En aquel verano, el jefe del hogar había alquilado una hermosa casita de campo rodeada de un amplio huerto en el que se destacaban varios árboles frutales. La casa estaba situada casi en las afueras de la vereda, en la última de las escasas calles. Hasta ese entonces la pareja tenía tres hijos: dos hermanas y el menor, un niño.
Carmenza, la mayor de los tres estaba por cumplir los 15 años, Y Margoth, la segunda, tenía trece. Las dos habían entablado amistad con Darío, hijo de la dueña de la casa, un muchacho muy respetuoso, y que les servía de guía y protector. Contaría con unos diez y siete años de edad. Ellos vivían en la inmensa finca del lado a la cual pertenecía la casa. La habían separado únicamente con alambre de púas, con el fin de alquilarla y tener otra entrada económica.
Una soleada tarde, las dos hermanas pidieron permiso a su mamá para ir al río a nadar.
_No. –respondió ella- En este momento no las puedo acompañar y me da mucho miedo dejarlas ir solas.
_No vamos a ir solas. Darío prometió acompañarnos.
_De todas maneras me preocupa que vayan los tres solos, pero tampoco quiero dañarles el plan. Está bien, vayan pero tengan mucho cuidado.
_Gracias, mami!
Minutos después disfrutaban de la cristalina y refrescante agua del río, en un hermoso remanso, no tan grande y hondo como el que se formaba en la cascada, un poco más abajo.
_Oye, Darío, –preguntó Carmenza- y por qué no fuimos al pozo de la cascada?
_Porque ya es muy tarde para nadar allá. En otra ocasión iremos, pero si nos acompañan sus papás. De todas formas aquí tampoco podemos demorarnos mucho. Ya casi tenemos que irnos. –Respondió el muchacho mirando hacia el cielo-
_Y qué tiene que ver la hora? Todavía hay sol.
_La gente de la ciudad no entiende algunas cosas que ocurren en el campo.
Siguieron nadando otro rato. En ese instante se escuchó el sonido de una flauta río arriba. Darío salió del agua y les dijo en tono enérgico.
_Es hora de irnos.
_Ay! No seas aguafiestas. El agua está deliciosa.
_Si, pero debemos irnos. –Tomó su toalla y se secó. Luego se colocó su camisa, sus medias y sus zapatos. Enrolló el pantalón y lo acomodó bajo el brazo y gritó:
_Tienen que salir del agua ahora! No pueden ni siquiera vestirse. Rápido! –Tal fue el tono imperioso del joven, que las niñas salieron inmediatamente y se colocaron los zapatos sin secarse. Recogieron su ropa y lo siguieron; el muchacho las apresuraba mientras comenzaba a subir la trocha. Las chicas caminaban lo más rápido que podían sin entender la razón, aunque intuían que algo hacía que su amigo se sintiera tan nervioso. El sonido de la flauta seguía escuchándose a lo lejos.
_Espera un poco, Darío. Ya estamos cansadas! –Exclamó Margot sentándose en el pasto-
_No! Levántese, por favor! Esa flauta que se escucha es del espanto! Ustedes corren peligro! Vamos!
La niña se levantó venciendo su cansancio y siguió subiendo la pendiente. El sonido de la flauta se escuchaba cada vez más cerca y Darío se alarmaba más, apurando a las dos hermanas. Por fin culminaron la subida, pero no dejaron de correr. El joven tomó de la mano a la menor de ellas. A poca distancia se podía ver la parte posterior de la casa. Esto les dio un nuevo impulso para seguir corriendo. Carmenza volteó a mirar y distinguió una figura pequeña cubierta por un enorme sombrero, en el lugar en donde comenzaba la ladera.
_Mira, Darío! El que toca la flauta es un niño!
_No es ningún niño! No se detenga y no lo mire!
Llegaron a la puerta de entrada. El miedo los hizo llamar con desesperación.
_Qué pasó! –preguntó la madre de las niñas saliendo apresurada.-
_Cierra pronto! Nos viene persiguiendo el espanto de la quebrada!
_Qué espanto ni qué ocho cuartos!
_Aunque no lo crea, es verdad, señora. –Aseguró Darío- Muchas personas del pueblo lo han visto. Dicen que detrás de la cascada hay una cueva y parece que él vive allí. Nadie se queda por ese lugar después de las cinco de la tarde. A esa hora sale un hombrecito del tamaño de un niño con un sombrero grande, tocando una flauta. La melodía es nostálgica y con ella trata de atraer a las mujeres jóvenes. Quienes lo han visto a prudente distancia, dicen que tiene una cara muy fea. Cuentan que algunas muchachas de los alrededores se han perdido y luego las encuentran muertas a la orilla del río.
_Y aún sabiendo eso, por qué no me lo advertiste antes de ir a ese sector? No les habría dado el permiso de ninguna manera!
_La verdad, yo no creía que fuera cierto; y por otra parte, yo no les iba a permitir quedarse hasta las cinco de la tarde. Por eso les pedí que salieran…
_Bueno, niñas, arréglense. Miren que facha tienen!
Unos ruidos de pasos en la puerta hicieron que los presentes miraran hacia allá asustados. La puerta se abrió.
_Hola!… Qué sucede? –Las niñas fueron las primeras en reaccionar-
_Papi! –exclamaron al unísono y se abalanzaron a abrazarlo. El correspondió al abrazo besándolas en sus mejillas. Luego miró a su esposa Imelda- Hola, linda.
_Hola, mi amor. Llegas a muy buen tiempo. Estamos un poco nerviosos por un… digamos incidente que les ocurrió a las niñas y a Darío.
_Cómo estás, Darío?
_Bien, señor. –Respondió un tanto tímido-
_Ahora cuéntenme: cuál fue el incidente?
Le relataron la experiencia con pelos y señales. Antonio escuchaba el relato con atención, pero también con un poco de gracia. Como buen citadino no era muy creyente de esas cosas.
_Si quieren saber mi opinión, debió tratarse de algún gracioso que quiso jugarles una broma o asustarlos. Pienso que el asunto de espantos, duendes, brujas, apariciones y fantasmas son sólo habladuría de la gente.
_De todas maneras, habladurías o no, hay que tener mucho cuidado. A veces suceden cosas que no tienen explicación o que no estamos en capacidad de comprender. –Dijo Imelda- Ahora señoritas, vayan a cambiarse.
La conversación giró hacia otro tema.
_Bueno, Darío, tu papá me trajo el caballo?
_Si, ya está aquí desde esta mañana. Si usted quiere podemos ir a verlo.
_Buena idea. Espera a que me cambie.
Un momento después Antonio cabalgaba a “Humo”, un hermoso caballo, por el amplio huerto de la finca. El nombre se debía al color del animal: gris humo con la crin larga y negra.
Antonio disfrutó del paseo hasta cerca de la hora de la cena. Luego le quitó la montura y lo dejó libre para que pastara a su antojo. El animal conocía muy bien la finca. _Con seguridad cuando se sienta cansado, entrará por su cuenta al establo.
Después de cenar, la familia se quedó charlando un gran rato en la parte delantera de la casa, dentro del pasamano. La luna brillaba en el cielo y los árboles se mecían con el viento provocando una brisa bastante fresca. Por el momento habían olvidado lo sucedido en esa tarde. Todo era tranquilidad; mas en ese preciso instante, la luz eléctrica se apagó dejándolos en tinieblas.
_Nos obligaron a acostarnos temprano. Qué le vamos a hacer. –Dijo resignado Antonio, y luego dirigiéndose a su esposa,- Mi amor, tenemos velas?
_Si las tenemos, no sé dónde se encuentren. Creo que nos toca irnos a la cama sin luz. Afortunadamente la noche es clara y algo se puede ver. Hasta mañana, niños
_Hasta mañana. –Corearon todos lanzándose a besar a sus padres-
Los tres dormían en la misma alcoba, puesto que la casa sólo tenía dos y la cocina. Había un gran ventanal hacia el huerto. Se acostaron en silencio. El primero en dormirse fue Caliche, como lo llamaban sus hermanas y padres. Carmenza demoró más tiempo en hacerlo, pero el cansancio al fin la venció, aunque ya entrada la noche, fue despertada por el sonido de una flauta. Era la misma que escucharan en la tarde. La música era nostálgica. La niña sintió un profundo miedo. Quiso llamar a sus padres, sin que pudiera lograrlo puesto que las palabras se negaron a salir de su garganta. Sus hermanos, dormían sin darse por enterados de la serenata. En la alcoba aledaña, sus padres también escuchaban la melodía.
_Escuchas? –Preguntó Imelda-
_Si. Debe ser el mismo muchacho que los asustó en la tarde.
_La música viene de la parte trasera de la casa. Qué tal si nos asomamos?
_Vamos!
Salieron de la cama sin hacer ruido y se dirigieron hacia la ventana; más, al llegar, la música cesó de inmediato. Lo único que sintieron, fue el relincho de “Humo”. Parecía como si alguien quisiera montarlo. Luego se escuchó el trote del caballo; daba la impresión de huir de algo o de alguien. Relinchaba con miedo. El trote se escuchaba cada vez más rápido y más cerca de la casa.
_Esto no me gusta nada. Salgamos. Puede ser que alguien intente robarlo. No es normal que se ponga a correr solo sin ninguna razón. Espera a que encuentre mi linterna.
Salieron a la parte trasera. El caballo al escucharlos, corrió hacia ellos como buscando protección. Se lo notaba por demás asustado. Antonio se le acercó despacio.
_Tranquilo, muchacho. Qué tienes? Estás asustado?
El animal tenía los ojos muy abiertos y resollaba muy nervioso. El hombre le colocó una mano sobre el lomo dándole un suave masaje, luego le palmeó el anca y por último trató de acariciarle la crin. Al tocarlo palpó algunos nudos. Alumbró con la linterna para mirar mejor y descubrió que el caballo estaba lleno de… trenzas!
_Mira ésto! –La mujer giró la vista hacia donde le indicaba su esposo-
_Dios Santo! Pero quién pudo haberlo hecho?
_No lo sé. Cuando lo dejé, antes de cenar, su crin estaba lisa. Hacerle trenzas demandaría una cantidad de tiempo. Esto está muy extraño. Lo mejor es amarrarlo cerca de la casa. Mañana hablaremos con Medardo, el dueño.
Después de amarrarlo de tal forma que pudiera echarse cómodamente, subieron a su alcoba.
_Miremos cómo están los niños. –Propuso Imelda-
Entraron a la casa. Carmenza, al sentir que se dirigían a su alcoba, haciendo un gran esfuerzo, lanzó un apagado gemido. Sus padres corrieron hacia la cama de la joven.
_Qué tienes, mi amor? –Ella, por fin, pudo soltarse en llanto.
_Tranquila, mi amor. Ya estamos aquí. Cuéntanos qué te pasa.
_El que… tocaba… la flauta era… el espanto de la quebrada! –Dijo, y se abrazó a su madre con desesperación.-
_No, mi amor –intervino el padre- debe ser el mismo gracioso que los asustó en el río. Aprovechó el comentario de la gente y se dio maña para jugarles una broma. Mira, vamos a hacer una cosa. Para que veas que todo es un montaje, propongo que mañana vayamos al río. Estás de acuerdo?
_Siento miedo!
_Pero si vas a estar conmigo!
_Está bien.
_Ahora duerme. –Se inclinó para darle un beso en la mejilla- Hasta mañana, mi vida.
La madre antes de despedirse cerró la ventana y corrió las cortinas. Luego, ambos salieron. Se acostaron sin cruzar palabra, cada uno sumido en sus pensamientos. Se durmieron no por mucho tiempo: un rato después, el ruido de unos platos al caer y romperse, los despertó nuevamente.
_Fue en la cocina. –Aseguró Imelda.-
Los dos fueron hacia allá y buscaron en el piso. No había nada. Los esposos se miraron interrogativamente. No alcanzaron a comentar su desconcierto cuando un pocillo que se hallaba sobre el mesón se levantó, como si una mano invisible lo sujetara, se dirigió hacia el frente de los esposos, se detuvo por un segundo y se precipitó hacia el piso con fuerza rompiéndose en mil pedazos. Una risa burlona y macabra se dejó escuchar. Un frío intenso recorrió la columna de los dos. La mujer se abrazó a su esposo llena de pánico.
_Salgamos! –dijo Antonio tirando del brazo de su esposa.-
Ya en su alcoba se metieron bajo las cobijas. No hallaban explicación posible a lo sucedido. Ella, muy nerviosa, sugirió:
_Mi amor, creo que lo mejor es irnos de aquí! Estamos exponiendo a nuestros hijos y a nosotros mismos. Lo que ha ocurrido no es normal. Es algo paranormal.
_No te pongas tan trascendental. En cuanto a la risa que escuchamos pudo haber sido en la calle. Y sobre el pocillo, lo que he escuchado es que a veces se producen fenómenos de levitación sin ninguna explicación. Además, si nosotros nos asustamos, en quiénes buscarán apoyo nuestros hijos? Recuerda también que le prometí a Carmenza ir a bañarnos al río. –Se calló por un momento.- Al rato, comentó:
_Creo que Medardo va a tener que explicarme algunas cosas. Mientras tanto, trata de dormir. Yo haré lo mismo.
Se levantaron temprano. Mientras Imelda fue a la cocina a preparar el desayuno, Antonio se dirigió al baño. Después de refrescarse por un momento, se enjabonó y se aplicó un poco de champú con los ojos cerrados para evitar el ardor. Abrió la llave y comenzó a enjuagarse. Cosa rara, unos segundos después, el agua se secó por completo. Entreabrió los ojos para ubicar la llave y abrirla un poco más. Su sorpresa fue grande cuando comprobó que ésta estaba totalmente cerrada como si otra persona lo hubiera hecho; pero… quién? El estaba solo y, como es lógico, había corrido el pasador. No encontró explicación alguna. Volvió a abrir la llave mas, un instante después, se repitió el fenómeno. Nuevamente tomó la llave y comprobó que estaba cerrada con fuerza. Con desconcierto tomó una toalla y comenzó a secarse por la cabeza. Para su asombro, cuando ya había terminado, la llave se abrió y un fuerte chorro lo empapó totalmente. Se apresuró a cerrar el agua y salió cubriéndose con la mojada toalla. Una seca y burlona risotada se escuchó desde adentro. Sin poder evitar cierto miedo, apresuró el paso.
En la cocina, Imelda había terminado de preparar el desayuno. Tomó dos platillos con sus respectivas tazas, los llevó al comedor y volvió por la humeante jarra de café. Regresó a la mesa para encontrarse con que… los platillos habían desaparecido. Miró alrededor y, cosa extraña, estaban encima del gabinete de la loza. Se quedó pensativa tratando de darle alguna explicación al hecho. En ese momento entró Antonio. Al verlo cubierto únicamente por la toalla, le preguntó:
_Y esa facha? No te has vestido todavía? –El se sentó. En pocas palabras le contó lo sucedido con la llave-.
_Pues a mí también me acaba de suceder algo extraño. –Le relató lo acontecido-
_Después de todo, no me queda más remedio que creer que algo raro está sucediendo.
_Me alegra que lo entiendas así. Pienso que lo mejor es regresar a la ciudad. Tomemos el desayuno. Los niños aún duermen. Ya bajarán. -Estiró el brazo para tomar la jarra de café, mas ésta se corrió sola. Imelda se cubrió la boca sin poder articular palabra alguna. Antonio se levantó y con rapidez la agarró por la manija quedándose unos instantes con la vasija en la mano esperando lo que pudiera ocurrir. Luego llenó las tazas y continuaron con su desayuno sin agregar ningún comentario a lo ocurrido. En ese instante el silencio fue interrumpido por el grito de Margot. Los dos se levantaron a la vez para salir corriendo hacia la alcoba de los niños.
_Qué pasa?
Ella corrió hacia sus padres. Carmenza, sentada en la cama miraba a su hermana extrañada y Caliche se pasaba las manos por los ojos, aún soñoliento.
_Vamos, mi amor, cuéntanos por qué gritaste. –Preguntó el padre-
_Es que… junto a la cama de Carmenza… estaba parado el enano que vimos en la quebrada! –Comentó sollozando-
_Tranquila, mi vida. Ya no está aquí. Vengan a desayunar y nos vamos a casa. –Añadió Imelda-.
Pero en eso, una voz chillona preguntó:
_Puedo ir con ustedes?
Todos los presentes buscaron a la persona que había hablado. Nadie, aparte de ellos, estaba en la casa. Juntos se dirigieron de prisa al comedor a desayunar. Después, sin separarse, recogieron sus cosas y las subieron al carro. Antonio ordenó a su esposa e hijos subirse también al vehículo y se dirigió a casa de Medardo para hacerle entrega de las llaves.
_Hola, don Antonio! Qué gusto verlo.
_Hola, Medardo. Vengo a agradecerle su hospedaje, pero decidimos regresar a casa.
_Cómo así! Pero si no han pasado ni la mitad del tiempo acordado.
_La verdad, no sé que piense usted, pero nos sucedieron ciertas cosas que…
_Cuente, cuente. Qué pasó?
Antonio le relató todo lo sucedido. Medardo escuchaba atento. Al final, comentó:
_Mi hijo Darío me contó algo. Lo que sucede es que en los pueblos suceden algunas cosas que en la ciudad son menos frecuentes. Son cosas inexplicables. Aquí, por ejemplo existe una leyenda que la gente asegura que es cierta. Se dice que hay una especie de duende en la quebrada que se enamora de muchachitas adolescentes y comienza a molestar a su familia, a hacerles travesuras. La gente asegura que se ha llevado a varias niñas para la chorrera y que cuando se cansa las ahoga en la quebrada. En ese caso creo que si es acertada la decisión de marcharse. En el pueblo están preparando una romería hasta la cascada encabezada por el cura párroco. Espero que eso dé algún resultado.
_Ojalá así sea. Ah! Le cuento que el caballo amaneció lleno de trenzas. Fue obra de… bueno, de aquel espanto. Adiós, Medardo.
_Espere. Creo que le queda un dinero. Ya vuelvo. Voy por él.
En poco menos de dos horas, llegaban a su casa de la ciudad, felices.
FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos de autor reservados.