“El amor puede estar a la vuelta de la esquina”, dice un refrán. Pero a mí se me ocurre decir: Cualquier suceso puede estar a la vuelta de la esquina: la fortuna, el infortunio, e incluso, la muerte. La vida está llena de muchos caprichos y pretextos.
Y, hablando del amor (o cualquier suceso), también se puede encontrar en un tropezón, en una desavenencia, en un choque… o en cualquier situación. Y aquí comienza la historia con un incidente de esos que ocurren todos los días:
Efrén, un hombre solterón que, a simple vista estaría dejando atrás los cuarenta y cinco años, sin llegar a los cincuenta, caminaba un poco distraído cuando, al cruzar la esquina, tropezó de frente con aquella mujer joven, quizás de unos veintiocho años, que llevaba en sus brazos un enorme talego lleno de compras. Por supuesto, el talego se rompió y el contenido rodó por el piso. Efrén se lanzó con rapidez a alcanzar los elementos que rodaron más lejos que los demás. Encogió un poco el faldón de su gabardina y en ella comenzó a llenar cuanto pudo. Así se acercó donde la hermosa mujer que lo miraba con cara de “poquísimos” amigos.
_Lamento lo sucedido. –Dijo- Si me va a regañar diciendo que camine con más cuidado, yo le diría que le acepto el regaño y a usted le pediría que camine menos de prisa. Y como ésto no nos soluciona nada, mejor le propongo que me acompañe a comprar una bolsa más resistente. ¿Vamos?
_Creo que no tengo alternativa.
Caminaron juntos sin hablar. De pronto, ante sus ojos apareció un sitio en donde seguramente encontrarían lo que buscaban. Entraron.
_Buenas tardes.
_Buenas tardes. –Respondió el empleado-
_ ¿Podría venderme una bolsa en la que pueda colocar lo que llevamos, mi acompañante y yo?
_Por supuesto que si.
El mismo empleado les ayudó a empacar. Efrén sacó su billetera y pagó lo correspondiente.
_Bueno, solucionado el impase. Le ruego me disculpe. Hasta luego.
_Adiós. –Respondió ella intrigada-
De pronto, antes de llegar a la puerta, el hombre se detuvo y giró, diciendo:
_Oiga… Si me promete no pensar que el choque lo hice a propósito, la invito a que tomemos un café, como para borrar de su rostro esa huella de mal genio.
Ella levantó la cara, frunció el entrecejo, lo miró con desprecio y, cuando iba a responder algo totalmente diferente, contestó:
_Acepto.
_ ¡Ya me lo ima… ¿Acepta? –Ella asintió- Entonces, ¿amigos?
_Amigos.
_Le cuento que entre mis escasos amigos y amigas, usted es la más joven. Me llamo Efrén.
_Soy Laura.
A partir de ese instante, la vida se encargó de hacer que esa amistad se afianzara cada vez más, a pesar de la diferencia de edades. Me atrevo a afirmar que, cuando surge una amistad entre un hombre mayor y una joven, eso significa que la joven es muy madura.
Aquella amistad se fue transformando hasta el punto de llegar a nacer entre ellos un amor sincero y honesto. Tiempo después, se casaron. La ceremonia fue muy sencilla, pues ninguno de los dos era dado a fiestas suntuosas. Asistieron muy pocas personas. Cuando quedaron solos, Efrén le dijo:
_Mi amor, como lo prometí en la ceremonia, quiero enfatizar que te seré fiel, te amaré, te protegeré y cuidaré de ti durante toda mi vida y desde la eternidad, pues ni siquiera la muerte podrá separarte de mí.
Laura colocó sus pequeñas manos a los lados de su cara y le dio un tierno beso. Luego, añadió:
_ ¡Gracias, mi amor! Tú eres y serás por siempre el único dueño de mi corazón; viviré para hacerte feliz. Nadie sabe quién de los dos se irá primero de este mundo. La edad no tiene que ver con eso. Y si porque eres mayor para mí crees que te irás primero, mi amor por ti seguirá intacto. Nadie podrá remplazarte. ¡Te lo prometo!
_ ¿Y si ocurre y cambias de idea?
_ ¡Imposible! Y no quiero seguir hablando de este tema. Apenas estamos comenzando nuestra vida juntos. Así que no quiero que lo volvamos a tocar.
_Discúlpame. Tienes toda la razón. Entonces, que éste sea nuestro pacto.
_Hecho.
Disfrutaron de su amor, de viajes, de gustos durante once felices años. Sin embargo, al atardecer de un día lunes, la recepcionista de la empresa le comunicó que tenía una llamada de un teniente de la policía. Ella tomó el teléfono y saludó:
_Buenas tardes.
_ ¿La señora Laura?
_Si. Soy yo.
_Lamento comunicarle que su esposo sufrió un accidente y fue trasladado al Hospital Universitario.
_ ¡Cómo así! ¿Está grave?
_Señora, sería mejor que se acerque inmediatamente. Los médicos le informarán mejor que yo.
Laura colgó y tomó su abrigo y su cartera y salió de prisa. Una vez en el hospital, el médico le permitió entrar a la sala en donde se encontraba Efrén. El, la miró con los ojos opacos. Sus labios dibujaron una débil sonrisa que se mezclaba con un gesto de dolor. Ella se acercó sin que pudiera contener las lágrimas y se inclinó para darle suavemente un beso. El, con voz entrecortada, le dijo:
_Mi… vida… Creo que de ésta no salgo. Pero… como te dije una vez, desde… la eternidad… te seguiré amando… y cuidándote. Sé valiente… No llores. Gracias… por haberme… dado tanta… felicidad.
La luz de sus ojos se apagó para siempre.
Pase lo que pase, la vida sigue. Y como dijo algún filósofo, aunque no recuerdo quién: “El tiempo es como un río: todo lo arrastra”. Al comienzo, la ausencia del ser querido y la soledad que nos deja, es insoportable. Pero el ser humano está diseñado para acostumbrarse a cualquier situación. El vacío se empieza a llenar con los recuerdos y hasta los recuerdos se vuelven cada vez más lejanos y todo ésto nos lleva a seguir viviendo en el nuevo entorno.
Laura fue cambiando los vestidos negros por oscuros, y poco a poco fue sustituyendo su atuendo con colores de moda. El hecho fue muy positivo para ella, y los compañeros de trabajo empezaron a redescubrir sus encantos. Y, por supuesto, el jefe inmediato, Adolfo, no fue la excepción. Este era un perfecto «Don Juan: mujeriego con exageración; y, aunque estaba casado, negaba su estado. Cuando reparó en el cambio de Laura, empleó sus artes amorosas para conquistarla. Vinieron las invitaciones a pasear, las visitas a exposiciones, a cine, y todo ésto los fue acercando hasta que Laura sintió que su corazón volvía a latir y se hicieron novios. Las promesas hechas a su difunto esposo, se olvidaron.
En cierta ocasión, Adolfo, la invitó a pasar los dos días de fin de semana en uno de los pueblos vecinos. Ella lo dudó un poco, pero terminó aceptando. Con tal fin, él tomó en alquiler una lujosa habitación en el mejor hotel de aquel pueblo. El día sábado llegaron después del mediodía. Almorzaron, disfrutaron de la piscina, pasearon bajo los árboles del parque, gozando de la fresca brisa, y luego se dirigieron al hotel. Cenaron y pasaron al bar donde bailaron y tomaron unos cocktails. Por fin se dirigieron a su alcoba. Sería su primera noche juntos. Ella entró al baño para alistarse y colocarse su pijama. Enseguida lo hizo él. Al imaginarla entre sus brazos se sentía por demás excitado. Al terminar su baño, tomó la toalla y comenzó a secarse el cabello, cubriéndose la cabeza por completo. Mas, cuando intentó retirarla se enredó de tal manera que no sabía si la parte más larga estaba delante, detrás o en un lado. Fue en ese momento cuando sintió un dolor punzante en sus genitales que lo obligó a agacharse. Al instante escuchó que la puerta del baño se cerraba con estrépito. Tiró de una punta de la toalla hasta retirarla completamente. Le faltaba el aire. Cuando se recuperó un poco y pudo mirarse, descubrió un moretón acompañado de inflamación como si alguien le hubiera propinado un golpe. Con mucho trabajo se colocó su ropa interior y su bata de baño y salió adolorido caminando agachado. Se apoyó en la cama. Ella, al mirarlo en ese estado, le preguntó:
_ ¿Qué te pasa?
_Me dá vergüenza contestarte. Mientras me estaba secando la cabeza, no sé por qué, la toalla se me enredó de tal manera que no podía quitármela. En seguida sentí un agudo dolor inexplicable en mis genitales que todavía no se me calma.
_ ¿Y, a qué crees que se deba?
_Lo que te voy a responder te sonará increíble: Fue como si alguien me hubiera golpeado con un garrote. Hasta escuché cuando la puerta se cerró de golpe.
_Pues, que yo sepa, desde que entraste ha permanecido cerrada. Recuerda que estamos solos. No he visto ni entrar ni salir a nadie y, además, no he escuchado ningún portazo. Así que debe haber otra explicación. ¿No crees que debiéramos ir a alguna clínica?
_No lo creo necesario. Esperemos a mañana a ver cómo evoluciona el dolor.
No hubo más qué hacer, que buscar algo para mirar en la televisión, hasta que el sueño se apoderó de ellos. Ya después de la media noche, Laura se despertó. Había pasado mucho tiempo durmiendo sola y esta era la primera vez que compartía el lecho con otro hombre. Se sonrió con nostalgia mientras escuchaba la respiración de su acompañante. Giró la cabeza para mirarlo y… ¡Oh sorpresa! A su lado estaba el rostro pálido de su exmarido mirándola fijamente con ojos de reproche.
El grito que pegó hizo que Adolfo, muy al filo de la cama, se despertara en el acto. Entre los dos había un considerable espacio.
_ ¡¿Qué te ocurre, mi amor?!
_ ¡Efrén… estaba aquí!… ¡Justo entre tú y yo!
_ ¡Mira, no hay nadie! Seguramente tuviste una pesadilla.
_ ¡No! No fue pesadilla. ¡Fue totalmente real! ¡Te lo juro!
_ Esto está muy raro. Primero, lo que me ocurrió y segundo, tu… sueño, visión… o lo que haya sido. En resumen, no fue el fin de semana que creí.
Desafortunadamente, sus planes y deseos se fueron al piso. Al día siguiente, regresaron a la ciudad con un amargo malestar. Durante el viaje de regreso, ella recordó la promesa hecha a Efrén: “Tú serás por siempre el único dueño de mi corazón; si crees que te irás primero, mi amor por ti seguirá intacto. Nadie podrá remplazarte. ¡Te lo prometo!
Eso la hizo pensar:
_ “¿Tendrá algo qué ver?”
El lunes siguiente, al llegar a su lugar de trabajo, se encontró con Rosario, su compañera de oficina. Se saludaron muy cariñosas. De pronto ella cambió su expresión sonriente, la miró seria y le dijo con una voz ronca que, por supuesto, no era la de ella:
_ “Las promesas son para cumplirlas. Y si no, no se hacen”
_ ¿Qué… Qué me dijiste? -Preguntó asustada-
_ Te preguntaba que cómo te había ido en el fin de semana.
_Disculpa. Escuché algo diferente. Debió ser en la oficina de al lado.
_ ¡Qué oído, mijita! Yo no escuché nada.
_ “Juraría que era la voz de Efrén” -Dijo para sus adentros-
Desde ese día en adelante, como cosa rara, cada vez que Laura y Adolfo planeaban encontrarse, algo se presentaba, que les impedía hacerlo. Por este motivo su relación se fue enfriando hasta que dejaron de verse. Laura, obligada por las circunstancias, decidió seguir su vida sola.
FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.