A esa hora de la noche, Marcela trataba de conciliar el sueño. Estaba muy cansada. De pronto sintió la acariciante mano de su esposo, debajo de la camisa de su pijama deslizándose por su espalda propinándole un delicioso masaje. Ella permaneció en esa posición disfrutando de aquel relajante masaje que se prolongó por varios minutos. De pronto, de la misma inesperada manera como comenzó, se detuvo. La mujer cambió de posición para agradecer a Cristian, su esposo, darle el beso de buenas noches y tratar de dormir. Sin embargo, se sobresaltó al ver a al hombre volteado y durmiendo profundamente muy separado de ella. Lo primero que se le ocurrió fue que él le estaba jugando una broma y lo movió diciéndole:
_¡Anda! ¡No te hagas el dormido!
Mas, Cristian, ni se inmutó. Entonces, ella, lo movió del hombro con más fuerza hasta que éste despertó preguntando con voz soñolienta:
_¿Qué pasa, mi amor?
_Nada, simplemente que quiero agradecerte por acariciarme la espalda con tanta ternura.
_MI amor, ya entiendo hacia dónde van tus sarcásticas palabras. Perdóname, pero es que estaba tan cansado, que me dormí tan pronto como me acosté.
_¡No me mientas, que me haces asustar!
_No te entiendo, mi amor. ¿A qué te refieres? –Le preguntó muy serio-
_¡Ay, mi vida! ¡Tú me estabas acariciando la espalda!
_No, mi amor. Tengo tanto sueño que no hubiera podido consentirte. Perdóname. Tal vez lo soñaste.
_¡No pudo ser un sueño puesto que no me he dormido todavía!
_Pues no sé qué decirte. ¡No he sido yo!
Marcela miró a Cristian tan serio, que supo que no le estaba jugando ninguna broma.
_Entonces…?
_ Te digo que lo soñaste.
_Y yo te digo que no. ¡No fue un sueño. Todavía no he pegado los ojos!
Se le quitó el deseo de dormir por completo. No pudo evitar sentir cierto temor por lo sucedido.
_”No fue un sueño. Esto fue muy real. –Pensó-
Súbitamente vino a su memoria el recuerdo de Harold, su amor antes de conocer a Cristian:
_”Sólo él, acostumbraba a consentirme de esa manera, a pasarme tiernamente su mano por mi espalda, pero ahora debe estar acariciándole la espalda a esa mujer!” -Recordó el rostro de ella de forma muy nítida y volvió a aquel día en que todo se acabó entre los dos:
“Después de haber terminado de hacer sus diligencias, Marcela se dirigía a su apartamento. De pronto, algo le llamó la atención en la acera opuesta; giró con el fin de estar segura. No había duda: Harold venía en sentido contrario conversando con una mujer. El corazón comenzó a palpitarle en forma muy acelerada. Su primer impulso fue el de atravesar la calzada e ir a averiguar lo que sucedía; mas no era el sitio adecuado para hacerlo. Miró hacia ambos extremos de la cuadra para decidir cuál de los dos estaba más cercano y cruzar sin peligro. Regresó por donde había venido lo más rápido que le daban sus piernas, pero tropezó con que el semáforo no estaba a su favor. Al mirar hacia donde caminaba Harold descubrió que ahora llevaba a la mujer con un brazo rodeándole los hombros. Sintió un fuerte palpitar en las sienes y unas tremendas ganas de llorar. Cuando el semáforo cambió, dio unos pasos, pero sin explicarse el “por qué”, regresó y siguió caminando a su destino. Para ser honesta consigo misma, le faltó valor para enfrentarlo. Era la primera vez en sus cuatro años de vivir juntos, que le sucedía ésto. Hasta ahora, habían sido muy felices. El era un hombre excepcional; sin embargo, en los últimos días, lo había sentido distante, pensativo. Le preguntó si le pasaba algo, mas la respuesta era “no, mi amor”. Y comenzaba a mimarla”.
Bueno, ahora llegaría al apartamento, se tranquilizaría y encararía la situación con mucha cordura, tal como él le había enseñado a debatir cualquier asunto en el que no estaban de acuerdo.
Se habían enamorado, se hicieron novios y acordaron ensayar vivir juntos durante dos años, sin contraer matrimonio y sin tener hijos. Al cabo de ese tiempo definirían su estado marital. Hasta la fecha ya casi completaban tres y no habían vuelto a tocar el tema.
Un poco más tarde de la hora acostumbrada, Marcela escuchó el sonido de la llave. Tomó el libro que estaba a su lado y fingió que leía. Harold saludó como de costumbre:
_ ¡Hola, mi amor! –Y se acercó hasta ella con la intensión de darle un beso-
_Hola. –Respondió ella, sin levantar la cabeza. Recibió el beso en la frente-
_¿Pasa algo?
_Dímelo tú. Ultimamente estás muy raro.
_Bueno… creo que es hora de que hablemos.
_Te escucho.
_Ante todo quiero que sepas que te amo como nunca había amado a nadie ni amaré. Que lo que menos deseo es causarte sufrimiento, pero las circunstancias me obligan a tomar una decisión drástica: Debemos separarnos. No quisiera entrar en detalles para evitar que esta conversación nos lleve a causarnos heridas. Te doy las gracias por toda la felicidad que me diste.
_Por favor no sigas. Entiendo perfectamente.
_Dormiré en la sala y mañana me iré temprano.
_Está bien. –Respondió la joven- Déjame sola.
En cuanto el hombre salió, ella se soltó en llanto. Lo que no sabía era que él se quedó con el oído pegado a la puerta escuchándola llorar, mientras también unas rebeldes lágrimas resbalaban por sus mejillas.
Se dice que el tiempo cura lentamente todas las heridas, aunque no borra totalmente los recuerdos. Estos se sumergen por temporadas, aunque el rato menos pensado, salen a flote. Pero la vida misma se encarga de ir emparejando las cosas y todas las personas y las situaciones, llegan y ocurren en el momento en que deben hacerlo.
Cierto día, caminaba distraída, cuando inesperadamente le falló el tacón de su zapato, lo que casi hace que resbale del andén; es más: Las oportunas manos de un desconocido, la tomaron del brazo impidiendo, no sólo que cayera, sino que el auto que pasaba, la atropellara. Ella se aferró del hombre con fuerza, sin embargo el zapato fue disparado con rumbo desconocido.
_¡Gracias! –Dijo con voz temblorosa-
_No hay de qué. Me llamo Cristian. Mucho gusto.
_ Yo soy Marcela. El gusto es mío.
_Ahora, resolvamos el problema de su zapato.
_Creo que lo mejor será tomar un taxi.
_Claro que si, pero permítame acompañarla hasta su casa. Creo que así, no podrá caminar muy bien.
A partir de ese momento, ese angelito pequeño y travieso que gusta de dispararle a la gente con su arco, a quien llaman Cupido, realizó su labor de tal manera que, tiempo después, los llevó frente a un Juez de Familia donde firmaron el compromiso de quererse, respetarse y etc. Etc.
Una tarde, después de terminar su jornada laboral, Cristian llegaba a su hogar. El saludo anunciando su llegada, se silenció en su garganta al mirar desde la sala, a Marcela en la cocina y al hombre que estaba detrás de ella.
_”Creo que tenemos visita”. –Pensó- “Quién podrá ser?”
Se quitó el abrigo, desvió la mirada para colgarlo y cuando volvió a mirar, el hombre ya no estaba. Caminó hacia allá.
_¡Hola, mi amor! ¿Con quién estabas?
_¿En qué momento?
_Ahorita. Al entrar te vi en la cocina y detrás de ti, un hombre. ¿A dónde fue?
_¿Un hombre?
_Si, vi claramente a un hombre de pelo castaño detrás de ti. Cuando colgué el abrigo y volví la mirada, ya no lo vi. –Cristian miró por todos lados: Ni había hombre alguno, ni dónde esconderse.
_¿? Desde que llegué no ha venido nadie. Seguramente fue tu imaginación.
_¡Qué extraño! Lo vi tan claro que… No sé qué pensar.
_Debes estar cansado. Siéntate. Tómate un café y te relajas. Y, cómo te fue hoy?
_Bien. Nada especial. Ah! Por cierto, mañana viernes llegaré un poco tarde. Es el cumpleaños del director y vamos a celebrarlo. Así que no me esperes a cenar.
_Qué bueno que me lo hayas hecho saber. ¿Cuántos cumple?
_Creo que 50.
En vista de que su esposo llegaría tarde, Marcela cenó sola, luego ordenó la loza, alistó su ropa del día siguiente y, por último, tomó una botella de vino, una copa y la llenó. Se sentó frente al televisor y se dedicó a mirar videos musicales por un buen rato. Luego se dirigió a su alcoba, tomó un baño y, después de colocarse su piyama, se metió entre las cobijas, apagó la luz. Se colocó boca abajo. Pronto entró en ese lapso entre despierta y dormida.
No podría decir cuánto tiempo pasó. Sin embargo, escuchó claramente la puerta de entrada al abrirse, los pasos silenciosos, la puerta de la alcoba al cerrarse y después de un momento, cuando su esposo levantaba las mantas para meterse en la cama. Enseguida, la caricia de su mano sobre su hombro y su brazo, para pasar a su espalda, levantar un tanto la camisa de la pijama y pasarla de arriba abajo. Ella siguió silenciosa disfrutando el masaje, tal como aquella vez cuando todo resultó ser… imaginación. El sueño se le espantó totalmente. Sabía hacia donde quería llegar su esposo y quiso corresponderle y acariciarlo; así que, en medio de la penumbra, se volteó lentamente. El, levantó su mano para posarla sobre su vientre. La mujer colocó la suya sobre la de él y la apretó por un instante. La soltó para colocarse frente a él y posarla sobre su mejilla, pero ésta cayó sobre la sábana. Nuevamente la levantó buscándolo, mas se dio cuenta de que junto a ella… ¡No había nadie! Se incorporó para encender la lámpara de su mesa de noche. Con el corazón palpitándole, giró hacia el otro lado para comprobar que, efectivamente, en la cama ¡estaba sola!
El terror se apoderó de ella. Era la segunda vez que le sucedía algo similar. Accionó el interruptor de la luz central de la alcoba y se sentó sobre la almohada. El primer impulso fue el de llamar a su esposo. Después de unos segundos que parecieron interminables, escuchó la voz de él.
_¡Hola, mi amor!
_¡Ven pronto! ¡Te necesito!
_¡Dime qué sucede!
_¡Me acaba de suceder algo por lo que estoy que me muero del miedo! ¡Ven pronto!
_¡Salgo inmediatamente!.
El hombre entró de prisa y se dirigió a la alcoba. Al verla en tal estado de nervios, se lanzó a la cama para abrazarla. Ella no paraba de llorar.
_Ya, mi vida. Ya estoy aquí. Tranquila. Si quieres, espérame, te traigo un vaso de agua.
_¡No, yo no me quedo sola! Voy contigo.
Ya un tanto relajada, le contó lo ocurrido con pelos y señales.
_Yo no quiero quedarme aquí sola nunca más.
_Tampoco quiero dejarte sola. A partir de mañana, después de trabajar, nos encontraremos en alguna parte y llegaremos juntos. Ven. Ahora, vamos a acostarnos.
Cristian estuvo acompañándola hasta que Marcela quedó dormida. Entonces trató de abrazarla para que ella se sienta más protegida. Fue en ese instante cuando una mano lo agarró por la muñeca y le retiró el brazo con fuerza. Su primer pensamiento fue el de que alguien estaba en el apartamento; se sentó en la cama y encendió la luz central. En la alcoba no había nadie y la puerta seguía cerrada, como la había dejado.
_”Esto está muy raro” –Pensó. Volvió a acostarse, dejando la lámpara de la mesa de noche encendida- «Esto me parece algo sobrenatural». El miedo empezó a invadirlo. Afortunadamente, el cansancio vino en su ayuda y pronto se durmió –
Esa mañana, mientras Cristian tomaba un baño, Marcela salió a comprar algunas cosas en un pequeño centro comercial junto al conjunto residencial. Al regresar, tuvo la amarga sorpresa de encontrar a la mujer por quien Harold, su ex pareja, la había dejado. Parecía que buscaba una dirección. Sus piernas se negaron a seguir y se quedó parada. Fue cuando aquella la miró. Se le acercó con una gran sonrisa en sus labios, y le preguntó:
_ ¿Excúseme, es usted Marcela? –Ella respondió muy seria:
_Me imagino que usted es la esposa de Harold.
_¿La esposa? No. Soy su hermana.
_¿La… hermana?
_Si. Vengo a buscarla. Me urge hablar con usted. ¿Me puede atender un momento?
_Desde luego. Mire, al frente hay una cafetería. Vamos.
_¿Qué desea tomar? Yo invito. –Dijo Marcela-
Después de haber ordenado, la desconocida se presentó:
_Mucho gusto. Soy Daniela. Como le dije, hermana de Harold.
_El gusto es mío. Y… ¿Cómo está él?
_Harold falleció a los pocos días de terminar con usted. Tenía un cáncer de estómago muy avanzado, de esos silenciosos y que cuando se manifiestan, ya no hay nada qué hacer.
Daniela se agachó con los ojos llenos de lágrimas. Esto contagió a Marcela y las dos sollozaron al tiempo.
_¿Por qué él no me contó?
_Dijo que no quería causarle ningún sufrimiento. Que los dos habían hecho un pacto de vivir juntos dos años y que si no iban bien las cosas, se separarían sin peleas ni lágrimas. El prefirió eso. Se enteró de su enfermedad cuando ya había comprado un hermoso anillo para pedirle a usted que se case con él. –Los sollozos se incrementaron-
_¡Ahora comprendo ciertas cosas que me sucedieron!
_¿A qué se refiere?
Le contó lo relacionado con las caricias y del hombre que vio su esposo detrás de ella en la cocina.
_Ahora sé que fue él… Y dígame ¿Por qué esperó tanto tiempo para venir a decírmelo?
_Cuando se internó en el hospital, me pidió que no le cuente. No sé si usted lo sabe, pero yo vivo fuera del país. Parece que cambió de parecer. No sé cómo lo tome usted, pero hace unas tres noches, soñé que me pedía que venga a visitarla y que le cuente lo ocurrido y le pida que lo perdone.
_¡Cómo no lo voy a perdonar si él fue el amor de mi vida!
FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.