Pasillo de clínica 2Eran las diez p.m. de la noche de aquel viernes, cuando Nichols terminó su última hora de clase. Se desempeñaba como profesor en dos instituciones universitarias y en una de Educación Secundaria, durante las tres jornadas del día. Al terminar, se dirigió a registrar su clase y salió de la institución a tomar su vehículo. Colocó su maletín en la banca de atrás y, antes de arrancar, estiró los brazos. Se sentía muy cansado; además, escuchó cómo el estómago le reclamaba su cena.

_“Llegaré a casa, comeré algo y me acostaré a dormir hasta el medio día del sábado” –Se dijo-.

Abrió el contacto y empezó a conducir el largo trayecto hasta llegar a su apartamento.

Una hora después, abría la puerta y entraba a su “Hogar, dulce hogar”, medio muerto. Su esposa no salió a recibirlo. Sus dos pequeños hijos, ya estarían durmiendo. Al acercarse a su alcoba, se  encontró con un desalentador cuadro: Ella, se hallaba recostada en la cama quejándose de dolor.

_¿Qué te pasa, mi amor?

_Tengo un dolor en el estómago que me está matando. Tenemos que salir ya para la clínica.

_¡Ven, Vamos!

_Me preocupan los niños.

_Ellos seguirán dormidos hasta mañana.

La ayudó a ponerse de pies y, trabajosamente, salieron. Hasta allí llegó el hambre, el cansancio y el sueño que traía. Pero, primero es lo primero. Tendría que conducir otra hora para llegar a la clínica que prestaba los servicios al magisterio.

Llegaron hasta el aparcadero y la ayudó a bajar. Se dirigieron muy despacio a la sección de urgencias.

La inmensa clínica estaba sola. La atendieron inmediatamente. Cuando Nichols quiso entrar, la encargada de la recepción le dijo:

_Por favor, usted espere en la sala. Unicamente la señora puede entrar conmigo.

_Muy bien.

 

Pensó en ir hasta la cafetería a comer algo, pero podrían necesitarlo. Así que se quedó sentado. El tiempo pasaba y nadie salía a comunicarle nada. No quería que el sueño lo venciera. Se levantó y empezó a caminar despacio por un largo pasillo. En eso, encontró una alcoba abierta. Miró hacia adentro: había una camilla en la que permanecía un hombre acostado solamente con su ropa interior. Miró desde la puerta.

_ “Si no tiene cobijas, es que está muerto” –se dijo- Por qué no le colocarían una sábana?»

El único ruido que se escuchaba, era el de un par de moscas que revoloteaban por encima del cadáver y caminaban por momentos por su pecho. Una de ellas saltaba a su cara y entraba tranquilamente  por uno de los orificios de su nariz y, la otra, por su boca entreabierta. Aunque el joven profesor no le temía a nada ni a nadie, sintió cierto estremecimiento, tanto al contemplar la escena, como al percibir el color de cera del fallecido. Decidió volver a la sala de espera, cuando, al girar, se encontró casi de frente con un hombre que lo miraba en forma nada amable. Al instante, se dio cuenta del extraordinario parecido con el difunto, sólo que este si estaba vestido. Lo miró con detenimiento y volvió la mirada hacia el muerto como para establecer la semejanza.

_ “Seguramente eran gemelos” –pensó- “Tal vez me mira mal porque no le gustó que esté curioseando. Es mejor que regrese a la sala de espera”.

Quiso retomar su camino y eludir al recién llegado, mas, en frente suyo no había nadie y tampoco a lo largo del pasillo, en ninguno de los dos sentidos! Un extraño frío le recorrió todo su cuerpo y caminó de prisa hacia la solitaria sala. Se sentó inclinando la cabeza sobre sus dos manos entrelazadas. Al momento se sintió observado. Levantó la mirada. Una doctora  estaba frente a él, con una dulce sonrisa. Sobre el lado izquierdo de su blusa se podía leer: “Doctora Myriam Cárdenas”. El profesor se levantó en seguida.

_Doctora, me podría decir cómo está mi esposa? Entró por urgencias hace algo así como una hora.

_Ella se pondrá bien. Ya viene la encargada a informarle.

En segundos, entró la recepcionista para sentarse ante el mostrador.

_Señorita, me decía la doctora Myriam Cárdenas que mi esposa se pondrá bien. ¿Qué me puede decir? ¿Cómo está?

_Está estable, pero tendrá que quedarse. ¡Espere! Dijo… la doctora Myriam Cárdenas?

_Si. Ella! –Dijo señalando el lugar en donde estaba… unos minutos atrás, pero ya se había marchado.

_¡No puede ser!

_¿Por qué?

_No. No me haga caso. Eh…Hace un instante vine a comunicarle que podía marcharse y venir mañana a las diez a.m., pero no lo encontré. ¿En dónde se metió?

_Me estaba cogiendo el sueño y me puse a caminar para estirar las piernas. Entré a curiosear un cadáver, pero llegó su hermano y creo que no le gustó mi presencia, entonces regresé.

_¿Su hermano? A esta hora, no puede haber nadie por los pasillos. ¿Cómo era él?

_Idéntico al muerto. Deben ser gemelos. Vestía una chaqueta gris y un pantalón azul.

_¡Esa vestimenta era la que traía el fallecido!

Al escuchar esto, Nichols sintió nuevamente cómo se le erizaba la piel.

_¿Entonces?

_No tengo ninguna explicación. Lo que si le puedo asegurar, es que nadie ha venido a preguntar por él. Además, cuando lo trajeron, no traía ninguna dirección ni teléfonos de personas a quien llamar.

_Bueno, será mejor que me vaya. Hasta mañana.

_Que descanse.

Nichols quiso ir rumbo al parqueadero, pero, en la puerta de salida, estaba el hombre de chaqueta gris y pantalón azul mirándolo fijamente.

_Allí está el hombre de quien le hablé. –Dijo a la recepcionista-

_¡Si lo veo! –Y, dirigiéndose a él- ¿Qué se le ofrece, señor?

Este no contestó a la pregunta y, en un segundo, se desvaneció ante los ojos de los dos. La mujer lanzó un apagado gemido y se llevó una mano a la boca, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.

_¡Yo me retiro de aquí!

Y se lanzó al trote hacia el interior. El profesor caminó hacia la salida en busca de su carro, se metió dentro de él y salió de la clínica lo más ligero que se le facilitó.

 

Llegó a su casa pasadas las dos de la mañana. Afortunadamente los niños seguían dormidos. Se preparó un poco de café y un emparedado y se fue a la cama pensando en su esposa y en lo acontecido.

 

En la mañana, los niños lo despertaron preguntando por su madre. El, les explicó lo ocurrido. Después de prepararles el desayuno y de dirigirlos en el baño, tomó su ducha y, luego, llamó a una hermana para pedirle que se hiciera cargo de ellos mientras él volvía a la clínica.

 

Más tarde entraba a visitar a su esposa.

_Hola, mi amor. ¿Cómo te encuentras?

_Un poco mejor. El doctor dijo que tengo una anexitis aguda y que debo guardar bastante reposo. No sé todavía si me darán de alta esta tarde o mañana domingo. Y, ¿los niños?

_Están bien. Llamé a Claudia para que los cuide mientras llego.

_Y, anoche, ¿cómo te fue? No pudimos despedirnos.

_Salí de aquí pasada la medianoche. La clínica estaba sola.

Estaba a punto de contarle su aventura, cuando en la puerta apareció aquel hombre de chaqueta gris y pantalón azul de la noche anterior, mirándolo fijamente. El se quedó estático.

_¿Qué te pasa? –Preguntó ella-.

_Ese hombre que está en la puerta…

Ella miró hacia allá.

_En la puerta no hay nadie.

Mientras ella decía aquello, el hombre se tornó borroso hasta desaparecer por completo.

_Desapareció.

_Mi amor…¿Estás bien?

_Si, si. Estoy bien. Lo que pasa es que un hombre se asomó en la puerta. Parece que se confundió de habitación y… ya se fue. –Mintió para no comentarle nada que la pusiera nerviosa-

Poco después, se acercó el médico a realizarle un control.

_Qué pena, señor, ya tiene que retirarse. Su señora debe descansar. Ella no saldrá hoy. Continúa en observación. Lo mejor es que vuelva mañana a las cuatro de la tarde. Lo más seguro es que a esa hora ya se le pueda dar de alta.

_Entiendo, doctor. Le agradezco mucho. Mañana estaré por aquí a esa hora. –Y, volviéndose a su esposa- Chao, mi amor. Nos vemos mañana.

_Te espero.

 

Cuando caminaba por el largo pasillo para llegar a la salida, nuevamente le salió al paso aquel espectro. El hombre paró en seco sin saber qué hacer. Los nervios empezaron a exaltarse al mirar que aquel caminaba a su encuentro. En eso, escuchó la voz de alguien que decía:

_ “¡Detente! Tú no puedes estar aquí. No vas a conseguir nada mientras yo esté aquí. ¡Vete!” –Aquella presencia nuevamente se desvaneció en el aire-.

Nichols volvió la cabeza. Allí estaba la doctora Myriam con su impecable bata blanca.

_Gracias, doctora. Y por favor, explíqueme ¿qué es lo que sucede?

_ “No sé si lo entiendas. El, es alguien que quiere tu cuerpo para seguir haciendo males. Vamos. Te acompaño.”

Caminaron hasta el vehículo. Al llegar, muy comedidamente, le preguntó:

_¿Desea que la lleve a algún lado?

_ “Por favor. Tú, sigue tu camino que yo me quedo en algún lado.”

_Con mucho gusto. –Le abrió la puerta del copiloto-.

 

Salieron. El maestro quiso entablar conversación con la doctora, aunque le dio la impresión de ser de muy pocas palabras o de estar cansada. De tal manera que optó por guardar silencio. Llegaron hasta un semáforo en rojo. Un vendedor se acercó a ofrecerle algo de su mercancía. El negó con educación.  Una vez que el semáforo cambió a verde, volvió sonriente la cara hacia su pasajera, mas la sonrisa se le congeló por la impresión, al darse cuenta de que, a su lado, no había nadie. A pesar de ello, controló su vehículo muy bien. Muchas inquietudes pasaron por su cabeza. Aunque no se dio cuenta, lo más probable era que ella se bajara cuando el automóvil estaba parado ante el semáforo en rojo. Tal vez, se despidió, pero el vendedor no le permitió escucharla cuando lo hizo.

 

Eran las tres y media del domingo, cuando Nichols llegó al hospital. Se acercó a la recepción:

_Buenas tardes. Señorita, permítame hacerle una pregunta: Ayer, ¿a qué hora terminó su turno La doctora Myriam Cárdenas?

_Caballero, desde el viernes, me ha venido nombrando a la doctora Myriam Cárdenas.

_No veo qué tenga de malo.

_De malo, no; pero si mucho de extraño. La doctora Myriam Cárdenas falleció el año pasado.

_¡No puede ser! ¡Pero si en estos dos días he hablado con ella!

_En los hospitales y clínicas ocurren cosas muy extrañas. Su esposa lo está esperando.

_“Eso quiere decir que tuve de pasajera a un fantasma?” –Pensó-.

 

Llegó hasta su habitación. Ella ya estaba vestida y esperándolo con la orden de salida en la mano. Salieron muy felices hacia su casa.

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados