Choque en la carretera

Serían las cinco p.m. cuando Adolfo salió de la empresa. Tenía que llegar a casa, mudarse de ropa, comer algo y salir con rumbo a la población de Viotá, pues esa noche tenía cita con sus hermanos, primos y algunos amigos, para darle los últimos toques a la serenata que le llevarían al tío Lucho con motivo de su cumpleaños.

 El reloj marcaba las ocho de la noche, cuando dejaba atrás la congestión de la ciudad de Soacha. La noche estaba bastante oscura. Le producía cierto malestar tomar aquella solitaria carretera conduciendo su automóvil sin ninguna compañía. Más adelante apareció a lo lejos la desolada y fantasmagórica imagen del viejo hotel del “Salto del Tequendama” y la cascada del mismo nombre. Eran muchas las historias y leyendas populares que se contaban sobre ese lugar, ya que en un tiempo, fue el sitio predilecto de los suicidas, para acabar con sus tragedias amorosas, la falta de dinero, las deudas y problemas que los agobiaban. De allí que se dice que, en las noches, se escuchan lamentos y gritos de dolor de las almas en pena que vagan por ese lugar y sus alrededores.

 Pasó por el sitio acelerando su carro y evitando mirar hacia los lados. Así, se dio maña para buscar una memoria usb e introducirla en la ranura del radio. Esperaba que la música le ayudara a relajarse y sentirse algo acompañado.

 Antes de llegar a “Mesitas del Colegio”, se cruzó con uno que otro carro; pero, después de dejar aquel municipio, la carretera serpenteaba delante de los faros totalmente desolada. La negrura que se podía apreciar a los lados era estremecedora. De pronto, después de una curva, alcanzó a ver  la silueta de una mujer de bata blanca, parada en la mitad de la carretera. Inconcientemente, aminoró la velocidad. No sabía qué necesidad tendría para estar en ese lugar a esas horas de la noche. Pensó en preguntarle si la podía ayudar. En ese momento reparó en el color rojo de sus pupilas. Su imagen le produjo un intenso miedo. Cuando aceleró, la mujer saltó delante del vehículo, recibiendo el impacto en su cuerpo. Adolfo pisó el freno y retrocedió varios metros tan rápido como le fue posible, orillándose al lado derecho. Buscó con la vista el cuerpo, sin que pudiera encontrar nada. Trató de retroceder un poco más, y fue cuando al mirar por el retrovisor, la descubrió sentada en la banca trasera.  Sin pensarlo dos veces, abrió la puerta, tomó la llave del contacto y saltó para correr como un desesperado sin voltear a mirar ni una sola vez. Escuchaba claramente el ronquido parecido a un animal que asesaba. Las piernas comenzaban a fallarle, al comprender que aquel espanto venía detrás suyo. Para su fortuna, alcanzó a descubrir la luz de un bombillo que se filtraba por la rendija de la puerta de una casa situada un tanto adentro del borde de la carretera.  Haciendo un esfuerzo, se dirigió hacia allí y golpeó con desesperación, mientras gritaba:

_ ¡Auxilioooo!

La puerta se abrió inmediatamente y apareció un hombre armado con un machete. El viajero, sin darle tiempo de nada, pasó por su lado entrando en la habitación diciendo:

_ ¡Ayúdeme, por favor!

El hombre cerró inmediatamente la puerta.

_ ¡Gracias!

_No se preocupe. –Limpió con la mano una silla.

_Siéntese. Sé lo que le sucedió. ¿Viene solo?

_Si.

_Voy a servirle un guarapo bien fuerte para que se calme.

Se dirigió hasta una especie de gabinete y tomó una botella y dos vasos. Los llenó y le extendió su mano con uno de ellos. Acercó otra silla y tomó un gran trago.

_Le salió el espanto.

_Por lo visto, usted ya lo conoce.

_Por supuesto. Me imagino que venía manejando.

_Así es. –Le relató lo sucedido.-

_ ¿Y el carro?

_Lo dejé a un lado de la carretera.

_Y allí va a quedarse hasta mañana.

_ ¡No puede ser! ¡Tengo que llegar a Viotá a como dé lugar!

_Creo que no se va a poder. A menos que quiera exponerse. Yo de usted, no lo haría. Más le vale llegar vivo mañana, a que lo encuentren muerto al lado de la carretera. En mi caso, apenas empieza a oscurecer, me encierro y no salgo sino cuando aclara el día. Escuche: Aquí ha habido muchos accidentes y muchos muertos. Es más, a esa mujer fantasma la he visto varias veces, pero desde aquí.

_ ¿Y no le da miedo de que se le entre?

_No puede. Esta casa está protegida. Frecuentemente coloco sal alrededor y unas plantas contra los maleficios. Ustedes los de la ciudad no saben de eso.

_ ¿Y quién es, o qué les hace a los que encuentra por la noche?

_Los mata ella o les produce un accidente. Hace tres noches escuché el choque de dos automóviles. Me asomé por la ventana de ese lado -dijo señalando con el índice- y  pude ver los carros. En ese instante de uno de ellos se bajaba esa mujer o ese fantasma, caminó unos pasos y desapareció en la carretera. Después de un momento, llegó una camioneta y de ella se bajaron varias personas. Entonces fui hasta el lugar. En uno de los carros, había un muchacho desmayado, según dijo alguien y en el otro una pareja. Los dos estaban muertos. Al desmayado lo trajimos hasta aquí, lo reanimamos y le limpiamos la sangre.

Cuando pudo hablar, nos contó que había recogido a una mujer muy bonita y que, luego de sentarse, el muchacho le preguntó el nombre y, al mirarla, la cara era  de un monstruo. El joven se asustó tanto que perdió el control del auto y chocó con el que venía en sentido contrario. Cosa rara, cuando la policía vino a realizar el levantamiento de los cadáveres concluyó que el vehículo de la pareja había invadido el carril contrario. El muchacho quedó libre. Ahora usted dirá si se queda o va en busca de su carro.

_ ¡De aquí no salgo ni loco!

 

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados