Otra larga semana de labores se terminaba. Una vez finalizada la última hora de clase, los profesores tenían la obligación de velar por la salida de todos los estudiantes en el menor tiempo posible, en especial el día viernes, por cuanto las niñas se demoraban maquillándose para salir con sus compañeros a bailar, a escuchar música o a tomar algo en las tabernas y fuentes de soda cercanas a la institución. Hasta había quienes llevaban vestidos para cambiarse por el uniforme y salir bien elegantes. El asunto es que, fuera del colegio, el control ya es asunto de los padres de familia. Para cumplir con su tarea, los profesores de turno de disciplina pasaban por todos los salones urgiendo a los estudiantes que abandonaran el plantel.
Alvaro Mantilla, profesor de idiomas, se quitó la blusa de trabajo, la dobló cuidadosamente y la acomodó en su maletín junto con sus demás materiales, disponiéndose a abandonar la sala de profesores. Miró el reloj: eran las seis y cuarenta y cinco minutos de la tarde. Todos los demás colegas ya se habían marchado. El, casi siempre, salía de último. Y con mayor razón, cuando le correspondía el mencionado turno de disciplina.
_“Será mejor que dé un vistazo por los salones antes de irme, no sea que de pronto se quede alguna parejita de pichones por ahí”.
Se dirigió a hacer su recorrido mirando en cada una de las aulas del tercer piso. Todos los del ala oriental estaban vacías. La escalera estaba situada en medio de las dos alas; cuando se dirigía hacia el ala occidental, se dio cuenta de que una estudiante se encontraba al fondo del pasillo, junto a la puerta del último de los salones de clase, exactamente del curso 1002.
_“Lo dicho. ¡Estas niñas son tercas! – Y apresuró el paso hacia ella.-
_¡Señorita! ¡Hace mucho tiempo que sonó el timbre para salir del establecimiento! -dijo en voz alta.
Era una niña como de unos dieciséis o diecisiete años, cabello castaño y largo, alta y delgada. Miró al profesor por unos instantes con la cabeza un tanto inclinada; luego, se metió en el salón.
Alvaro llegó hasta allí sin despegar la vista de la puerta. El salón estaba oscuro. Entró mirando a uno y otro lado; dentro no se veía nada.
_¡Señorita, por favor!
No obtuvo respuesta. Solamente escuchó el sonido como si alguien arrastrara una silla y cómo el borrador, que siempre quedaba en la repisa del tablero, se caía al piso.
_Qué haces aquí a estas horas? -preguntó Alvaro-
Silencio absoluto.
El era un profesor muy serio, pero la curiosidad lo venció.
_“Si lo que quiere es tomarme del pelo, se va a llevar su sorpresa; con todo, sigámosle el juego” -se dijo-
_Sé que estás ahí, pero no te veo! –Será mejor prender la luz!
Acto seguido, buscó el interruptor junto a la puerta y lo accionó. El profesor abarcó con la mirada el salón ya totalmente iluminado buscando a la estudiante, pero… ¡estaba completamente vacío!
Sintiendo que el miedo se apoderaba de él, dio media vuelta y salió con pasos acelerados, cuando a unos cuantos pasos frente a él, descubrió a la rubia estudiante entre la penumbra lo miraba con expresión tímida.
_Por dónde saliste? –Preguntó sin obtener respuesta.-
La niña, sin dejar de mirarlo, se fue tornando borrosa hasta desaparecer por completo. Sintiendo que la frente se le bañaba de un sudor frío y, a punto de desmayarse, se alejó del lugar buscando la salida del establecimiento.
En la portería se encontró con el celador Montaña, quien le preguntó:
_¿Todavía usted por aquí, profesor?
_Si… me entretuve un rato… Eh…No hay ya ningún alumno en el colegio?
_¿A esta hora? No! Ya todos salieron y yo mismo revisé que nadie quedara por dentro.
_¿Está seguro?
_Completamente. Oiga, profesor… lo noto pálido y nervioso… le sucede algo?
_No…no…Eh…Ya me marcho. Hasta mañana.
_Hasta el lunes, profesor
Jairo Cifuentes, todavía muy joven, era otro de los profesores que prestaba sus servicios en aquella institución. Era de ese tipo de docentes que cautivan a las alumnas, convirtiéndose en su “amor platónico”, aunque también los varones lo apreciaban mucho. Ese día martes, tenía su última hora de clases en el curso 1001. Sonó el timbre que indicaba la finalización de la jornada.
_Muchachos, nos vemos en la siguiente clase. –Dijo Jairo a los estudiantes quienes rápidamente comenzaron a desocupar el salón. Algunos se despedían de él dándole la mano, y varias niñas, lo hacían con un beso en la mejilla. El joven profesor esperó a que todos los estudiantes salieran y se dispuso a anotar en su agenda personal el tema tratado, junto con la actividad extraclase que había señalado. Cerró su agenda y ordenó sus libros para salir. De pronto, escuchó los sollozos de una persona. Levantó la cabeza y afinó el oído para verificar de dónde procedía el llanto. Los sollozos aumentaron tornándose intensos y desgarradores. No cabía duda. Alguna niña estaba llorando en el salón vecino correspondiente al curso 1002. Jairo se dirigió hasta allí con el propósito de averiguar cuál era la causa de tan triste lamento. La puerta estaba casi cerrada, pero a medida que se acercaba hasta el salón, escuchaba con más claridad. Llegó hasta allí, tocó suavemente con los nudillos al tiempo que decía:
_¿Puedo ayudar en algo?
No obtuvo respuesta, sin embargo el llanto continuaba; así que empujó la puerta. El salón se encontraba casi a oscuras por lo avanzado de la hora, pero al fondo se alcanzaba a apreciar a una estudiante inclinada sobre la mesita de la silla y con las manos enmarcando su rostro; su cabello era largo.
_¿Puedo ayudar en algo ? -insistió Jairo, mientras buscaba el interruptor de la luz, el cual accionó rápidamente. Y… ¡cosa extraña! Tan pronto como encendió la luz, el llanto cesó ipsofacto. El maestro dirigió la mirada hacia el sitio donde había visto sentada a la protagonista del hecho, mas, con sorpresa se dio cuenta de que el salón se encontraba completamente vacío!
_¿Y la niña… dónde está? ¿Sería imaginación mía? Entonces… ¿de dónde procedía el llanto? Sin poder hallar una respuesta apropiada, lo que quedaba por hacer era retirarse. Apagó la luz sintiendo un intenso frío en la columna vertebral; no había dado el primer paso, cuando los sollozos iniciaron nuevamente desde la, ahora, más acentuada oscuridad del salón. El profesor, no sabía si correr o regresar; al fin, optó por regresar. Empujó la puerta. Igual que antes accionó el interruptor y nuevamente los sollozos cesaron. Sacando valor de donde no lo tenía, entró hasta el fondo buscando a la niña. Al instante, la puerta se cerró de golpe y una carcajada se escuchó, esta vez, por fuera. Quiso correr, pero sólo logró caminar sintiendo como si las piernas se negaran a obedecerle. Salió del aula y bajó las escaleras tan rápido como le fue posible; llegó hasta la portería y salió a la calle sin siquiera escuchar el “Hasta mañana” que le dijera el señor Montaña. Este, al no recibir respuesta, comentó para sus adentros:
_“¡Cualquiera diría que vio un fantasma!
Floralba Díaz, la bibliotecaria, terminaba su jornada a las seis y cuarto de la tarde, mas, ese día, la biblioteca estaba totalmente sola, así que ella, encerrada en su pequeña oficina de vidrio, se enfrascó tanto en la lectura de una novela, que no se dio cuenta de la hora, hasta que el locutor de la emisora de música estilizada informó a muy bajo volumen : “Ahora son las siete de la noche y treinta minutos. Continuamos con nuestra programación…”
_¡Las siete y treinta! – dijo. Y fue al ponerse de pies para alistarse, cuando se percató de la presencia de una estudiante inclinada sobre un libro, en la mesa del fondo. Su cabello largo y castaño cubría parte del rostro.
_“¿Y esta niña en qué momento entró? ¿Y todavía a esta hora por aquí?” – se dijo mientras con el anillo golpeaba el vidrio para llamar la atención de la alumna; la niña parecía no escuchar. Entonces, Floralba dio la vuelta para tomar su cartera y salir de su oficina e invitar a la estudiante a que saliera. Lo extraño es que al volverse al sitio donde ésta leía, se encontró con que la mesa estaba totalmente sola!
_“¿Por dónde salió?, ¡necesariamente tenía que pasar por aquí!” -Y al pensar ésto, sintió un sudor frío en la cabeza y en la espina dorsal. Llena de espanto, sacó las llaves de su bolso y con mucho trabajo logró encajar la correspondiente a la puerta y darle dos vueltas. Seguidamente, salió con paso apresurado, con el corazón a punto de salírsele por la boca. Sintió gran alivio al mirar hacia la portería y distinguir al celador con su infaltable cigarrillo en la mano. Al sentir los apresurados pasos de la joven, éste giró su cabeza y con gran educación dijo:
_¡Buenas noches doña Florcita! – ¿Y eso, por qué trabaja tan tarde?
_Me… entretuve leyendo…
_¿Le pasa algo? –
_¿No ha salido ninguna niña de pelo castaño en este momento?
_¿Ahorita? No. ¡Todos los estudiantes salieron hace mucho rato! ¡Es que… mire la hora que es!
_Si. Es muy tarde. Hasta mañana.
_¡Que descanse!… “Yo no sé, pero todos últimamente están como raros. Será mejor ir a apagar algunas luces. Este racionamiento nos tiene en la olla” -Y acto seguido llegó hasta la parte trasera del inmenso colegio y comenzó a apagar la mayoría de las luces, dejando encendidas únicamente las indispensables. En estas condiciones el panorama adquiría un aspecto lúgubre. Luego de terminar esta tarea siguió haciendo su ronda silbando una canción ranchera. El intenso frío de las noches bogotanas lo obligaba además de la gruesa ruana boyacense, a enrollarse una gruesa bufanda alrededor del cuello. Caminaba pausadamente; al llegar a uno de los pasillos, algo le llamó la atención: agudizó la mirada hacia el fondo puesto que casi no distinguía nada debido a la penumbra; a pesar de ésto, alcanzó a adivinar la silueta de una estudiante. Con el fin de asegurarse, apresuró el paso. Cuando ya podía apreciar claramente su figura, ésta, mirándolo con cierta coquetería, cruzó la esquina del pasillo; el celador llegó hasta el sitio en el instante en que ella entraba en el baño de las alumnas. Montaña aminoró el paso como para darle tiempo de salir. Se quedó junto a la puerta sin explicarse la razón de su presencia. La niña tarareaba una canción. -“¿A qué diablos se queda una niña sola hasta estas horas en el colegio? Esta debe ser la alumna de la que me preguntó doña Florcita”. -Miró el reloj- ¡“Y cómo se demora”! -En eso, cesó el tarareo; luego sintió que bajaba el agua de la cisterna. -“Ya sale” -pensó-. Esperó tres… cinco…diez minutos y la chica no salió. Así que tomó la decisión de entrar.
_¡Señorita, salga, por favor! ¡Estas no son horas de estar en el colegio! -encendió la luz. Dentro del baño no se escuchaba nada.
-¡Si no sale, pasaré por la pena de entrar y sacarla! ¡Yo no puedo pasarme la noche aquí! ¡Tengo que hacer mis rondas por todas las instalaciones! -Nadie respondió.
Montaña entró abriendo puerta por puerta de cada uno de los servicios, desde el más cercano a la entrada hasta el último, pero no encontró nada y ninguna persona hubiera podido salir sin ser vista por él. -¡Qué extraño! -En ese instante sintió una estridente carcajada como si alguien se alejara riendo en forma macabra por el largo pasillo. El celador sintió un intenso frío en todo el cuerpo y salió lo más aprisa que le permitió el nerviosismo, mas a pesar de no ver a nadie, la risa se escuchaba en el aire. Esto era demasiado para el pobre hombre quien, sin poder aguantar más, salió corriendo hacia su cuarto. Entró y se sentó en una silla junto a la puerta mirando hacia afuera. El corazón le latía con fuerza. De pronto, desde atrás y al oído derecho sintió una voz que le decía:
_Me buscabas?
El hombre giró la cabeza y muy pegada a él, encontró el rostro de una niña de pelo castaño, muy pálida que lo miraba entre coqueta y seria. El hombre se dobló y cayó al suelo sin conocimiento.
Cuando despertó, ya comenzaba a clarear el día. Se levantó mirando a lado y lado con miedo; encendió la estufa y calentó un poco de café negro.
_“Tan pronto llegue el rector, le presentaré mi solicitud de traslado”.
Y, efectivamente. En el preciso instante en que el rector del establecimiento abría su oficina, Montaña se acercó hasta él y saludó. El rector lo notó extremadamente nervioso y le preguntó:
_¿Qué le pasa, Montaña? ¡Está usted temblando!
_¡Señor Rector!…Yo no quiero trabajar más aquí…Aquí asustan…Y yo, para las cosas de este mundo, no le tengo miedo a nadie ni a nada, pero a las del otro mundo si les tengo mucho respeto!
_¿Cómo es eso? -Montaña le contó con pelos y señales lo ocurrido-
_Además, señor rector, yo creo que no ha sido sólo a mí a quien han espantado. Yo he visto salir asustados a varios profesores. Entre ellos, al profesor Alvaro Mantilla, Jairo Cifuentes y, anoche, vi salir muy asustada a doña Florcita, la bibliotecaria. Yo creo que debería preguntarles.
_Mire, Señor Montaña, no creo que usted esté inventando esas historias fantasmagóricas. Lo que sí creo es que puede ser producto del cansancio, el sueño, etc. Tranquilícese y mejor pida una licencia de unos tres días para que descanse.
_Con el respeto que usted me merece, señor rector, yo insisto en pedir el traslado y le ruego que me lo firme.
_Si ya insiste, no tendré más remedio que hacerlo.
_Gracias, y hasta la tarde. Voy a descansar un rato antes de hacer la solicitud.
El rector, hombre maduro, ex-sacerdote, quedó pensativo unos instantes. Luego, llamó a la secretaria. Cuando ella entró, le dijo:
_Por favor cite a los profesores: Alvaro Mantilla, Jairo Cifuentes y a la bibliotecaria Floralba Díaz a la rectoría lo más pronto posible.
_En seguida.
Uno a uno fueron llegando los profesores y bibliotecaria un poco extrañados por la citación. El rector les pidió que tomaran asiento. Minutos más tarde, les explicaba el motivo de la reunión.
_Bueno, para empezar esta charla informal, voy a solicitarles que al hablar sobre el tema que vamos a tratar, sean lo más sinceros y exactos en sus comentarios. Y, como siempre las damas tienen el primer lugar, empiezo con usted, Flor Alba. El celador Montaña, quien por cierto me rogó que le firme la solicitud de traslado debido a un incidente, digamos mejor, un susto que tuvo, me comentó que anoche la vio salir del colegio mucho tiempo después del horario y que la notó muy amedrentada, y que en días anteriores ocurrió lo mismo con ustedes dos. Es eso cierto?
_Si… señor rector. –Repuso ella-.
_Cuénteme qué ocurrió, por favor.
_Salí muy tarde porque estaba leyendo una obra literaria muy interesante. Y… es cierto que estaba asustada porque me sucedió algo muy raro. Me sorprendí porque el locutor de un pequeño radio que tenía encendido anunció las siete y treinta de la noche. Al levantar la cabeza observé en el rincón opuesto a una estudiante de pelo castaño muy entretenida leyendo; me causó curiosidad por lo avanzado de la hora, y al dar la vuelta para tomar mi bolso y salir de la cabina y acercarme hasta ella para decirle que ya era muy tarde, la niña ya no estaba. ¡Fue como si se hubiera desvanecido en el aire! ¡Yo le aseguro que no fue idea mía! ¡La niña estaba allí! ¡La vi perfectamente! -Era tal el nerviosismo, que el rector le dijo en tono tranquilizante:
_Cálmese. -Y, dirigiéndose a Alvaro Mantilla – ¿Usted tiene algo qué contarnos relacionado con el tema, profesor?
_Por supuesto. El viernes, hace quince días, al terminar la jornada, me encontraba revisando los salones con el fin de aligerar la salida de los estudiantes y velar porque no se quedara nadie. Al fondo del pasillo, observé a una estudiante junto a la puerta del curso 1002. Le pedí en voz alta que saliera del establecimiento y ella, en lugar de obedecer, me miró en forma desafiante y por el contrario, dio media vuelta y se metió en el salón. Me acerqué hasta allí; estaba totalmente a oscuras y le llamé la atención desde fuera. La niña no me contestó siquiera. Lo raro es que cuando encendí la luz, me di cuenta de que el salón estaba completamente vacío. Como ustedes saben, está ubicado en el tercer piso y no hay otra puerta por dónde hubiera podido salir. La verdad es que me dio una tremenda impresión y salí apresuradamente. La encontré a unos metros frente a mí y se fue desvaneciendo hasta desaparecer. No quise contarle a nadie lo ocurrido, por evitar hacer el ridículo.
_Ahora el turno es suyo, profesor Jairo.
_El martes pasado dicté mi última clase del día en el curso 1001. Cuando los alumnos salieron, me dediqué a anotar en mi agenda de trabajo el último tema tratado y la actividad señalada para la casa. Al rato, sentí el llanto de una niña en el curso 1002. Me dirigí hacia allí con la intensión de ayudar. Al abrir la puerta, en medio de la penumbra, vi en la parte de atrás a una niña sentada llorando inclinada sobre la mesa de la silla. Cuando encendí la luz, cesó el llanto y ya no pude ver ninguna niña. Apagué la luz, salí y el llanto inició nuevamente. Regresé y de igual manera cesó al encender la luz. Avancé unos pasos para mirar mejor y la puerta se cerró violentamente a mis espaldas. Al girar escuché una risa macabra fuera del salón. No les puedo negar que sentí tal terror que me impedía caminar con normalidad.
_De modo que el asunto se relaciona con el curso 1002. -dijo el rector y llamó a la secretaria.
_Qué se le ofrece, señor?
_Carmen, por favor traiga los observadores de los cursos 1002 de los tres últimos años.
_En seguida.
_Ustedes creen que si vieran a la niña en una foto la reconocerían?
_Con toda seguridad. -dijo Alvaro
_Es posible que yo también. -añadió Jairo.
-Yo no estoy segura por cuanto la vi agachada. Lo que si distinguí muy bien, fue su cabello castaño y largo.
La secretaria entró con una caja. -Observaron todas las fotos, pero no identificaron a ninguna. La secretaria preguntó:
_Si me dicen qué buscan, tal vez pueda colaborar.
_Usted recuerda alguna alumna que haya estado en 1002 y que haya… fallecido?
_La única, Mónica López quien murió atropellada por un bus frente al colegio, pero eso fue hace ya cuatro años.
_¡Claro ! -exclamó el rector- Nos puede indicar la foto?
_Por supuesto.
Minutos después, entró con una carpeta que colocó sobre el escritorio.
_Aquí está. -Todos se acercaron a mirarla.
_¡Es ella ! -aseguró Alvaro.
_¡No dudaría al mirar su cabello ! -añadió Flor Alba.
_¡No cabe la menor duda ! -dijo por su parte Jairo.
_Dilucidado el enigma. -comentó el rector- Aunque muchos lo nieguen, estas cosas suceden. -Los profesores permanecían en silencio.
_Voy a rogarles -siguió el rector- que no comenten el asunto. Vamos a celebrar una misa especialmente para los exalumnos fallecidos; Pediremos al capellán que dirija una oración especial por el alma de Mónica en el curso 1002 y que realice un ritual para ayudar al espíritu de la niña a seguir su camino.
Días después, se realizó lo planeado. Mónica no volvió a asustar a nadie. Al menos, no se ha vuelto a saber nada.
FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados