Olmer había ido con su esposa Elvira, a uno de los almacenes de cadena especializados en la construcción y el hogar, a comprar algunos materiales que necesitaba para mejorar su finca. Una vez obtenidos los tiquetes con los códigos de compra, el vendedor dijo:
_Eso es todo. Vaya a pagar, para ordenar que suban todo a su camioneta.
_Ven, mi amor.
_Espera, Yo también necesito comprar algo que quiero colocar en el frente de la casa.
_ ¿De qué se trata?
_De una pareja de loros tallados en madera. Si quieres ve a pagar mientras voy a la sección de adornos. Espérame aquí. Si me demoro, me buscas allá.
_Por supuesto.
La hermosa dama se dirigió a la puerta que dividía la sección de construcción con el resto del almacén. Allí se encontraba un vigilante y hacia él se dirigió la mujer, para preguntarle la ubicación de la sección que necesitaba. De pronto, faltándole unos tres metros para llegar a él, un montacargas, que segundos antes estaba aparcado contra la pared, emprendió su marcha directo hacia el lugar por donde ella transitaba, amenazando con atropellarla con las horquillas con las que sostienen la carga. La mujer, quizás por el susto, no tuvo el tiempo o la agilidad necesarios para moverse y solamente levantó sus manos para taparse el rostro. Mas, cuando ya el accidente era inevitable, el montacargas giró a un lado, pasó a pocas pulgadas de Elvira y se detuvo junto a ella. Los presentes de todos lados, al unísono, lanzaron un apagado murmullo de susto y miraron hacia el lugar del conductor, mas, para incrementar su asombro, no había tal conductor.
El celador se acercó a la asustada dama, preguntándole:
_¿Se siente bien?
_Fue… un susto… muy grande! Gracias. Por un momento pensé que ese aparato se me vendría encima.
Algunas de las personas que presenciaron el hecho, se acercaron.
_Es un problema que hayan dejado ese aparato sin ningún seguro!
_Qué pena, señor. No es costumbre dejar ese montacargas sin seguro. Desafortunadamente, no me queda bien hablar sobre el fenómeno ocurrido. Sólo le puedo decir que no fue nada normal.
_Señor, que pena –dijo Elvira- me puede informar en dónde queda la sección de adornos?
_Claro que si. Venga conmigo. –Y en voz baja- Así me quito de encima al señor ese.
_Hay algo que me inquieta: Si no tenía conductor, ¿cómo fue que cruzó como para evitar golpearme?
_¿Usted cree en fantasmas?
_Bueno, me toca contestarle como los que dicen: ”Yo no creo en brujas, pero que las hay, las hay.” Pero, ¿por qué me pregunta eso?
_Porque en este almacén ocurren muchas cosas raras y de las cuales he sido testigo. Y no le miento. Todo eso está registrado en las cámaras. Cómo será de cierto que hasta se puede encontrar algunos sucesos en YouTube. Se escribe con el nombre del almacén, “fantasmas en…”
_Hola, mi amor! –Dijo en ese momento Olmer, su esposo-. Me dejaste esperando.
_Por poco y no vuelvo.
_¿Cómo así?
En pocas palabras, le narró lo sucedido.
_Le estaba diciendo a la señora que aquí ocurren cosas inexplicables, como de fantasmas.
_Ya nos picó el mosquito de la curiosidad. Cuente, cuente. –Dijo Olmer-.
_Una noche estaba de turno realizando mi ronda, cuando escuché un ruido como si una persona estuviera caminando por los pasillos de las diferentes secciones. Me acerqué a una de las puertas de vidrio y alcancé a ver un carrito de compras que se movía solo, seguido por los pasos de alguien invisible; paraba y seguía su camino, cruzaba a derecha e izquierda. Por fin cogió hacia una parte donde ya no podía verlo. Por supuesto, me asusté mucho y me retiré de ese sitio.
_Ah! Y este bendito montacargas, la otra noche me hizo pegar el susto de mi vida. Ya pasada la media noche caminaba normalmente, cuando escuché un ruido en la zona de materiales de construcción. Yo pensé: “Mierda, los ladrones”. Lo que hice fue apoyar la mano en la culata de la pistola y aligerar el paso hacia el sitio del ruido. Lo que vi fue el montacargas andando. De pronto paró y comenzó a levantar las horquillas como si tuviera carga. Inmediatamente miré hacia la silla del conductor. Ahí alcancé a ver un hombre sentado, de uniforme y casco. Le llamé la atención:
_¡Hey! ¡Qué hace usted a estas horas!
El hombre no contestó. Bajó las horquillas y condujo hacia el lugar en donde yo estaba. Yo me acerqué, mas el conductor no estaba. Me quedé mirando extrañado, buscándolo. La cabrilla giró sola y el montacargas echó reversa, me puse a temblar del miedo. Luego se paró y dejó que las horquillas tocaran el piso. Yo quedé paralizado del miedo; no podía moverme. Al fin pude retirarme poco a poco del lugar. Me alejé lo que más me fue posible y me senté a esperar que amaneciera. Esa vez pensé en renunciar, pero la necesidad del trabajo puede más. Cuando me toca el turno de la noche, vengo pero trato de no acercarme a ese sector. A veces escucho ruidos, pero no me acerco.
_Usted es muy valiente. Lo felicito. Gracias por la charla. Cuando lleguemos a casa buscaremos en YouTube. Hasta luego.
_Que les vaya muy bien.
La pareja no se quedó con la curiosidad. Esa misma noche buscaron en YouTube para comprobar parte de lo que les relató el vigilante.
FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.