Toda persona es libre de creer o no en muchas cosas, pero eso no quiere decir que existan o no.
Eran las cinco de la oscura tarde. Debido al cambio climático, el invierno se había prolongado hasta casi la mitad del mes de julio que siempre había ofrecido un hermoso tiempo de verano. Sin embargo, el lugar estaba atestado debido a la celebración de las festividades en honor a su patrono San Eucaristo. Con paso cansado y una pequeña maleta de mano, aquel hombre llegó frente al hotel ubicado en la última casa de aquella calle del poblado. Después de haber recibido la negativa de cinco de los seis, era la última oportunidad que tenía de encontrar alojamiento. Entró al lugar saludando. Había un hombre detrás del mostrador y una mujer al frente, quienes contestaron en coro:
_Buenas tardes.
_Necesito una habitación. Es sólo por esta noche.
_Qué pena con usted, pero tenemos el cupo lleno.
El destello de un rayo seguido casi de inmediato por un trueno ensordecedor, hizo estremecer a los tres personajes. Gruesas y espaciadas gotas de agua comenzaron a caer.
_¡Santa Bárbara Bendita! –Exclamó la mujer- Me voy antes de que me coja la lluvia. Con su permiso.
Corrió mientras se colocaba el pañolón sobre la cabeza. Mientras tanto, el forastero salía lentamente sin saber hacia dónde coger.
_ ¡Señor, señor! –Giró la cabeza. Era la mujer que estaba en el hotel-
_Si, dígame.
_ ¡Venga! Creo que yo le puedo colaborar.
Dio la vuelta y caminó unos pasos hacia donde se encontraba la mujer.
_Mi nombre es Gertrudis.
_Mucho gusto. Soy Elías.
_Mire, Elías, hacia allá a las afueras, a unos sesenta metros más o menos, hay una casita de campo. Yo soy la encargada de cuidarla. Los dueños no han vuelto por acá hace más de ocho meses. Está desocupada, pero con todo lo necesario. Me preocupa que usted no tenga en dónde pasar la noche. Si quiere mirarla, creo que le podría servir. Usted me parece buena gente.
_ ¡Muchas gracias! ¡Desde ya le digo que si!
_ Entonces, siga derecho. Yo regreso por las llaves. Ah! Si se le ofrece algo, yo tengo una tienda. _Usted vea qué puede traerme para comer esta noche. ¡Lo que sea!
Caminó de prisa tratando de llegar cuanto antes. Corrió hacia el alero para escamparse, aunque ya estaba mojado. Era una casa pequeña y muy acogedora. Cuando iba a curiosear tratando de mirar hacia adentro por una de las ventanas, una cortina se corrió y apareció la cara de un niño. Elías levantó una mano en señal de saludo. El niño lo miró muy serio por unos instantes y la cortina volvió a su sitio.
_ “Parece que los dueños llegaron. Eso quiere decir que…se me dañó el hospedaje”.
De todas maneras, esperó. Gertrudis tardó un rato largo. La tarde moría. El hombre estuvo tentado en llamar a la puerta, pero creyó prudente mejor esperarla. Al fin vio su figura bajo un paraguas. Parecía traer una bolsa o algo así en la mano libre. Llegó.
_Me demoré porque me puse a preparar café. Debe tener hambre.
_Le estoy muy agradecido, Gertrudis, pero… parece que los dueños de la casa están allí.
_No, si fuera así, me hubieran llamado ayer para que tenga la casa a punto, aunque así la tengo siempre.
Le recibió la jarra para que ella pudiera abrir la puerta.
_Siga, por favor.
_Gracias.
Era una pequeña sala separada de la mini-cocina por una mesita estilo americano, sobre la que colocaron la jarra y un pequeño bolso de lana que la mujer traía terciado. A la izquierda había dos puertas cerradas.
_Esa puerta es la de la alcoba principal y la siguiente es la que va a utilizar usted. La mujer abrió la puerta correspondiente. Siga.
Había una cama con su mesita de noche, una banca al pie de la ventana lateral y al fondo un guarda ropa.
_Aquí pasará la noche muy cómodo. Por ahora, venga le sirvo un café caliente.
_Gracias. Me caerá de perlas. Pero quiero comentarle algo.
_Dígame.
_Usted me dijo que la casa estaba sola.
_Así es. ¿Por qué?
_Porque, cuando llegué, un niño corrió la cortina de la ventana de la que dice que es la alcoba principal. Me miró muy serio, yo levanté la mano para saludarlo y él no respondió. Por el contrario, cerró la cortina como disgustado.
_ ¡No puede ser! Con todo, voy a mirar. Usted siga tomando su café.
Gertrudis eligió la llave correspondiente, empujó la puerta y entró. Salió en un instante con una pelota del tamaño de un balón de fútbol en la mano.
_Esta pelota estaba entre el espaldar de la cama y la cortina de la ventana. Dejémosla en su sitio. El cansancio lo está haciendo imaginar cosas. Ja ja ja.
_Bueno, si usted lo dice…
Acto seguido, ella volvió a asegurar la puerta con llave.
_Bueno, ahora si lo dejo que descanse. En el morral hay unos bocadillos. Mi casa está en la acera frente al hotel, un poco más abajo. Es la única tienda. No tiene pierde. Lo espero mañana para que desayune. Le dejo la llave aquí en el mesón. Por favor le coloca el seguro a la puerta de la alcoba. Qué descanse.
_Muchas gracias, Gertrudis. Mañana estaré allí temprano. Feliz noche.
Después de saborear los bocadillos que Gertrudis tan gentilmente le había preparado, se asomó por la ventana lateral de la casa. No se veía nada. Todo era oscuridad. Abrió su maleta, extrajo su equipo de aseo, se puso su pijama, colocó su ropa muy bien doblada en la banca y se dirigió al cuarto de aseo. Después de cepillarse los dientes, regresó a la alcoba y se acostó. Planeó el encuentro para el día siguiente con el hacendado y posible cliente. Los papeles estaban listos para firmarse. Apagó la lámpara de la mesa de noche. Se durmió al instante
No podría asegurar cuánto tiempo había dormido. Lo cierto fue que el golpeteo seguido de una pelota le retumbaba en la cabeza hasta que fue despertando. La lámpara estaba encendida. Abrió un poco los soñolientos ojos buscando la causa del ruido. La descubrió al instante: Un niño pivoteaba una pelota en el piso y contra la pared. Era el mismo que observara al llegar a aquella casa. Fue tal el susto, que Elías quedó sentado contra el espaldar de la cama. El niño agarró el balón y giró quedando de frente a él. Lo miró muy serio durante un instante, luego lo colocó en la banca, se dirigió a la puerta y la atravesó sin necesidad de abrirla. El hombre, miró hacia la banca: Allí estaba solamente la pelota. Su ropa estaba esparcida por el piso. No pudo volver a dormir. Valientemente reconocía que estaba aterrado. Ni siquiera apagó la lámpara y… a propósito: El la había apagado antes de dormirse.
_ “Ese niño es… un fantasma!” –Se dijo, mientras sentía que un frío intenso lo invadía por completo.-
Permaneció así hasta que amaneció. Durante el día, las cosas se ven mejor. Entró al cuarto de baño. Miraba a su alrededor lleno de pánico. Después de bañarse, tendió la cama, alistó su maleta, tomó la pelota y el morral de Gertrudis, aseguró las puertas y se dirigió hacia la tienda.
_Buenos días, Gertrudis.
_Buenos días, Elías. Y… la pelota? Creo haberla dejado en la alcoba principal. Con llave!
_Así fue, pero hay seres que para entrar o salir no necesitan llaves.
_No le entiendo.
Elías le relató lo ocurrido.
_Y… ¿Cómo era el niño?
_Tenía pelo castaño, de unos cinco o seis años de edad, muy blanco.
_ ¡Qué extraño! La dueña de la casa tiene un hijo con esas características! Y lo que es más. Hace un momento me llamó para pedirme que ponga en venta la casa, que ellos no quieren volver nunca más. No me dio ninguna explicación.
_Pues yo no la aceptaría ni regalada.
_ ¿Tendrá algo que ver lo que usted me cuenta con la decisión que tomó?
_ ¿?
FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados