«Créaslo o no, la vida está llena de misterios y situaciones muy difíciles de explicar».
El día estaba esplendoroso. Un cielo azul con una que otra nube cubría la ciudad de Bogotá. Don Sixto, un adulto mayor de unos ochenta y pico de años, se asomó al portón y lo abrió. Colocó su hombro sobre el marco de la puerta y se dedicó a mirar la gente que pasaba. Estaba contento y, aunque sabía que no debía salir solo a la calle, empezó a acosarlo la tentación.
_ “¿Pero… qué tanto sería echarse una caminadita hasta la esquina? Llegaría hasta allí, se quedaría unos pocos minutos y se regresaría. Al fin y a la postre, él era un hombre libre y no tenía que rendirle cuentas a nadie” –Pensó-
Cerró la puerta con mucho cuidado, evitando hacer ruido y empezó a caminar hacia la esquina. Se detuvo allí dándole gusto a la vista. Cuando creyó que ya era suficiente, y para no preocupar a sus nietos y su nuera, decidió regresar. Nuevamente tomó camino, sólo que, sin percatarse de ello, siguió la dirección equivocada. Llegó hasta la otra esquina, pero su casa no apareció.
_ “Creo que tomé hacia el lado que no era. ¡Bueno! eso se remedia regresando por donde vine, y volviendo hasta la esquina donde estuve unos minutos” –Dijo para sus adentros, iniciando su regreso- Mas, cuando llegó hasta allí, el lugar le pareció completamente desconocido.
_ “¡Imposible que me vaya a extraviar en solo dos cuadras! Creo que debe ser hacia allá”. –Se dijo-
El todo fue que, entre más intentos hacía, más se alejaba de su casa. Por fin aceptó que estaba perdido. Buscó con la mirada a algún agente de policía: no había ninguno. Pensó en pedir ayuda a cualquier transeúnte aunque dos cosas se lo impidieron: Primero, su amor propio y, segundo, el temor de encontrarse con algún malandro que se aproveche de su situación. Era mejor seguir su camino hasta encontrar algún agente.
Entre tanto, el día avanzaba. En su casa, Gilma, su nuera, lo llamó para que tomara un café. Al no obtener respuesta, pidió a uno de sus hijos.
_Mi amor, ve y llama a tu abuelo. Dile que venga a tomar café.
El muchacho regresó para informarle:
_ ¡Mami, qué raro! ¡El abuelo no está en ninguna parte de la casa!
_Debe estar en el baño.
_¡No, mami. No está en ninguno de los dos baños. Creo que salió a la calle.
_ ¿Sería que tu hermana lo llevó a dar una vuelta?
_No, ella está mirando televisión.
_ ¡Acompáñame! –Dijo quitándose el delantal- Llamo a tu papá y salimos a buscarlo. Ojalá no haya ido muy lejos.
Madre e hijo dieron vueltas por las calles más cercanas sin obtener resultado. Al regresar a casa se encontraron con su esposo y padre que llegaba en el carro.
_ ¿No ha llegado?
_No.
_Hijo, toma tu bicicleta y busca por los alrededores con mucho cuidado. Tu mami y yo vamos en el carro. Tenemos que encontrarlo antes de que caiga la noche.
En eso, don Sixto, alcanzó a mirar el parque. Se sentía un poco cansado y encaminó sus pasos hacia allá. Deseaba encontrar una banca en donde poder descansar. Las más cercanas estaban ocupadas por parejas y grupos de muchachos; sin embargo un poco hacia adentro, había una desocupada. Llegó hasta ella y se sentó. Poco a poco la tarde se iba muriendo y el frío se adentraba entre sus huesos. El paraje empezó a quedarse solo. Aunque siempre fue un hombre valiente, el temor a tener que pasar la noche allí, lo atormentaba. Ya el frío era insoportable. De pronto, a lo lejos vio un auto con luces de colores azul y rojo que se encendían y se apagaban.
_¡Es una patrulla y con seguridad me están buscando! –Dijo en voz alta-
El anciano se levantó de la banca agitando los brazos. Quiso gritar, llamar la atención de alguna manera, mas la voz no le salió lo suficiente recia. El auto se alejó.
Volvió a sentarse totalmente desanimado. Empezó a parpadear para ahogar unas lágrimas que le nublaban la mirada y dijo para sus adentros, mientras se pasaba el dorso de las manos:
_ “¡No voy a llorar! ¡Ni más faltaba!
En ese momento escuchó que alguien decía:
_ Tan fuerte como siempre.
Reconoció la voz de inmediato. Giró su cabeza hacia el lugar de donde procedía. Desde el interior del parque venía caminando lentamente una mujer que lo miraba sonriente y tierna. No podía dar crédito a lo que miraban sus ojos. Abrió la boca para llenar sus pulmones de aire. Se olvidó totalmente de su realidad y exclamó:
_ ¡Elvira! ¡Eres tú! –Se levantó de la banca y salió a su encuentro hasta fundirse en un abrazo-
_Estás extraviado. No temas. Vine para ayudarte. Ven conmigo. –Y los dos comenzaron a caminar-
_Como en los viejos tiempos.
Realmente no estaban lejos de casa. En pocos minutos llegaron. El hombre tocó el timbre. En segundos la puerta se abrió y apareció su nieta.
_ ¡Abuelo! –Dijo muy emocionada e intrigada por la presencia de la acompañante-
_ ¡Hola, mi niña! Mira, ella es Elvira, tu abuela.
En ese instante, el auto de la familia se detuvo en frente de la casa. Su nuera y su hijo saltaron inmediatamente.
_ ¡Papá!
_ ¡Don Sixto!
Los dos se lanzaron a abrazarlo.
_ ¡Nos metiste un gran susto!
_ Ni se les ocurra comenzar a regañarme. Solamente salí a darme un paseo y me demoré un poco.
_ ¿Y dónde está mi abuela? –Preguntó la nieta-
_ ¿A quién te refieres, mi amor? –Interrogó su padre-
_Mi abuelo llegó con una señora y dijo que era mi abuela, pero no vi en qué momento se fue.
_Eso no puede ser.
_Aunque no lo creas, Tu madre Elvira me acompañó hasta aquí. Se la presenté a mi nieta.
_Será mejor que entremos. Está haciendo mucho frío aquí afuera –Dijo la madre-
Una vez dentro de la casa, Gilma llamó a su hija:
_Ven, hija, ayúdame a alistar la cena.
A solas, en la cocina, le preguntó:
_ ¿Cómo es eso que el abuelo llegó con una mujer?
_Si, mami, cuando abrí la puerta, el tenía abrazada a una señora y me dijo que ella era Elvira, mi abuela. Ella me miró con mucho amor y en ese momento ustedes llegaron. No supe qué se hizo.
_Mira, voy por unas fotos que tengo guardadas. Ya vuelvo.
Regresó con un viejo álbum, lo abrió y le mostró una foto en donde había varias personas.
_Me puedes decir cuál de ellas es la mujer que vino con tu abuelo?
La niña, sin pensarlo, dijo :
_Es ella.
Gilma sintió que un frío muy intenso le recorrió la espalda.
_ ¿Y dónde está ella, mami?
_En el cielo, hijita. Ella falleció antes de nacer tú. Tal vez, vino a ayudar al abuelo que estaba extraviado.
FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados