con esta hoja?

_Simplemente estabas leyendo y tarareando su contenido.

_¡No puede ser! –Respondió lanzando la hoja a un lado.

_Mira, tienes la lámpara encendida.

_No entiendo lo que está ocurriendo.

_Tal vez la tomaste entre dormido y despierto y empezaste a tararear como si la leyeras. Apaga la luz y durmamos.

De todas maneras, Liz siguió inquieta con lo que estaba ocurriendo. Nuevamente se quedó dormida para volver a despertarse con el sonido del piano.

_¿Si escuchas? Ahí está ese piano otra vez. –Dijo, sin obtener respuesta. Al voltear la cabeza hacia Miguel, se dio cuenta de que a su lado, la cama estaba vacía-.

Se levantó, tomó su cámara de video y salió muy despacio. Estaba segura de quién era el que tocaba aquel piano. Esta vez lo sorprendería. Encendió la cámara y comenzó a filmar. Allí estaba su esposo en piyama muy concentrado en su actuación. Ella se acercó lo más cerca que pudo y lo llamó por su nombre:

_¡Miguel!

La música cesó en el acto  el hombre volvió la mirada. Por tercera vez, esa cara no correspondía con la de su marido. El miedo que ella sintió, le hizo lanzar un aterrador grito y caer al piso. Las facciones de aquella cara volvieron a ser las de Miguel. Sacudió la cabeza de un lado a otro como para despejarse y llamó a su esposa:

_¡Liz! –E inmediatamente se agachó para tomarla en brazos-.

La sentó en el banco del piano y la recostó sobre éste, mientras recogía la cámara y la apagaba. Luego, se colgó el aparato al hombro y enseguida volvió a tomar a su esposa. La llevó hasta la alcoba.

_Mi vida, despierta, por favor.

Un momento después, ella abrió los ojos con nerviosismo. Lo miró y le dijo:

_¡Tú no eres Miguel!

_¡Si, mi amor. Mírame. Soy yo! –La abrazó con desesperación- Tienes que calmarte, mi vida. Mira, acabo de tomar una decisión: Mañana hablaremos con la propietaria y nos iremos de esta casa.

Al día siguiente, llamó a la inmobiliaria. Por supuesto que ellos no aceptaron la cancelación del contrato. Entonces, llamó a la dueña. Ella, al enterarse de lo que estaba sucediendo, dijo:

_Entiendo perfectamente lo que está pasando aquí. Voy en busca de un obrero de confianza y vuelvo en una hora. Creo que vamos a tener que sacar el piano por el garaje, ampliando la puerta de comunicación con la casa.

Así lo hizo. Regresó con el maestro y éste se puso manos a la obra. Cuando el espacio quedó lo bastante amplio, llamó a la inmobiliaria para solicitar que envíe un vehículo con el fin de que se lo llevaran.

Un poco más tarde, ya los encargados retiraban el pesado instrumento. Miguel se quedó mirando la labor. De pronto, exclamó:

_¡No. No se lleven mi piano!

Todos voltearon a mirar, sin embargo las dos personas más extrañadas fueron: Rebeca, la propietaria  y Liz. Esta se acercó a su esposo y le dijo:

_¿Qué te pasa, mi amor? ¡Ese piano no es tuyo! Sin embargo, al dirigirse a él, se dio cuenta de la transformación que había sufrido su cara: ¡No era la de Miguel!

Rebeca abrió los ojos desmesuradamente, al tiempo que exclamaba:

_¡Eugenio! -Dijo, desmadejándose. Afortunadamente, Liz pudo sostenerla a tiempo.

Todos los presentes quedaron petrificados al mirar que, del cuerpo de Miguel, se desprendía otro no muy bien definido y se dirigía hacia el piano. Al hacer contacto con éste, se desvaneció por completo. Liz, fue a la cocina a traer un vaso de agua para Rebeca. Un momento después, cuando pasó el susto, lograron subir el pesado piano al carro de trasteos y se marcharon.

A partir de ese día, otro ambiente se percibió en aquella casa. No volvió a ocurrir ningún otro percance parecido. Tuvieron conocimiento de que el piano fue vendido a una compraventa de antigüedades. No se sabe de lo ocurrido con ese instrumento musical. Puede ser que su difunto propietario siga tocando su música en algún otro lugar. Todo es posible.

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.