Una vez firmada la escritura que los acreditaba como nuevos propietarios del apartamento, Elmira les entregó las llaves y una carpeta con varios documentos y los últimos recibos pagados. Se le notaba la nostalgia que la embargaba.
_Créanme que no es nada fácil, para mí, salir de este apartamento donde pasé la mayor parte de mi vida de casada, pero ya me parecía demasiado grande para mi soledad. Por favor no duden en llamarme para comunicarme cualquier inquietud.
Poco tiempo después, Soraya Y Wilmer, cumplían sus primeros seis meses de casados. Los dos tenían afinidad en muchas cosas y gustos. Una de tantas afinidades era el amor a los animales, especialmente a los perros. En el planeamiento de su nuevo hogar, habían acordado, por lo pronto, no tener hijos y, mejor, comprar dos perros de raza pequeña. Wilmer toda la vida, había deseado tener un Bulldog, y Soraya, por su parte, quería un Yorkshire. De tal manera que, sin darle más vueltas al asunto, visitaron un criadero de perros muy reconocido y regresaron a su apartamento con sus mascotas de dos meses de edad: Una perrita Bulldog y un perrito Yorkshire. Debido a su corta edad, tenían que empezar a enseñarles las mejores costumbres higiénicas. Así que, en el pequeño patio, habían construido una división de unos ochenta centímetros de altura, en donde tenían listas sus camas, sus platos tanto para la comida, como para la bebida y, no podía faltar el periódico impregnado del aroma que los invitaba a realizar en él, sus necesidades urinarias. Los dos trabajaban; por tanto los perritos se hacían mutua compañía durante el día. La ilusión de la pareja era llegar de su trabajo a consentir a sus mascotas. Los sacaban de su recinto y les autorizaban a pasear por todo el apartamento.
Todo marchaba muy bien. Un sábado, ya en horas de la tarde, la pareja decidió volver a los animalitos a su territorio. Wilmer se sentó frente al televisor, mientras su esposa se daba un refrescante baño. El adormecimiento comenzó a invadir al hombre; sin embargo, antes de quedarse dormido y, con los ojos entrecerrados, se dio cuenta de que alguien pasó por su lado, caminó hacia el patio y se puso a consentir a los canes y a jugar con ellos. Estos lanzaban rugidos juguetones como si estuvieran mordisqueando los dedos de quien los consentía. Dado que en el apartamento sólo vivían él y su esposa, era lógico concluir que, quien estaba jugando con ellos, era Soraya. Mas, su asombro fue mayúsculo, cuando la vio salir de la alcoba envuelta en una salida de baño y una toalla como turbante alrededor de su cabeza. Entonces, quién estaba consintiendo a sus perros?
Se levantó como impulsado por un resorte y fue directamente al patio. Lo primero que alcanzó a percibir por unos segundos, fue la imagen de una persona inclinada sobre la división y que se borró inmediatamente. Se le agrandaron los ojos y miró hacia sus animalitos: los dos estaban parados en sus patas traseras, uno junto al otro, y apoyados contra la tabla con sus manos. Hasta allí llegó apresurada Soraya para preguntarle:
_¿Qué paso?
Wilmer respondió relatando lo sucedido con pelos y señales.
_Seguramente te dormiste e imaginaste lo sucedido.
_Puede ser. Ojalá sea así. –No hablaron más sobre el hecho- Bueno, yo también me daré un baño.
_Yo voy a hacerme el pedicure.
Tomó del tocador su estuche y se sentó en la cama, dando la espalda al vestiere y se concentró en su tarea. Unos minutos después, escuchó los pasos de su esposo que caminaba por el lado contrario de la cama y se sentaba sobre la misma, haciendo sentir su peso.
_No te demoraste nada! –Comentó, sin levantar la mirada-.
Al no obtener respuesta, giró la cabeza. No había nadie en la cama, y el sonido de la regadera continuaba normal. No pudo evitar el inquietarse un poco. Un intenso frío recorrió todo su cuerpo. Con voz temblorosa, preguntó:
_Amor, ¿Te demoras?
_Ya salgo. –Ella dejó su labor y se levantó para entrar en el vestiere a esperar a su esposo-.
Este no demoró y salió preguntando:
_¿Qué pasó? –Soraya, antes de responderle, se lanzó a abrazarlo.
_¡Me asustaron! –Y le narró lo sucedido.
_No se me ocurre nada para responderte. Tal vez que… ¿te dormiste e imaginaste lo ocurrido? Ja ja ja. Ven, tranquilízate y veamos una película. –Se metió a la cama y encendió el televisor de la alcoba-.
Al finalizar el primer día de la semana, Wilmer salió de trabajar y se dirigió a su apartamento. Soraya no había llegado aún. Lo primero que hizo fue ir hasta su alcoba, quitarse los zapatos y las medias y colocarse unas babuchas. Salió con el fin de ir a sacar a los perros de su sitio; mas, al llegar al pasillo, le llamó la atención un poco de líquido de color amarillento regado en el piso. Se arrodilló hasta poder olfatearlo; el olor era inconfundible: eran orines… de perro! Sin embargo no podía explicarse el por qué estaban allí, puesto que, en la mañana su esposa y él, habían dejado todo impecable. Por su escaso tamaño, ninguno de los dos hubiera podido traspasar la barrera de madera que había confeccionado. La conclusión: alguien los había sacado de su sitio; pero, ¿quién? Los únicos que tenían llaves eran él y su esposa. Por ahora, lo mejor sería limpiar. No le diría nada a ella.
Sacó a sus mascotas, uno a uno y se dedicó a realizar la limpieza correspondiente. Al terminar, se dirigió al sofá seguido por ellos. Se sentó. Mientras su pequeña Bulldog se recostaba sobre su brazo, el otro le mordisqueaba los pies, gruñendo como si estuviera furioso.
Minutos después, escuchó la llave en la cerradura. La familia estaba completa.
_Mi amor, quiero pedirte que vayas a comprar unas cosas para la cena. –Dijo ella-
_Claro! Díme qué. –Memorizó el pedido y salió-.
Soraya ocupó su lugar en el sofá al frente del televisor. Al momento de alcanzar el control, escuchó el inconfundible sonido de una silla al ser corrida en la alcoba que, mucho más allá, sería la habitación de su primogénito. Suavemente hizo a un lado a la perrita y se levantó con el fin de averiguar la causa. Efectivamente había una silla en todo el centro. Si hubiera sido Wilmer quien la dejó allí, entonces, ¿el sonido? No tenía la excusa de que pudo ser en el apartamento vecino, puesto que era esquinero. Por tanto, esa alcoba daba al extenso jardín. Cuando llegó su esposo, le comentó:
_En este apartamento están ocurriendo cosas extrañas: Escuché que alguien corría una silla en la alcoba continua. Encontré una en el centro. El caso es que yo no la dejé allí.
_Yo, menos.
En otra ocasión, ella salió más temprano de trabajar. Llegó a su apartamento y, al entrar, se encontró con la sorpresiva presencia de varios excrementos distribuidos por todo el apartamento. Antes que nada, dejó su bolso sobre una silla y fue a mirar a los perros. Ellos estaban allí totalmente campantes.
_ “Entonces, Qué ocurrió?” –Pensó-
Lo que hizo fue tomar el celular y llamar a su esposo.
_Aló.
_Hola, mi amor. Tú viniste al apartamento durante el día, ¿cierto?
_No. La verdad, no he tenido tiempo ni de hurgarme la nariz. ¿Por qué?
_Hay “popó” y orines de perro por todo lado. Lo raro es que ellos están en su lugar. No creo que pudieran salir y luego volver a entrar.
_No me he movido de la oficina.
_Esto está muy raro. Hablamos más tarde.
Cuando Wilmer llegó, ya el apartamento estaba limpio.
_Hola, mi amor. Cómo es esos de que encontraste deshechos de los perros en el apartamento?
_Si. No me hagas asustar. Seguramente viniste y no tuviste tiempo de limpiar.
_Mi amor, créeme. No he venido. Si hubiera sucedido como dices, te lo diría. Tú sabes que nunca dejaría el apartamento sucio. De casualidad le diste las llaves a tu mamá?
_Te juro que no.
Nuevamente el hecho quedó sin explicación. Después de comer, como siempre, dejaron a sus mascotas en su sitio, miraron televisión un rato y se fueron a descansar. Apagaron la luz y a dormir se dijo.
Más allá de la media noche, Sorayase despertó con la sensación de que alguien la miraba. Buscó por la alcoba totalmente a oscuras. No estaba equivocada. En la penumbra alcanzó a percibir la figura de un hombre alto y corpulento. Se estremeció al descubrir sus ojos brillantes fijos en ella. Quedó casi paralizada por el terror, aunque alcanzó a tocar con fuerza a su esposo. Este se despertó al instante.
_¿Qué pasa?
_¡Hay un hombre a los pies de la cama!
Wilmer también lo vio. Estiró la mano para encender la lámpara, pero en ese momento la visión se desplazó en segundos hacia la puerta. En el mismo instante en que se encendió el bombillo, se escuchó el sonido de la puerta al cerrarse.
_¡Espérame! –Dijo saltando de la cama-
_¡Voy contigo!
Abrió la puerta y miró hacia el pasillo. No vio a nadie. Su esposa se le unió y juntos inspeccionaron todos los rincones del apartamento. No encontraron nada. La puerta de salida estaba con llave y el pasador corrido. Se fueron a la cama muy intrigados.
_No se puede decir que fueron figuraciones o ideas. Algo está ocurriendo aquí. –Dijo Wilmer-
_y a mí ya me está asustando!
_Tampoco vamos a cogerle miedo a nuestro apartamento. Habrá que hablar con Elmira.
Afortunadamente, el sueño vino en su ayuda.
Al día siguiente, Wilmer llegó a su hogar antes que su esposa. Al entrar, se encontró de manos a boca con la escena de un hombre sentado en uno de los sillones de la sala ni más ni menos que con su perro Yorky sobre las piernas. El sobresalto fue grande. Se quedó parado a mitad de camino. Quiso preguntar: “¿Quién es usted?” mas, la voz se negaba a salir de su boca y, para completar, la figura del hombre se fue borrando hasta desaparecer por completo, quedando solamente el pequeño perro sobre el sillón. En ese instante, la puerta se abrió y apareció su esposa.
_¡No te imaginas el gusto que me da que hayas llegado!
_Qué sucedió?
_¡Mira! –Respondió señalando al perro-. Cuando entré, el perrito estaba feliz de la vida sobre las piernas del hombre que, según creo, es el mismo que vimos anoche. Nos miramos por unos instantes, y no me lo vas a creer, pero te juro que se volvió humo.
_¿Dices que alcanzaste a verlo?
_Por supuesto. Y creo saber quién es, pero voy a averiguarlo; espérame aquí.
_¡No, ni loca!
_No me voy lejos. Es aquí al apartamento del frente, en este mismo piso.
Llamó a la puerta. En unos segundos, el vecino abrió.
_Buenas tardes, dijo Wilmer
_Mucho gusto, vecino. A sus órdenes.
_Disculpe, quiero pedirle el favor de responderme una pregunta, si usted no tiene inconveniente: Usted conoció al antiguo dueño de mi apartamento?
_Claro.
_¿Puede hacerme el favor de describirlo?
_Bueno, pues era alto y acuerpado, ya era de edad avanzada, educado…
_Con la descripción física me basta. Le agradezco mucho.
_¿…? No, con gusto.
_Es él. Voy a llamar a la antigua dueña. –Marcó el número-
_Doña Elmira, buenas tardes. Soy Wilmer.
_Don Wilmer, ¿cómo está?
_Digamos que bien. Señora, me urge conversar con usted.
_Dígame.
_Lo que sucede es que en el apartamento han ocurrido algunas situaciones no muy fáciles de comentar y de creer, pero tengo que comentarlas con usted.
_Lo escucho. Hable sin reparos.
Le contó todo tal y como ocurrieron. Desde antes de terminar la narración, doña Elmira comenzó a llorar.
_Señora…
_No se preocupe. –Dijo entre sollozos- Lo que pasa es que mi esposo adoraba a los perros. Nosotros tuvimos varios; uno, el último, muy similar al suyo. Andaba con él a todas partes. Y, según como usted me lo describe, esa presencia corresponde a mi Bruno. Yo le voy a hablar al párroco del conjunto para que se acerque al apartamento. Pero mi Bruno no es malo. No creo que les vaya a hacer ningún daño.
Poco después, el cura fue al apartamento y entre oraciones y conjuros, invocó al hombre:
_Bruno, quiero que abandones este lugar. Tú ya no perteneces a este mundo. Debes seguir tu camino. No hagas sufrir a tu esposa. Tienes que irte.
A partir de ese día, no se volvió a escuchar ni ver nada con relación a Bruno. El ambiente del apartamento se sentía tranquilo, fresco, renovado.
FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.