Es impresionante ver cómo una casa, cuando sus propietarios dejan de habitarla, se va deteriorando poco a poco. Pareciera que extrañara el calor humano, la energía de quienes la habitaron, especialmente cuando allí pasaron la mayor parte de su vida. Muchas veces ocurre, con el paso de los años, que las familias se van reduciendo puesto que los hijos emigran a seguir independientemente con sus vidas, hasta que llega el momento en que sólo quedan los padres ya envejecidos por el tiempo. Es cuando la casa ya les parece muy grande y vacía. Entonces, algunos se mudan hacia otro lugar cercano o lejano, y ésta se relega para cuando ellos regresan por unos pocos días y vuelven a marchar.
Ese fue el caso del Sargento Bernal y su esposa. El militar era un hombre rígido, malhumorado, acostumbrado a dar órdenes y a que se le obedezca. Ella había aprendido a convivir con él. Ya pensionados los dos, un tiempo se radicaron en su finca para huir del frío de Bogotá. Pero, por cuestiones de salud, se trasladaron a un país extranjero y sus venidas se limitaron a una o dos semanas por año y, posteriormente ya no regresaron. Uno de los hijos era quien, muy de vez en cuando, pasaba por la casa a echar un vistazo.
Tiempo después, en el país comenzó a correr el rumor de que se cerrarían las fronteras para contra restar la llegada del fatal virus llamado el Covi 19 que ya había cobrado muchas vidas humanas, tanto en Asia como en Europa. Esto hizo que los emigrantes venezolanos, en cantidades, se afanaran en cruzar la frontera hacia Colombia.
Numael, hijo de colombianos radicados en Venezuela y Rosario, oriunda del vecino país, habían conformado una joven pareja. Desesperados por la situación, trataban de cruzar la frontera con su pequeña hija. La idea de él, era llegar a Bogotá y alojarse en casa de sus abuelos. Para su mala suerte, tanto el ejército colombiano como la guardia de Venezuela, impedían el paso por los sitios legales. Al tener conocimiento de la noticia, no les quedó más remedio que hacerlo por las trochas. Cuando llegaron a territorio colombiano, el gran tumulto ocasionó que Numael y Rosario se separaran, quedando ella y su hija entre los que ya habían pasado y él y su equipaje, entre quienes los pocos agentes de policía impedían pasar. El, al verla alejarse cada vez más por la fuerza de la multitud, a voz en cuello, alcanzó a gritar:
_ ¡Toma un bus hasta el terminal de Bogotá! ¡Espera mi llamada!
La joven hizo como que el grito no era para ella; no contestó, y siguió su marcha como si fuera una más de las habitantes del lugar. Así evitó ser aprehendida.
Siguiendo las instrucciones de su compañero y, preguntando a la gente, llegó hasta la empresa de buses, buscó un lugar en dónde cambiar Bolívares a pesos, para dirigirse luego a comprar el tiquete. Esperó lo que la hora de salida lo permitía, buscando con la mirada a su compañero Numael. Tenía la esperanza de que hubiera podido pasar y llegara para viajar juntos. Sin embargo, no fue así. El altavoz llamó a los viajeros hacia la ciudad de Bogotá. La mujer tomó el bus con su hija de brazos y, como equipaje, apenas el bolso de mano.
Un momento después de que el bus estuviera en marcha, el cansancio hizo que madre e hija se durmieran.
Llegaron a la capital ya bien entrada la noche. Lo primero que hizo, fue entrar a uno de los restaurantes para ordenar algo de comer. Se sentó ante una mesa ubicada estratégicamente frente a un televisor. Comía con tranquilidad cuando la programación fue interrumpida para recordar que dentro de muy pocos minutos comenzaría el “Simulacro obligatorio” por cuatro días a partir de esa media noche. Ella no tenía idea a qué se refería la noticia.
_ “Sea lo que sea, me quedaré aquí a esperar que llegue Numael” –Se dijo-
Cuando terminó con su comida, buscó una banca y se acomodó en ella. Mas no por mucho rato: Una agente de policía se le acercó y le ordeno:
_Señora, debe retirarse de este lugar. Ya no hay salida de buses para ningún sitio. En menos de una hora vamos a entrar en un simulacro obligatorio y todo mundo tiene que estar en sus casas.
_ ¿Y qué es eso?
_La gente debe permanecer en sus casas por cuatro días seguidos, con el fin de hacer que se acostumbre, por si es necesario aplicar la cuarentena. Quien sea encontrado en las calles, será encarcelado. Tiene un poco más de media hora para llegar a su casa. Así que, por favor, retírese.
La joven se levantó, acomodó a su hija y tomó el bolso; se dirigió hacia el lugar donde un letrero señalaba “taxis”. Tomó su celular e intentó comunicarse con su esposo haciendo una llamada por Whats app, pero la llamada no entró. Llegó hasta la puerta y salió. Solamente había uno. El conductor hablaba por teléfono. Se acercó y saludó:
_Buenas noches.
_Buenas noches. Señora… Excúseme. Yo ya no trabajo. Falta muy poco para la media noche. Me voy para mi casa.
_ ¿En dónde vive?
_ En Aloha. –Ella, sin conocer, rápidamente pensó en que lo mejor sería salir de allí y bajarse donde mirara algún hotel no muy caro-
_Yo voy cerca. ¡Por favor lléveme!
_Claro, no hay problema.
Después de unos quince minutos, el conductor dijo:
_Ya estamos en Aloha. ¿Hacia dónde la llevo?
_Déjeme por aquí. Por favor. –Preguntó cuánto debía y pagó-
El taxi siguió y ella se quedó sola sin saber para dónde coger. Las calles estaban totalmente solitarias y, para empeorar la situación, empezó a lloviznar. Sintió cómo las lágrimas rodaban por sus mejillas. Caminó unos pasos sin ninguna dirección definida. Miraba hacia las casas con la esperanza de encontrar un hotel, pero no había tal. No había ni siquiera una tienda abierta. Se sentía desesperada. En ese instante, por la siguiente esquina aparecieron las luces de un auto. En la parte superior tenía dos: una azul y otra roja. Ella se detuvo en seco. Giró y regresó rápidamente con el fin de cruzar por la otra esquina. Se escondería en alguna puerta, mientras la patrulla pasaba. Mas, al girar, se dio cuenta de que no había dónde hacerlo. El nerviosismo la obligaba a temblar. Siguió avanzando. Inesperadamente, escuchó una voz ronca que le decía:
_ ¿Qué hace usted por aquí?
_ ¡Ay! –Lanzó un apagado grito mientras volvía la cabeza-
_ ¿La asusté? Créame que no era mi intención. –El hombre que hablaba era un adulto mayor de más de unos ochenta años, y que ella no entendió de dónde apareció-
_ Señor, estoy buscando un hotel en dónde quedarnos con mi hijita. Vengo desde el terminal en un taxi que venía hasta aquí.
_Por aquí, hoteles es imposible. Pero no se preocupe. Yo la voy a ayudar.
Ella lo miró con cierta duda y temor, sin saber qué contestar.
_Por favor confíe en mí. Venga. Yo vivo a unas tres cuadras de aquí. Tengo espacio suficiente y la puedo alojar por estos cuatro días.
Tanto la mirada, como la voz del hombre le parecieron tan sinceras, que de inmediato dijo:
_ ¡Gracias! –El anciano le pasó el brazo por los hombros, mientras decía:
_Vamos. –Al calor de ese abrazo, se sintió protegida.
Caminaron las pocas cuadras. El hombre retiró el brazo de sus hombros y extrajo unas llaves del bolsillo y se adelantó hacia una de las casas de la izquierda. Abrió la puerta, encendió la luz y se hizo a un lado.
_Siga, por favor. Siéntase como en su casa. A partir de este momento usted es la dueña. En la despensa hay mercado suficiente. Pero… Ya es muy tarde, voy a mostrarle su alcoba.
Después de indicarle el lugar, el anciano se despidió. La joven cerró su puerta, levantó la mirada y unió sus manos entrelazando los dedos. Acostó a su pequeña y luego se dio un duchazo. Se metió a la cama y quedó profundamente dormida.
Al día siguiente, se despertó tan temprano como su cansancio le permitió. Rápidamente se alistó y caminó hacia la cocina a preparar el desayuno. Se sorprendió al encontrar un muy buen surtido en cuanto a comida se refiere. Preparó el desayuno para el dueño de casa, para ella y su hijita. Sin embargo, el tiempo pasaba y el señor que, por cierto, no le había dicho su nombre, no bajaba. Esto la preocupó y, con cierta timidez, subió al segundo piso. Su sorpresa fue grande al encontrar las puertas de las alcobas abiertas, pero no había señales del hombre.
_ “Seguramente salió muy temprano” –Pensó-, “Aunque según palabras de la agente de policía, nadie podía salir de casa dentro de los cuatro días”.
Al bajar, se percató de que la casa, con excepción de la alcoba principal y la cocina, necesitaba una buena limpieza. Francamente parecía que allí no habitara nadie desde muchos días atrás.
Esperó todo el día que el dueño regresara, pero no lo hizo.
_ “¿Sería que lo detuvieron por salir? –Se decía. Por otra parte, trataba de comunicarse por whats app con Numael sin obtener respuesta. Las dos situaciones empezaban a preocuparla. Se preguntaba cómo estaría su esposo. Pero, para borrar los malos pensamientos, se dedicó a limpiar y ordenar la casa.
En la noche del segundo día, cuando ya su hija estaba dormida, se atrevió a encender el televisor de la sala. De pronto, su intuición le dijo que no estaba sola, a pesar de no haber escuchado nada. Giró la cabeza y de su boca quiso escaparse un ahogado grito que ahogó con su mano: El señor estaba mirándola sonriente.
_ ¡Me asustó! –dijo-
_ ¿Todo está bien? –Preguntó el anciano-
_ Si, señor, pero estaba preocupada por usted.
_No tiene por qué preocuparse. Estaba por aquí cerca. Y ahora, me retiro. Con su permiso.
_ ¿No quiere que le prepare algo?
_No se preocupe. -Y se dirigió a su alcoba. Ella, apagó el televisor y se fue a dormir-
Ese era el tercer día de su estadía en aquella casa. Antes de preparar el desayuno, fue hasta la alcoba del señor a preguntarle qué deseaba desayunar. Golpeó suavemente la puerta; ésta se abrió un tanto.
_Buenos días. –Saludó sin obtener respuesta-
Se asomó y miró hacia adentro. Al ver la cama tendida, abrió la puerta completamente. Mas, al igual que la vez anterior, el hombre no estaba. Ya no le preocupó su ausencia.
Al comienzo de la mañana del cuarto día, su celular comenzó a timbrar.
_Hola. –Dijo-
_ ¡Mi amor! ¡Soy yo! ¿Dónde estás?
_ ¡Hola, mi vida! No sabes la alegría que me dá escucharte. Estoy en una casa que me ofreció un señor cerca de un barrio que se llama Aloha.
_No sabes lo preocupado que estaba. Llegué al terminal un cuarto antes de la media noche y me enteré de lo del simulacro. Un agente me ayudó a llegar donde mis abuelos. ¿Cómo está mi nenita?
_Bien. Tuvimos mucha suerte. Mañana te cuento.
_Tienes que darme la dirección para ir a buscarte mañana a primera hora. Yo estoy en casa de mis abuelos. Me envías la dirección. Nos vemos mañana.
_Listo.
Después de colgar, salió a mirar la nomenclatura de la casa. La puerta tenía un pasador colocado. _ _ “¿Cómo es que está corrido si el señor no ha entrado?” –Se preguntó-
Lo corrió. En ese instante se percató de la cantidad de propaganda que habían metido por debajo de la puerta y, también, de la cantidad de polvo que había. Hasta el pasto había comenzado a nacer entre las baldosas. Regresó a buscar una escoba y, mirando que no pase algún policía motorizado, rápidamente barrió toda esa basura hacia adentro y cerró. No le dio más vueltas al asunto del pasador.
Al día siguiente, cuando ya estaba lista esperando a Numael, Rosario escuchó que alguien metía una llave en la puerta principal.
_ “Debe ser el señor” –Pensó y salió a recibirlo-
Mas, quien entró, no era el señor que ella conocía. Era un hombre todavía joven. Al mirarla se sorprendió.
_ ¿Quién es usted?
_Buenos días. –Dijo ella muy amable- Mi nombre es Rosario. El señor, dueño de esta casa me dio permiso para alojarme durante estos cuatro días.
_ ¿El señor? ¿Cuál señor?
_Pues el dueño. Es que no me dijo su nombre.
_ ¡Creo que me está mintiendo y lo que voy a hacer es llamar a la policía!
_ ¡No, por favor escúcheme! ¿Cómo cree que iba a poder abrir esa puerta?
_ ¿Y quién me asegura que no tiene algún cómplice? Claro, se enteraron de que la casa estaba sola y…
_ ¡No, señor! ¡Créame, se lo suplico! Yo acababa de llegar al terminal, un taxi me trajo hasta aquí cerca. Faltaban unos minutos para las doce de la noche y yo no tenía dónde quedarme. En ese momento apareció el señor de quien le hablo y me ofreció hospedaje.
En ese momento la niña, asustada, comenzó a llorar. El hombre reparó en ella y le dijo a su mamá: _ ¡Quiero que me diga cómo es ese “señor”!
_ Es alto, un poco encorvado, algo así como de ochenta años…
_Calvo. –Dijo el recién llegado tratando de confundirla-
_No, no es calvo. Tiene el cabello entre negro y canoso.
_Mire, aquí en la casa hay una foto en la que está él y unos amigos. Voy a traerla y tiene que señalarlo sin equivocarse. Sólo eso, impedirá que llame a la policía.
Cerró la puerta con llave y subió. Al regresar, le alargó la foto.
_Es él. –Le respondió ella, señalándolo Inmediatamente-
Al mirar a quien la joven mujer señalaba, se calmó. Guardó silencio mientras su boca se contraía temblando involuntariamente y unas lágrimas resbalaban por sus mejillas.
_ ¿Se siente bien? –Preguntó la mujer-
_El… es mi papá y… falleció hace seis meses fuera del país.
La mujer hizo un gesto de incredulidad y se llevó una mano a la boca.
_Lo siento mucho. Pero permítame decirle que su papá es un ángel. Al menos eso fue para nosotras. Cuando llegamos, -Continuó ella- me indicó la alcoba donde podíamos quedarnos y se despidió. Lo que me pareció extraño es que a la mañana siguiente le preparé el desayuno y, como no bajó a desayunar, subí a buscarlo y no estaba.
Le contó toda su travesía desde que salió de su país.
_Ayer me llamó mi esposo. Hoy vendrá por mí. Pero mientras llega, ¿Quiere que le prepare algo?
_No se moleste. -En ese instante, sonó el timbre-
_ Debe ser mi esposo. -El hombre se dirigió a abrir-
_ Buenos días. Soy Numael.
FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos Reservados.