anillo_de_compromiso

Desde que llegó a trabajar a aquella empresa, y al momento de ser presentado con sus compañeros de trabajo, Fermín se sintió atraído por aquella joven, María Eugenia, quien sobresalía por su belleza en medio de todas las demás. Sin embargo, se dió cuenta de cómo todos los varones andaban detrás de ella. Y ella, por supuesto, empleaba esa coquetería natural, para enloquecerlos. Fermín era muy buen observador, y se dijo:

_“Sé muy bien cómo se conquista a una mujer así. Lo mejor es mostrarle indiferencia”

Mientras los demás se deshacían en atenciones, él, a duras penas, la saludaba.

Una mañana fueron citados muy temprano a una reunión de carácter urgente. Casualmente, Fermín fue el primero en llegar. Se dirigió a la sala de juntas. Cinco minutos después, llegó María Eugenia. Al entrar, él estaba distraído mirando hacia los jardines.

_¡Hola! –Saludó ella-

El la miró por unos segundos como analizándola y respondió.

_Hola. –Y continuó mirando hacia afuera como si su presencia no le importara en lo más mínimo-.

Ella se le acercó despacio y se sentó en una silla junto a él. Quedaron unos minutos en silencio y, luego, ella dijo:

_Quiero hacerte una pregunta:

_Dime.

_¿No te caigo bien?

Fermín frunció un tanto el ceño y respondió:

_No veo por qué me preguntas eso. Claro que me caes bien.

_Es que me da la sensación de que no quisieras hablar conmigo, de que me esquivas…

_No. Estás equivocada; Lo que sucede es que tú siempre estás rodeada de todos los compañeros. No creo que te haga falta mi charla o mis alabanzas… ¡qué sé yo!

_Así es: ¡Qué sabes tú!

_¿Qué quieres decir?

Al momento de responder, hicieron su entrada varios compañeros.

_Podríamos dejar esta charla para después?

_De acuerdo. Tú me dices cuándo estarás sola, sin tanto “gallinazo”  a tu alrededor.

 

Un día viernes, a media tarde, ella se acercó hasta él:

_Tenemos una conversación pendiente. ¿Puede ser hoy después de la hora de salida?

_Si, claro. Entonces, si no tienes inconveniente… -Se quedó pensando por un instante- Hay un sitio como para tomarnos un vino y escuchar música. Se llama “Saulo” ¿Lo conoces? Es a unas cinco cuadras y media subiendo.

_Me las ingeniaré para llegar.

_Te espero allí. –Y, para sus adentros: “Mi vida”

Tardó unos veinte minutos en llegar, que, para él, fueron siglos sin poder quitar los ojos de la entrada. Cuando llegó, el sitio a media luz, pareció iluminarse. Se levantó y salió a su encuentro, recibiéndola con un beso en la mejilla. La empujó suavemente hacia la mesa y retiró la silla, levantándola del piso.

_Gracias.

Después de ordenar, él le dijo:

_Ahora si quiero que me aclares el sentido de tus palabras.

_Mira, no es que me hagan falta ni tu charla ni tus alabanzas. Sin embargo, me gustaría que fuéramos amigos.

_Me encantaría. Aunque creo que para “ellos” no sería del agrado que entre alguien más a disputar tu compañía. Se nota a leguas que todos quieren conquistarte.

_Y, por supuesto, tú no.

_Te devuelvo tus palabras: “Tú, qué sabes”.

_!Pues dímelo tú!

El, la miró tiernamente, le tomó una de sus manitas entre las suyas y le dijo:

_Es que no te das cuenta de que estoy loco por ti?

Ahora, la de la mirada tierna fue ella. Se miraron y se besaron apasionadamente.

_Creo que yo también me enamoré de ti desde que entraste. No sabes el mal que me hacía tu indiferencia.

 

A partir de ese día, su amor fue creciendo y creciendo. Sin embargo, Eleodoro, el compañero que más asediaba a María Eugenia, seguía con sus afanes de conquista, sin importarle que ella y Fermín ya eran novios. Su trato era delicado y sus atenciones, a la orden del día. Además, tenía de su parte que, los dos, pertenecían al mismo departamento en la empresa, y Fermín, por el contrario, a otro. Para completar la situación, Marcia, la mejor amiga de María Eugenia, era prima de Eleodoro, y trataba a toda costa de restar puntos a Fermín y de adornar con cualidades a su primo.

 

Cómo pasa el tiempo. Ya la pareja de enamorados había cumplido los ocho meses de noviazgo, no sin que entre ellos se haya presentado una que otra pelea por causa de Eleodoro o su prima.

Cierto día, Fermín empezó a notar que María Eugenia no tenía el mismo interés en su relación. La sentía un poco lejana. Se marchó a su casa y por la noche meditó en su paso a seguir. Después de pensar, tomó la decisión de pedirle que se case con él. Luego, se durmió tranquilamente.

En la mañana siguiente, se despertó muy contento. En tres días, se realizaría la fiesta de cumpleaños de la empresa, y Fermín planeó todo para pedirle su mano.  En la tarde iría a comprar el anillo de compromiso.

Dos días antes, todos los empleados habían sido invitados a un elegante club situado en las afueras de la ciudad. María Eugenia formaba parte de la comisión organizadora del evento y, en la fecha señalada, tenía que acudir desde el medio día para ultimar detalles.

Fermín, muy elegante, salió en su hermoso carro muy feliz, aunque un poco nervioso pensando en la respuesta de su adorada novia. Después de estacionar su auto, sacó el estuche que había comprado, lo miró sonriente y lo volvió a guardar. Luego  hizo su entrada buscándola con la mirada. No la vio por ninguna parte. Se encontró con Marcia y, le preguntó por ella. Esta, le respondió:

_Acabo de verla por detrás de ese salón. Pero, sería mejor que no la interrumpiera. Está muy ocupada, Ja ja ja –Le hizo una mueca de burla y se alejó-

Hacia allí, encaminó sus pasos. Escuchó unas apagadas voces. Sin duda era la voz de ella. Se acercó despacio para darle la sorpresa, mas el sorprendido fue él al encontrarse con el cuadro que le heló la sangre: Su novia y Eleodoro, estaban fundidos en un ardiente beso. Sintió un dolor tan intenso en el corazón, como si le hubieran clavado una puñalada. Eleodoro se dio cuenta de su presencia y se apartó al instante. María Eugenia volteó la cabeza al tiempo que decía:

_¡Fermín!

Este giró y comenzó a caminar hacia su auto con paso apresurado. María Eugenia lo siguió, llamándolo. Sin volver la mirada, llegó hasta su carro, encendió el motor y salió en veloz carrera hacia la carretera. Estaba totalmente descontrolado. Tanto que ni siquiera se colocó el cinturón de seguridad. Lo único que deseaba era alejarse de allí. Las lágrimas nublaban su visión. De pronto, estuvo casi de frente con el auto que venía en sentido contrario. Desvió el volante con tan mala suerte que se salió de la carretera para terminar contra un árbol. El impacto fue tan fuerte, que los “airbag” no sirvieron para nada. Su cabeza destrozó el parabrisas.

 

El conductor del vehículo con el que estuvo a punto de estrellarse, frenó, se bajó con el ánimo de prestar alguna ayuda. Pero, antes que todo,  llamó a emergencias. No sirvió de nada. Fermín llegó sin signos vitales al hospital.

 

Una tarde, cuando las sombras de la noche comenzaban a caer, María Eugenia se despedía de Marcia:

_Nos vemos mañana. Cúidate. _Juntaron sus mejillas-

_Que descanses.

Marcia siguió con su labor. Trabajaría una hora más para poner al día unos papeles.  De pronto, el cajón de uno de los archivadores se abrió como si una mano invisible tirara de él. La mujer volvió la mirada al tiempo que daba un pequeño salto en su silla giratoria. Todos los papeles saltaron para caer en el piso. Ella se levantó asustada. Acto seguido, una de las dos lámparas de la oficina estalló dando un fulgurante chispazo, dejando ese lado en penumbras. Y, desde allí, una sombra surgió acercándose lentamente a ella hasta transformarse en lo que podría ser una persona que no le desprendía la mirada. Al instante lo reconoció:

_Fer…mín. –dijo en un susurro-

Su aspecto exageradamente pálido, hizo que la mujer levantara las dos manos para taparse la boca sin poder lanzar un gemido. Solamente sus ojos se abrieron. Se desplomó sobre la silla. Bajó la mano derecha hasta su pecho mientras dejaba colgar la izquierda.

En ese momento, la puerta se abrió y el celador entró con un termo y un pocillo sobre una bandeja. Al mirarla en esa posición, colocó la bandeja sobre el escritorio diciendo:

-¡Señorita Marcia! ¡Qué tiene!

Ella, con voz entrecortada, le respondió tratando de señalar con el dedo:

_ Es… Fer…mín. –Y se inclinó frunciendo la cara-.

El celador tomó el teléfono.

 

El médico que acudió a su llamado, diagnosticó muerte por infarto. Para María Eugenia y su primo  fue un golpe muy duro.

 

El entierro se llevó a cabo al día siguiente en horas de la tarde. Muchos de los empleados la acompañaron hasta su última morada. Entre ellos, por supuesto, estaban María Eugenia y Eleodoro. El sacerdote estaba dirigiendo sus palabras de consuelo a los dolientes, cuando algo llamó la atención de Eleodoro: Detrás de unos setos de ciprés apareció ante sus ojos la presencia de Fermín. El susto fue tan intenso, que lo puso a temblar. Volteó a mirar a su amiga para decirle:

_¡Mira… hacia… allá! –Le indicó con la mano-

_No veo nada raro.

_¡Allá… está… Fermín!

_Estás muy impresionado. No hay nadie. Cálmate.

Más, el miedo se apoderó de él, cuando al oído escuchó una voz que le decía:

_ “Vendré por ti”

_¡No! –Exclamó-

_¡Qué te pasa. Contrólate!

_¡Fermín me acaba de… decir al oído que… vendrá por mí!

_¡Ah. Figuraciones tuyas! Estás muy nervioso. Será mejor que nos vayamos. –Lo tomó del brazo y se dirigieron hacia el lugar en donde Eleodoro había dejado su coche. Al salir del Campo Santo, se sintió un poco más tranquilo. Aunque hubiera preferido irse a dormir, primero llevó a su compañera hasta la casa. Una vez en la puerta, ella le propuso entrar a tomarse una copa, y él aceptó gustoso. Se quedaron conversando sobre lo ocurrido.

_Me parece muy raro lo que contó el celador. –Añadió Eleodoro-

_A qué te refieres?

_A que antes de morir, Marcia le comentó muy asustada que allí estaba Fermín y que trató de señalar el lugar. Además, que encontró la lámpara como si la hubieran cogido a golpes, y que el archivador estaba abierto con todos los papeles sobre el piso.

_Esa gente convierte en un drama cualquier suceso.

_Pero lo que no puedes decir que lo inventé es que vi a Fermín en el cementerio y que luego escuché su voz que me decía que “vendrá por mí”.

_El hombre a quien viste, debió ser alguno de los acompañantes y tú, por el nerviosismo, creíste que era él. Y ¿sabes qué? Es mejor no seguir hablando del asunto.

_Está bien. Ya está de noche y creo que debo marcharme. Nos vemos mañana.

_Que duermas.

 

Eleodoro salió en su auto con dirección hasta su casa. A esa hora, ya el tráfico había disminuido bastante. El hombre aprovechó ésto para manejar un poco más rápido. Inesperadamente, el ambiente dentro del auto se tornó helado. Eleodoro encendió la calefacción. pero, no sirvió de nada. El frío lo sentía en la nuca. Encogió la cabeza y levantó los hombros tratando de darse abrigo. Fue entonces cuando escuchó aquella voz macabra que le decía:

_“Hola, Eleodoro. Te estaba esperando”. –El pánico fue tan intenso que lo hizo lanzar un grito aterrador que se cortó cuando sintió unos fuertes dedos que le marcaban el cuello impidiéndole respirar. El vehículo se subió en el separador haciéndole dar una voltereta quedando con las cuatro llantas hacia arriba, mientras se arrastraba sobre la capota. A Pesar del poco tráfico, algunos conductores llegaron hasta el sitio y, al ver dentro a una persona, trataron de sacarla, sin éxito, pues las puertas no podían abrirse. Una patrulla de la policía y una ambulancia llegaron pocos minutos después, y con palancas abrieron la puerta del conductor. Uno de los paramédicos, informó que estaba muerto. Le extrañó mucho las marcas que encontró alrededor de su cuello. Según los exámenes practicados, murió por asfixia, aunque les inquietaba que nadie más iba con el difunto en el carro y que no pudo haber salido, ya que las cuatro puertas estaban con seguro.

 

Al día siguiente, la noticia en la Empresa, comenzó a desatar muchos comentarios, especialmente después de lo que había comentado antes el celador. María Eugenia estaba muy nerviosa y no sabía qué pensar. Por la noche, llegó con algunos compañeros de trabajo hasta la sala de velación. La ventanilla del ataúd estaba levantada y ella se acercó a mirar al cadáver de Eleodoro. Sus facciones, a pesar del retoque que le habían practicado, reflejaban un miedo atroz. El cuello había sido cubierto con un pañuelo blanco de seda, para disimular las marcas imborrables de los dedos. La impresión que le causó fue tan grande, que prefirió retirarse a buscar una silla.  Al instante, reparó en la presencia de un hombre que se hallaba en la puerta. Estaba vestido de negro y permanecía con la cabeza agachada sobre su pecho. Sin saber  por qué, le llamó la atención. No le había visto la cara, pero le parecía conocido. Se quedó mirándolo hasta que éste levantó los ojos hacia ella. Era… Fermín! Ella lanzó un grito tan agudo, que impactó a todos los presentes, quienes miraron hacia donde María Eugenia lo hacía. Mas no había nadie. La mujer se desmayó. Cuando recobró el conocimiento, algunos se ofrecieron a llevarla a su casa. Su señora madre la recibió y con su ayuda, la sentaron en la sala hasta que la joven se sintió restablecida.

 

Tan pronto como quedaron solas, se desahogó contándole el miedo que sentía por lo que les había pasado a sus dos compañeros y que podría pasarle a ella. Le relató toda la historia.

_Hija, me parece que procediste muy mal con ese muchacho. Antes de haberte puesto a besarte con otro, hubieras terminado con él. Te tengo que decir que tú, indirectamente, le causaste la muerte. Debes invocar su nombre y pedirle que te perdone. Si le consultas a tu padre, te dirá lo mismo.

_¿Invocar su nombre? Por favor, explícame cómo hago.

_Simplemente te diriges a él llamándolo tal como si lo tuvieras en frente y le dices lo que te salga del corazón. Hazlo esta misma noche.

_Me dá mucho miedo.

_Si quieres acabar con esta situación, tienes que hacerlo. Ahora, te dejo. Que descanses, mi amor.

 

Esa noche, María Eugenia, ya acostada en su cama con su alcoba únicamente iluminada por la luz de la lámpara de la mesita de noche, se llenó de valor y, en voz baja, pronunció el nombre de su difunto novio, diciéndole:

_Fermín, quiero que me escuches: En ningún momento quise hacerte daño. Perdóname por haberme dejado llevar por mis impulsos. A ti te quise mucho. Por favor, no me hagas daño.

En ese instante, la luz de la lámpara disminuyó de intensidad y la alcoba se fue iluminando con una luz de un color azul muy intenso; del centro surgió una figura que fue tomando la apariencia de un hombre. Era Fermín, quien la miraba de una manera indescriptible mezcla de cariño y odio. La joven mujer se quedó bloqueada, totalmente muda de la impresión.

_“Aquí estoy, mi amor”. Contestó con una voz que no parecía salir de sus labios: En la mano derecha llevaba una pequeña caja de peluche rojo. Caminó despacio hacia María Eugenia deteniéndose a unos pocos centímetros. Se arrodilló a su lado y le dijo:

_“¿Quieres casarte conmigo?” –Entre tanto, abría la caja en la que brillaba un hermoso anillo de compromiso, y se la ofrecía-

La joven, presa de un terror infinito, sacó fuerzas de donde no las tenía para lanzar un grito escalofriante.

_¡Ahhhh!

Los padres salieron de las cobijas, tan rápido como su vejez les permitió.

_¡Hija! –Exclamó la madre-

_Hijita- ¿Qué tienes? –Preguntó el padre, sin que ninguno de los ancianos obtuviera respuesta-

La hija lucía pálida sobre la cama.

_¡Mira, viejo! Ese anillo no lo tenía cuando la acompañé a acostarse.

_No es el momento de reparar en esas cosas. Tenemos que llamar al médico.

 

Desde el momento en que el doctor hizo su entrada, supo que no había nada qué hacer. Esto lo confirmó cuando realizo las auscultaciones del caso.

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados