anillo-de-hombre

Aquel conjunto habitacional en donde ocurrió esta verídica historia se halla ubicado bastante alejado de la avenida principal, puesto que los urbanizadores habían comenzado a construir las dos últimas manzanas hacia el fondo, de tal manera que, para ese tiempo, la vía de acceso era muy larga y sola especialmente en las horas de la noche y, para completar el permanente escenario, la iluminación eléctrica era muy deficiente; casi nula.

Ese viernes, a eso de las once de la noche, una noche muy oscura por cierto, un campero se desvió de la avenida y entró hasta muy cerca de aquel conjunto. Unos metros antes de llegar, se detuvo. De la parte delantera bajaron dos hombres armados de pistolas: el conductor y uno de los acompañantes. Una vez colocados detrás del campero, con un movimiento de cabeza hizo una señal al otro indicando, sin hablar, la puerta trasera. Este quitó el seguro sin dejar de apuntar su arma y la abrió. Acto seguido saltó un tercer hombre. Tenía las manos atadas a la espalda. Al saltar, estuvo a punto de perder el equilibrio, pero logró mantenerse erguido. Detrás de éste, apareció otro más apuntando su arma a la espalda del anterior.

El que seguramente era el cabecilla ordenó al prisionero que se arrodillara y éste obedeció en forma sumisa sin oponer resistencia. Sabía que iba a morir. Inclinó su cabeza seguramente pensando en sus seres queridos o, tal vez, elevando mentalmente alguna plegaria. El hombre que se encontraba frente a él, con indescriptible sangre fría le apuntó a la cabeza y disparó. La víctima cayó hacia un lado sin lanzar un gemido. Una vez en el piso, los otros dos hombres dispararon sobre él, y el primero, no contento con haberle quitado la vida, le propinó un tremendo puntapié. Después de este cobarde acto, dijo algo y los otros dos miraron hacia los apartamentos sin importar ser vistos. En ese instante fueron varias las cortinas que se movieron en completa oscuridad. Luego con toda la calma, se subieron al vehículo. Segundos después, éste se puso en marcha y se alejó. La placa estaba totalmente cubierta de barro.

Seguramente alguno de los curiosos que espiaban desde las ventanas llamó a la policía, puesto que no transcurrieron diez minutos cuando el silencio de la noche fue roto por el ruido de las sirenas de las patrullas.

Acordonaron el área y procedieron a buscar entre sus ropas algún documento que permitiera su identificación. Encontraron una billetera y según el movimiento de los uniformados, la víctima debía ser alguien muy importante. Uno de los oficiales llamó desde su radio. Una hora más tarde llegó un vehículo del ejército. De él bajaron varios soldados de la P.M. y dos mujeres, una de cierta edad y la otra muy joven. Se dirigieron en carrera hacia el difunto abriéndose paso entre los soldados y policías e inclinándose ante él, comenzaron a llorar a gritos desesperados. Los agentes esperaron pacientemente a que las mujeres desfogaran su dolor; luego las invitaron a apartarse un poco. Enseguida se procedió a trazar un croquis alrededor del muerto y se continuó con todos los pormenores correspondientes al levantamiento del cadáver. Al fin, todos se fueron y la noche quedó en completo silencio como si nada hubiera ocurrido.

Al día siguiente, cerca de las nueve y media p. m., una joven caminaba apresuradamente. El deseo de llegar a su apartamento era inmenso. Al nerviosismo que sentía se sumaba el frío de la noche. La calle estaba completamente sola. De cuando en cuando miraba hacia atrás para asegurarse de que ningún peligro la amenazaba. En eso, algo le llamó la atención. En medio de la calle se alcanzaba a distinguir en forma vaga la figura de una persona. Elisa trató de agudizar la mirada. Le extrañó que no pudiera distinguir dicha figura a esa distancia. Cada vez estaba más cerca, aunque la figura en sí no alcanzaba a definirse. La rodeaba un raro resplandor. La mujer disminuyó el paso. Su corazón comenzó a palpitar mucho más de prisa. Llegó hasta la esquina. La extraña aparición estaba en medio de la calle y parecía mirarla. Enseguida levantó lo que podría ser uno de sus brazos como deseando llamar su atención. Elisa sintió unos profundos deseos de gritar y se llevó una mano a su boca. Quiso correr, mas sus hermosas piernas parecían como amarradas una a la otra. El terror la embargaba. Sentía desmayarse. Con esfuerzo logró empezar un trotecillo y apresurar el paso hasta alejarse de aquella “Visión”. Dobló la esquina. Unos cuantos metros más y estaría en la portería del conjunto residencial. El vigilante, al verla llegar así, se apresuró a abrirle la puerta.
_¡Ayúdeme! –dijo, mientras las piernas se le doblaban. El hombre logró sostenerla y acercarla hasta su silla donde hizo que se sentara. Cuando comprobó que la mujer quedaba más o menos firme, alcanzó un vaso desechable y llenándolo de agua le dijo:
_Tome. –Ella obedeció y bebió el líquido en silencio. –Ahora cuénteme lo qué le pasó.
_Fue horrible! En la esquina que da a la entrada se me apareció un fantasma.
_Un fantasma? Cómo así? Cuente, cuente!

En pocas palabras relató lo sucedido, y cuando hubo terminado, le pidió:
_Por favor no le diga ésto a nadie. Pensarán que estoy loca.
_De mi boca no saldrá ni una sílaba. Soy un sepulcro.

Tres días después de este acontecimiento, Fernando y Alejandro, dos inseparables amigos, estaban dentro del conjunto haciendo ejercicios de “barras”. Estarían por la mitad de la cuadra cuando Alejandro se detuvo y codeó a su compañero al tiempo que le preguntó:
_Qué es eso? –Fernando miró hacia afuera de la reja, lugar a donde señalaba Alejandro.
_Parece una persona!
_Si! Pero tiene un raro resplandor!
_Oye! Allí no fue donde mataron al militar?
_Ahora que lo dices…!
_Tienes miedo?
_Miedo?… Yo?… Noo! Mira, el resplandor se va achicando.
Efectivamente, aquel resplandor se achicaba más y más. En su interior lo que parecía desde lejos una persona, iba perdiendo forma en tanto que la llama se tornaba más intensa. En segundos se achicó hasta el punto que parecía una vela de cera enterrada en el piso.
_Vamos a mirar de qué se trata!
Alejandro saltó la reja seguido de Fernando. Los muchachos llegaron hasta allí y se inclinaron hacia aquella luz, mas ésta se apagó y en el lugar en donde estaba, algo brillaba entre el escaso pasto.
_Qué es eso? –Preguntó Fernando-
_Parece un anillo! –Respondió Alejandro.
Al momento se agachó y lo tomó. En efecto era un anillo de oro, de hombre. En la parte interna tenía grabado un nombre y una fecha.- Este anillo debe valer un buen billete!
_Y no te parece raro todo lo que vimos para encontrarlo?
_Dicen que las huacas arden como el resplandor que vimos.
_Debió ser del hombre que mataron aquí. No sería que su espíritu hizo que lo encontremos para que lo hagamos llegar a sus familiares? Pues te cuento que ellos vienen todas las noches, bajan una mesa pequeña de la camioneta en que llegan, le colocan un mantel con flores y rezan. Los he visto desde mi apartamento varios días.
_Debe ser que le están rezando el novenario. Pero yo no voy a ser tan idiota de entregarles este anillo. Si lo puedo vender te daré tu parte.
_No. Por mi, haz con él lo que quieras.

Entraron al conjunto, se despidieron y cada cual se fue para su apartamento.

Esa noche Alejandro se acostó tarde. Sus padres ya se habían retirado a dormir; él prefirió quedarse un rato más mirando televisión. Cerca de las 12 apagó el receptor y se fue a su habitación. Mientras se colocaba su pijama, miró con deleite en su mano, el anillo que se había encontrado. Se lo quitó despacio. Era muy pesado. Tenía un diamante cuadrado. Realmente era muy hermoso. Lo colocó sobre la mesita de noche, se metió entre las cobijas y apagó la luz. Un rato después, estaba profundamente dormido.

Mas su sueño no duró mucho. Alguien pronunciaba su nombre con voz extraña.
-Alejaaandrooo!

Estaría todavía dormido? Sería un sueño? Al instante quedó despierto. Su alcoba estaba tenuemente iluminada. Giró su cuerpo despacio cuando descubrió la causa de aquella iluminación. Agrandó los ojos y sintió un terror inmenso. Allí en un rincón de su alcoba estaba la misma aparición que viera en la avenida cuando hacían ejercicios con su compañero Fernando. Era un hombre rodeado de un resplandor quien lo miraba amenazador. Alejandro se incorporó a medias contra el espaldar de la cama. Miró al personaje con terror, el que aumentó al distinguir un agujero en la frente del que manaba sangre. Un desgarrador grito brotó de sus labios mientras el hombre le decía con macabra voz:
-Devuéelvemee esee aniillooo!

Al escuchar el espeluznante grito, su padre se levantó y entró en la alcoba del muchacho.
_Qué pasa! –preguntó contemplando la cara de terror que tenía su hijo. Se sentó en su cama y encendió la luz.

_Se fue! –Dijo el muchacho mirándolo con los ojos a punto de salirse de sus párpados-
_Se fue, quién?
_El hombre que mataron! Quería que le devuelva el anillo!
_A ver, hijo mío. Vas a tranquilizarte y a contarme qué pesadilla fue la que tuviste.
_No fue ninguna pesadilla! El estaba aquí! Quería el anillo! Y volviéndose a la mesa de noche lo tomó y se lo entregó a su padre.
_De dónde sacaste esto?

En pocas palabras Alejandro relató lo sucedido al comenzar aquella noche.
_Lo mejor es que lo devuelvas. Si, como dices, los dolientes vienen por las noches a rezar en el lugar donde lo mataron, debes acercarte a ellos y entregarlo. Por ahora nos tocará llevar el colchón de tu cama a la alcoba de tu madre y mía.

Al anochecer del día siguiente, Alejandro acompañado por Fernando se acercó hasta el grupo que rezaba alrededor del improvisado altar. Cuando terminaron, saludó a la mujer que dirigía el rezo.
_Señora, quiero hacerle entrega de algo que encontré en este lugar y que creo le pertenece.
-El anillo de mi amor! Gracias, muchacho! –Lo abrazó y le dio un beso en la mejilla.

Alejandro se sintió tan aliviado, que ese beso significó, para él, mucho más que una recompensa en dinero.

A partir de ese día, nadie volvió a ver la extraña aparición y, afortunadamente, todo volvió a la normalidad.

FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe . Derechos reservados