para-castigo-del-mas-allaEl funeral se llevaba a cabo en medio de una intensa lluvia. La joven y hermosa viuda sollozaba en silencio mirando cómo el ataúd descendía hasta el fondo que ya se había llenado de gran cantidad de agua. Las paladas de tierra que caían alrededor del cofre producían un chasquido que cada vez sonaba más amortiguado. Luego, muy diligentes, los hombres se dieron a la tarea de distribuir las coronas por encima del abultamiento. Una vez finalizada la tarea, el cura se acercó a la viuda para brindarle unas palabras de consuelo. Los acompañantes comenzaron a despedirse de ella poniendo su mejor cara de duelo y pronunciando palabras que invitaban a la resignación. Antonio, un viejo amigo de la pareja y que siempre había permanecido a su lado cubriéndola con un negro paraguas, le dijo:
_Vamos. Todos se están retirando. –Nathalie asintió. Apoyada en el brazo del hombre, caminó despacio hacia su auto. El la llevó hasta la casa. -Deseas que te acompañe un momento?
_Por supuesto. Sigue. Mis padres vendrán luego.

Antonio, un bebedor empedernido, calculador y que, dicho sea de paso, siempre miró con ojos golosos a Nathalie, vio en esta inesperada muerte la oportunidad de su vida. Además de todos los encantos que adornaban a esta bella mujer, se le agregaba otro; el más importante para el gusto de Antonio: pasaba a ser la única heredera de la inmensa fortuna de su difunto marido. Desde este instante su objetivo exclusivo era conquistar su amor. Con el fin de lograrlo, comenzó a poner en práctica todas sus habilidades de seductor.

Se puso al servicio de la joven viuda sin demostrar en ningún momento su interés en establecer alguna relación sentimental con ella. El pretexto utilizado fue la íntima amistad que, según él, los había unido con el difunto. De esta manera se convirtió en el apoyo imprescindible.

Algún tiempo después, le “lanzó el sablazo ” como se dice en el argot popular.

Se casaron unos prudentes meses después. A partir de ese momento se convirtió en el apoderado de todos los negocios de su esposa. Naturalmente con más plata, su costumbre de tomarse sus copas se volvió más frecuente, con el consiguiente reproche de ella.

Una noche llegó “un tanto” tomado. Nathalie lo estaba esperando levantada. Discutieron.
_Qué haces levantada a esta hora?
_Te estaba esperando. Y por lo que veo llegas otra vez borracho.
_No estoy borracho. Me tomé unas copas, pero me encuentro perfectamente. Así que te advierto que no estoy para sermones!
_No voy a decirte ningún sermón! Sólo quiero hablar contigo!
_Te escucho.
_Antonio, esta situación entre tú y yo se está volviendo insostenible. Estoy harta de pasarme todo el tiempo sola como si no tuviera un esposo! Creo que me hubiera resultado mejor seguir viuda.
_Y es que no te das cuenta de que todo lo que estoy haciendo es dirigiendo y haciendo producir tus empresas?
_Todo? Creo que estás exagerando un poco. Te agradezco mucho tu dedicación aunque no puedes negar que también es para tu beneficio; pero creo que debes dedicarte más a mí. La mayor parte de tu tiempo te la pasas con tus amigotes. Me tienes prácticamente abandonada! Estás saliendo con otra mujer? Quiero que me digas la verdad!
_Esa pregunta me ofende! Sería incapaz de hacerlo! Siempre te he respetado. Mi único defecto es el de tomarme unos tragos! No soy un santo como lo era tu marido!
_No te permito que saques a relucir la memoria de él!
_Entonces no me exasperes!
_Veo que hablar contigo es perder el tiempo! Mejor me voy a la cama! Ah! Y voy a analizar mucho nuestra situación, así que no te extrañes de la decisión que creo que voy a tomar!

Dando media vuelta, se dirigió a su habitación. Antonio se acercó al mueble-bar y se sirvió un trago. Permaneció un momento sentado en la sala y cuando calculó que su esposa estaría dormida, se dirigió a la alcoba matrimonial. En efecto, su mujer estaba dormida o, quizás, fingía dormir. La contempló unos minutos. -“Qué bella es!” –pensó-

Se desvistió despacio, se colocó la pijama y se metió entre las cobijas. Apagó la lámpara. La alcoba quedó en completa oscuridad. Permaneció boca arriba largo rato, pensando. Hacía calor. Corrió las cobijas por su lado casi hasta su cintura. En un instante lo invadió un poco de remordimiento y, volteándose, abrazó a su esposa. Y fue en ese momento cuando sintió una vigorosa mano que lo sujetó por la muñeca bruscamente y lanzó su brazo apartándolo del cuerpo de la mujer. Con el impulso quedó nuevamente boca arriba, descontrolado, asustado, respirando muy agitado y sin saber qué hacer. En eso, a pesar de la oscuridad, reparó en la figura de alguien parado junto a la cama. Esforzó la vista tratando de reconocer a la persona. Sus facciones eran inconfundibles! Era…el difunto esposo!

Sintió un nudo en la garganta. Quiso gritar, pero solamente un gemido brotó de sus labios. Quedó paralizado por un largo rato. La aparición lo miró fijamente. Luego, dio media vuelta y lentamente se dirigió hacia la puerta y la cruzó sin necesidad de abrirla. Venciendo su pavor, el hombre estiró la mano y, con dificultad, encendió la lámpara. Cuando la alcoba se iluminó, miró en toda dirección para cerciorarse de que no había nadie.
_“El difunto vino a castigarme” –Se dijo mirando con miedo su adolorido brazo-.

Como para corroborar lo sucedido, descubrió en él la marca amoratada de unos fuertes dedos alrededor de su muñeca. Sintió que la sangre abandonaba su cuerpo. Esperó unos minutos tratando de sosegarse. Luego, con esfuerzo, apagó la lámpara nuevamente; ya al quedar en tinieblas, para completar su desespero, escuchó con toda claridad el ruido de la puerta de la alcoba que se abría para cerrarse después de unos minutos como si alguien hubiera entrado a mirar cómo estaba la situación, y vuelto a salir.

Llegó el viernes y, como de costumbre, se reunió con sus amigos. Fueron a la casa de Marco, un solterón de tiempo completo, quien ya había conseguido la agradable compañía de tres hermosas mujeres. Escucharon música, bailaron y se divirtieron con todos los etcéteras.

Antonio llegó a casa un cerca de la media noche. Después de dejar el carro en el garaje, se dirigió hacia las escaleras. Se quitó el saco y se lo colgó del hombro con total despreocupación. Comenzó a subir sin encender las luces; algo lo hizo mirar hacia arriba. Al hacerlo se quedó petrificado al darse cuenta de que al final, alguien lo esperaba. Estaba parado cerrándole el paso. A pesar de la penumbra un brillo inexplicable rodeaba la figura de aquel hombre. Lo reconoció al instante. Las piernas se negaban a sostenerlo y le empezaron a temblar de forma por demás exagerada. El saco resbaló de su hombro. Las lágrimas rodaron a borbotones por sus mejillas. El pavor que lo invadió fue tal, que las piernas comenzaron a temblarle. Se arrodilló para continuar rodando dando botes en cada escalón hasta perder el conocimiento.

En la alcoba, Nathalie estaba impaciente esperando que su esposo entre de un momento a otro. Había escuchado el ruido del motor del carro. Estaba preparada para hacerle conocer la decisión que había tomado: Separarse de él. Mas el ruido de un cuerpo al rodar por las escaleras hizo que se levantara. Se incorporó y salió. Encendió la luz y reparó en el desparramado cuerpo del hombre en el piso.
_¡Borracho de…! –gritó mientras bajaba sin prisa. Se inclinó sobre él sin poder disimular el disgusto al percibir el desagradable olor a licor que emanaba. Lo sacudió por un hombro.
_Antonio! –El hombre empezó a reaccionar. Abrió los ojos y miró con terror a su esposa.
_No! Vete! Tú estás muerto!
_Estás tan borracho que no puedes ni reconocerme!
_Ah! Qué bueno que eres tú! ¡El estaba esperándome!
_Quién?
_¡Tu difunto esposo! Estaba parado allí!
_Figuraciones tuyas! La borrachera que traes te hace ver fantasmas en todos lados!
_Te juro que no! Yo no estoy borracho y te prometo que nunca más en mi vida volveré a estarlo! Nunca más volveré a descuidarte.
_Estoy harta de promesas. Quiero que mañana te vayas de la casa. Contrataré un abogado para iniciar los trámites del divorcio.
_No digas eso! Por favor.
_Hablaremos mañana. Es tarde. Quédate en el sofá.
_No lo haré aunque me mates!
En eso, la bombilla estalló dejándolos en completa oscuridad. A pesar de ésto, se alcanzaba a distinguir la silueta de alguien que los miraba desde arriba de la escalera. Ella apretó los puños con intensidad y buscó el apoyo de su nuevo esposo acercándose a él quien también se arrimó a la mujer. No atinaron a pronunciar palabra hasta que lentamente la sombra se fue desvaneciendo en el aire. El pánico también desapareció.
_Era tu esposo. No hay duda de que te está cuidando. Perdóname, mi amor. Te lo juro poniendo a él por testigo: No voy a defraudarte. Tú me necesitas y yo también a ti. –Dijo sintiendo que las palabras le salían del corazón, mientras una inmensa paz lo invadía.

Ella sintió que esta vez no eran falsas promesas.
_Voy a darte una última oportunidad. –Dijo-

FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados