tents-801926_1920La mañana de aquel cuatro de enero estaba espléndida. Después de bajar maletas y utensilios de los vehículos, los paseantes pusieron manos a la obra para organizar su estadía. En total conformaban cuatro parejas. Mientras los varones se dedicaban a armar las carpas, las muchachas intentaban encender el carbón del asador para preparar la carne, unas mazorcas y los chorizos para el almuerzo. Poco después, la olla de las papas hervía sobre las tres piedras grandes, entre las cuales ardía la leña que habían recogido entre todos. En unos cuarenta y cinco minutos estarían todos comiendo. Cada uno colocaba lo mejor de sí para que el pequeño campamento quedara listo.

El paraje que habían escogido era hermoso. Un pequeño potrero al lado de una quebrada rodeado de espesos matorrales. Muy apropiado para descansar tranquilos aquellos últimos días de vacaciones que les quedaban antes de reiniciar sus estudios universitarios.

Las carpas quedaron listas con sus entradas dispuestas de frente al sitio donde habían armado la fogata. Sólo una de ellas tenía una cubierta en donde guarecerse del sol o la lluvia. Allí colocaron las sillas plegables.
Después de terminar, algunos de los varones se acercaron a colaborar con el asado. Al cabo de un rato…
_Ya está el almuerzo. –Dijo una de las cuatro muchachas-
_Ya era hora! –contestó otro-
Cada uno recibió su parte y buscó en donde sentarse con su respectiva pareja, llevando en una mano el plato correspondiente y, en la otra, su lata de cerveza. Al terminar, unos entraron a las carpas y otros, con la cara cubierta con sombreros o cachuchas, se tendieron a dormir la siesta.
Cerca de las dos de la tarde empezaron a desperezarse estirando brazos y piernas.
_Creo que es hora de meternos a la quebrada. –Dijo Gonzalo-
_Vamonooos!
Disfrutaron del baño hasta un poco más de las cuatro de la tarde cuando el cielo se oscureció. En la distancia se escuchó el sonido de un trueno. Este se volvió a repetir cada vez más cerca y más fuerte, acompañado de gotas de agua, hasta que se desató la tempestad. Los muchachos corrieron a sus carpas.

El viento aullaba y se esforzaba en arrancar las cuerdas que sujetaban las carpas manteniéndolas en pie. Pronto hubo que encender las lámparas. La noche iba extendiendo su negrura por todo el paraje. Como si se hubieran puesto de acuerdo, una a una, las parejas fueron llegando a la carpa con cubierta.
_No es posible que llueva comenzando enero! –se quejó uno-
_Lo que sucede es que no tuvimos en cuenta las cabañuelas. –Contestó una de las muchachas-
_Y eso con qué se come?
_Los primeros doce días de enero corresponden a los doce mese del año. Cada día se comporta como será el mes. Hoy es cuatro de enero que corresponde al mes de abril; “Abril lluvias mil” –decía mi santa abuelita que hasta virgen murió. –Chisteó la joven-
_Lo que quiere decir que mañana también lloverá porque corresponde a mayo.
_Qué desgracia tan infinita!
_Bueno a dejarse de lamentos. Ya estamos aquí pa’las que sea!
_Y qué! Es que no vamos a meternos un traguito entre pecho y espalda?
_Entre y saque una botella. Ahí también hay copas.
Teniendo como fondo musical la lluvia que lentamente iba disminuyendo, comenzaron a tomar unos tragos. La conversación giraba sobre la universidad, el nuevo semestre, etcétera. De pronto un ruido como el que produce un coco al caer, llamó la atención de todos, haciendo que giraran la cabeza hacia un mismo punto totalmente oscuro: los matorrales.
_Los fantasmas ya se están manifestando! –Comentó Alex-
_No me vaya a decir que usted cree en esas estupideces!
_No. No creo, pero le tengo respeto al tema. Nunca he tenido experiencia con ello, afortunadamente; mas, si un día me ocurriera algo, me defecaría del miedo!
_A mi abuelo si le ocurrieron varias cosas raras! –Comentó la más sexi y hermosa de las muchachas de nombre Sylvia.
_Cuente una de ellas.
_Está bien. Una de las que recuerdo y que me produce un poco de miedo es ésta: Cuando era más joven, él vivía en un pequeño pueblo en donde la luz era muy baja. En cierta ocasión, un día viernes, salió a encontrarse con unos amigos con quienes fue a tomar unos tragos. Estuvieron hasta muy avanzada la noche y cuando ya se sentía entonado, se despidió. Su casa quedaba en la calzada que conducía al cementerio. Era la última de la calle y por ella desfilaban todos los fallecidos. Le faltaban tres cuadras para llegar cuando se percató de la presencia de una mujer que caminaba despacio. Tenía un hermoso talle. La batola blanca que llevaba se le pegaba al cuerpo debido al fuerte viento que soplaba. Como presintiendo la presencia del hombre (mi abuelo), volteó a mirar y fue entonces cuando él la reconoció: era Adriana, una joven del pueblo. El la siguió con la idea de cortejarla. Mas en el mismo instante se sobresaltó porque recordó que aquella niña había muerto hacía no más de un mes. Se había suicidado. Un escalofrío se le clavó en la columna vertebral y se detuvo. Antes de terminar la cuadra había dos filas de ladrillos de una altura como de dos metros, arrimados contra la pared. La muchacha se acercó caminando hasta ellos como tratando de esconderse. Desde donde se encontraba mi abuelo alcanzaba a ver parte de su vestido. Al verla tan tímida dudó si sería aquella muchacha o alguna hermana, quizá. Quiso asegurarse y armándose de valor siguió su camino. Al llegar al punto la muchacha siguió mirándolo con el miedo reflejado en su exageradamente pálido rostro. El se acercó un poco, sin embargo ella comenzó a meterse entre los ladrillos y la pared, sin que entre ellos hubiera espacio alguno. Al reparar en ello, el miedo retomó la fuerza de hace unos momentos. Trató de correr, mas las piernas se tornaron extremadamente pesadas. Fue cuando escuchó el maullido de unos gatos que se acercaban en todas direcciones, rodeándolo. Al borde del colapso buscó con la mirada en derredor. El maullido se incrementaba a cada momento acompañado de otro sonido que no alcanzaba a precisar. Empezó a caminar muy despacio haciendo un gran esfuerzo. Aquel ruido aumentaba paulatinamente hasta que pudo descubrir de qué se trataba: era como si alguien arrastraba unas cadenas. Entre la neblina alcanzó a ver el bulto de un hombre. Sin saber cómo pegó un salto hacia adelante y corrió tan rápido hasta llegar al portón de su casa. Golpeó con todas sus fuerzas lanzando un aterrador grito y quedó desmayado.

Los presentes escucharon mudos aquel impresionante relato. Otro de ellos dijo:
_Hay quienes aseguran que nunca estamos solos. Que hay otros seres que viven junto a nosotros pero en otra dimensión, sin embargo, aunque nosotros no podemos verlos, ellos si pueden hacerlo con nosotros. Unos de ellos son los espíritus burlones que gozan haciéndonos pilatunas como escondiéndonos cosas, golpeando puertas, haciendo caer vasos y otras cosas.
_Así es. Y no sólo esos. Hay espíritus malignos que hacen mucho daño. Entre éstos están las famosas hadas.
_Yo creía que ellas eran seres buenos.
_De ninguna manera.
_Es bueno saberlo.
_Al suegro de un tío –añadió Lucas- le pasó algo muy extraño poco antes de morir. El tenía una alcoba pequeña en la que únicamente cabía la cama y un sofá. Aunque la mayor parte del día permanecía acostado, pues no podía levantarse por sus propios medios ya que era tullido, su cerebro funcionaba muy bien, y con él se podía conversar con lucidez.

Una noche, a eso de las tres de la mañana los hijos con quien vivía, un hombre y una mujer, ambos solterones, escucharon que el viejo gritaba. La mayor de los dos hijos, Maruja se colocó a toda prisa una levantadora y pasó a la alcoba de su hermano quien ya salía con el afán dibujado en su cara. Al llegar a la alcoba, Efrén se llama el hombre, manipuló la manija de la puerta sin que pudiera abrirla. Les extrañó el hecho porque siempre permanecía sin seguro. Al no poder hacerlo, golpeó la puerta con la palma abierta mientras decía:
_Papá! Abre, por favor! –Adentro los quejidos habían terminado-
_Espera! Voy por la llave! –dijo Maruja y salió volando hacia su alcoba para regresar en pocos segundos. Efrén introdujo la llave en la cerradura y empujó inútilmente la puerta; algo la detenía impidiendo que ésta girara. Haciendo un gran esfuerzo logró separarla del marco algo así como unos cinco centímetros. Miró por el pequeño espacio y lo que vio lo dejó intranquilo: la cama estaba vacía! Solamente se apreciaba el tablado.

Atando cabos, concluyó que lo que impedía abrir la puerta era el colchón. Recordó que éste era uno de esos antiguos, pesado. Sería imposible abrir; así que lo único sería quitar la puerta…a golpes, mas corría el riesgo de herir a su padre. Fue por un formón y una caladora. Con gran dedicación cortó un espacio suficiente para poder introducirse en la alcoba. En primer lugar asomó la cabeza para evaluar la situación: su padre se hallaba acostado sobre el colchón, cobijado dormido o…desmayado. Calculó en donde pisar y se introdujo. Seguidamente ayudó a su hermana. Se agacharon a mirar al viejo. Le tomaron el pulso y la temperatura con sus manos. Parecía estar normal. Moviéndolo suavemente trataron de despertarlo. El hombre abrió los ojos asustado intentando inútilmente de incorporarse.
_Tranquilo! Somos nosotros.
_Qué pasó?
_Eso deseamos saber. Qué pasó? Cómo hiciste para bajarte y bajar el colchón?
_No fui yo! Fueron ellos! –exclamó aterrado-
_De quiénes hablas?
_De esos cuatro seres que me querían llevar!
_A ver. Cálmate. Primero vamos a colocarte en tu silla y a volver el colchón a su sitio. Luego Maruja te traerá una aromática de toronjil que es muy buena para los nervios y después nos cuentas lo sucedido.
Rato después inició el relato…
_ Estaba profundamente dormido cuando alcancé a percibir la presencia de alguien; empecé a despertarme al sentir que me movían la cama. Volteé a mirar y me tropecé con cuatro seres: uno de ellos estaba sentado cerca de la cabecera, otro a los pies y dos estaban parados mirándome. Sus rostros tenían facciones horribles como si hubieran salido de un incendio o como si fueran seres mutantes. Me invadió el terror y no pude preguntarles quiénes eran; y como si me hubieran adivinado el pensamiento, con una voz cavernosa, uno de ellos dijo:
_”Venimos por ti”
Los que estaban de pies se acercaron y trataron de cogerme. Yo grité con todas mis fuerzas:
_Noo! Déjenme!
_Fue entonces cuando me levantaron con todo y colchón y me dejaron caer al piso. Acto seguido se me lanzaron encima como si fueran a morderme. Dos de ellos me tomaron de los brazos como tratando de arrancármelos. En eso sentí que ustedes venían. Cuando empujaron la puerta me miraron amenazadoramente y se convirtieron en humo. No supe más.
_No sé si me voy a morir del miedo o de las ganas de orinar. Quién de ustedes me acompaña? –preguntó Wendy. Las muchachas se miraron entre sí. Una de ellas dijo:
_Creo que debemos ir todas.
_Si. Vamos!

Se levantaron y se encaminaron hacia el bosque; al instante se perdieron en la oscuridad. Cuando estuvieron a prudente distancia se dispusieron a hacer sus necesidades. Minutos después tres esperaban a su compañera quien estaba un tanto separada. Esta llegó al trote exclamando:
_Miren!
Entre la enramada caminaba alguien. Según su atuendo parecía ser una mujer. Sería tal vez por la oscuridad, que no se le veía la cabeza. Las jóvenes se lanzaron hacia el campamento a la carrera. Llegaron jadeantes a contarles a sus compañeros.
_No tienen por qué alarmarse. Debe ser algún habitante del sector. Lo que sucede es que con los cuentos que nos relataron nos pusimos nerviosos. –Argumentó uno de los jóvenes.

Siguieron conversando un poco más. La lluvia había cesado y sobre el cielo nublado las estrellas luchaban por asomarse. Una de las niñas dijo:
_Ya tengo mucho sueño. Me da pena dejarlos, pero me voy a dormir.
_Yo creo que todos debemos irnos a dormir. Así nos levantamos temprano a trotar y disfrutaremos más el día.
_Si no llueve, por cierto.
Al rato todos estaban dentro de las tiendas emparejados disfrutando de su romance.

Era ya cerca de la media noche. En su carpa, Mauricio y Sylvia permanecían abrazados; ella recostada en el pecho de él. Habían dejado de hablar; el sueño se fue apoderando de los dos. En un instante, Mauricio estaba profundamente dormido y Sylvia se adormecía. De pronto, el ruido de unos pasos se escuchó fuera de la carpa. Al instante la joven quedó con los ojos totalmente abiertos y a la expectativa. Alguien caminaba por fuera. Tal vez sería alguno de los compañeros que se levantó “al baño”, pensó. Sin embargo los pasos no se alejaban; por el contrario se acercaban como si se dirigieran hacia su tienda. Ella miró hacia el lugar por donde supuestamente venían. Se detuvieron justo contra la carpa; la escasísima luz externa hizo que la sombra del caminante se proyectara sobre ella exactamente en la parte opuesta a la entrada. Sylvia se sobresaltó un tanto mientras pensaba que alguno de sus amigos quería jugarle una broma. Ella sonrió y lo que decidió fue pagarle con la misma moneda.
_”Quién de ellos será?” –se preguntó inspeccionando la figura; más al mirar la parte superior no le encontró cabeza! De alguna manera se las arreglaría para disimular su figura.
Se levantó tratando de no despertar a Mauricio, corrió el cierre con todo el sigilo, tomó con los pies sus chancletas y salió con el propósito de asustar al visitante. Dio la vuelta y al llegar a la esquina quiso tomarlo por sorpresa, mas no había nadie. Buscó con la mirada a su alrededor: quien quiera que hubiera sido el visitante, se dirigía hacia el bosque caminando tranquilamente con los brazos colgando a los lados. Algo le llamó la atención: el hecho de que sobre sus hombros no se le veía la cabeza. Antes de adentrarse en la maleza giró su cuerpo como “mirándola”. Fue en ese momento cuando reparó en el escote de su vestimenta: No podría asegurarlo, y hasta podría ser efecto de la escasa luz de la luna, pero le pareció que tenía el cuello ensangrentado. El susto fue tal que ahogó un chillido con sus manos y corrió hacia su tienda lanzándose sobre Mauricio quien se despertó al instante.
_Qué pasó, mi amor! –La joven tenía los ojos llenos de lágrimas-
_La vi!
_A quién?
_A la mujer sin cabeza!
_Cuál mujer sin cabeza, mi amor. Debiste tener una pesadilla. Ven. Duérmete.
_No! No fue ninguna pesadilla!
_Bueno, debe tratarse del mismo transeúnte de la vez anterior y a lo mejor iba agachado o tal vez por la distancia y la oscuridad no le viste la cabeza. Ven, mi amor, estás muy nerviosa.
La joven se arrebujó entre los brazos de su novio. Instantes después se quedó adormilada, más no por largo rato. Entre dormida y despierta sintió que alguien la llamaba en susurros:
_Sylvia! Ayúdameee! Sylvia! –Por segunda vez, quedó despierta en el acto. Se sentó agudizando el oído.
_Sylviaa! –La voz venía del bosque-
_Mauricio! Despierta!
_Ay, mi amor! duérmete y déjame dormir!
_Ella me está llamando! Escucha!
_Sylvia! Ayúdame!
El joven hizo a un lado las mantas y salió de la tienda seguido por su novia.
_Mírala! Allá está!
La mujer no se había movido del sitio. Mauricio no pudo evitar un estremecimiento al reparar en la figura.
_No se mueve! Y da la impresión de que quiere manifestarnos algo. Ve a llamar a los otros!
La niña corrió hacia las otras tiendas para volver con los demás campistas. Perezosos pero llenos de curiosidad, miraban a la extraña aparición.
_Creo que debemos acercarnos un poco.
Así lo hicieron, mas cuando estaban a pocos pasos, la mujer giró y empezó a caminar hacia el bosque. Bueno, no precisamente a caminar; mejor, parecía volar.
_Creo que no debemos seguirla. Puede ser algún ser maligno que quiere causarnos algún daño! –sugirió Oscar, otro de los campistas-
_Por el contrario creo que necesita ayuda. –manifestó Sylvia.- Sigamos!-
Ya dentro del bosque, la aparición se detuvo cerca a un enorme tronco caído y giró hacia el grupo que se detuvo al instante. Ella señaló con el brazo hacia el lado posterior del tronco y como si se desvaneciera en el aire, desapareció.
_Es como si hubiera querido mostrarnos algo. Vamos a ver de qué se trata! –dijo Mauricio-
Se acercaron cautelosos hacia el árbol caído, mas al lado opuesto se había levantado una gran cantidad de maleza que no permitía descubrir nada especial, y menos a esa hora.
_Será mejor regresar mañana y averiguar de qué se trata.
Preocupados se regresaron a sus tiendas muy juntos. Ninguno quería quedarse atrás. El miedo era cortante. Se despidieron protegiéndose bajo el calor de las carpas.

Durmieron hasta bien entrada la mañana. Sylvia y Mauricio fueron los primeros en levantarse. Se acercaron al río con el propósito de tomar un acariciante baño. Los compañeros fueron llegando por parejas. Se metieron todos al río y comenzaron a nadar. El ambiente no era el de antes. Pareciera como si cada uno de ellos temiera abordar la conversación sobre lo acontecido en la noche anterior. Las parejas disfrutaban aisladas de las demás. Un rato después comenzaron a salir del agua buscando sus toallas. Ingresaron a sus carpas. Después de vestirse, Sylvia dijo a Mauricio:
_Creo que es hora de encender el fuego y hacer el desayuno.
Una media hora más tarde estaban en ruedo dando buena cuenta de su primera comida del día. Mauricio tomó la iniciativa y llamó la atención de sus amigos:
_Muchachos! Escuchen! –Se fueron acercando para escuchar a su compañero- Creo que debemos terminar lo que iniciamos anoche. Los que quieran acompañarme, vamos! Hay que llevar algo con qué despejar la enramada.
_Yo traje un machete. –Dijo Gonzalo-

Llegaron juntos al lugar en donde habían visto por última vez a aquella mujer. Ahí estaba el inmenso tronco caído rodeado por la maleza. Gonzalo se dio a la tarea de cortar las ramas más cercanas para despejar un poco el sitio. Otros quebraban y arrancaban las ramas más delgadas. Al instante, Gonzalo gritó:
_Miércoles! Qué es esto? –todos se acercaron para ver de qué se trataba. Una de las muchachas lanzó un agudo chillido. Debajo de la maleza se podía ver algo así como la cabeza de una gran muñeca vieja. La nariz había desaparecido al igual que los ojos de los cuales se podía apreciar sus cuencas. De lo que quedaba de la nariz asomaba un gordo gusano cubierto de vellos. Un abundante cabello enmarañado y sucio circundaba la cara. Un arete que parecía de oro pendía del lóbulo izquierdo. Al otro lado no había ni arete, ni lóbulo ni oreja. La visión era macabra. Sólo que aquella cabeza no era la de una muñeca: era la de una mujer. Se quedaron todos en silencio. Al instante, como si hubiera hecho un gran descubrimiento, Oscar dijo:
_Oigan! Recuerdan que a la mujer que se apareció no se le veía la cabeza? –todos lo miraron intrigados- Eso quiere decir que…para matarla la decapitaron!
_Posiblemente. Le cortaron la cabeza y la lanzaron a la maleza. –añadió Mauricio-
_Pero el hecho debió ocurrir hace poco, porque aún está cubierta de carne.
_Ya decía yo que la aparición no quería asustarnos, sino buscar ayuda. –Argumentó Sylvia-
_Y debido a eso no podía descansar en paz. –dijo otra de las jóvenes-
_Bueno, creo que tenemos que llamar a la policía.

Más tarde, un sargento quien pertenecía a la comisión encargada de la investigación, les relató lo siguiente:
_”Unos días atrás una familia que había adquirido ese terreno venía en un campero con tan mala suerte que el conductor perdió el control y el vehículo se precipitó hacia abajo. La esposa, seguramente trató de salirse por la ventana, con tan mala suerte que el carro dio el bote y le cercenó la cabeza. Al hacer el levantamiento del cadáver de la señora, no se encontró por ningún lado esta parte de su cuerpo. Créanme que se le dedicó varios días a la búsqueda, sin resultados. Varios de los vecinos del sector aseguran haber visto en muchas ocasiones la figura de una mujer sin cabeza vagando por estos predios. Yo creo que esas ya son habladurías. Ahora nos toca llamar al esposo y comunicarle el hallazgo. Y por cierto, Muchas gracias por su colaboración.

Ya era tarde para levantar las carpas. Acordaron hacerlo al día siguiente. Esa noche se acostaron pronto. Sylvia no tenía sueño. La oscuridad era profunda. Alrededor de la carpa se sentía el canto de los grillos y el llamado de los insectos a sus consortes. La noche era tranquila. Inesperadamente un resplandor que provenía de fuera alcanzó a iluminar el interior de la carpa. Ella se sobresaltó y dirigió la mirada hacia el lugar de donde procedía. Para su asombro, alcanzó a vislumbrar la silueta de la mujer, la misma que se le apareciera la noche anterior. El nerviosismo comenzó a invadirla. Intentó despertar a Mauricio, mas cuando estiraba su brazo para moverlo, la acción quedó en suspenso al escuchar la voz de alguien que la llamaba:
_Sylvia!
En esta ocasión, al escuchar su nombre, sintió desvanecer todo miedo; por el contrario, se sintió invadida por un sentimiento de alegría. Se levantó sin pensarlo y salió de la cabaña. Caminó hacia el lado de la tienda. Allí estaba la aparición rodeada de una luz tenue y totalmente completa. Le estiró los brazos como invitándola a que se acerque. Sylvia dio unos cuantos pasos y estiró su mano. Cuando las dos manos se encontraron, la joven sintió que la aparición le entregaba algo mientras la miraba sonriente y cariñosa. Luego la soltó y retrocedió sin dejar de mirarla. Acto seguido, levantó el brazo en señal de despedida mientras su figura se perdía entre las sombras de la noche. En ese momento sintió las manos de alguien que la tomaba por los hombros. Giró la cabeza sobresaltada: era Mauricio.
_Qué haces?
_La mujer vino a despedirse.
_Cómo así?
_Así como lo oyes. –Dijo entrando a la tienda, y en pocas palabras le contó lo ocurrido mientras él encendía la lámpara. Al terminar recordó que algo le había dejado en la mano y la abrió: en ella encontró un hermoso par de aretes de oro. Abrió los ojos mientras de su boca salía un sonido de admiración: era el regalo que la difunta le había dejado por haber permitido que su cuerpo y su cabeza se encontraran.

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos de autor reservados.