«Hay personas que se aferran tanto a las cosas materiales, que no quieren dejarlas aún después de haber fallecido.»

La felicidad de Elsa y Arley no era para menos. Iniciaban su vida marital en un modesto apartamento, el que comenzaban a amoblar. El padre de Elsa les había obsequiado un juego de alcoba estilo Luis XIV. Y la muy de moda “Lluvia de Sobres”, les había servido para complementarlo con los electrodomésticos más necesarios. Al frente de la cama, al centro, habían colocado un mueble sobre el que descansaba el televisor.

En ese preciso instante, Arley  miraba un partido de fútbol en el que jugaba su equipo favorito, y Elsa, a su lado, tenía la mente ocupada en otro pensamiento:

_ “En ese espacio entre el televisor y la pared, quedaría perfecta una silla isabelina. Vendría muy bien con el juego de alcoba. Pero… tendré que esperar un tiempo.” -Hizo un gesto de resignación con su boca-

Al finalizar el primer tiempo, Arley le preguntó:

_Sé que no te llama la atención el fútbol. ¿En qué piensas?

_La verdad… no es uno de mis entretenimientos favoritos. Pensaba en que algún día colocaré una silla isabelina en ese espacio junto al televisor.

_Mi amor, por ahora, hay otras prioridades.

_Lo sé.

Cierto día, Arley fue enviado a realizar una diligencia por un barrio comercial. Pensaba en que en unos días se venía el cumpleaños de Elsa. De pronto, en una carpintería, alcanzó a ver una silla de las que quería su esposa, con un aviso que decía: “Se vende”. Inmediatamente se acercó a mirarla. No estaba de lo mejor, pero cambiando el tapizado y la laca, podría quedar muy bien. De todas maneras, entró con el fin de averiguar por el precio, teniendo en cuenta los cambios que pensó. El carpintero, hombre justo, accedió a modificarla, siempre y cuando, Arley le llevara el material para tapizarla.

El joven salió contento, pensando:

_ “No está cara, así que éste será mi regalo de cumpleaños”.

Días después, llegó hasta la carpintería con una furgoneta de la empresa a recibir el mueble. Al mirarlo, quedó encantado. Francamente quedó nueva. Después de felicitar al carpintero, con la ayuda del conductor, la subió al auto para conducirlo hasta su apartamento. Entró para distraer a su esposa, mientras el conductor la colocaba en el estudio.   Al día siguiente, cuando Elsa se bañaba, Arley colocó la silla  en el sitio donde su esposa deseaba. Minutos después, ella salía del baño completamente lista.

_ ¡Feliz cumpleaños, mi amor! –Se dieron un beso-

_ ¡Gracias, mi vida! -El hombre se hizo a un lado abriendo  sus brazos un poco y girando hacia el lado del televisor-.

_¡Tarán!

_ ¡Oh, mi Isabelina! –Se lanzó a besarlo otra vez- Está divina! Gracias, mi vida.

_Me encanta que te haya gustado. ¡Siéntate!

Así lo hizo  y se tomó el vestido por los lados para no arrugarlo, sólo que, sin saber cómo, la silla se corrió un tanto haciendo que Elsa se sentara sobre uno de sus brazos. Se paró inmediatamente y la miró un momento. Los dos rieron. Ella se sentó cómodamente por un instante.

_Ven, pasemos al comedor; se está haciendo tarde. 

Esa noche, la pareja se dispuso a acostarse. La hermosa mujer se desvistió y colocó su ropa doblándola sobre la silla isabelina. Tiempo después, la pareja dormía plácidamente. De pronto, Elsa fue despertada por un inexplicable ruido por el lado del televisor. Se irguió apoyada en sus codos para buscar con la mirada la causa, mas, la noche estaba muy oscura y no alcanzó a mirar nada. Se quedó en esa posición por un instante. Luego se acurrucó junto a su esposo, le colocó el brazo por encima y siguió durmiendo.

A las cinco de la mañana, el implacable despertador les recordó que era hora de levantarse.

_Hola, mi muñeca. –Saludó Arley perezosamente-

_Hola, mi amor. –Respondió ella en el mismo tono-

Luego se sentó en la cama buscando con los pies sus pantuflas. Fue al hacerlo cuando descubrió su ropa del día anterior tirada en el piso y la isabelina un poco volteada. Con un gesto de admiración miró a su esposo, diciéndole:

_ ¡Mira! –Y señaló en dirección al piso-

_ ¿Qué paso?

_ ¡Mi ropa! Es como si alguien la hubiera tirado al piso. ¡Y, mira la silla! ¡Así no la dejé anoche!

Arley se levantó intrigado. Miró la silla por unos segundos y la colocó como debía ser. Luego levantó la ropa y se la entregó a su esposa.

 _No sé qué decirte. Es como si alguien la hubiera tirado a propósito.

_Lo más raro es que, exactamente por ese lado, escuché un ruido inexplicable. No quise despertarte.

_Seguramente al regresar del baño la moviste y la ropa se cayó.

_Anoche no me levanté al baño.

_Bueno… alguna explicación debe existir. Por ahora, tenemos que apurarnos.

Esa tarde, Arley regresó más temprano de su trabajo. Elsa no estaba aún en el apartamento, así que, se obsequió con un humeante  café y subió a ver televisión. Se sentó sobre la cama para tomar el control y encendió el aparato. Fue en ese instante cuando reparó en que la silla estaba caída en el piso sobre los extremos de sus brazos. Se levantó veloz y la enderezó. Notó un ligero rasguño en la parte superior delantera del espaldar.  Inmediatamente se preguntó:

_ “¿Cómo pudo caerse? Esto ya me está pareciendo muy raro”. –Sin embargo decidió no contarle lo ocurrido a su mujer-

Los raros sucesos se siguieron presentando.

Una noche, Elsa rodeó el cuerpo de Arley muy duro. El,  inmediatamente se volvió hacia ella, preguntándole:

_ ¿Escuchaste?

_Si. Primero, me pareció  como si alguien arrastrara aquella silla y luego, como si se sentara.

_Si. Exactamente lo mismo me pareció a mí.

_Bueno, también es cierto que pudo ser en el apartamento vecino.

_Puede que tengas razón

Los dos quedaron en silencio. Lentamente el sueño vino en su ayuda mas, cuando Elsa empezaba a dormirse, fue despertada por una voz seca y cavernosa que le dijo muy cerca de su oído:

_ “¡Esa silla es y siempre será mía!”

La mujer, sintiendo un miedo tan intenso, se abrazó con fuerza a su esposo,

_ ¿Qué ocurre, mi amor?

_Escuché una voz que me dijo que esa silla es y será de ella. Creo que era una voz de mujer vieja.

_¿Quieres que encienda la luz?

_¡Por supuesto! –Sin embargo, al pulsar el interruptor de la lámpara de noche de su lado, el bombillo estalló dejando un hilo de humo, aunque el corto rayo de luz bastó para descubrir que…

_ ¡Hay una mujer sentada en la silla! –Susurró con esfuerzo Elsa-

Arley miró hacia el lugar donde estaba la silla. En medio de las sombras vagamente se alcanzaba a percibir la silueta de una mujer.

_¡Trata de prender tu lámpara!

_¡Tengo mucho miedo!

_¡Haz un esfuerzo. No podemos quedarnos a oscuras!

Elsa así lo hizo. Doblegando el pavor que la embargaba, extendió el brazo y lo logró. La silla estaba vacía; mas, la puerta de la alcoba se cerró con fuerza como si alguien lo hubiera hecho después de salir.

_¡Uf! Mi amor… Creo que debemos deshacernos de… la silla –dijo el esposo-

Al día siguiente, Arley llegó con la silla a la carpintería donde la había comprado. 

_Buenos días.

_Caballero! No me diga que hay que hacerle algún arreglo a la silla.

_No. Vengo a devolverla. –Al ver el gesto de contrariedad en la cara del carpintero, se apresuró a aclarar- No tiene que darme ningún dinero. Por favor, destrúyala. Esa silla está embrujada. ¿Dónde la consiguió?

_Si le digo la verdad, uno de los hijos de la fallecida dueña la dejó junto a uno de los recolectores de basura. Yo la recogí.

_Usted me dirá que estoy loco, pero parece que el fantasma de esa señora no quiere desprenderse de su silla.

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados