Será verdad que los sentimientos como el amor trascienden la frontera entre la vida y la muerte? Bueno, como reza el dicho popular: “Casos se han visto”, y este relato es uno de ellos.

Sin poder soportar más tantos recuerdos, doña Marina le rogó a su esposo que pusieran su casa en venta o en arriendo y se trasladaran a vivir a un lugar lo más lejano posible de aquella casa. Cada sitio le traía algún recuerdo de su hijo fallecido. El muchacho había nacido con un problema en el corazón que aún la ciencia no había podido descubrir. Era una de las llamadas “Enfermedades Huérfanas”.

Aunque, tanto ella como su esposo sabían que el deceso de Rodrigo podría ser cualquier día, no habían perdido la esperanza de que pudiera recuperarse, especialmente cuando ya había cumplido sus 17 años. Sin embargo, un día el joven simplemente no despertó. Confidencialmente, el cuerpo fue trasladado a la sala de velación sin que los vecinos se enteraran de lo ocurrido. Al día siguiente se acercaron al colegio a retirar los papeles y cancelar la matrícula. Querían evitar comentarios y preguntas indiscretas. Tan pronto como fue posible, la pareja se trasladó al otro extremo de la ciudad y encargaron a una inmobiliaria la venta o el arriendo de la casa. La segunda opción se dio primero.

Cuando el automóvil familiar seguido por el furgón del trasteo aparcó en frente de la casa en  donde vivirían a partir de ese día, cada uno de los integrantes pensaba en cosas muy diferentes: Doña Lucero, se preguntaba si encontraría algún supermercado donde conseguir lo necesario; Luis Eduardo, si habría mucha congestión vehicular para trasladarse hasta su sitio de trabajo. Gisela y Darío, si se aumentaría mucho su caminata diaria hasta su colegio. Poco a poco estas dudas se irían resolviendo con el tiempo.

Unos días después, ya instalados, comenzaban a habituarse a su nueva residencia. Una noche, Gisela, después de apagar luz de su lámpara de la mesita de noche, escuchó el leve sonido de la puerta de su alcoba al abrirse seguido de unos suaves pasos que caminaban hacia su cama. Miró hacia el lugar correspondiente. Entre las sombras alcanzó a percibir la silueta de su hermano que caminaba hacia el escritorio. Entonces preguntó:

_ ¿Necesitas algo?

Al no obtener respuesta, encendió la lámpara. Lo extraño es que su hermano no estaba allí; desapareció junto con la oscuridad.

 El sueño se le espantó. Se quedó pensativa un buen rato. Se preguntaba si lo habría soñado, para llegar a la conclusión de que en ningún momento se había dormido. Volvió a apagar la lámpara. Después de cavilar un buen rato, el sueño vino en su ayuda.

Al día siguiente, mientras desayunaban, le preguntó a Darío:

_ ¿A qué entraste a mi alcoba anoche? –Este hizo un gesto como de interrogación y respondió-

_Yo no entré a tu alcoba anoche.

_ ¡Qué raro! Cuando estaba apagando la lámpara para dormirme, escuché que la puerta se abría y  unos pasos suaves entrando. Al abrir los ojos alcancé a ver la silueta de alguien. Juraría que eras tú.  Te vi agacharte en el escritorio y pregunté si necesitabas algo. Encendí la luz y no había nadie.

_Seguramente ya estabas dormida y lo imaginaste o soñaste – Dijo Luis Eduardo-

_No. Estaba tan despierta como lo estoy en este momento.

_¡Huy, hermanita! No me digas que era un fantasma.

_!Tan bobo!

Una tarde, en su habitación, Gisela se disponía a realizar un trabajo escolar cuando, al abrir el cajón de su escritorio, encontró una hoja con el dibujo de un corazón y debajo, a manera de firma, una letra R. No pudo evitar sentir un estremecimiento: era la primera vez que esto sucedía en su casa. Casi  a diario, desde un tiempo atrás, en el colegio, encontraba entre sus cuadernos y libros, unas esquelas amorosas firmadas con la misma  letra “R”. Ultimamente habían dejado de aparecer. Pensó que su enamorado se había cansado; mas lo extrañó, fue encontrarla en el escritorio de su residencia. Muchas preguntas llegaban a su mente: ¿Cómo hizo aquel muchacho para colocarla allí? ¿Quería decir que había entrado a su casa? ¿Tenía como cómplice a su hermano? Le parecía imposible. Entonces llegó a su memoria el suceso de aquella noche en que vio cómo un muchacho, supuestamente su hermano, se acercaba al escritorio. Entonces… podría ser. Tomó la hoja y se dirigió hacia la habitación de Darío.

_Ahora ya sé a qué te acercaste la otra noche a mi escritorio –le dijo mostrándole aquel dibujo-

_ ¡Hermana, no sé de qué me hablas! –Le respondió con seriedad- ¡Muestra!

Después de mirarla, añadió:

_ ¿Y estás pensando que yo te coloqué esa esquela en tu escritorio?

_Lo primero que se me pasó por la cabeza fue que alguien te había pedido que la colocaras allí.

_ ¡Cómo se te ocurre pensar que yo me voy a prestar para ese juego!

 Al ver la seriedad de su hermano, le respondió:

_Mira, desde algo así como un mes o un poco más, encuentro en el colegio, encima de mis cuadernos, esquelas con frases amorosas firmadas con la letra “R”. Pero lo que me parece raro es encontrar  ésta aquí, en mi escritorio. Además, recuerda que les conté a ti y a mis papás que  una noche, cuando estaba para dormirme vi claramente entre las sombras a un muchacho acercándose a mi escritorio y que creí que eras tú. Pues hace un momento llegué a pensar que tú eras el cómplice de aquel muchacho, pero me dices que no sabes nada.

_Hermana, te lo juro. Créeme! No tengo nada que ver con eso.

_Entonces quiere decir que alguien entró esa noche y la colocó allí.  Que no fueron ilusiones mías.

_Pero, si mal no recuerdo, dijiste que cuando encendiste la luz, no había nadie. ¿Entonces?

Gisela cruzó un brazo por encima del otro para mitigar el frío que recorrió su cuerpo y se acercó a su hermano.

_No sé qué responder

_ ¿Estás asustada?

_ ¡Si! Recordé que me dijiste que podría ser un fantasma.

_!No! yo te dije por bromear. Yo no creo en eso.  Es más, ¿dices que encontrabas papelitos de esos entre tus cuadernos?

_Si, así es.

_Entonces, lo que ocurrió fue que el papel que encontraste era uno de ellos y te lo trajiste sin darte cuenta.

_Bueno, esa sí es una explicación lógica. Me has quitado un gran peso de encima. Te cuento que ya  me daba mucho miedo dormir sola en mi alcoba.

_Oye, y ¿tienes idea de quién es tu admirador?

_Ninguna. Sólo sé que su nombre debe comenzar por “R”.

Esa noche, terminó sus deberes escolares muy tarde. Con el cansancio reflejado en su rostro,  entró al cuarto de aseo. Acto seguido se colocó su pijama y se metió entre las cobijas. Fue en el preciso instante en que apagaba la luz, cuando lo vio parado al pie de la cama. Su reacción de volver a encenderla fue inmediata; sin embargo el muchacho ya no estaba. El corazón le latía en forma exagerada. El terror que la embargó fue muy grande. Las lágrimas le empañaban la mirada. Ni por un momento pensó en accionar nuevamente el interruptor, así que dejó la luz encendida. Pensó en salir hacia  la alcoba de sus padres o de su hermano, mas, al mirar toda la casa a oscuras, desechó la idea; se tapó totalmente con las cobijas. No podía quitarse la cara del joven de su cabeza. En sólo unos segundos, pudo verlo con claridad. El sueño se le espantó por completo. Lo peor del asunto era que esa cara se le hacía conocida. Comenzó a pensar en dónde la había visto. Al fin, como un destello, vino a su memoria la apariencia del muchacho con el uniforme de su colegio, mirándola. Si. Sin lugar a dudas,  era un estudiante de su plantel. Para suerte suya, el cansancio se fue apoderando de su ser y poco a poco se quedó dormida.

Serían las cinco de la mañana cuando Lucero, al dirigirse a la cocina, se dio cuenta de que la luz de la alcoba de Gisela estaba encendida.

_ “¡Por lo visto, la niña madrugó más de la cuenta!” – Pensó mientras se dirigía hacia la puerta y la empujó suavemente y entró mientras decía:

_¿Hija?

La joven descubrió su rostro aún adormilada y, al ver a su madre frente a ella, la respuesta fue un estridente grito. Lucero respondió con otro mientras giraba la cabeza. Al no observar nada extraño, se acercó hacia la cama mientras su hija se sentaba apoyada contra el espaldar.

_¡¿Qué pasó, mi amor? –Dijo abrazándola-

_!Pensé que era otra vez ese muchacho!

 _¿De qué muchacho hablas?

Gisela  le contó lo sucedido.

_¡ Mamá, yo no vuelvo a dormir en esta alcoba!

_Tranquila, mi amor. Pero, en vista de que no hay otra, tendremos que pasar tu cama y tus cosas a la de tu hermano.

_Gracias, mamá.  Espero que Darío no se oponga.

_Entonces, tendrá que él venirse a ésta.

Esa misma tarde, cuando Darío fue enterado de la situación, respondió:

_Mira, mamá, ustedes saben que por mí no habría ningún problema; sin embargo deben ser conscientes de que la alcoba no es tan espaciosa como para colocar dos camas cómodamente. Así que podemos ensayar mejor con la opción de intercambiarlas, aunque creo que lo que ocurrió fue que mi hermanita se asustó y tuvo uno de esos sueños que parecen realidad.

_No voy a discutir eso ahora. –Dijo Gisela- Creo que es buena solución, pero quiero que mi escritorio se quede donde está. Es decir, solamente vamos a cambiar las camas y lo que hay en cada closet.

_De acuerdo

Esa noche, los hermanos se fueron a dormir relativamente temprano ocupando su nuevo lugar. Darío era un muchacho de los que no creían en nada que no fuera tangible y real, así que no le puso ningún interés al asunto. Se durmió sin ningún inconveniente, como de costumbre. Sin embargo, ya bien entrada la noche se despertó por completo sin ninguna razón aparente. No se podía decir que sintió miedo. Se volteó para el lado izquierdo para tratar de volver a conciliar el sueño y fue en ese momento cuando creyó ver la figura no muy bien definida de una persona. Levantó la cabeza con la idea de que se trataba de su padre. Mas, al fijar mejor la  mirada, cayó en la cuenta de que esa persona no tenía el cuerpo un tanto voluminoso como aquel. Además, la vestimenta del visitante, a pesar de verse opaca entre las sombras y la luz que se filtraba de las lámparas del exterior, era muy diferente: parecía que tenía una camisa blanca cubierta por un suéter rojo y un pantalón oscuro que bien podría ser negro, azul o gris. En resumidas cuentas, concordaba con… ¡El uniforme de su colegio! 

Recordó lo sucedido a su hermana y sintió que lo embargaba un miedo indescriptible, junto con un frío que lo envolvía totalmente, mientras la frente se le llenaba de helado sudor. Quiso preguntarle qué quería, quién era, pero las palabras se negaron a salir de su boca. Alcanzó también a ver la sonrisa que no sabría si definirla como amistosa o macabra. Curiosamente, la imagen se volvió más nítida antes de comenzar a desaparecer. Darío reconoció de quién se trataba y pensó: “¡Rodrigo!” Cuando desapareció aquella visión, también lo hizo el frío y el miedo; el joven pudo estirar el brazo para encender la luz. Al instante se quedó dormido profundamente.

Despertó a la hora de costumbre, aunque atemorizado. Salió de la cama y fue directo a la cocina donde se escuchaba a su mamá en los quehaceres de preparación del desayuno.

_ ¡Hola, hijo! ¿Cómo dormiste?

_Mal y Gisela tiene razón: en esa alcoba espantan y no pienso volver a dormir allí ni con un revolver en la nuca.

_ ¿Cómo así? ¿Qué pasó?

_ Que también tuve la visita del enamorado de ella. –Le narró lo sucedido con pelos y señales-

_Y no pudo haber sido una pesadilla?

_No. Lo vi tan claramente que sé de quién se trata.

En ese momento entró Gisela, quien había escuchado la última parte de la conversación

_ ¿Quién es?

_ Su nombre es Rodrigo Valbuena. Estudiaba en nuestro colegio, en el curso 1002, o sea en el paralelo al mío. Pero, según tengo entendido, se retiró. Dicen que estaba enfermo.

_Entonces, seguramente falleció.

  Cuando Gisela llegó al colegio y se encontró con Lorena, su mejor amiga y confidente,  le contó lo sucedido.

_Mi hermano me dice que puede haber muerto.  

_El tenía un amigo con quien siempre se los veía juntos. Se llama Ernesto y es amigo mío, aunque no somos lo que se diga entrañables! Pero le voy a preguntar. No se pierde nada.

Esa tarde, Luis Eduardo llegó un poco tarde a casa. Ya empezaban a caer las sombras de la noche. Estaba cansado. Al pasar descuidadamente por la sala de estar miró a Darío  recostado sobre el canapé. Le extrañó no recibir ningún saludo, así que giró su cabeza, diciendo:

_¡Hola hi… -Sin embargo cortó la pregunta al darse cuenta de que la presencia del sillón se desvanecía ante sus ojos dejando el espacio vacío. Un intenso frío  se apoderó de él. Apresuró el paso hacia su alcoba en donde encontró a Lucero, Gisela y Darío en la cama matrimonial mirando televisión. Entró apresurado con los la boca abierta tratando de tomar aire. Colocó su maletín sobre el tocador y se sentó en el banco agitado. Los tres lo miraron con asombro, pero fue Lucero la que se incorporó sobre el espaldar y le preguntó:
_ ¿Mi amor, te sucede algo? – El inspiró y soltó una bocanada de aire y dijo:

_No sé si me estoy dejando impresionar por ustedes, pero acabo de ver a un joven recostado en el canapé de la sala con el uniforme del colegio de ustedes (señalando a los dos hijos). Pensé que eras tú, Darío, y no alcancé a saludarte porque se desvaneció en el aire.

_Ahora entiendo tu nerviosismo.

_No voy a negarlo. Es más, sentí un frío intenso y no podía respirar muy bien.

_Darío dice que no vuelve a dormir en la que era la de Gisela. Te estaba esperando para que le ayudes a llevar el colchón. Dormirán los dos en una alcoba.

_Creo que es lo mejor. Sin embargo, tenemos que hablar con los propietarios de la casa. Aunque nunca creí en ello, no quiero tener nada que ver con asuntos sobrenaturales.

_Me están haciendo dar un gran susto. Yo tendré que quedarme gran parte del día sola. Voy a tener que llamara alguien de mi familia para que me acompañe.

_Muy buena idea, mi amor.

Al día siguiente, Lorena le comentó a Gisela que Ernesto le confió en secreto el fallecimiento de Rodrigo. Por su parte, Luis Eduardo fue atendido por la propietaria de la casa. Al escuchar el relato sobre lo ocurrido allí, la señora rompió en sollozos y le confirmó que su hijo de nombre Rodrigo, falleció precisamente en la alcoba que ocupó en primera instancia Gisela. Acordaron en hablar con la inmobiliaria para dilucidar lo concerniente al contrato de arrendamiento. Al despedirse, la señora madre de Rodrigo confesó:

_Usted no se imagina el placer que sería para mi regresar a mi casa y poder volver a ver a mi hijo. Creo que regresaré a mi casa y espero tener la suerte de verlo.

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos Reservados