Esta historia es real. Para nadie es un secreto que, tanto las prendas de ropa y en general todo lo que usamos, guardan nuestra energía. Esto también sucede con los lugares en donde habitamos; Nuestra energía permanece allí aún después de haber fallecido, aunque algunos la llamen… Fantasmas

Tan pronto hubo recibido su equipaje, Santiago tomó el taxi que lo llevaría desde el Terminal de Transporte hasta el apartamento que su padre había contratado para que se alojara, por lo menos, durante el primer semestre de la carrera universitaria que iniciaba al día siguiente. Leyó al conductor la dirección y lo dobló para guardarlo en el bolsillo de su chaqueta. Se sentía feliz. A partir de entonces, se convertiría en el administrador de su tiempo.

_Creo que es aquí. –Dijo el taxista. Abrió la puerta de su vehículo y salió con el fin de ayudar al muchacho a bajar su maleta y recibir su pago.

Ya las luces de las lámparas comenzaban a encenderse a medida que la tarde moría.  El joven se ubicó frente a la puerta y miró la casa  de dos pisos. Una de las cortinas del segundo se movió indicando que alguien lo miraba; él levantó la mano en señal de saludo, mas aquella persona que, según el reflejo de su silueta parecía ser una mujer, no respondió al saludo.  Entonces, caminó para abrir la puerta principal. Con la luz de la calle pudo apreciar un corto zaguán. Al final del mismo había otras dos: una a la izquierda que, según las instrucciones, era la entrada a su aparta-estudio y, al lado derecho, otra  correspondiente al segundo nivel. Dejó su equipaje en el piso, alistó la llave con ayuda de la escasa luz de fuera; mas, al intentar introducirla se detuvo al escuchar el murmullo de una conversación. Dudó por un instante; mas, por seguridad, cerró la principal que daba a la calle, quedando en completa oscuridad. Tardó unos segundos escuchando; aunque no alcanzaba a entender lo que hablaban, le pareció que se trataba de una discusión.  Lo mejor sería entrar. A tientas introdujo la llave y empujó la puerta. El apartamento tenía las luces apagadas; el murmullo de la charla cesó al instante; vagamente alcanzó a ver una pareja sentada a la mesa de comedor. La situación le pareció muy extraña. Sin embargo, dijo:

_Buenas noches. –No obtuvo respuesta-

Buscó el interruptor pasando la mano por el filo de la entrada hasta localizarlo. Al accionarlo iluminó la que fuera la sala de su apartamento; mas, para aumentar su asombro, se dio cuenta de que allí ¡no había nadie! Se encogió de hombros haciendo un gesto de equivocación. Seguramente la oscuridad le jugó una “mala pasada”. Ya, con la luz encendida, el panorama cambió totalmente. Entró su equipaje y procedió a inspeccionar el lugar: Junto a la sala estaba la alcoba con su baño y, enseguida, la mini-cocina y la zona de ropas en un pequeño patio. Le gustó.

Después de tomar posesión, distribuir sus pertenencias y tender la cama, salió a buscar un sitio dónde comer, dejando las luces encendidas.

Al regresar, cerró las persianas, se recostó en su cama y llamó a sus padres para darles el parte de tranquilidad de que todo estaba muy bien. Escuchó música un rato y, cuando el sueño comenzó a enredarle los pensamientos, se acostó.

Era un poco más allá de la media noche cuando, entre sueños escuchó un llanto muy lastimero que iba aumentando en volumen hasta dejarlo completamente despierto. Lo primero que hizo fue afinar el oído para tratar de ubicar su procedencia. No parecía provenir de la calle; más parecía ser en su sala. Encendió la luz, se calzó unas pantuflas y se dirigió  hacia allí, con el corazón latiéndole exageradamente. En la sala no había nada raro. Con seguridad la mujer que lloraba estaba por fuera en su puerta de entrada. Quitó el seguro y la abrió. Ahora lo escuchaba en la puerta de entrada del segundo piso. Se acercó hasta allí. Escuchó por unos segundos: No había duda;  golpeó bajo con los nudillos.

Puedo ayudar en algo? –No obtuvo respuesta, pero el llanto siguió- Mira, soy tu nuevo vecino. ¿Me puedes decir qué te sucede? ¿Estás enferma? –Esperó unos minutos sin ningún resultado, aunque el llanto seguía-

_Mira, las penas cuando se comparten se hacen más livianas. Abre la puerta… Charlemos. Puedes confiar en mí. Te garantizo completa discreción.

La mujer no contestó; sin embargo, el llanto se hizo menos intenso hasta que se calmó por completo.

_Mira, me alegro de que te hayas calmado. Todo problema, por difícil que parezca, puede tener solución. Mi nombre es Santiago. Desde ayer vine a vivir a este apartamento. Si no deseas conversar ahora, podemos hacerlo a media tarde y me cuentas tu problema. Juntos podemos buscar una solución.

La única respuesta que Santiago escuchó fue el ruido de una persona al ponerse de pies y los pasos al ascender  las escaleras. Esperó hasta que éstos cesaron y unos segundos más. Luego, se fue a acostar preguntándose qué le podría pasar a esa pobre mujer y que seguramente vivía sola.

Aquella tarde soplaba un viento exageradamente helado mientras caminaba hacia su aparta-estudio. Aunque no tenía la certeza de que aquella mujer estuviera dispuesta a compartir con él la causa de su llanto, apresuró el paso para no quedarle mal.  En pocos minutos, llegó hasta el frente de aquella casa. Levantó la mirada hacia el segundo piso para descubrir la silueta de ella detrás del velo que cubría la ventana.  Detuvo el paso, sonrió y levantó la mano moviéndola en señal de saludo; sin embargo, la mujer pareció alejarse hasta casi desaparecer. El muchacho le hizo señas de que bajara. Ella pareció acceder puesto que desapareció de la ventana. Santiago se apresuró a entrar para esperarla en el pasillo. Esperó varios minutos, mas la mujer no salía.

_” ¡Ah mujeres! Apuesto a que estará acicalándose”.  -Los minutos pasaban y…nada- “Será mejor que llame”.

Tocó a la puerta por dos ocasiones, esperó y nadie salió a recibirlo.  Giró hacia su apartamento, pensando:

_”Si no quiere hablar conmigo, allá ella” –Entró, dejó su maletín sobre el escritorio y pasó a la cocina a prepararse un café-

Esa noche, después de ordenar unos apuntes de la universidad, se dedicó a escuchar un poco de su música favorita, recostado en su cama. Cuando se dio cuenta de que el sueño se fue apoderando de él, decidió acostarse. Apagó la luz y se dispuso a dormir.

En eso, la puerta de su alcoba se abrió sin producir ruido alguno. Unos silenciosos pasos caminaron hasta el borde de su cama. Santiago afinó el oído sin moverse. Se encontraba recostado sobre el lado derecho en posición fetal, de tal manera que sobraba un espacio entre sus pies y el resto de su cama. Hasta allí se dirigieron las suaves pisadas. Acto seguido, el colchón de la cama  se movió al recibir el peso de la persona que se sentaba. Sabía de quien se trataba. En ese instante no se preguntó cómo entró ni en ningún otro detalle. Entreabrió los ojos y la miró por unos segundos luchando contra el sueño que tenía, mientras balbuceaba:

_Viniste… Pero ya no tengo deseos de hablar… Tengo mucho sueño.

_¡Sólo vine a decirte que quiero que te vayas! Esta casa es mía. Nadie me la va a quitar. Nadie me va a sacar de aquí. Si no te vas, lo vas a lamentar. ¡Vete!

Lo dijo de una forma tan autoritaria, que el muchacho despertó totalmente y miró hacia los pies de su cama. Alcanzó a ver entre la penumbra, la silueta de una mujer sentada. El impacto fue tan fuerte que hasta creyó advertir la mirada y la expresión de rencor. Estiró la mano hacia la lámpara de la mesa de noche y la encendió. Miró hacia donde estaba la mujer con cierto temor, mas, allí no había nadie. Se incorporó un poco sobre el espaldar asesando. Escuchó el ruido de la puerta al moverse: Estaba abierta. Sin embargo, en ese momento estaba completamente seguro de haberla cerrado antes de acostarse, como era su costumbre desde su casa paternal; pero trataba de tranquilizarse diciéndose que todo había sido un sueño.

Ese día se levantó más temprano que siempre. No preparó desayuno; tomó su morral y salió. Prefería desayunar por fuera.  Después de la universidad, decidió despejarse un poco entrando en una sala de cine ubicada en un centro comercial. De manera inconsciente trataba de no llegar temprano a su apartamento. Pero debía hacerlo.  Llegó hasta el frente y levantó la mirada hacia el segundo piso, Allí, detrás del velo de cortina estaba aquella mujer mirándolo. El la miró también y le hizo señas de que bajara. Abrió la entrada principal de la casa y llegó hasta la puerta de ella. Tocó una vez. Al instante escuchó los pasos de alguien acercándose. Al instante escuchó una voz muy agresiva que le decía desde adentro:

_¡Te dije que te fueras!

Esas palabras le cayeron como un baldado de agua fría.

_”¿Entonces lo de anoche no fue un sueño? ¿Esta mujer, anoche realmente estuvo en mi apartamento?”

Y en voz alta:

_¡Pues estás loca si crees que te voy a dar gusto! Voy a hablar con el propietario para que me cambie las guardas de la cerradura. No va a poder volver a entrar.

_¡No estés tan seguro!

Lo llamó en ese mismo momento. Después de saludarlo le manifestó su deseo del cambio de guardas.

_Y, ¿Por qué quiere cambiarlas?

_Anoche, mientras dormía, la inquilina del segundo piso entró a mi apartamento. Me despertó para manifestarme que deseaba que me fuera; que esta casa es de ella y que nadie la va a sacar; que si no me voy, lo voy a lamentar. ¡Creo que está loca!

_Por qué dice que es la inquilina del segundo piso?

_Porque la he visto en la ventana; cada vez que llego está tras de la cortina mirándome. Además, ante noche casi a la madrugada, me despertó su llanto inconsolable. Al comienzo creí que era en mi alcoba, pero encendí la luz y escuché que el llanto venía desde el segundo piso. Salí y lo sentí dentro del apartamento, detrás de la puerta. Le pregunté que cuál era el motivo de su llanto. No me contestó. Le sugerí que me buscara cuando lo desee para que conversáramos,  y se las arregló para entrar.

_Mi apreciado joven, no sé qué contestarle. Lo único que puedo decirle es que el apartamento del segundo piso está desocupado. No hay allí ninguna arrendataria desde hace varios días. La pareja que allí vivía, me entregó las llaves y, sin darme ninguna explicación me pidieron que les permitiera irse. Yo accedí y desde entonces no se ha arrendado. Usted es la única persona que habita la casa.

_¡No puedo creer eso! Entonces quién es la mujer que me visitó, la que escuché llorar y la que siempre está en la ventana como si estuviera pendiente de mi llegada?

_Si me lo permite, al finalizar la tarde lo visito y conversamos.

_Por supuesto. Lo espero. Hasta luego.

La conversación telefónica con el dueño lo dejó con la cabeza llena de ideas locas. Se levantó y salió. Había visto una cafetería al frente de su apartamento y entró. El propietario le sonrió muy atento y se acercó hasta la mesa.

_¿Qué desea?

_Un café, por favor.

_Con mucho gusto.

Volvió con el servicio y, mientras lo colocaba sobre la mesa, preguntó:

_Usted es nuevo en el sector, ¿Verdad?

_Si, así es. Vivo en uno de los apartamentos de la casa del frente.

_Y… ¿Cómo se ha sentido? -Santiago lo miró por unos segundos. En lugar de responder, preguntó-

_¿Por que lo dice… de esa manera?

_Bueno… porque los inquilinos de allí no duran.

_Y… ¿Cuál cree que puede ser la razón?

_Exactamente… no lo sé. Esa casa fue de una pareja que vivió allí varios años. No tenían niños. El esposo era un sargento. Parece que, al comienzo, todo era felicidad. Pero, según lo que dice la gente, de un tiempo en adelante no se llevaban bien. Así que, él le pidió el divorcio a la señora. Ella no quería irse de allí. Lo cierto es que la casa se vendió y le entregó su parte del dinero. La mujer no tenía ningún ingreso. Con lo que le correspondió se trasladó a vivir muy cerca de aquí a una pieza, pero extrañaba su casa y todos los días se ubicaba junto a esta cafetería; permanecía horas parada mirándola. La tristeza la invadía y muchas veces lloraba y se regresaba a su habitación. Dicen que la pena moral de haber perdido tanto su casa como su hogar, la fue acabando hasta que falleció. De la vida del sargento no se supo más. Por cierto, allí parece que llega Don Euclides, el nuevo propietario, – dijo, señalando  con un gesto hacia el frente.

_ Así es. Le agradezco mucho su conversación. Muy interesante.

Salió de la cafetería con la cabeza llena de pensamientos encontrados. Con la contrariedad reflejada en su rostro, se dirigió a encontrarse con él.

Se saludaron de manera muy cordial; luego, Euclides le propuso:

_ Vamos a conocer el apartamento del segundo piso. Quiero mostrarle que allí no habita nadie, aunque está amoblado, al igual que el suyo. Inclusive, Si entre sus compañeros hay alguien que necesite un lugar para vivir, le recomiendo. Se ganaría una buena comisión.

_Lo intentaré.

Una vez terminaron de subir las escaleras, Euclides se dedicó a señalarle las diferentes dependencias

_ Aquí está la sala, la cocina, la alcoba auxiliar y aquí, la alcoba principal. Al lado, está el baño y junto a él la escalera para bajar al patio de ropas. Este fue dividido en dos, por obvias razones. ¡Ah! Parece que la vez anterior dejé encendida la luz del baño. -Y entró para apagarla-

En ese preciso instante, un ligero ruido le hizo volver la mirada hacia el fondo de la alcoba principal, para encontrarse con la presencia de la ya conocida mujer que lo visitara la noche anterior en su habitación. Estaba sentada en la cama y mirándolo con expresión de furia.

_”Otra vez usted?” –Pensó-

No pudiera decir que la vio mover los labios, pero si escuchó una voz seca dentro de su cerebro:

_ “Si no te vas, no te dejaré en paz”

Euclides, quien se acercaba en ese preciso momento, preguntó:

_¿Con quién ha…? –No alcanzó a completar la pregunta. Sólo se limitó a mirar hacia la cama. La mujer se tornó borrosa hasta desaparecer totalmente-

_¡E… Era la misma que me visitó en mi apartamento!

_!Yo… nunca había creído en fantasmas… Pero después de ésto… No sé qué decir!

_Don Euclides, discúlpeme… ¡No quiero seguir en el apartamento! Ahora comprendo por qué el señor de la cafetería del frente me comentó que aquí los inquilinos no duran. Voy a pedirle a mi papá que venga a hablar con usted. En este momento iré a sacar las pocas cosas que traje y me voy a un hotel. Espero que me entienda. Me da mucho temor quedarme.

_Santiago… no puedo irme en contra de sus sentimientos. Créame que lo entiendo. Venga lo acompaño. Luego hablaré con su padre y veré cómo solucionamos esta situación.

El padre de Santiago se vio obligado a pagar un dinero como indemnización y Santiago se trasladó a unas residencias universitarias. Euclides pensó en acudir a una entidad especializada en asuntos paranormales.

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.