Aquella ocasión me encontraba a punto de salir, cuando uno de los celadores tocó a la puerta que estaba abierta. Volteé a mirar.

_Con su permiso.

_Dígame:

_Hay un joven que dice ser exalumno suyo y que desea hablar con usted.

_Dígale que pase.

Un instante después, entraba un hombre joven. Como es natural, no lo reconocí, aunque su cara me era familiar.

_Buenas tardes, profesor. ¿Se acuerda de mí?

_Hola! Aunque no recuerdo tu nombre, tu cara me es familiar. De todas maneras, bienvenido. ¿En qué puedo serte útil?

_Antes que todo, me presento. Soy… (Me dijo su nombre completo; pero, por sugerencia suya, debo reservármelo.)

_Ah! Por supuesto que te recuerdo. Siempre has cambiado.

_Bueno, profesor, voy a ir directo al grano. Empiezo por decirle que recuerdo mucho sus enseñanzas, no solamente de inglés, español y literatura, sino también de sus conocimientos en temas relacionados con el más allá. Además, soy un fanático lector de sus historias; así que, el motivo de mi visita es que acordemos un momento en el que pueda escuchar una que, si usted tiene a bien, me gustaría mucho que la escribiera.

En resumen, acordamos el día y el sitio en el que nos encontraríamos. Llegué al lugar con una grabadora y un cuaderno de apuntes, y comenzamos a trabajar. De allí saldría la historia que les voy a compartir.

 Ubaldo Rangel, había contraído nupcias con una hermosa joven a quien llamaremos Mireya. El candor y la dulzura de ella, siempre fue admirada y envidiada por muchos de sus amigos y conocidos. Sin embargo, lo que no sabían éstos, era que, al interior del matrimonio, había ocasiones en que Mireya sacaba a relucir su exagerado mal genio, que poco a poco iba haciendo que, entre los dos, florecieran los disgustos. El hecho llegó a tal extremo que Ubaldo, tratando de arreglar la situación, la conminó a que hablaran y que expresaran sus desacuerdos. Tanto él como ella aceptaron sus fallas y prometieron cambiar.  La relación mejoró varios días, aunque volvió a caer en lo mismo. Ubaldo trató de ceder cuanto más le fue posible, hasta llegar al punto en que no pudo más. Acordaron en separarse por un tiempo: Ella se quedó en casa y él se trasladó a un apartaestudio.

Estaban a punto de cumplir dos semanas viviendo separados. Era un día viernes, cuando Ubaldo caminaba por el centro de Bogotá. En dirección contraria a él, venía una joven madre empujando con una mano el coche en el que dormitaba su bebé, mientras con la otra sostenía su celular pegado a su oído. De pronto, el coche se le escapó yendo a parar a la calzada. Ubaldo, al mirar el automóvil que inminentemente iba a chocar contra el coche infantil, estiró el brazo sin pensarlo un segundo, agarrándolo, pero con tan mala suerte que tropezó y cayó. El conductor logró esquivar el coche, pero no pudo evitar atropellar al hombre.

Ubaldo sufrió el impacto del automóvil y el golpe al caer en el asfalto. Como es natural, perdió el conocimiento.

No supo el tiempo que transcurrió en ese estado. De pronto, sintió la urgente necesidad de tomar algún alimento. Cosa extraña, supo que lo tenía al alcance de su boca. Sin pensarlo dos veces y, sintiendo la guía de alguien, buscó con sus labios la fuente que le daría el sustento. Succionó por varios instantes, experimentando el delicioso sabor del líquido que bajaba por su garganta. De inmediato, escuchó el llanto de alegría y ternura de la joven que lo mantenía pegado a su pecho. Enseguida, muchas imágenes comenzaron a desfilar por su memoria. Entre ellas, se vio en el cuerpo de un niño de unos cuatro o cinco años de edad, despidiéndose de la joven que, con tiernas lágrimas, lo despedía cerca a la entrada del jardín. En su letargo, recordó detalladamente sucesos que ya había olvidado, y que correspondían a sus acciones tanto negativas como positivas, hasta el momento en que estiró el brazo para sujetar el coche infantil.

Abrió los ojos. En ese instante estaba cerca al techo, dentro de una sala de urgencias. En una camilla estaba el cuerpo de alguien que reconoció en el acto: era él! Sobresaltado, miró cómo doctores y enfermeras hacían su labor. El médico que parecía comandar el equipo, movió la cabeza en sentido negativo. Una enfermera cubrió el cuerpo en forma total con la sábana. En eso, otra enfermera se acercó y dijo:

_Doctor, una mujer que dice ser tía del paciente desea saber su estado.

Ubaldo salió hacia donde se encontraba la tía Victoria. Estaba desencajada. A su lado se hallaba una joven a quien reconoció como su prima Magola.  El, se les acercó sonriente:

_Hola, tía!  -Dijo, mas la mujer pareció no escucharlo-

Entonces se dirigió a su prima a quien le colocó un brazo sobre los hombros:

_ ¡Hola, Magie! –Tampoco obtuvo respuesta-

Fue en ese momento cuando el doctor llegó hasta la sala de espera:

_ ¿La familiar de Ubaldo Rangel?

_ ¡Si, doctor! Cómo está mi sobrino?

_Señora, lo siento mucho. Hicimos lo imposible por tratar de salvarlo, pero todo fue inútil. Ubaldo, falleció.

_ ¡No!

Las dos mujeres se abrazaron llorando desconsoladas.

_ ¡Espere! ¡Cómo les va a decir que estoy muerto! ¡Míreme! ¡Estoy muy bien!

Al igual que sus familiares, el doctor tampoco le prestó atención. Fue cuando reparó en aquel hombre que lo miraba sonriente. Lo tomó del brazo mientras le decía:

_No te desesperes. Allá –dijo señalando un pasillo- esperan por ti. Ve.

Volvió la mirada hacia donde le indicaba el desconocido. Sólo vio una luz suave. Caminó unos pasos  y se sintió atraído o, mejor, succionado por ella.

Comenzó a flotar entre las luces de aquella especie de tobogán. El camino le pareció eterno. Por fin pudo ver lo que parecía el final. Quedó parado a la entrada de un inmenso prado verde con varios arbustos florecidos. Al fondo alcanzaba a ver un bosque conformado por frondosos árboles. Una tenue brisa se esparcía por todo el paraje. Se sintió inundado por una paz y una felicidad incomparables. No sentía ninguna molestia física. En otro lado se veía algunas edificaciones lejanas.

Caminó o, mejor, flotó hasta muy cerca de ellas. Ya podía ver gente. De pronto, no pudo avanzar más. Parecía como si una barrera invisible le impidiera hacerlo. De entre esas personas surgió una mujer que Ubaldo reconoció perfectamente:

_ ¡Mamá! –Exclamó-

_ ¡Hijo! ¿Qué haces aquí? ¡Aún no es tu tiempo! ¡No puedes estar aquí!

_ ¡Qué alegría verte, mamá! ¡Te amo y te extraño mucho!

_También te amo, hijo, pero no puedo quedarme aquí. Espero verte cuando sea tu momento. Ahora, tengo que irme. –Ella se alejó volviendo la mirada a cada instante, hasta confundirse con las demás personas-

Ubaldo se quedó solo y triste; mas, alguien, lo llamaba por su nombre. Giró un poco. Su sorpresa fue muy grande al reconocer en aquella mujer a…

_ ¡Mireya!

_ Hola, Ubaldo. –Dijo con voz apagada, acercándose un poco, pero sin pasarse de la línea invisible-

_ ¿Por qué estás aquí? –Preguntó él-

_ Sólo te puedo responder que ahora éste es mi sitio.

_ ¿Quieres decir que… estás muerta?

_ Esa no es la palabra correcta. Digamos mejor que… estoy en otra vida.

_ No entiendo.

_Lo entenderás en su debido momento. Sólo te puedo decir que no pude resistir la soledad de tu ausencia.

_ ¿Por qué no me llamaste?

_No quería seguir haciéndote daño. No éramos el uno para el otro.

_Entonces, ¿qué paso?

_Comprendí que mi… tiempo, por decirlo de alguna manera, debía terminar. –La mujer miró hacia otro lugar por unos segundos- Antes de que te vayas quiero pedirte perdón por tanto sufrimiento que te causé, pero, ahora comprendo, que era parte de tu vida. Perdóname.

_No tienes que decirlo.

En ese momento, detrás de él, alguien dijo:

_Es hora de volver. –Ubaldo fijó la mirada en quien hablaba y reconoció de inmediato al hombre que, en la sala de espera, le indicara aquella luz que lo trajo hasta donde estaba ahora-

_ ¿Otra vez usted?

El hombre lo miró sonriente.

_Si, otra vez yo. Soy el encargado de indicarte el camino. Mira detrás de ti.

 Al girar, Ubaldo miró la misma luz de diferentes colores que nuevamente lo atraía.

_ ¡No quiero volver! ¡No quiero irme de aquí!

_Tienes que hacerlo. Sólo viniste hasta aquí para que entiendas algunas cosas y cambies de forma de actuar. Ahora, vuelve.

Ubaldo se sintió nuevamente succionado por aquella luz que se oscureció al entrar en ella.

Se vio en un salón en donde había varias camillas con cuerpos cubiertos por sábanas. A algunos de ellos pudo verles una etiqueta colgada del dedo gordo del pie izquierdo. Comprendió que era una sala anfiteatro. Luego, de manera veloz, descendió hasta uno de esos cuerpos para introducirse en él. De inmediato sintió un frío intenso en los pies descubiertos, lo que lo obligó a estirar lentamente la sábana para cubrirlos. Luego lo invadió un dolor general. Acto seguido, abrió los ojos.

Al otro extremo, una enfermera miraba la etiqueta de uno de los cadáveres y anotó algo en un libro. Lo cerró y caminó despacio hacia la puerta. Al pasar cerca, Ubaldo la llamó con voz ronca:

_Enfermera.

El sobresalto de la mujer fue grande y se acentuó al ver a aquel cadáver con los ojos abiertos y con un brazo descubierto. En lugar de acercarse, emprendió una veloz carrera.

Ubaldo trató de incorporarse un poco, pero el dolor no se lo permitió. Al momento entraron dos médicos seguidos por dos enfermeras. Todos le clavaron la mirada con asombro. Uno de ellos le descubrió el pecho para colocarle es estetoscopio.

_ ¡Este hombre está vivo! ¡Su corazón late perfectamente!

_ ¡Increíble!

 Una de las enfermeras se acercó y, hablando bajo, dijo:

_ ¡Justo a tiempo!En la recepción están los hombres de la funeraria llenando los papeles para la cremación. Sólo falta su firma, doctor!

_ ¡Hay que llamar inmediatamente a la tía de este hombre! Vaya usted misma y detenga la orden de entrega del cadáver… que ya no lo es.

El paso siguiente fue trasladarlo a la sala de recuperación. Un poco más tarde, entraron las dos mujeres, tía y prima a saludar a Ubaldo.

_Por favor, con mucho cuidado. el paciente aún no está totalmente recuperado.

Después haber calmado los ánimos, Ubaldo dijo a sus familiares:

_ ¿Saben que Mireya está muerta?

_Nos acabamos de enterar antes de venir para acá. Mañana son las honras fúnebres. ¡Oye! Pero tú, ¿Cómo te enteraste?

_Nos encontramos en el más allá. Trató de decirme que se había suicidado.

Las mujeres se miraron con extrañeza.

_Efectivamente, eso es lo que dicen. Pero… tú… estás hablando en serio?

_Totalmente. Y comenzó a relatarles lo sucedido.

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.