En la antigua vía que conducía de Pasto a Ipiales, sobre el caudaloso Río Guáitara, y a una altura que produce escalofrío, fue construido el Puente Colgante en época de la colonia, mucho tiempo antes de ocurrir esta historia.

Se dice que el Libertador Simón Bolívar, de quien solamente se cuenta sus hazañas y se esconde la cantidad de hechos de crueldad, desde ese puente mandó lanzar, amarrados entre si,  al vacío, a una gran cantidad de parejas del mismo o de diferente sexo, por el sólo hecho de ser “pastusos”, en venganza por haber sufrido la derrota que le causó el ejército de Agustín Agualongo, caudillo nariñense, quien fuera comandante general de los ejércitos en España. Era tan bueno el trato de los españoles en esa región, que lo último que querían los pastusos al igual que los peruanos, era independizarse de España. Además, luchaba en defensa de los españoles de sangre, casados con criollas de ese lugar. Desde entonces se señala al pastuso de ser tonto, al desconocer a Bolívar.

En ese sitio, al estilo de lo que ocurre en “El Salto del Tequendama” cerca a Bogotá, muchos despechados, aburridos de la vida, endeudados o sin suerte, han tomado ese lugar para poner fin a su existencia.

 Amelia, una hermosa joven, hija y única heredera de un acaudalado hombre de negocios, es la protagonista de esta verdadera historia.

 Asdrúbal, hombre cuarentón, descendiente de una rica familia venida a menos económicamente, buscaba entre las jóvenes en “estado de merecer”, como dijeran nuestros abuelos, alguna que estuviera en condiciones de resolver su crítica situación.

Un día, la fortuna le sonrió: Conoció por casualidad a Amelia. Y como en esta vida, todo entra primero por los ojos, se sintió atraído por su belleza. Desde ese instante, a pesar de tener novia, desató sus habilidades donjuanescas para conquistarla.  Después de analizarla, descubrió en ella, además de otras, las dos principales cualidades que, para él, podía tener una mujer:  Riqueza y belleza.

 Días después, había logrado hacer que ella se enamorara perdidamente de él. Un corto tiempo después, se casaron. Este acontecimiento no fue visto nada bien por su novia de siempre. Tan pronto como fue posible, se las ingenió para hacerle el reclamo:

_Asdrúbal! Desgraciado! Por qué me hiciste esto?

_Lo hice por ti. O, mejor, por los dos. –Ella, sin poder dominar la ira, trató de golpearlo con los puños-.

_Eres un canalla!

El, agarró con firmeza las muñecas de la mujer.

_Contrólate y escúchame: No me decías que querías viajar? Tener una vida cómoda? Pues si te calmas y me escuchas, todo eso lo puedes tener si te llenas de un poco de paciencia. Mira! Yo voy a administrar todos sus bienes y su empresa. Viviré un tiempo con ella y cuando sea el momento, volaremos tú y yo a vivir en otro sitio donde no nos conozcan. Mientras eso ocurre, seguiremos viéndonos en secreto. Te llevaré regalitos… Claro que si no estás de acuerdo… -Dijo soltándola-

_Tú sabes que te amo y que no quiero perderte! –Respondió ella, lanzándose sobre él y llenándolo de besos.

El tiempo siguió su marcha. Asdrúbal administraba la riqueza de Amelia a la perfección, aunque ella sabía que la tajada que sacaba era grande. Eso lo descubrió con ayuda de su amigo incondicional y Contador de la empresa: Marcos. Por este motivo, no perdía oportunidad de hacerle notar que era la propietaria, o “la dura”. Además, ejercía un exagerado control sobre él, por lo que ya habían tenido serios disgustos. Después del último de ellos, y como para calmar los ánimos, un sábado en la mañana, le dijo:

_Mi vida, no quiero que estemos peleando. No me gusta verte así. Mira! Qué tal si te pones bien linda, te estrenas esa bata roja que te regalé y que debe lucir mucho en ese hermoso cuerpo, y nos vamos a dar un paseo fuera de la ciudad? Conozco un restaurante cerca de Ipiales en donde preparan una comida deliciosa. Qué dices?

_Está bien. Vamos.

_Entonces, tratemos de salir lo más rápido.

El paisaje, el viento y la música, contribuían a armonizar el paseo. Unas horas después, estaban en el restaurante almorzando un poco pasada la hora. Cuando terminaron, ella dijo:

_Por qué no dejamos el carro aquí y salimos a caminar?

_Mejor te propongo: descansemos un rato, nos vamos de regreso y en carretera, nos sentamos en algún potrero a descansar arrullados por el viento. Además, me gustaría tomar unas fotos en el “Puente Colgante”.

_Me gusta la idea.

 Más tarde, Amelia descansaba recostada sobre el verde prado y Asdrúbal hacía lo mismo con su cabeza sobre los muslos de ella.  A eso de las 3:30 de la tarde, el hombre dijo:

_Ven, vamos a tomar las fotos y nos  vamos. –Se levantó y muy amoroso ayudó a levantar a su esposa y comenzaron a caminar hacia el puente -.

_Ve, mi amor, colócate allí. Sonríe. Así, quieta. –El fuerte viento jugueteaba con el largo cabello de ella y por instantes levantaba su falda. El hombre tomó varias fotos –. Bueno, no más por hoy.

 Se acercó con ella abrazándola, luego la soltó y dijo:

_La altura es impresionante. Mira hacia abajo. Distingues ese matorral al lado del río?

Ella se empinó inclinando el cuerpo para mirar donde él le señalaba. Sorpresivamente, se colocó detrás, la tomó de las pantorrillas y la lanzó por encima de la baranda. Un terrorífico grito retumbó en el aire mientras la bella mujer caía hacia el río. Asdrúbal corrió hasta su carro, se subió y lo puso en marcha desapareciendo de la escena.

En el afán de la huida ni siquiera imaginó que el cuerpo de su mujer, impulsado por el viento, fue llevado hasta las ramas de un árbol que habitaba en la pendiente. Su vestido se enredó en ellas deteniendo su caída, quién sabe por cuánto tiempo. Ella no se dio cuenta de nada. Estaba desmayada.

La tarde se tornaba cada vez más oscura. Cuando Amelia despertó, comprendió inmediatamente lo sucedido. Miró a los lados y sintió un gran vacío al mirar hacia abajo. Trató de calmarse. Evaluó su situación. Sintió temor de que la tela no aguante por mucho tiempo. Sabía que su muerte era inminente. Comenzó a rezar pidiéndole a su Dios que le de valor, que su deceso  sea rápido y que no sienta dolor cuando su cuerpo choque con las piedras del fondo. Alcanzó a percibir que estaba engarzada en las ramas más cercanas a la copa del árbol, que a las más gruesas, como también, que éstas se habían doblado y que en cualquier momento se romperían. Si pudiera agarrarse de la rama más cercana y un poco más gruesa, quizás también pudiera lograr subirse a él y colocarse más cómoda como cuando era niña y se trepaba en los árboles de su finca a coger naranjas. Trató de hacerlo y las ramas crujieron amenazadoras. Se quedó quieta sintiendo cómo el viento mecía el árbol y golpeaba sus heladas piernas. Comenzó a desesperarse. Ya las sombras de la noche cubrían el paraje en forma total impidiendo ver  a su rededor. Daba igual tener los ojos abiertos que cerrados. El frío de la noche se le metía por todos los poros. No sentía los pies ni parte de las piernas. Ojalá se durmiera y la muerte se la llevara en ese lapso.

En ese instante,  una ráfaga de viento hizo que el árbol se inclinara peligrosamente. Las ramas volvieron a crujir desgajándose poco a poco. El peso de su cuerpo ocasionó que la bata se rasgara y se saliera de las ramas. Sintió que caía. Ella  abrió los brazos. Lanzó un intenso grito al sentir que algún pedazo de madera le abría una herida en el costado. Golpeó con otra rama y sin ver nada en absoluto, el sentido de supervivencia hizo que  buscara de dónde cogerse. Y vaya que lo logró. Rodeó con sus dos brazos una más gruesa y se sostuvo mientras hacía esfuerzos buscando en dónde colocar sus inermes pies. Es admirable cómo nuestro cerebro lucha por sobrevivir, y da órdenes a todos los músculos y sentidos para lograr ese objetivo sacando fuerzas de donde no las tenemos y hasta olvidando el dolor. Amelia logró encontrar otra rama y allí subió sus dos piernas logrando pararse y sujetarse mucho mejor. Un momento después, ya sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad y podía  distinguir tenuemente las ramas de su árbol salvador. Poco a poco se fue acercando al tronco central para  sentarse a horcajadas, arrimar su espalda y palpar la herida para saber qué tan grande era. Al colocar sus dedos, sintió la profundidad de la misma y la cantidad de sangre que vertía de ella empapando su ropa. Lo primero que pensó, fue en controlar la hemorragia. Con delicadeza buscó el ruedo de la bata, y comenzó a ingeniárselas para romperla al rededor, comenzando por un roto cerca de la costura.  Se fabricó una especie de venda que, con bastante trabajo se amarró cubriendo la herida.

De algo sirvió. Pudo también cubrirse mejor con su maltrecho vestido. Se dio cuenta de que sólo tenía un zapato. En esas condiciones y, aunque el dolor era intenso, dio gracias a Dios por haberle permitido sobrevivir hasta ahora.  Sin embargo tenía miedo de dormirse y caer. Entonces entrelazó sus dedos. Cabeceaba por momentos cada vez más largos. Y así pasó toda la noche del sábado. Tal vez logró dormir un poco, hasta que llegó la fría aurora. Se sentía muy débil. Analizó la posibilidad de bajarse del árbol y tratar de subir hasta la carretera; desechó la ocurrencia teniendo en cuenta la falta de fuerzas y lo empinado del terreno. Lo más seguro sería que resbalara y cayera dando tumbos hasta el fondo del abismo, soportando una muerte muy dolorosa. Lo mejor era esperar a que la pérdida de sangre acabe con su existencia. Le dejaría todo a Dios y… que ocurra lo que deba ocurrir. Comenzó a caer una tenue lluvia fría. Duró algo así como unas dos horas. Después, un tibio sol procuraba calentar un poco el paraje.

Arriba, en la carretera, ya  había un escaso tráfico. Un auto se detuvo y de él bajaron dos personas; es decir, una pareja. Por sus facciones, se adivinaba que eran extranjeros. El hombre traía unos binoculares colgados del cuello. Los levantó para contemplar el paisaje a los lados del río. De pronto, regresó un poco a mirar algo que le llamó la atención. ¡No cabía duda! Abajo, en un árbol, había una persona con alguna prenda roja. Enfocó mejor sus binoculares, y volteando a mirar a su compañera, le dijo en su lengua materna:

_Look! There is a woman on a tree! I think she has problems!  (Mira! Hay una mujer en un árbol! Creo que tiene problemas!) –Y le pasó los prismáticos a su compañera.

_That’s  right! But, how did she get there?  (Correcto; pero cómo llegó hasta ahí?)

_I don’t know. (No lo sé)

En la ciudad de Pasto, el timbre del pequeño apartamento de Aidé, retumbó exageradamente. Ella se levantó de la silla, se pasó las manos por el cabello y abrió.

_Asdrúbal!

_Por fin, mi amor! Somos libres! -Exclamó él cerrando la puerta-

_Qué quieres decir?

_Bueno… Amelia… se fue. Tuvimos un pequeño disgusto y me dejó. Me abandonó.

_Mm. Algo me dice que me estás mintiendo. Dime la verdad. No creo que ella se fuera dejándote con toda su riqueza.

_Así fue. Claro que me dijo que se ausentaría por un tiempo, pero que cuando vuelva tendré que rendirle cuentas de todo.

_Y qué piensas hacer?

_Tengo todo bien controlado; pero te puedo asegurar que la totalidad de  su dinero, pasará a mi poder. Iré procediendo con calma. Me quedaré unos días al frente de la empresa para no levantar sospechas. Cuando esté todo listo, nombraré como administrador al jefe de personal y nos iremos para nunca volver.

_Mi vida! –dijo Aidé rodeándole el cuello con los brazos-. Te Adoro!

_Bueno, mi amor, y por qué no te pasas a vivir a mi casa? Al fin que tú y Amelia son amigas. No despertarás sospechas entre los vecinos. Además despedí a las empleadas del servicio.

_Si así lo deseas, ahora mismo!

La noche de aquel miércoles, Asdrúbal y Aidé estaban disfrutando de su idilio amoroso en la cama que, hasta hace pocos días, había compartido con su esposa. Las lámparas de las mesitas de noche alumbraban a media luz la alcoba.  De pronto éstas se apagaron dejando a los amantes en completa oscuridad.

_Se fue la luz!

_No importa, mi amor, no la necesitamos.

Un instante después, la puerta de la alcoba se abrió y se volvió a cerrar estrepitosamente, haciendo que la pareja saltara en el lecho.

_Esto ya no es normal. Voy a salir. –Tomó al tanteo el pantalón de su piyama, abrió el cajón de su nochero, sacó  una pistola y salió. La oscuridad era total. Tomándose de la pared caminó hacia la puerta de entrada con el fin de localizar los interruptores conocidos como “Tacos”. Fue en ese momento cuando escuchó el agudo grito de Aidé. Quedó quieto sintiendo que la cabeza se le encogía. Dio la vuelta lenta mente y volvió hacia la alcoba tan rápido como sus ahora pesadas piernas le permitían. Su corazón palpitaba exageradamente rápido. Entró y, lleno de miedo, preguntó mientras caminaba a su cama:

_Qué pasó? Casi me matas del susto!

_Tu esposa! Amelia vino a descobijarme ordenándome que me fuera de su casa.

_No puede ser! Ella está… digo! Ella no está en la ciudad!

_Si no quieres creer, allá tú, pero mañana mismo me voy de aquí. Qué pasó con los “tacos”?

_Con tu grito hiciste que me devuelva. Ven, acompáñame!

 Abrazándola y llevando la pistola lista, siguieron otra vez hacia la puerta de entrada, mas una voz desde la oscuridad, lo llamó por su nombre:

_”Asdrúuubal” -El hombre sintió que lo rodeaba un aire frío. Reconoció en el acto la voz de su mujer, un tanto ronca y seca-

 Sin embargo, el susto hizo que corriera hacia la caja de fusibles; (En ese entonces, éstos se enroscaban al igual que un bombillo). Los palpó por encima: Todos estaban en su lugar, pero flojos!  Los fue ajustando uno a uno haciendo que la casa se iluminaran por partes.

_Te das cuenta? Eso quiere decir que alguien los desajustó.  Aquí debe haber un intruso! Busquemos por toda la casa y cuando lo encuentre, se va a arrepentir de habernos asustado.

 Buscaron por todas partes, pero no encontraron a nadie.

_Ven, vámonos a dormir.

 Cerraron la puerta de la habitación con llave y se acostaron. No pasaron cinco minutos, cuando nuevamente se apagó la luz, al tiempo que se sentía una macabra carcajada. La pareja se abrazó con fuerza. Casi no durmieron en toda la noche.

En la mañana se ducharon juntos y salieron a desayunar por fuera. Después, cada uno se fue a cumplir con su trabajo. Quedaron en encontrarse al finalizar la jornada para volver a la casa por algunas cosas. Habían acordado ir a dormir al apartamento de Aidé por esa noche.

 Llegaron cuando todavía era de día. Entraron con el temor reflejado en sus rostros, mirando para todos lados. Llegaron a la alcoba principal y cuál sería su sorpresa al encontrar toda la ropa y objetos que Aidé había llevado, destruídos y esparcidos por el piso. En el tocador, escrito con pintalabios decía: “Me las pagarán! Largo de mi casa!”

 _Vámonos! No quiero estar aquí ni un segundo más!

 _¡Espera! ¡voy por alguna ropa! –Dijo el hombre. Se dirigió al armario y buscó una maleta para empacar en ella lo más necesario. Sin embargo, la maleta estaba llena. La abrió y miró su contenido: una serie de retazos de camisas, pantalones, sacos, buzos etc.

_No puede ser! Mira, mi amor, salgamos. No sé por qué tengo una rara impresión. Escucha: hoy voy a quedarme contigo porque estás muy nerviosa, pero mañana voy a regresar a quedarme  aquí.

Al día siguiente, Asdrúbal llegó a eso de las cinco y treinta de la tarde, entró su carro en el garaje, bajó un maletín, se dirigió a su alcoba en donde lo abrió y sacó una linterna de muy buen tamaño que colocó encima de su mesa de noche. Tomó  la pistola del cajón, comprobó su carga y la situó al lado de la linterna. El resto lo dejó en su lugar. Se quitó el saco, se aflojó la corbata y se recostó en la cama muy pendiente de lo que pudiera ocurrir. Ya comenzaba a caer la noche. Encendió la luz,  y colocando las manos bajo el cuello, se dispuso a esperar.  En un momento, un penetrante olor lo obligó a estornudar tres veces seguidas. Le ardían los ojos. Quiso levantarse, más su cuerpo se tornó pesado. El sueño lo dominó y en pocos minutos quedó profundamente dormido.

 Cuando despertó, estaba completamente oscuro. Sintió un leve dolor de cabeza.  Sin saber por qué, tenía la sensación de no estar solo. Y así  era. Lo confirmó la voz que lo llamó:

_Asdruubaal!

_Quién anda ahí?

_Soy yooo! –Y escuchó los pasos de alguien que se acercaba despacio con un vela agarrada con las dos manos. La visión tenía un aspecto aterrador, su rostro era exageradamente pálido y resplandeciente. La reconoció al instante.

_Amelia! Tú estás muerta!

_Vengo por tiii!

 El hombre trató de levantarse y tomar la pistola, mas no pudo moverse. Tenía las manos atadas bajo su espalda.

_No podrás hacer nada! Estás en mis manos! En este momento vamos a ir de paseo. Conozco un restaurante en la entrada de Ipiales. Sirven una comida deliciosa.

_No! No voy a ir a ninguna parte!

_Irás! Te lo aseguro. Ayúdame Satanás! –Dijo dirigiendo la mirada al otro lado de la cama.

_Con toodoo gustooo! –Respondió una figura alta, vestida de negro  y con lo que parecía ser una máscara aterradora. Se acercó al hombre y le clavó una aguja en el brazo.

Al despertar, estaba sentado en el borde del Puente Colgante. Alguien lo sujetaba desde atrás. Y a unos metros, Amelia le apuntaba con una pistola.

_Qué pesar mi amor, que no puedas ver en la parte izquierda del abismo un frondoso árbol que fue el que me salvó la vida cuando tú me empujaste. Ahora, te digo: Salta! Busca el árbol. Si no saltas, te disparo.

_No! Por favor! No me mates. Perdóname!

_Salta!

El hombre trató de voltear y agarrarse de la persona que lo sujetaba de la camisa, y en el intento, cayó al vacío lanzando un grito que se perdió en el abismo.

_Te dije que lo sujetaras! Que únicamente lo asustáramos!

_Te juro que eso traté de hacer, pero no pude evitarlo.  El imbécil reaccionó con mucha imprudencia.

_Bueno, Marcos, ya no hay nada qué hacer. Vámonos! Y, por nuestro bienestar, debemos ser muy discretos.

_Las cosas no sucedieron como lo habíamos planeado, pero ya terminó tu pesadilla. –Le rodeó los hombros con un brazo y caminaron hacia el carro-. Ahora quiero decirte que me encantó que pensaras en mí cuando te rescataron y te llevaron al hospital, como también para que te ayudara a asustar a tu querido esposo y a su amante. Disfruté cortando su ropa y también maquillándote.

_La verdad, si no hubiera sido por ti, no sé qué hubiera sido de mi. Oye, y dónde aprendiste ese truco de aplicarse alcohol en la cara y colocarse una vela para parecer un espanto?

_Eso fue en la escuela de teatro donde hice un curso de actuación. Allí también aprendí lo del somnífero, tanto el aspirado como el inyectado. Y ya ves que sirvió.

_Ahora tengo que estar lista por si alguien pregunta por Asdrúbal. Ya coloqué la demanda por intento de asesinato, y diré que cuando supo que no estaba muerta, huyó. Tengo la prueba de los bomberos y la policía.

_Si, es una buena idea. Ahora, necesitamos ir a dormir. No es bueno que alguien te vea llegar a esta hora a tu casa. Si lo deseas puedes quedarte en mi apartamento.

_Acepto encantada. Gracias. No sabes cuánto te  agradezco a ti y a la pareja de ingleses. Ellos fueron quienes me descubrieron y llamaron a la policía. Si no hubiera sido por ellos, quién sabe qué hubiera sido de mí.

 FIN

 Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.