Sonó el timbre que indicaba la terminación del primer bloque de clases, y los profesores generalmente se tomaban su tinto antes e iniciar el segundo. Este lapso lo aprovechaban para intercambiar un saludo o algunas palabras. Raúl Insuasty, un profesor ya maduro, mientras daba unos sorbos a su tinto, preguntó:
_Muy trasnochados con la elaboración de planillas de notas?
_ Yo las tengo listas desde el año pasado! –comentó Alberto en forma jocosa.—
_No me extraña. Salte aquí! –Contestó Hernando mostrando su mano derecha.
¬_Usted no diga nada, que anoche se quedó a dormir en el colegio para tenerlas hoy listas.
_Y, a propósito, me llevé un buen susto. Terminé las benditas planillas como a las diez de la noche. Este colegio a esa hora, con esa construcción tan vieja, solo y en silencio lo pone nervioso a cualquiera.
_ No me diga que usted, tan viejo, cree en fantasmas! – Se burló Raúl.-
_ Pues como dice el dicho: “Yo no creo en brujas, pero que las hay, las hay.”
En ese momento varios compañeros se acercaron al darse cuenta del sentido que estaba tomando la conversación.
_ Pero cuente lo qué le pasó!
_ Como les decía, terminé de pasar las planillas a eso de las diez de la noche. No había reparado en lo avanzado de la hora. Guardé mis papeles y me dispuse a salir. Crucé el solitario pasillo sintiendo cómo mis pasos retumbaban. Me despedí del celador al llegar a la puerta del colegio y salí. No se veía ni un transeúnte. Empecé a caminar calle abajo con el fin de tomar un taxi. Lo raro del caso es que sentí como si alguien viniera caminando tras de mí, y varias veces volteé a mirar pero no había nadie. “Cosa de mis nervios”, me dije; mas al llegar a la esquina alguien me propinó un duro golpe en mi hombro izquierdo que por poco me hace perder el equilibrio. Pensé que se trataba de un atraco e inmediatamente giré para defenderme de mi agresor. No había tal agresor: La calle estaba totalmente desierta. Sin poder controlar el susto, empecé a correr hasta llegar a una cafetería que se encontraba abierta. Me senté y cuando la mesera se acercó a preguntarme que deseaba, se sorprendió al ver mi cara.
_ Tiene aspecto como si acabara de ver un fantasma! –dijo-
_ Algo por el estilo. Tráigame un tinto doble y bien cargado, por favor. – le pedí. Cuando terminé mi tinto, un poco más tranquilo, salí de la cafetería y tomé un taxi.-
_ No sé si creerle o no – comentó Alberto.
_ Es cuestión de cada uno, pero yo no tengo por qué mentir. -Respondió Hernando –

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Las cinco de la tarde. Los estudiantes salían felices de haber terminado otro día más de estudio. Miguel, profesor de Educación Física, se acercó hasta la secretaría. Emilse, la linda auxiliar de la secretaría, encargada de la sistematización, se levantó y colocó su mejilla para que Miguel la saludara con un beso.
_Hola! Te demoras? – preguntó-
_ Uf! me falta imprimir los boletines de varios cursos y Alejandro me ordenó tenérselos listos para mañana!
_ En ese caso, te espero.
_ Pero no creo que salga antes de las nueve de la noche.
_ No importa. Mientras se imprimen charlamos un rato; voy por unos pasteles y tomamos café; te parece?
_Por supuesto! Tú eres un amor! Qué haría yo sin ti?
_ Eso mismo me pregunto yo: Qué haría yo sin mí?

Al fin terminaron de imprimir los dichosos boletines ya bien entrada la noche. Salieron del colegio y empezaron a caminar por el andén para alcanzar la carrera 4ª. El, muy gentilmente, le rodeaba los hombros con el brazo mientras la estrechaba suavemente. Al llegar a la esquina se detuvieron y, abrazándose, se besaron apasionadamente. De pronto, al mismo tiempo, cada uno de ellos sintió como si alguien les diera un fuerte golpe que por poco los incrusta uno en otro. Fue tal el susto que no pudieron articular palabra. Ella se aferró a él desesperadamente. Con el terror reflejado en su rostro, Miguel miró por encima de su hombro a lado y lado esperando descubrir al autor o autores del hecho, pero, para su sorpresa, no había nadie; la calle estaba desierta. La tomó de la cintura y empezaron a caminar casi corriendo.

Al otro día comentaron el suceso con sus compañeros.
_ Entonces ya somos tres los atacados –dijo Hernando- Y creyeron que eran inventos míos.

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Las nueve de la noche y Santiago, el secretario general, todavía se encontraba en su oficina. Esta vez le había tocado a él. Tenía que separar los boletines de los alumnos que no estaban al día con el pago de pensiones. El trabajo era largo puesto que el colegio tenía bastantes cursos. Mientras realizaba su labor, recordaba los comentarios que hacían los profesores acerca del misterioso “personaje” que golpeaba a las personas que transitaban de noche por aquella esquina, y no pudo evitar que un frío intenso recorriera su espalda. Miró el reloj. Eran casi las diez de la noche.
_ Será mejor que suspenda el trabajo. –pensó.- Lo poco que falta lo termino mañana.-
Tomó el teléfono con la intensión de llamar a un amigo para que se acercara hasta el colegio, pero pensó en el tiempo que gastaría para llegar hasta allí, y ya era muy de noche. Así que desistió de la idea. Apagó la luz y cerró su oficina. Salió del colegio y miró hacia abajo de la calle. No había ninguna persona deambulando por allí. Empezó a caminar muy precavido. Antes de llegar a la esquina se detuvo, colocó un cigarrillo entre sus labios y, tomando un fósforo, lo raspó y acercó la llama. Sin embargo cuando ya estaba a punto de encenderlo, un frío vaho le sopló por la mejilla izquierda apagando la cerilla. Giró la cabeza: no había nadie. Con mano temblorosa tomó y raspó otra y nuevamente acercó la llama al extremo. Aspiró profundamente, mas, en ese instante, la mitad del cigarrillo cayó al piso como si unas invisibles tijeras lo hubieran cortado. Quiso gritar pero la voz se negó a salir de su garganta. Ni siquiera pudo exhalar un gemido del susto. Las piernas no obedecían su deseo de salir corriendo; al fin logró caminar y, justo: al llegar a la esquina fue recibido con un fuerte golpe en la espalda. Estuvo a punto de perder el conocimiento.

Sacando fuerzas de donde no las tenía, se lanzó en veloz carrera calle abajo hasta que, para su fortuna, encontró un taxi.

Estimado lector: Usted duda de la verdad de estos acontecimientos? En ese caso lo invito para que se dé una pasadita después de las diez de la noche por la carrera 4ª con calle… l0ª…o 12ª? no recuerdo con exactitud. Sin embargo puede averiguar en dónde funcionaba un colegio de los Padres Agustinos. Allí, en “La Candelaria”, uno de los barrios más antiguos de Bogotá.

FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados