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La llamada insistente del timbre, aquel día sábado, hizo que la mujer saliera apresurada  a abrir la puerta.

_Buenos días –Eran dos miembros de la policía-

_Buenos días. ¿En qué les puedo servir?

_Necesitamos hablar con los padres de Carol Jiménez.

_¡Yo soy la mamá! ¿Le ocurrió algo a mi hija?

_¿Su esposo está en el momento?

_Si, voy a llamarlo. Sigan y esperen, por favor. –Los agentes de policía se sentaron-.

_Viejo!

_¿Qué ocurre? –Dijo el hombre saliendo con un periódico en la mano. Los oficiales volvieron a ponerse de pies para presentarse ante los dueños de la casa.

_Lamentablemente lo que nos trae por acá no son buenas noticias. Espero lo tomen con mucha calma. –La mujer apretó la mano de su marido- Según me dice su esposa, ustedes son los padres de Carol Jiménez.

_Si, por supuesto.

_Lamentablemente ella tuvo un accidente de tránsito ayer por la tarde en la vía Bogotá Girardot en el que, tanto ella como su esposo, perdieron la vida.

_¡Noo! –Exclamó la mujer rompiendo en llanto y recostándose en el pecho de Rafael buscando su abrazo-

_¿Y la niña? –Preguntó éste tembloroso y sin una gota de sangre en el rostro-

_La niña está bajo el cuidado de la Policía de Fusagasugá. Afortunadamente, fuera de unas leves contusiones, no sufrió nada qué lamentar. Necesitamos pedirles el favor de acercarse hasta allá con el fin de realizar el reconocimiento del  cadáver y hacerse cargo de la menor. Los padres de su yerno ya fueron avisados.

 

Unos días después, toda la tramitología había terminado y  se había podido realizar la cremación de los cuerpos.

 

Rafael y su esposa Esther tuvieron una hija y un hijo. Ambos habían formado sus respectivos hogares y, sus padres, desde ese entonces, vivían solos. Cuando sucedió el nacimiento de su nieta, se hicieron cargo de ella durante el día debido a que ambos padres trabajaban; y desde que entrara al jardín, la recibían en las tardes hasta la llegada de su hija o de su yerno por ella. Esta circunstancia había formado una unión entrañable entre nieta y abuelos. Ahora, el destino, se encargaba de acentuar el lazo mucho más. Vivía con ellos como una hija más. A veces, los abuelos por parte del yerno fallecido, la visitaban de vez en cuando, pero de allí no pasaba. Se le había explicado a la niña que sus papás se habían ido al cielo y, la verdad, fue muy poco lo que los extrañó.

En la primera navidad, uno de los regalos que le pidió a Santa Claus, fue un muñeco de nombre Elmo. Era feliz abrazando al muñeco cuando él lo solicitaba:

_“Abraza a Elmo… Elmo te quiere mucho. Ja,ja.ja”.

Esta preciosa niña, había renovado la alegría de vivir de sus abuelos. Todo en la casa giraba en torno de ella; y, para la niña, los abuelos eran su adoración. Sin embargo ellos estaban lejos de imaginar siquiera que la vida les tenía reservada otra gran amargura.

 

Una mañana, Esther preparó a su niña para enviarla a estudiar. Cursaba ya la mitad del primer año de primaria y ese día tenía Educación Física. Por lo tanto, le había colocado su sudadera y sus zapatos tennis. Le entregó su maleta de ruedas y su lonchera y la ayudó a subir al bus del colegio donde fue recibida por la encargada de la ruta. Se despidió muy cariñosa de los abuelos agitando su manito.

A eso de las once de la mañana timbró el teléfono. La abuela sintió un raro presentimiento y corrió a contestar.

_Buenos días. –Dijo-

_Buenos días. Hablo con doña Esther, abuelita de Ximena?

_Si, señora.

_Disculpe. Lamentamos comunicarle que su nieta sufrió un desmayo…

_!¿Qué le pasó?! ¿Está grave?

_Señora, no sufrió ningún golpe. Estaba en la clase de Educación Física realizando un juego de “carreras de encostalados” y de pronto, sin causa alguna, cayó al piso.  Fue llevada a la Clínica Infantil. Usted debe presentarse cuanto antes allá. Por favor anote la dirección.

_¡Viejo! –Llamó- ¡Tráeme un papel y un bolígrafo. Nuestra nieta sufrió un accidente!

 

Una hora más tarde, los dos abuelos llegaban a la oficina de información de la clínica. Allí estaba la coordinadora del establecimiento educativo. Al verlos, se acercó a ellos con una expresión que hablaba por ella.

_¿Dónde está mi nieta?

_Señora, la niña… falleció.

_¡No puede ser! –Exclamó en un angustioso grito-

En ese momento se acercó el médico que la atendió.

_Lo siento mucho. No pudimos hacer nada. La niña tuvo lo que se llama Muerte Súbita. Cuando llegó, ya no tenía signos vitales. La muerte, según parece, fue causada por una infección en las vías respiratorias. De todas maneras eso lo sabremos en la autopsia obligatoria que se debe practicar en Medicina Legal.

 

A partir de ese momento, la vida cambió radicalmente para los dos viejos. Desapareció su alegría, su ilusión de vivir. La casa quedó llena de recuerdos. Era un martirio encontrar algún par de zapatos,  cualquier prenda de vestir o uno de los juguetes.  El único hijo que les quedaba, los visitaba a menudo. Les aconsejó deshacerse de tantos recuerdos, pero la abuela no quería votar nada. Entonces los guardó en cajas con la ayuda de su nuera. En ocasiones “creía” escuchar la voz de su nieta Ximena que le susurraba al oído:

_”Abuelita, te quiero mucho” –Ella sonreía con nostalgia-.

Así llegó el 31 de octubre, día de los niños, el mes de noviembre y los recuerdos hacían más daño. La vieja tomó una decisión perentoria y se la comunicó al viejo:

_Quiero irme de esta casa. Si sigo aquí, siento que voy a morirme.

_Y, ¿como para dónde quieres que nos vayamos?

_Donde sea. Entre más lejos de este sector, mejor.

_Está bien. Creo que es una buena idea. Te propongo que busquemos un sitio no demasiado lejos de nuestro hijo. Es hora de que estemos cerca.

_Estoy de acuerdo. Debemos buscar una inmobiliaria para que se haga cargo, tanto del  arrendamiento de esta vivienda, como también de buscarnos otra para nosotros.

_Como esta casa es grande y tiene suficientes habitaciones, creo que debemos dejar una de ellas para guardar las cajas de ropa y juguetes de la niña, y algunos otros chécheres que no llevaremos. Será la habitación que construimos en la parte de atrás, junto al patio,  en donde jugaba Ximena.

 

Afortunadamente, los dos trámites se realizaron muy pronto.  Días más tarde, los nuevos inquilinos hacían su trasteo a la que fue por tantos años la vivienda de los Jiménez Prado. La familia se componía de un matrimonio  con sus tres hijos, el mayor de 12 años, el segundo de ocho y la tercera de seis.

 

Cierto día, a eso de las siete de la noche, Nadia, la nueva ama de casa, acababa de sacar de la lavadora la última prenda, una camisa de su esposo y se disponía a colgarla en las cuerdas del patio, muy cerca de la puerta de la habitación clausurada, cuando escuchó cierto ruido inexplicable, como si alguien estuviera dentro. La curiosidad hizo que afinara el oído. Lo que escuchó, la hizo estremecer:

_ “Abraza a Elmo. Elmo te quiere mucho. Ja ja ja ja”.

Un extraño frío le penetró por la espalda. No supo cómo quedó  colgada la camisa. Entró a la cocina y de allí, al estudio, en donde su esposo revisaba unas cuentas de trabajo y, sin mediar palabra se le abrazó con desesperación.

_Y, ¿eso? ¿Te sucede algo?

La pobre mujer estaba tan agitada que la entrecortada respiración no le permitía articular palabra.

El hombre la sentó en sus piernas, diciéndole:

_Te vas a tranquilizar, recuesta tu cabeza sobre mí, toma aire, así… Y cuando estés lista, me cuentas.

Nadia se limpió con el dorso de la mano las lágrimas, y le contó lo que había escuchado en aquella pieza de atrás.

_Mi amor, y no pudo ser en una de las casas vecinas?

_No. Tanto el ruido, como el sonido del muñeco se produjeron en la habitación que está clausurada.

_Bueno, pues… no sé qué decirte. Lo único sería invitarte a que apaguemos las luces y subamos a nuestra alcoba, vemos televisión un rato mientras los niños hacen sus tareas escolares y cuando nos coja el sueño, nos acostamos y ya.

 

Cuando Nadia se durmió, Niko, su esposo, se quedó pensando en lo acontecido.

_“Seguramente ella creyó escuchar la voz del muñeco dentro de aquella alcoba y realmente fue en alguna de las casas vecinas” –Se dijo-.

Mas, en el mismo instante, abajo, en el patio, con toda claridad escuchó a una niña que con voz quebrada, a punto de llorar, llamaba:

_“Abuela”

El hombre se levantó de un salto y corrió a la ventana sin encender la luz para investigar de dónde venía o quién llamaba a su abuela. Miró hacia el patio, y tal fue su sorpresa y el susto que sintió, que se quedó estático: Una niña, llevando uno de esos muñecos de nombre “Elmo” en el brazo, miraba a lado y lado como si buscara a alguien. Y para completar, desapareció como si fuera de humo. Se quedó unos minutos sintiendo que las piernas amenazaban con doblársele. Luego, poco a poco, se dirigió a su cama y se metió entre las cobijas. Para su buena suerte, su mujer se despertó y le preguntó:

_¿En dónde estabas?

_Eh… fui al baño… -Mintió. No quería contarle lo que había visto. Al fin, el sueño llegó a rescatarlo de sus pensamientos-.

 

El siguiente día, todos en casa desarrollaron sus actividades en forma normal; sin embargo esta normalidad fue interrumpida cuando Nadia bajó a la cocina con el fin de servirse un tinto. Estaba tan tranquila degustando el café arrimada al mesón, cuando inesperadamente, la puerta  que daba al patio se abrió. Nadia volteó a mirar: una niña entraba cargando un muñeco Elmo. Ambas se miraron con sorpresa. La mujer se quedó muda y quieta como si fuera de hielo. La niña, por su parte, le dijo con cierta rabia:

_“¡Tú no eres mi abuela! ¡Vete de esta casa! Jm” –Y su imagen se tornó opaca hasta desaparecer-.

La pobre mujer se llevó la mano libre a la boca y empezó a temblar sin poderse contener. Lentamente colocó la taza a medio consumir sobre el mesón y, apoyándose sobre éste, empezó a caminar para  salir de la cocina. Subió las escaleras hasta su alcoba, llegó a la cama y se dejó caer a punto de desmayarse.

 

No supo cuánto tiempo permaneció así. Lo cierto fue que se “despertó”, por decirlo de alguna forma, cuando escuchó  la voz de  su esposo preguntarle a su hija:

_Hola, mi amor, ¿estás estrenando un nuevo muñeco?

_Lo encontré en el patio. –Respondió la pequeña- Mira, se le toca el estómago y escucha lo que dice:

_“Abraza a Elmo. Gracias, Elmo te quiere mucho…” –El hombre, por unos instantes, no supo qué hacer ni qué decir. Al fin le dijo:

_Está muy lindo, hijita.

Entró en la habitación, al tiempo que su esposa salía demacrada. El, la abrazó y la devolvió al cuarto haciéndole una seña de silencio. La niña entró en la habitación de sus hermanos.

_Por favor, no le digas nada. No quiero que se impresione. Cuando se duerma, le quitamos el muñeco y lo votamos a la basura. Te veo pálida. ¿Qué pasó? –Ella le contó lo sucedido y terminó diciendo:

_Lo cierto de todo es que en esta casa asustan. Existe el fantasma de una niña. Lo más sensato es que nos vayamos de aquí. Tú estás tranquilo porque no has visto nada. Y lo peor es que sólo me ha ocurrido a mí. ¡A ratos creo que me estoy volviendo loca! –El, optó por quedarse callado- Un rato después, bajaron a tomar la cena.  Luego, todos se quedaron mirando la televisión. Estaban en silencio disfrutando del programa-concurso, cuando en el patio sintieron el grito de una niña que decía con voz inundada en llanto:

_“¡Abuelaa!”

El sobresalto fue unánime. Todos dirigieron sus miradas, primero al patio y luego al padre. La pequeña hija y su madre se abrazaron mutuamente. Este reaccionó sacando fuerzas de donde no las tenía y dijo:

_¿Se asustaron? Eso debió ser en una de las casas vecinas.

Pero el mayor, respondió:

_Tú también te asustaste, papi. Es más, estás tan pálido y asustado como todos. Y no creo que el grito haya sido en una de las casas vecinas. Se escuchó muy claro en el patio.

_Hijo, lo que sucede es que de noche, el sonido se escucha más fuerte. Eso hizo que nos pareciera que fue aquí en casa. Bueno, el programa está muy reñido. –Y siguieron mirando la tele-.

 

Ya a las ocho y media de la noche, subieron a sus habitaciones. Llevaron a la pequeña a su alcoba, la acostaron y, después de darle los besos de las buenas noches, la madre trató de quitarle el muñeco, mas la niña lo apretó con fuerza contra su pecho haciendo que repitiera su frase gravada.

_Déjala –susurró el esposo- más tarde volvemos cuando esté bien dormida y se lo quitamos.

Salieron. Entraron a la alcoba de los otros muchachos, se despidieron y, después de pasar por el baño, se empiyamaron y se metieron a su cama.

 

No habían pasado cinco minutos, cuando escucharon el grito de su hija:

_¡Mami, esta niña me quiere quitar mi Elmo!

_“¡No es tuyo. Es mío!  “¡Me lo dieron mis abuelos!” –Respondió la voz de otra niña-

Los padres saltaron de la cama y corrieron hacia la alcoba de su hija, aunque pararon su afán, al ver salir de la habitación a la niña que ya los dos habían visto antes, con Elmo en sus brazos; y, para hacer más aterradora la escena, desapareció en el aire. Nadia se olvidó de todo y entró para tomar a su hija en brazos y llevársela a su cama. En ese momento, los otros muchachos llegaron al lugar y, el mayor preguntó:

_¿Qué pasó?

_No, nada. Parece que su hermana tuvo una pesadilla. Vayan a dormir, hijos. Hasta mañana.

 

Al otro día, cuando ya los tres niños habían salido para el colegio y los padres desayunaban, Nadia preguntó:

_¿Qué vamos a hacer? No pensarás que debemos seguir en esta casa.

_Mira, No siempre se puede hacer lo que se desea. Escúchame: Tenemos un acuerdo firmado con una inmobiliaria. A ellos les importa un comino que en la casa haya fantasmas, duendes, vampiros, hadas, etc. Lo que nos van a responder es que debemos cumplir con el contrato firmado. Y hay una multa tremendamente alta que nos tocaría pagar si lo incumplimos. Lo único que se me ocurre es   pedir un permiso para ir a visitar a los propietarios a ver si ellos me pueden colaborar de alguna manera.

_Bueno, pero yo NO me voy a quedar aquí sola. Me iré donde mi mamá y a la hora de salida de los niños estaré por fuera, en la puerta,  para regresar nuevamente allá.

_No te puedo obligar a nada. No había querido contarte que yo ya había visto a la niña entes que tú. Fue la misma noche cuando tú escuchaste algo en la pieza de atrás. No te dije nada, para no asustarte. Y no voy a pedirte que hagas algo que yo no haría. Voy a llamar a la empresa.

 

A las diez de la mañana estaba golpeando en la casa de Don Rafael Jiménez.

_Si, a la orden? Ah, don Niko. Siga, por favor. –Atrás, salía la esposa secándose las manos en un delantal-.

_Buenos días, Don Rafael, Señora. –Siguieron a la sala-

_tome asiento, por favor.

_Gracias. El motivo de mi visita es contarles algo que nos está sucediendo en la casa. Desde el día de nuestra llegada… -Y  los puso al tanto de la situación-

Don Rafael y su señora siguieron el relato con toda la atención del caso, pero ella llegó al punto en que no pudo contener el llanto. Don Rafael la abrazó recostándola sobre su pecho.

_Es nuestra nieta. No cabe la menor duda. Adoraba con exageración a su abuela. Presentó muerte súbita.

_Viejo, ¡quiero volver a mi casa!

_Si así lo quieres y si don Niko no tiene problema, lo haremos.

_Yo no tengo ninguno. El problema es de la inmobiliaria.

_No. En el contrato dice que si el propietario regresa a habitar su casa, el inquilino debe entregarla. En ese caso les tocaría a ustedes trasladarse a ésta, y todos contentos.

_Me parece muy bien. Si no hay inconveniente, me gustaría que fuéramos a la inmobiliaria inmediatamente.

_Listo. Vamos. –y dirigiéndose a su esposa- Vieja, empieza a preparar lo que puedas. Como sea, regresamos a nuestro hogar.

 

Dos días después, llegaban los abuelos a su sitio de casi toda la vida, acompañados de su hijo. Lo primero que hizo ella, fue ir a abrir la pieza en donde habían guardado todo lo de su nieta. Al hacerlo… dentro de la habitación alcanzó a ver la figura inconfundible de la pequeña mirándola sonriente. Las lágrimas brotaron sin control de sus cansados ojos; se sentó en el piso y estiró los brazos. Su nieta corrió a refugiarse en ellos. Don Rafael miraba la escena con incredulidad. En un momento, creyó sentirse mal cuando vio a su vieja caer a un lado y, a la vez levantarse para tomar de la mano a su nieta y caminar juntas hacia el interior y desaparecer. Apartó la mirada  para posarla sobre el cuerpo caído. Se agachó sobre ella.

_Mi vieja. –

Tenía una expresión radiante en el rostro. Entendió perfectamente lo ocurrido: Su esposa y su nieta, se habían marchado juntas. Se incorporó mirando a su hijo y, los dos, se abrazaron mudos, mientras el llanto corría por sus mejillas.

FIN

 Escrito por: HUGO HERNAN GALEANO REALPE. Derechos reservados.