Corría el año de 1951. Desde que su madre falleciera cuando apenas contaba con 12 años de edad, Angela vivía con Arnoldo, su padre, quien se las había arreglado para desempeñar los dos roles: De madre y padre a la vez. Ella era su adoración y su razón de vivir y, en compensación, el amor que la niña sentía por él, era inconmensurable. El no había pensado en volver a casarse. No le habría puesto madrastra por nada en el mundo. A esta época, la niña ya era una mujer de 22 años, y trabajaba como ayudante en una dentistería, relativamente cerca de su casa. Vivían en Bogotá.
Cuando su padre llegaba de trabajar, decía:
_Hija mía, ya estoy aquí. –Lo sentía colocar el abrigo y el sombrero en su lugar y contestaba:
_Hola, papá! Ya le llevo su cafecito caliente.
_Gracias, mi niña.
Ella entraba con la bandeja y se sentaban a la mesa juntos a degustar el humeante café, mientras compartían lo acontecido durante el día. Luego encendían la radio. Después de accionar el botón, esperaban a que el aparato se calentara y empezara a funcionar. Su vida era bastante apacible.
Una mañana, cuando Arnoldo se afeitaba, se extrañó de ver un círculo rojo en la punta de su nariz. Se examinó detenidamente. Abrió la llave y remojó una de sus manos, la pasó por el jabón y se frotó con delicadeza. Luego se pasó la toalla para secarse. La marca no disminuyó en absoluto. No le puso importancia. Sin embargo, al pasar los días, el centro del círculo comenzó a inflamarse de tal manera que ya era notorio.
_Papá, ¿qué te ocurrió en la nariz? La tienes un poco inflamada.
_No tengo la menor idea, hija. Seguramente me picaría algún mosquito. Ya se me pasará.
_ ¿Sientes algún dolor? –Arnoldo, instintivamente se tocó con los dedos pulgar e índice, apretándose un tanto.
_No. Es más, no siento nada; como si no tuviera sensibilidad. En otras palabras, como si no tuviera nariz, ja ja ja.
Cuando aquella pequeña protuberancia aumentara su tamaño y cambiara de color, ya comenzó a preocuparse. Decidió pedir permiso en la empresa, para ir a consultar al médico. Mas, su jefe, le respondió con una pregunta:
_Arnoldo, ¿usted cree que es totalmente necesario? ¿Le está ocasionando alguna molestia o dolor?
_Ninguna de las dos cosas. Pero yo prefiero consultar antes de que se empeore. Como usted ve, ya tiene un color negro.
_Yo creo que se trata de algún lunar. Esperemos unos tres días. Usted sabe que en el momento hay bastante trabajo y deseo evitar que se aglomere más.
En la mañana del día siguiente, cuando terminaba de vestirse, después de tomar su baño, tuvo deseos de estornudar. Seguramente se resfrió un poco. Tomó su pañuelo, se cubrió la boca y estornudó dos veces. Acto seguido, se sonó. Tal fue su sorpresa cuando, al mirar el pañuelo, se percató de la presencia del supuesto “lunar”, rodeado de sangre casi seca. Volvió de prisa al cuarto de baño para mirarse en un espejo. El cuadro fue aterrador: En el lugar de donde se había desprendido, quedaba un enorme hueco rojo y oscuro. Dicho en otras palabras, ya no tenía la punta de la nariz. Se asustó y llamó a Angela:
_ ¡Hija, ven!
La joven se acercó inmediatamente.
_ ¿Qué ocurre, papá?
_Por favor, colócame una gasa con un esparadrapo. ¡Míra lo que me ocurrió en la nariz!
_ ¡Ay! ¿Cómo se hizo eso, papá? ¡Se quedó sin media nariz! Tiene que ir de una vez al médico!
_Claro que sí, hija.
Ya en el consultorio, el médico tomó un cuaderno grande de citas en las que anotaba los datos personales de sus pacientes, incluidas la dirección de residencia y de trabajo. Al realizar la auscultación, disimuló muy bien el estremecimiento que le causó el orificio que se había formado en la nariz del hombre.
_Muéstreme sus manos.
Arnoldo las levantó un poco. Las uñas aparecían negras y cortas.
_Voltee las palmas hacia arriba.
Las puntas de los dedos presentaban una coloración oscura. El médico abrió un cajón y tomó una pieza de tela y una aguja, sin ser visto por el paciente.
_Va a cerrar los ojos y me va a decir qué siente. Por su bien, no vaya a hacer trampa.
_Por supuesto que no, doctor.
El galeno pasó la mano por delante de los ojos de Arnoldo, para comprobar si estaba mirando. Acto seguido, evitando tocarle la mano, la rodeó con la tela y le pinchó la yema del dedo índice.
_ ¿Qué siente?
_Nada, doctor.
Realizó el mismo procedimiento con los demás dedos y repitió en cada caso la pregunta. La respuesta fue la misma.
_Ya puede abrir los ojos. Por favor retírese la camisa y la camiseta.
El médico miró la espalda, descubriendo que tenía varios círculos rojos de diferentes tamaños. La conclusión era obvia. Sin embargo, no le era permitido comunicarla al paciente. En cambio, le dijo:
_Voy a darle cinco días de incapacidad. No es necesario que vaya a su sitio de trabajo. Yo me encargaré de enviar la incapacidad. Usted debe descansar en casa. Evite salir.
_ ¿Y tengo que tomar alguna droga, doctor?
_No es necesario. Solamente descanse. Ah! Mientras llega a su casa, cúbrase la nariz con el pañuelo. Al llegar, si lo desea, puede colocarse una venda. Debe hacerlo usted mismo, ya que la infección que tiene puede pegársele a otra persona.
Arnoldo llegó a su casa. Mientras colocaba la pesada llave en la puerta, se dijo:
_ “Bueno, si me ordenan descansar, pues ¡A descansar, se dijo!
Horas más tarde le contaba lo ocurrido a su hija.
_Pero, ¿No le dijo qué era lo que tenía?
_No. Sólo me ordenó los cinco días de incapacidad.
_Eso quiere decir que no es nada grave.
_Es lo que yo creo.
Al día siguiente, Angela se fue a trabajar como de costumbre. Anrnoldo sacó una silla al patio y se dispuso a disfrutar de su primer día de receso. Tomó un libro y se dispuso a leerlo otra vez. Mas, cuando apenas había comenzado, unos fuertes golpes sonaron en el portón. Se incorporó con cierto trabajo y salió a abrir. La sorpresa, al ver a los visitantes, fue grande: Se trataba de un hombre calvo de poblado bigote quien sostenía un portafolio; dos agentes de policía lo acompañaban.
_Buenos días. El señor Arnoldo González, por favor?
_Si, soy yo. En qué los puedo servir?
_Venimos en representación de la Dirección de Sanidad. Tenemos que hablar con usted y con su familia.
_Mi familia se compone de mi hija y Yo. En el momento ella está trabajando.
_Entonces necesitamos que nos dé el nombre de ella, el lugar y dirección de su trabajo. Debemos localizarla cuanto antes. Una vez que tengamos esos datos, le daremos a conocer el motivo de nuestra visita. Agente, sírvase anotar.
_Sigan, por favor.
_No es necesario. Lo poco que tenemos que comunicarle, lo haremos aquí.
Cuando Arnoldo dio los datos solicitados, el hombre de civil añadió:
_En nombre del gobierno de la República de Colombia me permito darle a conocer las disposiciones que se han tomado con respecto a usted, con base en el examen médico practicado por el doctor Raúl Figueredo en el día de ayer y, teniendo en cuenta su diagnóstico.
1. Usted presenta un grabe estado de salud al contraer la enfermedad comúnmente conocida como “Lepra”. En consecuencia, de acuerdo con las leyes, usted debe trasladarse a la población de Aguas de Dios dentro de los cinco días contados incluyendo el día de hoy.
Arnoldo quedó petrificado al escuchar al representante. Le faltó muy poco para caer desmayado. Se arrimó a la pared. Su primer pensamiento fue en su hija Angela. Mil preguntas se le venían a la cabeza.
El empleado, continuó:
2. Teniendo en cuenta que la enfermedad es supremamente contagiosa, a partir de este momento es obligación suya evitar el contacto directo con cualquier persona, incluidos sus familiares.
3. Debe estar preparado para partir, llevando únicamente ropa ligera, puesto que el clima de allá es muy caliente.
4. En cualquier momento vendrá un vehículo para transportarlo a su nuevo destino. Puede ser acompañado, en este caso, por su hija, únicamente hasta el Puente de los Suspiros. (Este es un puente metálico de 142 metros de largo que une a la población de Tocaima con Aguas de Dios. En la actualidad ya casi no se utiliza.) Ella no podrá entrar a la población, ni usted podrá volver a salir de allá, a menos que los médicos lo determinen.
5. Le será retirada la ciudadanía de colombiano y se le proveerá de un carnet que lo acredita como vecino de la población señalada. Si lo desea, puede cambiarse el apellido.
6. El estado le otorgará un auxilio económico mensual en la moneda “Coscoja” que se utiliza en aquella región. No podrá volver a usar el peso oro.
7. A partir de este momento no podrá salir de su casa. Un policía quedará encargado de la vigilancia.
Estas disposiciones les serán dadas a conocer también a su hija. Con su permiso. –El hombre dio media vuelta y salió de allí apresuradamente.-
_Siga… usted.
El desafortunado enfermo se sentó en una de las butacas de la sala. Agachó la cabeza entre sus manos y no pudo contener las lágrimas al pensar en dejar a su hija sola.
El representante se dirigió al lugar de trabajo de Angela, a quien la puso al tanto de lo acontecido.
Es muy difícil explicar el estado de ánimo que embargó a la joven al conocer el hecho. Su reacción fue la de salir corriendo a encerrarse en el servicio higiénico a llorar. Al igual que a su padre, muchas cosas se le venían a la cabeza. La principal: Después de la despedida nunca más lo volvería a ver. Con el paso del tiempo, no tendría conocimiento de si aún vivía o ya habría fallecido.
El dentista, un hombre muy humano, llamó a la puerta:
_ ¡Angela! Salga, por favor.
La muchacha se pasó los dorsos de sus manos por los ojos y abrió.
_Lamento mucho lo que ha sucedido. Por ahora puede irse a casa. No creo que esté en condiciones de seguir trabajando hoy. Además, creo que debe tomarse unos días hasta que ya las cosas se hayan calmado.
Al llegar y ver al agente de policía, sintió una profunda rabia.
_Permiso. –Dijo-
_ ¿Quién es usted? –Preguntó éste.-
_Mi nombre es Angela y ésta es mi residencia.
Se hizo a un lado y le franqueó la entrada. La joven entró corriendo, llamando a su padre:
_ ¡Papá! ¡Papá!
El padre contestó desde su alcoba:
_Estoy acá, hijita.
Ella abrió los brazos e intentó lanzarse sobre su padre, pero él, adivinando su intento, levantó la palma de su mano por delante de su pecho y le dijo:
_Alto, hija mía. Voy a pedirte que guardemos cierta distancia. No quiero causarte ningún daño. Así que evitemos cualquier contacto físico.
La joven entendió perfectamente la actitud de su progenitor y, entre sollozos, se detuvo. Fue cuando reparó en la maleta que había a su lado.
_ ¿Qué haces?
_El hombre que vino a darme la información, me dijo que estuviera preparado, que en cualquier momento vendría un vehículo para llevarme a Aguas de Dios. Esta es la maleta que alisté con un poco de ropa. La que queda aquí la he colocado en el patio trasero. Debes rociarla con kerosene y quemarla. Me dijo también que tú podrías acompañarme en el viaje. No sé hasta qué punto sea una buena idea, puesto que…
_ ¡Claro que voy a ir! ¡Y si me dejan quedarme con usted, me quedaré!
_No digas tonterías. Tú eres muy joven y tienes toda la vida por delante. Quiéraslo o no, la vida sigue. Yo ya estoy viejo. Además, mi enfermedad no está tan avanzada. Es posible que me cure.
Lo anterior lo dijo, no porque así lo creyera, sino por disminuir un poco el dolor de su hija.
Al día siguiente, a media mañana el agente de turno llamó a la puerta, para advertir que el carro los estaba esperando. Uno de los dos agentes los hizo seguir a la parte de atrás, colocó el seguro, y se ubicó junto a su compañero, quien conduciría el automóvil.
Horas después, llegaban al famoso Puente de los Suspiros. Cuando el vehículo se detuvo, padre e hija se bajaron en silencio. El hombre tomó la maleta. Uno de los agentes le alargó una hoja de papel y dijo:
_Esta es la orden de ingreso. Debe presentarla en portería. Allá debe entregar su cédula y recibir su carnet de identificación.
El hombre asintió; él y su hija, empezaron a caminar hacia el puente. Al llegar, colocó el equipaje en el piso y ambos se miraron. Angela abrió los brazos y se lanzó hacia su padre quien dudó por un instante, mas, el amor pudo más que cualquier cosa y se fundieron en un abrazo mientras las lágrimas corrían por sus mejillas y los sollozos se fundían entre sí. La escena fue tan conmovedora, que los agentes de policía los miraban estremecidos, sintiendo un nudo en la garganta. Esperaron un momento prudencial; uno de ellos dijo:
_Lo siento mucho, pero tenemos que regresar.
Angela se separó un tanto con las manos prendidas del cuello de su padre y le pidió:
_Prométame que hará todo lo posible para curarse y que va a volver a casa.
_Claro que te lo prometo, mi amor. Ten la seguridad de que volveré. Tú eres mi vida. Y tienes que prometerme que te vas a cuidar mucho. Adiós, mi niña.
_Adiós, papá.
Se estrecharon por última vez y se separaron. La joven se metió en el carro mirando cómo su papá cruzaba el puente con la maleta en la mano y volteaba a mirar de cuando en cuando, levantando la mano. Minutos después, el vehículo arrancaba.
La soledad y la desesperación que sintió Angela, al llegar a casa, era inaguantable. Se refugió en su cama y dio rienda suelta a su infinita tristeza. Al fin, el sueño vino en su ayuda. Al día siguiente pensó en no ir a trabajar, pero cambió de idea. Ocuparse en algo, le ayudaría a sobrellevar el dolor.
Afortunadamente, los humanos tenemos un aliciente que poco a poco va curando las heridas del alma, por más dolorosas que ellas sean: El tiempo. Con su paso, los dolores se convierten en recuerdos que nos ayudan a soportar los sufrimientos y a resignarnos a las nuevas situaciones. Conocemos nuevas personas, entablamos nuevas relaciones y con todo esto, vamos construyendo un mundo nuevo.
Habían pasado cinco años. Una tarde, Angela había llegado hambrienta a su casa; así que, después de tomar un café, se dedicó a preparar la cena y, de una vez, el almuerzo del día siguiente. De pronto, muy nítidamente, escuchó que alguien abría la puerta de acceso a la casa; luego los pasos que se detenían ante el perchero y el ruido de éste al soportar el peso como cuando se colgaba una prenda pesada, algo así como…un abrigo. La joven afinó el oído e inmediatamente asoció el hecho con la llegada de su padre. El corazón aumentó su ritmo. Ella suspendió lo que estaba haciendo y salió de la cocina de prisa. “Su papá había sanado y regresaba a casa”–pensó-; mas, al entrar en la sala, no encontró a nadie; sin embargo, algo le llamó poderosamente la atención, y era el olor a la colonia que su padre se aplicaba después de afeitarse. Los ojos se le llenaron de lágrimas por el recuerdo, y se fue corriendo nuevamente a la cocina.
_ “¿Qué pudo ser eso?” –Se preguntó- “¿Sería que su padre…?” “No. No puede ser. Seguramente todo fue producto de mi imaginación. Los pasos serían de algún transeúnte que pasaba por la calle y, por coincidencia, usaba la misma loción.”
Días después, se despidió de Tomás, un amigo, quien la había acompañado a casa; entró y, después de hacer sus quehaceres, se fue a la cama. Un poco más allá de la media noche, sin causa aparente, se despertó bruscamente. De pronto, reparó en la figura que se entreveía en medio de las sombras. Parecía un hombre de abrigo y sombrero parado a prudente distancia de su cama, mirándola. Se asustó mucho puesto que la silueta se asemejaba mucho a… ¡su padre! Inconcientemente, preguntó:
_ ¿Papá?
Sus palabras sonaron en el vacío, aumentando su nerviosismo. Haciendo un gran esfuerzo, estiró la mano para encender la lámpara de su nochero. Sin embargo, cuando todo quedó iluminado, comprobó que no había tal figura. Se quedó pensativa analizando el hecho.
_ “Es la segunda vez que sucede algo relacionado con mi papá. Tal vez pienso tanto en él, que la mente me juega malas pasadas. Ojalá esté sanando y lo pueda tener pronto en casa.
Aquel sábado, al terminar su media jornada, se quitó la bata de trabajo y pasó al lavabo a retocarse los labios, peinarse y empolvarse la nariz. Al salir, Tomás, le propuso:
_Veo que ya estás de salida. ¿Qué tal si almorzamos juntos y luego aprovechamos este lindo día y vamos a pasear a algún parque?
_Mm, me gusta la idea. ¡Vamos!
Cuando ya la tarde llegaba a su fin, se despidieron en la puerta de su casa. Angela estaba feliz, puesto que Tomás le había declarado su amor y ella lo había aceptado como su novio. Se dieron un beso y se despidieron.
Cerró el portón y se quedó arrimada a él. Levantó su cara risueña, pensando:
_ “¡Qué afortunada soy! Ya no me siento sola.” Se fue a la cocina a prepararse un tinto. En ese instante, escuchó aquella llave en el portón y, luego, el suave golpe al cerrarse. Enseguida, como un corto tiempo atrás, los pasos de un hombre entrando. Salió hacia allá de prisa. Al entrar en la sala, el corazón se le llenó de una inmensa alegría: Su padre estaba dándole la espalda mientras colocaba el sombrero en el perchero. Al escucharla entrar, se volteó, la miró con una sonrisa y una ternura muy grandes. Su cara estaba radiante; No tenía ninguna seña de su enfermedad; en general su aspecto era muy joven. Ella detuvo su andar y dijo:
_ ¡Papá! ¡Has regresado! –Quiso correr a abrazarlo, pero sus piernas no se movieron.-
_ “Mi niña, volví para decirte que estoy orgulloso de tu forma de ser y para despedirme. Ya tengo que irme, pero siempre estaré contigo. Me alegro mucho de saber que ya no estarás sola. Adiós, mi niña. Te quiero mucho.”
Angela comenzó a temblar, mientras veía cómo la imagen de su padre se desvanecía hasta desaparecer. Cerró los ojos. Unas tímidas lágrimas rodaron por sus mejillas. No supo cuánto tiempo permaneció en ese estado. Cuando los abrió, se encontraba recostada sobre el brazo del sofá. No recordaba en qué momento se había sentado. Solamente sabía que su padre había descansado en paz y que había ido a despedirse de ella. Ya no sufriría más a causa de esa terrible enfermedad. Se sintió embargada de una inmensa calma.
Se acababa el mes de diciembre de 1961. A la media noche, el cielo se llenó de luces y bengalas de todos los colores, mientras se escuchaba el ruido de la pólvora. Angela estaba en casa de su novio. Todos se deseaban un “Feliz Año Nuevo”. Algunos salían corriendo a darle la vuelta a la manzana, con maletas a bordo. Otros pedían un deseo por cada uva que se metían a la boca; y no podrían faltar los choques de copas.
Algunos días después, el país entero conocería la noticia de que “Aguas de Dios”, pasaría a ser un municipio como cualquiera. Se acababa el veto sanitario, debido a que la ciencia había descubierto que la “lepra” no era ni contagiosa ni incurable. De tal manera que era posible convivir con quienes padecen esa enfermedad, poniendo en práctica algunos cuidados, como el de evitar el contacto directo.
Angela cumplía 32 años y había contraído nupcias con Tomás. Tan pronto conocieron la nueva noticia, tomaron un bus con rumbo a la población de Aguas de Dios. Quería conocer el lugar en donde había sido confinado su padre.
Al llegar, se acercó al lazareto. Allí le informaron sobre su muerte y el lugar en donde había sido sepultado. Tomás la acompañó a buscar la tumba. No la encontraron. Sin embargo, el sepulturero, un hombre que presentaba en su rostro, brazos y manos, las marcas que le había dejado la enfermedad, les prometió buscarla. Esa tarde fue al hotel donde se hospedaban para entregarles algo que había encontrado en medio de un arrume: Era la cruz con el nombre de Arnoldo González y la fecha de su defunción. Con ayuda del sepulturero y, de acuerdo con la fecha, lograron ubicar el lugar en donde fue enterrado. Después de colocarla, llevaron flores para su decoración, rezaron unas oraciones y prometieron volver para colocarle una lápida mucho más decente. Así lo hicieron y, además, dos veces cada año, volvían a visitar su tumba.
Angela falleció en el año de 2012, a la edad de 83 años.
Desafortunadamente, la enfermedad de “La lepra” no ha desaparecido hasta el día de hoy; aunque se puede controlar; en la actualidad continúa haciendo estragos.
Fin
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados